Publicado por Revista Cabildo Nº 109
Meses Septiembre Octubre 2014
CULTURALES
Carlos LLAMBÍAS
Ser del Campo
Carlos LLAMBÍAS
Ser del Campo
"...como quien va arreando una tropilla..."
SER del campo, en la ciudad (es medio parecido a ser casi un extranjero. Por eso quiero contar mi historia, ya demasiado larga porque pasé los 80. Nos conocen mal y nos entienden menos. Debemos ser uno de los pocos países agropecuarios del mundo, donde no se valora al campo.
Pero antes de empezar, como quien va arreando una tropilla de yeguarizos, con la yegua madrina al frente, con el cencerro al cogote, voy a recordarle a los más jóvenes, someramente, algo de bibliografía básica sobre el tema campo. Adelante va "Martín Fierro" de José Hernández, seguido de cerca por "Don Segundo Sombra" de Ricardo Güiraldes, "El hombre olvidado" de Falcioni, "El último perro" del Coronel Casa (Guillermo House), "Una excursión a los indios Ranqueles", de Mansilla y no por último de menor valor, la larga serie de Martínez Zuviría (Hugo Wast), encabezada sin lugar a dudas por el espléndido "Desierto de Piedra" y toda la serie escrita por este gran autor sobre temas que hacen al campo de antes. También existe una numerosa bibliografía sobre el campo actual, nacional y extranjera. Pero es otra historia, para otra ocasión.
En el campo es donde he pasado tres cuartas partes de mi vida con mi familia. Desde ya una cosa era el campo de la época de Hernandarias, de Juan Manuel de Rozas, de Roca (a pesar de sus masones), de la inmigración, y el campo actual. O también: una fue la época de la evangelización española, con su gloriosa quijotada de traer a Cristo, la cultura y civilización cristiana, a estas tierras ingratas y bárbaras. Y otra este hoy de tierras chatas y tristes, con un catolicismo indiferente y con mucha ignorancia.
Pasaron muchas cosas. Consegüimos echarlos a los ingleses, a que de una manera o de otra, siempre están ahí. Más tarde vinieron los afrancesados, pero de la Francia de 1789, los Rivadavia y otras malas yerbas. El único paréntesis comparable, de treinta años, fue de la época de Rozas, un rey corona de noble linaje. Desde su caída, prácticamente todo el tiempo, estas tierras australes fue gobernadas por cipayos. Algunos mejores que otros, es cierto. Pero a pesar de todo, que es mucho, han conservado en el campo, todavía, algunos de los restos del antiguo señorío. Es comparable a antiguos cimientos de una civilización en vías de extinción.
Hoy, por donde uno anda, se que, engañándose a sí mismos ; pueblo con el cuento del progreso indefinido, todo se ha bastardea Con el país en venta prosperan hijos de Abraham, con la complicidad de prelados, militares y abogados. El país padece la dictadura progresista-comunista de la democracia, que de a poco se va convirtiendo en una especie de religión.
Por eso, al campo y a sus vestigios de nobleza criolla que antes mencionábamos, se le tiene envidía, rencor, desdén. El Estado le ha quitado la renta, obligando a muchos pequeños y medianos proctores a abandonar sus establecimientos, que terminan siendo ocupados por intrusos o son alquilados por grandes grupos concentrados.
Que el Estado tenga una participación del 73,9% en la renta a cola es algo monstruoso. Esa es la cifra que dan las retenciones a exportaciones de todas las producienes, sumadas a los impuestos inmobiliarios provinciales, tasas municipales (es conveniente que se sepa que contablemente los productores con respecto a las retenciones, carecemos de instrumentos contables para demostrar este robo, porque el Estado no nos brinda la documentación probatoria), impuestos nacionales a las ganancias, impuesto provincial a los ingresos brutos, son los rubros más importantes que integran este verdadero robo al productor por parte del Estado.
Aducen los peritos falderos de la presidenta, que este sistema abarata la mesa de los argentinos, lo cual es una mentira más y bastante pegajosa. Aparte de ser absolutamente injusto, ¿será el propósito verdadero destruir al campo y con él a la familia rural? Entonces más pronto que tarde, el campo se transformará en un desierto, porque ya nadie quiere soportar las inclemencias del tiempo, el sacrificio de las madrugadas, hiele o no hiele, llueva o no llueva, el barro de los corrales de los tambos o las monótonas horas arriba del tractor. Y encima sin plata. Y todavía con lo que le queda tiene que comprar comida, repuestos, sueldos, y colegio. Ni hablar de semillas y reparaciones y medicina.
Hubo un año, el 2008, en el cual, por primera vez, campo y ciudad se unieron para luchar contra las injustas retenciones y la pésima política socioeconómica del gobierno. El país entero se conmovió y parecía que la nación volvía a ser argentina. Pero no, nuestro individualismo lo dejó a Dios de lado.
Creo que está más claro que echarle agua. Pero algo de aquello que sucedió entonces prueba que, a pesar de las amenazas de todo tipo y de la compra de jueces, fuerzas de seguridad, etc., esta tierra cuna de gauchos, tiene fuerzas indómitas, que si bien no se sabe cómo ni de dónde salen, nos alimentan la esperanza. Esperanza que crece al ver, por ejemplo, en esos hombres de campo, el escapulario al cuello y una estampita de la Virgen de Lujan en el recado. O en el tractor o en la camioneta.
Con urgencia cada familia católica debe convertirse en una pequeña fortaleza de Fe, educando cristianamente a los hijos, trabajando sin pausa y rezando para prepararse para el "buen combate". Porque pelear, vamos a pelear, no le tenemos miedo a los que dicen "ahora vamos por todos ".
Ser del campo, señores, es amar por sobre todas las cosas a la Santísima Trinidad, hoy medio olvidada en las homilías, a la Santísima Virgen María y a la Santa Madre Iglesia, a su terruño y ni qué decir, a la Patria... Es amar y respetar a su mujer y su familia. Es en definitiva, contar con sangre criolla en las venas. Ser un argentino cabal. •