El fútbol, Tinelli y el emperador Kicillof
Y nuevamente Cristina lo hizo aun cuando muy posiblemente no haya
sido su idea. Lo cierto es que de la noche a la mañana, el tema obligado
fue Marcelo Tinelli y los vericuetos de un negocio devenido “derecho”,
el fútbol.
De las penurias de Amado Boudou en Tribunales y de los chicos con
hambre -que la jefe de Estado negó existan en Argentina-, se pasó a
hablar de los relatores militantes, y la indignación de los millones que
se van en el ‘circo sin pan’ del kirchnerismo.
De algún modo, el gobierno volvió a marcar la agenda y aunque no
parezca, escribió las portadas del domingo erigiendo protagonista al
showman de la TV argentina. Y más favor que castigo le propinó.
La Presidente creó un nuevo derecho humano: el gol. Triste, pero más
triste aún son los millones de argentinos que con tal no de perderse un
partido, le hacen el juego prendiendo el televisor para mirar un
espectáculo que, a esta altura, saben es más político que deportivo. Esa
contradicción ciudadana alimenta desde hace 10 años a esta gestión.
Las quejas son infinitas, el “darse cuenta” es un hecho, no hay
engañados creyendo que el fútbol es gratuito, pero no hay voluntad de
hacérselo saber al gobierno rechazando una “dádiva” que no es tal. El
Estado paternalista nos lleva a la cancha, y el hincha que tenemos
dentro, vence al ser racional que sabe que todo eso no es más que una
estafa.
Así, gozosa y voluntariamente estafados, seguimos apañando los
caprichos de la dama. En síntesis, lo que estamos observando es la
consagración de la barbarie sino con nuestra anuencia, al menos con
cierta complicidad. Simultáneamente, el aparato comunicacional oficial
impone otro tema de primordial necesidad: la yerba Amanda.
Atendiendo las premisas de la televisión pública parece ser una nueva
desaparecida de la democracia. Ni a Julio López, ni a María Cash se los
buscó con el énfasis que los panelistas-voceros de la Casa de Gobierno
se desvelan por su paradero…
Si no fuera porque en medio de todo esto hay miles de ciudadanos
pasando necesidades, y otro tanto buscando refugiarse en ansiolíticos,
podría no tomarse demasiado en serio. En rigor, no lo es. Pero sucede,
nos sucede más allá de querer verlo o no.
La crisis se instaló más como incertidumbre que como situación. Desde
el ministerio de Economía los remedios que se ofrecen son peores que la
enfermedad. La perversión del despacho presidencial se topa en el
Palacio de Hacienda con la ignorancia y la ineficiencia. No se escucha a
quienes podrían aportar solución, pero tampoco hay sabiduría para
recordar la historia que siempre fue una maestra superior.
Las novedades son tan viejas como las recetas. Cuidar precios, amén
de resultar una metodología paupérrima, ha sido desde tiempos
inmemoriales la puerta de fracasos inobjetables.
Después de la devaluación sufrida por la moneda durante el siglo III,
en la Roma del año 301, el emperador Diocleciano sacó un edicto donde
establecía precios máximos para más de 1300 productos, además de
establecer el costo de mano de obra para su producción. Se fijaba, a su
vez, la pena capital para especuladores a quienes, públicamente, se
culpaba de la inflación comprándoselos con los bárbaros que amenazaban
el imperio.
La originalidad de La Cámpora es parte del relato, está claro. Los
militantes del patio apenas si desarrollaron el arte de la pegatina ya
que fallaron incluso en el uso de Google, el buscador más usado.
Pero volvamos al edicto de la tetrarquía romana. Allí se prohibía que
los mercaderes transportaran sus productos a otros mercados donde
vender a precios más altos, y el costo del transporte no podría
utilizarse como excusa para incrementar precios. Finalmente, establecía
salarios fijos que en poco tiempo, perdieron poder adquisitivo debido a
la distorsión sufrida en los precios y a los faltantes.
El Edicto, sin eufemismos, fue un fracaso. No sólo no consiguió el
objetivo: frenar la inflación (porque se siguió emitiendo moneda y
devaluando) sino que terminó en forma sangrienta enfrentando adeptos y
detractores. Pero se ve que Axel Kicillof y sus adláteres apenas si
leyeron a Keynes, interpretándolo además con sus cegueras ideológicas
características.
Una sentencia de Oscar Wilde sintetizaría de modo insoslayable lo
que, en definitiva, acontece ahora en Argentina pues “hasta los que son
incapaces de aprender se han puesto a enseñar“. Y así nos va.
Sin la experiencia, sin el conocimiento y sobre todo sin la decencia,
la salida de este estado de cosas resulta utopía. Lo que viene, en
consecuencia, será más circo, más “tinellización”, y una persecución
implacable de aquellas voces capaces de mostrar que el problema no es el
tomate, ni la soja, ni la yerba mate, sino el kirchnerismo en toda su
expresión: puro, light o renovador.