viernes, 14 de febrero de 2014

SIN EL DERECHO A VIVIR, LOS DEMAS DERECHOS HUMANOS QUEDAN AMENAZADOS

Devaluar la vida humana es lanzarse por una pendiente resbaladiza hacia la tiranía

Vie 14·2·2014 · 7:46h 0

El Parlamento belga aprobó ayer la eutanasia infantil, apelando a casos muy excepcionales como pretexto para abrir una nueva puerta a la violación del más básico de los derechos humanos: el derecho a vivir. Se trata de la misma trampa utilizada con las legislaciones abortistas, en un proceso que no sólo destroza ya muchas miles de vidas humanas, sino que también amenaza a la propia sociedad, al empujarla a una peligrosa pendiente resbaladiza.
Al afirmar esto no estoy enunciando una teoría alarmista sobre el futuro de nuestra civilización. Los hechos asociados a la devaluación de la vida humana son evidentes: a medida que avanzan las legislaciones que violan ese derecho humano básico, otros derechos humanos se ven cada vez más erosionados. Hace dos semanas analicé aquí el recurso al antidiscriminacionismo como forma de dilapidar derechos fundamentales. La creación de falsos derechos -los llamados derechos de nueva generación- que vienen a suplantar a los verdaderos derechos humanos, acompañados de normas que impiden discriminar a quienes ejercen esos nuevos derechos, es una muestra clarísima de cómo estamos descendiendo ya por esa pendiente resbaladiza.
Al amparo de los auténticos derechos humanos puedes criticar el ejercicio de esos derechos por parte de otros, por ejemplo, discrepando de las ideas que expresan en el uso de su libertad. A nadie se le ha multado por criticar a otro por ejercer su libertad de circulación yendo a una determinada ciudad y no a otra. En democracia resulta impensable que te castiguen por opinar contra las ideas manifestadas por un periódico en el ejercicio de su libertad de prensa. De igual forma, la libertad sindical no implica que esté prohibido criticar a los sindicatos, y la libertad religiosa no conlleva un veto a criticar cualquier creencia religiosa (o la ausencia de ellas).
Sin embargo, los promotores de los nuevos derechos se están encargando de blindarlos frente a toda crítica. Uno no puede discrepar de que se considere legalmente matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo, so pena de ser castigado por homófobo. La legalización del aborto ha venido acompañada de todo tipo de presiones a los médicos para obligarles a actuar como verdugos de los niños por nacer, además de medidas para impedir las discrepancias frente a las tesis abortistas: aquí en España el año pasado una diputada socialista pidió censurar una campaña escolar por afirmar la humanidad de los embriones humanos, y en Francia se ha puesto en marcha una legislación para perseguir a las webs providas y para castigar todo intento de convencer a una mujer de que no aborte, tipificándolo como delito de obstrucción (un anciano francés acaba de ser castigado con una multa de 10.000 euros por mostrar patucos a una chica embarazada para convercerla de que no aborte). Así mismo, la imposición de la ideología de género y del feminismo de segunda generación ha venido acompañada de ofensivas contra la libertad de educación que vulneran derechos de los padres al criminalizar, usando términos como “segregadoras” o “sexistas”, aquellas opciones pedagógicas que no son del agrado de la izquierda. La ola liberticida no se ha limitado a las escuelas y amenaza ahora con recuperar la censura de libros e incluso establecer imposiciones ideológicas en el lenguaje.
No es casual que este cada vez mayor retroceso en los derechos y libertades fundamentales haya venido acompañado de una progresiva merma de las garantías democráticas, con la cada vez mayor pérdida de la independencia judicial; con unos medios de comunicación cada vez más sometidos al poder político (que incluso se vale de trucos como la “ley de cookies” para cercenar la libertad en la red); con una corrupción política que ha degradado por completo nuestras instituciones, generando una enorme inseguridad jurídica; con abusos de poder que no encuentran el necesario rechazo en la sociedad civil porque hay demasiados estómagos agradecidos que dependen de las subvenciones y del favor de los políticos; con brotes de violencia política que no despiertan el rechazo de partidos parlamentarios que se ven beneficiados por los efectos de las agresiones y amenazas de los violentos; etc.
Cuando se pisotea el más básico de los derechos humanos, los demás quedan directamente amenazados. Quien no se haya dado cuenta de ello será porque no ve a diario lo que pasa en nuestro entorno, o lo verá pero -como ocurre demasiadas veces en nuestra sociedad- los árboles no le dejan ver el bosque. En todo caso, los versos de Martin Niemöller están hoy más vigentes que nunca, sólo que esta vez en el lugar de los comunistas, los socialistas, los sindicalistas y los judíos están los niños por nacer, los discapacitados, los enfermos, los ancianos y, poco a poco, todos aquellos que nos resistimos a aceptar unas imposiciones ideológicas que pretenden suplantar los derechos asociados a la dignidad humana para lesionarlos con más facilidad. Esa pendiente resbaladiza nos está conduciendo a una sociedad con una convivencia envenenada por la violencia contra los más débiles, la censura y otras violaciones de los derechos más básicas, entre otros abusos que se cometen, con absoluta desfachatez, en nombre del progreso y de la libertad. Va siendo hora de abrir los ojos.