La amenaza Bergoglio - Cesar Uribarri
Desde
el inicio de su pontificado el papa Francisco ha buscado un giro copernicano no
sólo en la vida de la Iglesia, sino en la vivencia de la fe. Desde un
subjetivismo camuflado en misericordia, Bergoglio ha izado a lo más alto de la
Iglesia un equipo de leales que tienen en común la capacidad de destrucción
subrepticia de la doctrina.
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Francisco no se ha servido nunca de declaraciones
directas sino de construcciones lingüísticas en las que late una continua
invitación a abandonar los rigorismos dogmáticos para abrirse a la realidad
moderna, pero todo en una clave moralista en la que se apela a la subjetividad
del oyente. Motivo por el cual ni se perciben enfrentadas las verdades
doctrinales ni se apela a ellas para establecer un suelo desde el que juzgar el
mensaje. Tal moralismo en el lenguaje, acompañado de gestos existenciales en el
mismo Papa, son el campo abonado para la siembra del giro copernicano que se
pretende. Y en esa estrategia el Sínodo
Extraordinario de octubre de 2014 se quiso como la primera y fundamental piedra
en esa demolición, pero no está tan claro que lo hayan conseguido.
La primera pregunta es si hay o no una
batalla en el seno de la Iglesia. Y de haberla en qué
términos y de qué alcance. A esto la respuesta es sí. Sí hay una batalla
crudelísima entre los que tratan de adaptar el Evangelio a la realidad de un
mundo que ha apostatado y los que pretenden salvar el núcleo del dogma. El
sínodo está siendo clara evidencia de su alcance. Pero los sucesos que llevan ocurriendo más de un año obligan a una
segunda pregunta: cuál es el papel del Papa en esta batalla. Y atreverse a
responder exige dejar de lado toda construcción mental previa para ceñirse a
los hechos. Y los hechos son tozudos: es el papa Francisco quien está
impulsando estos cambios. Y cambios que se acercan peligrosamente no sólo a un
cisma, tal es la fricción que está causando en esas dos posturas enfrentadas,
sino a la validación de la herejía. La comunión a los divorciados vueltos a
casar no sólo puede ser una espita que haga saltar toda la antropología y moral
cristiana sino que es la terrible puerta a la negación de las enseñanzas de
Cristo.
Pero el Papa, el
mismo que ha hecho gala de una dureza total contra los elementos que considera
enemigos de sus planteamientos (como es el caso de los franciscanos y
franciscanas de la Inmaculada o de Mons. Livieres) parece querer jugar al doloso juego de que sea la voz universal de la
Iglesia la que “demande” los cambios aperturistas, para que él sea,
solamente, el obligado instrumento que deba dar el placet-de-hecho al recorrido pastoral que, vox populi vox Dei,
dinamite el dogma de la Iglesia. Esta
estrategia de nuevo ha sido reconocida por el Cardenal Kasper cuando afirma
que “es claro lo que (el Papa) quiere y eso es evidente. El quiere una parte
importante del episcopado con él y lo necesita. Él no puede hacerlo en contra
de la mayoría del episcopado”.
Los motivos del
porqué Bergoglio no quiere imponer su autoridad directamente, dando la cara, en
este tema solo parece encontrar una explicación plausible: llevar la contraria
a Cristo es más fácil cuando la mayoría del cuerpo episcopal te apoya.
Psicológicamente no se está solo ante tal paso y si muchos hablan siempre habrá
quien vea la voz de Dios en el barullo.
Este mecanismo
defensivo y perverso, para ser evitado,
exigiría obligar al Papa a que se pronuncie directa y expresamente sobre
todos estos temas puestos en la mesa de la discusión pública. Ya el cardenal
Burke ha reclamado recientemente al Santo Padre que salga de ese silencio
omisivo. “El papa no tiene faringitis y debe hablar”. Pero en vano. Al
contrario, diversas personalidades de la Iglesia –impulsoras, o
condescendientes, de esas medidas aperturistas- trasladan la perfecta sintonía
del Papa con ellos y, por ende, con esas posturas aperturistas. “Es el Papa
quien lo quiere” dirá el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, “y
nosotros estamos con él”.
Por ello el Sínodo era la estación más importante
en la red que lleva al giro perverso de la Iglesia, porque de él debía emanar un documento de trabajo que recogiera todas las
“bondades” del cambio pastoral, de la apertura, de la tolerancia. Porque no
debía ser el Papa quien comprometiera su oficio, sino que la totalidad de los
padres sinodales, en ese abstracto y doloso sustantivo de totalidad que no se
sabe cuántos la componen, habría de marcar las directrices educativas con las
que habrían de trabajar los obispos, pastores, catequistas y medios de
comunicación, para vender a las
abandonadas almas de los ingenuos fieles que ya existe un “a partir de ahora”,
un nuevo paradigma de cristiandad no sometida a la moral exógena y falaz de
unos fariseos rigoristas que se empeñan en poner pesados fardos.
Y si bien el discurrir
del Sínodo está siendo más contestatario de lo que se quería, el largo brazo
del Papa aún sigue maniobrando para que no todo se pierda en su estrategia de
confusión y pueda ver la luz un documento aperturista y favorecedor de las
nuevas andaduras pastorales.
Sin embargo ya es notorio que la primavera pretendida se ha convertido en una Primavera de Praga. Los tanques
puede que pasen, pero en la retina quedará la imagen de algunos valientes
defendiendo la Verdad.
¿Qué hará el Papa ante esa contestación?
El tiempo juega a favor del Santo Padre. Acabado el Sínodo, cada cual irá a su
lado, y dispersado el enemigo caerá su fuerza. Desde la Santa Sede bastará con
elevar la voz unida de aquellos que estén con él, con sus reformas aperturistas
a fin de que durante este año próximo la labor educativa de esa catequesis
perversa pueda concluir en un verdadero documento programático de apertura,
pero no por decisión del papa reinante, sino por concesión a las conferencias
episcopales a las que habrá de dotarse de potestades doctrinales para decidir
el alcance de la apertura. Y esto, nuevamente, nos situaría ante un Cisma de
hecho al crearse tantas Iglesias como conferencias episcopales decidieran.
Lo terrible de
todo esto es que la situación actual nos
está obligando a estar vigilantes, tal es la cercanía de los pasos papales al
borde del abismo de lo herético, porque de dar tal paso, nuevamente no sólo
rompería un hito en la Iglesia bimilenaria sino que abriría la espita a todo lo
peor. Por ello, en mi modesta opinión, lo correcto no es esconder el ruido de
sables en aras de una falsa piedad y amor a la Iglesia, sino poner el foco en
tal escándalo no vaya a ser que al verse el santo Padre continuamente iluminado
no haga por vergüenza lo que haría por agrado.
x cesar uribarri
Visto en: EL Blog de Cesar
Uribarri
Agradecemos a Maite
C por enviarnos el artículo
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista


