A PASOS AGIGANTADOS HACIA LA GUERRA GENOCIDA
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«Lo que estás viendo es la representación del poder de los hombres del orden mundial único, quienes están manipulando la situación del medio oriente para acrecentar su poder. Esta es la gente desviada que está controlando los eventos del mundo. Están planeando las guerras futuras que les permitirán ganar mayor acceso al dinero de la gente, y ganar poder usurpando los derechos de los demás. Solo saben de una cosa y esta es el cómo ganar más poder y dinero en su cima. Hay mucha riqueza en el petróleo y el control de los ejércitos contribuye a sus formas de controlar la gente» (John Leary, Rochester, N.Y., 1993).
Cuando
los hombres presumen de matar niños es que están haciendo la guerra del
odio: se mueven por el puro odio y la ira entre ellos. El que odia
mata; el que ama da vida, obra la verdad de la vida. No se puede amar
con un odio en el corazón. No se puede ver la verdad (no hay sabiduría)
matando almas con la mentira y con las armas. No se puede poner a Dios
por delante (no hay culto a Dios) si encañonas a un niño con tu odio.
Dios no ama al que mata con su odio. Dios aborrece al que odia con su
corazón. Dios odia el odio del que odia. El odio es odio. No puede ser
una clase de amor, ni de vida, ni de camino para encontrar la verdad. En
el odio sólo se halla la muerte, la destrucción, la iniquidad.
El
odio es puesto por Satanás en el alma, y es signo claro de falta de
amor a Dios. A causa de esta falta de amor a Dios, los hombres se
vuelven cómplices al servicio de Satanás. Viven para hacer una obra
demoníaca en sus vidas. Satanás odia; Dios ama. Todo hombre que odie no
ama a Dios, sino que ama al demonio. Ama el odio del demonio y, por
tanto, obra una blasfemia en su vida. No se puede amar lo que no es el
Amor. Y sólo Dios es Amor. El demonio es el no amor. No puede amar ni
puede recibir ningún amor de nadie. Y, por eso, las almas que se dan al
demonio no son capaces de amarlo ni él de recibir un amor. El infierno
está lleno de gente que se odia. Hablan para odiarse, obran para
odiarse, se unen para odiarse. Y esta es la blasfemia: amar sin poder
amar. Amar sin dar amor. Amar una idea y obrar lo contrario de esa idea.
Se ama la idea de la paz y se mata a un niño en nombre de esa idea.
Esta blasfemia es la que obra este soldado.
Si
los hombres no comprenden el significado del amor en sus vidas y no
ponen en práctica las virtudes para con el prójimo, entonces el mundo
nunca podrá mejorar, cambiar, transformarse, porque no existe el amor en
los corazones. Sólo existe el odio. Y mucha gente no sabe discernir
entre el odio y el amor. Creen amar a alguien porque sienten algo bueno
en lo humano por esa persona. Y no se dan cuenta de que la están odiando
-y que ellos mismos se odian- al amar a una persona sin darle la
Voluntad de Dios.
Amar
a otro es darle lo que Dios quiere. Y, por eso, es difícil amar. Y es
muy fácil odiar. En el mundo, la caridad se ha enfriado: es decir, sólo
existe el odio. Y ese soldado es un ejemplo: vive su vida humana para
odiar y, por lo tanto, para matar niños. No vive su vida para amar. No
encuentra en su vida un amor, sino un odio. Y ese odio es el camino para
esa persona. Y un camino que lo comparte con los demás. Se enorgullece
de matar niños. Exalta su pecado, lo justifica, se pone como modelo a
imitar. Esto es vivir una blasfemia. Esto es vivir en un infierno en la
vida. Es estar condenado en vida.
Hoy
los hombres matan por diversión, por negocio, por política, por muchos
asuntos humanos. Y llaman a ese trabajo: amor. Nunca la guerra, la
violencia, el crimen vienen de Dios. Nunca del amor de Dios. Es la
creación del demonio, que quiere aniquilar al hombre a manos del propio
hombre, colocando en el corazón del hombre el odio.
Esta
guerra es el preludio de la Tercera Guerra Mundial, que es una guerra
genocida, no política ni religiosa. Una guerra para quitar de en medio a
gran parte de la humanidad. La idea del Anticristo es acabar con todo
lo cristiano, no sólo lo católico. Y, por eso, es necesario una matanza
mundial, una guerra que destruya a la humanidad. Y no es posible
pararla, porque es el tiempo del Anticristo. Es el tiempo de la
decadencia espiritual en el mundo, que crea un vacío en los corazones:
la gente posee riquezas, pero constantemente en su interior no hay más
que tinieblas. Ya han dejado de creer en Cristo, en la Verdad que nunca
cambia, y son veletas de todo lo humano. Y luchan por cualquier idea
positiva del hombre. Pero se han olvidado de luchar por la verdad de sus
vidas, por el sentido divino de su existencia humana. Sólo son capaces
de vivir lo humano. Son vividores del vacío de su iniquidad.
«El
demonio ya está en acción y en actitud de batalla desde que el Padre
Eterno le dio libertad como resultado de vuestro empeño en querer hacer
las cosas por vosotros mismos. El Padre Eterno ya está cansado, cansado,
cansado. Le ha dado rienda suelta al demonio que ya está actuando para
vuestra ruina y arrebatando muchas, muchísimas almas, aun aquellas en
estado de perfección, que no quieren entender esto y no practican el
amor. Solo hay orgullo y arrogancia. La soberbia conduce a todos los
pecados del mundo» (Rosa Quatrini, San Damiano, Italia,1964)
Cristo
es la luz que falta en tantas vidas perdidas por el pecado. Cristo es
la Verdad que no es poseída por tantos católicos tibios y perversos en
sus vidas en la Iglesia. Cristo es la Vida que no la posee tanta
Jerarquía que ha hecho de su humanidad una conquista en sus vocaciones.
Ya
nadie quiere ser santo. Todo es orgullo y arrogancia. Nadie quiere
practicar el amor verdadero. Todos quieren ser hombres: aparecer como
hombres, ser tocados por los hombres, darles un gusto a los hombres,
obrar como ellos obran. El hombre se empeña en hacer las cosas por él
mismo, sin acudir a Dios, porque ya no cree en Él. Sólo cree en el
término vacío de Dios. Y va en busca de un dios en su vida para llenar
ese término vacío. Una Jerarquía humana es la abominación de la
desolación en la Iglesia. Una Jerarquía que imita al hombre termina por
darle culto al hombre. Una Jerarquía que se olvida que su vocación es
salvar almas de las garras del demonio, se convierte en demonios
encarnados que condenan almas en lo que hacen en la Iglesia.
Se
quiere crear una guerra para matar a millones. Y los hombres de la
Iglesia no van a hacer nada para impedirlo, porque están en sus juergas,
en su apostasía de la fe. Mientras un soldado mata niños diariamente,
la Jerarquía de la Iglesia baila en las Misas. ¡Qué vergüenza da la
Iglesia de los católicos! ¡Cuánto bastado hay celebrando misa! ¡No os
tomáis vuestras vocaciones con la seriedad de un hombre santo, entonces
no es de esperar que comprendáis por qué los hombres se dedican a matar
niños en las guerras! ¡Qué os importa lo que está sucediendo en esa
guerra! ¡Preferís vuestros bailes, vuestras risas, vuestro afán de ser
hombres! ¿Es que no sabéis que una misa celebrada con santidad para una
guerra mundial? ¿Ya no os acordáis del valor infinito de una misa?
¡Jerarquía bastarda de la Iglesia: habéis hecho de la misa vuestro
negocio comunista y protestante!
Sólo
Dios se va a mover, en su momento, para que ese acto del demonio no sea
perfecto en su maldad. Porque si Dios dejara al demonio matar a todo el
mundo, la humanidad desparecería por completo. Y el demonio puede hacer
esto porque tiene al hombre de su lado. Son muchos hombres los que se
han dado a Satanás: se han convertido en instrumentos de su maldad. El
demonio hace lo que quiere en el mundo: asesinatos, suicidios, guerras,
corrupción de los gobiernos, codicia, arrogancia, injusticias,… Todo eso
son sólo manifestaciones de Satanás. Y lo hace porque ya no hay vida
espiritual en los sacerdotes, en los Obispos, en los fieles de la
Iglesia Católica. La decadencia de la vida eclesial es el surgimiento de
la vida demoníaca en todo el mundo. Se palpan los demonios por todas
partes. El hombre le abre el camino para que se vean las obras del
demonio en sus vidas. Cuanto más los hombres se dan al demonio, éste
crece en rabia, éste se desespera por acabar con todos los hombres. Él
es el matador de hombres. Vive para eso. Mientras él encuentra fácil
infectar almas, que se dejan totalmente abiertas a su influencia, que
sólo viven para sus pensamientos de hombres, entonces la vida espiritual
va desapareciendo y la fuerza del demonio aparece por doquier.
«Los
jefes conductores del pueblo de Dios han desdeñado la oración y la
penitencia, y el demonio les ha ofuscado la inteligencia; se han
transformado en estrellas errantes del que el viejo diablo arrastrará
con su cola, para hacerlos perecer. Dios permitirá a la vieja serpiente
sembrar la división entre los reinantes, en todas las sociedades y en
todas las familias; se padecerá males físicos y morales; Los gobernantes
civiles tendrán todos un mismo designio, que será el abolir y hacer
desaparecer todo el principio religioso, para dar a lugar al
materialismo, al ateísmo, al espiritismo y a toda la clase de vicios» (Melania y Maximino, La Salette, Francia,1846).
La
Jerarquía de la Iglesia se dedica al comunismo y al protestantismo; los
gobernantes del mundo se dedican a abolir toda ley divina, natural y
moral. Y estas dos cosas abren la puerta a la guerra mundial, a la
matanza de hombres, a quitar de en medio a gente que sólo vive para
darse culto a sí misma. El demonio en la Iglesia y en el mundo: son
claras sus manifestaciones. Pero son pocos los que las ven, los que las
disciernen, lo que llaman a cada cosa por su nombre. Ya los hombres no
ven su pecado, no llaman al pecado con el nombre de pecado. Sólo ven
males y lloran por sus males. Pero no ven sus negros pecados en sus
almas y no pone el camino para quitar esa maldad que vive en ellos sólo
porque ellos lo quieren.
«Los
males son muchos y estos males tiene una sola raíz, el pecado: pecado
de soberbia, de orgullo, de prepotencia, de rebeldía, de desobediencia a
Dios y su Santa Ley. Los hombres han construido un mundo pagano, cuyo
dios ha conquistado una gran parte de la humanidad: él los dirige y
gobierna, los seduce y los enloquece. La seducción del mal ha extraviado
a muchos corazones. Sin embargo, el peor de todos los males está en
creer que todo está bien, y en ignorar la acción de Satanás en el mundo.
“Satanás no existe”, dicen muchos seudosabios que han caído en sus
redes. “Satanás es una forma de designar el mal, pero nada más”. ¡Pobres
hombres! ¿Quién los salvará de la ira inminente? ¿Quién les tenderá la
mano para salvarlos, cuando ellos han hundido tantas manos en el
abismo?» (Consuelo, Barcelona, España, 1987)
Una
Iglesia y un mundo sin Dios para una guerra mundial. ¿Quién nos salvara
de ese castigo inminente, de la ira divina, que coge la maldad del
demonio, su guerra mundial, para poner un camino al hombre? En la guerra
mundial se verá la acción salvadora de Dios sobre toda la humanidad.
Una humanidad que no ve su pecado. Y ¿qué tiene que hacer Dios para que
lo vea?
Los hombres de la Iglesia dicen que todo va bien. Mientras un idiota, como Francisco, está escribiendo su suma ecológica para hacer comprender a los hombres que no deben tirar bombas en los lugares sagrados para no dañar la creación, para respetar las piedras viejas que pertenecen a los judíos, los hombres se dedican a matar niños. Y así aman la creación: quitando de en medio lo que molesta a todos. Hay que amar la creación, pero no hay que amar a los niños. Hay que amar la patria, pero no hay que amar a los niños.
Los hombres de la Iglesia dicen que todo va bien. Mientras un idiota, como Francisco, está escribiendo su suma ecológica para hacer comprender a los hombres que no deben tirar bombas en los lugares sagrados para no dañar la creación, para respetar las piedras viejas que pertenecen a los judíos, los hombres se dedican a matar niños. Y así aman la creación: quitando de en medio lo que molesta a todos. Hay que amar la creación, pero no hay que amar a los niños. Hay que amar la patria, pero no hay que amar a los niños.
¿Ha
levantado Francisco su voz para que el hombre comprenda su pecado? No.
Sólo ha puesto su sentimentalismo perdido. Sólo ha abierto su boca para
llorar por sus pobres. Sólo habla de la paz como un lenguaje a
conquistar. Y así habla de la guerra como otro lenguaje que los hombres
dicen para hacer la guerra. ¡Menudo bastardo es el que se sienta en la
Silla de Pedro! Está obligado a renunciar al gobierno porque se ve su
maldad: no tienes ascendencia ni con el pueblo de Israel, ni con el
pueblo musulmán. Si hubieras hablado con autoridad, entonces no se
habría dado la guerra. Pero te has juntado con tus amigotes del judaísmo
y del islam para tu publicidad. Y has encontrado un obstáculo: nadie ha
hecho caso a tu oración por la paz. Todos han tomado eso como un juego
político. Y se han servido de la estupidez de un gobernante en la
Iglesia, que le gusta bailar con todo el mundo y entretenerlos con sus
fábulas día y noche. Y, por eso, hay soldados que matan niños. Te lo
mereces, Francisco. Es tu obra en la falsa Iglesia católica que has
formado en Roma. Renuncia a tu iniquidad, a tu gobierno de herejía.
Porque si no lo haces ahora, te van a obligar a hacerlo. Te van a
aplastar el orgullo que tienes y que muestras en esa iglesia del
demonio.