A 70 años del triunfo electoral del dictador Perón. Por Nicolás Márquez
El peronismo, desde el punto de
vista partidario, nació siendo un aparato muy heterogéneo e impreciso
(defecto del que nunca logró despojarse) y en noviembre de 1945 eran
distintos los segmentos que podían identificarse en la estructura de
apoyo político, los cuales -para simplificar- los dividiremos en tres
sectores.
Por un lado, el candidato Juan Perón
(representante del oficialismo encarnado en la dictadura militar del
GOU) contaba con el respaldo de un núcleo reducido pero duro, que era la
Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), sector violento y extremo que
tras algunas cavilaciones se sumó de lleno a militar en el peronismo:
“entre noviembre de 1945 y febrero del siguiente la actividad de
difusión y de acción directa la tuvo (a la Alianza Libertadora
Nacionalista) en un permanente estado de movilización, quizás
proporcionalmente mayor al que podían exhibir los partidos y sectores
que proclamaban a Perón”[1] refiere Hernán Capizzano, historiador apologista de la ALN.
En segundo lugar, identificamos entre
las apoyaturas a Perón a un segmento de adherentes inorgánicos o
dispersos tales como lo fueron algunos ex radicales que se habían
agrupado bajo la sigla UCRJR (Unión Cívica Radical Junta Renovadora) así
como un puñado de conservadores y nacionalistas desmarcados que se
sumaron tras la candidatura oficialista.
Por último y en tercer término, cabe
decir que de todos los apoyos que Perón cosechó, por lejos el mejor
organizado fue el flamante Partido Laborista, liderado justamente por
Luis Gay y el legendario Cipriano Reyes. El ferroviario Luis Monzalve
recuerda al respecto: “En sólo siete días de trabajo, desde el 17 al 23
de octubre, habíamos constituido el Partido Laborista y el día 27 ya
teníamos 85 centros laboristas constituidos en el interior del país”[2].
Ciertamente, este último sector fue el que verdaderamente le dio a
Perón la estructura territorial necesaria para la disputa electoral en
ciernes
A la oposición no sólo no le era ajena
la popularidad de Perón sino que miraba ese consenso con suma
preocupación. Temerosa ésta ante el peligro de un inminente triunfo del
coronel carismático, todo el espacio disidente se amalgamó en una
surtida alianza encabezada por los radicales y secundada por
socialistas, Demócrata Progresistas y hasta comunistas. El polifacético
armado se llamó “Unión Democrática” (UD) y la fórmula presidencial la
encabezaron dos respetables pero parcos referentes de la UCR, que nunca
despertaron mayores entusiasmos populares: José Tamborini y Enrique
Mosca.
Cabe señalar que los conservadores
(representados por el Partido Demócrata Nacional) quedaron muy
desdibujados en esta lucha electoral, puesto que si bien al grueso de
ellos los animaba un profundo sentimiento antiperonista, el partido no
integró la llamada Unión Democrática, dado que mantenían un gran encono
para con los radicales[3]
a quienes responsabilizaban de la situación imperante, puesto que al
fin y al cabo fueron quienes habían apoyado el golpe del GOU en junio de
1943 (frustrando así la citada candidatura conservadora de Robustiano
Patrón Costas) y por ende, allanaron el camino para que se gestara la
dictadura militar de la cual naciera la temida candidatura de Perón que
ahora los mismísimos radicales con desesperación pretendían enfrentar
encabezando una forzada coalición en su contra.
Otro asunto que generaba escozor en los
conservadores, era que la Unión Democrática estaba integrada por el
Partido Comunista, con quienes absolutamente nada los identificaba
ideológicamente. Vale reconocer en los conservadores su respetable afán
por mantener la integridad de sus postulados, pero ello trajo aparejado
también una notable ingenuidad política y una carencia de realismo que
los terminó destruyendo electoralmente. Luego, éstos últimos no
presentaron candidato presidencial en 1946 y tan sólo ofrecieron cargos
legislativos y candidaturas provinciales en sus listas, dando libertad a
sus votantes en cuanto a la elección del Poder Ejecutivo Nacional.
Finalmente, los conservadores, buenos para gobernar, una vez que
perdieron el poder nunca más supieron ni aprendieron a manejarse con
astucia desde la militancia opositora.
El lema de campaña de la Unión
Democrática no fue muy concreto y su propuesta no hacía otra cosa que
intentar trasladar la fractura de la Segunda Guerra Mundial al plano
doméstico: “Por la libertad, contra el nazismo” rezaba su slogan
propagandístico, dicotomía que sólo interesaba en los círculos avanzados
de la sociedad, pero que le era indiferente al grueso de una población
que por entonces estaba gozando de los beneficios que Perón había
concedido desde la Secretaría de Trabajo de la dictadura.
Las elecciones no le fueron ajenas a la
Iglesia, que sin tomar partido de manera expresa no podía soslayar que
el oficialismo le había otorgado la enseñanza Católica en las escuelas
públicas. En probable gesto devolutorio, los Obispos emitieron una carta
Pastoral recordando que ningún católico podía votar a favor de
candidatos que abogaran por la separación de la Iglesia y el Estado y
mucho menos por alianzas integradas por el Partido Comunista. Esta
exhortación fue tomada como un guiño inequívoco de la Iglesia hacia el
continuismo político. Al mismo tiempo, algunas de las argucias que Perón
esgrimió para congraciarse con los ambientes Católicos consistieron en
resaltar constantemente su condición de tal durante toda la campaña,
prometer continuar con la enseñanza religiosa y días antes de los
comicios hizo una promocionada exhibición visitando la Basílica de la
Virgen de Luján. Era evidente que Perón hacía méritos para venderse como
un candidato católico y el 15 de diciembre de 1945 desde los balcones
de la sede del partido laborista declaró: “Nuestra política ha salido en
gran parte de las Encíclicas papales y nuestra doctrina es la doctrina
social cristiana”[4].
Sin embargo, a pesar de esta ufanía, los conocimientos de Perón sobre
religión eran muy pobres. El jesuita Hernán Benítez (que lo conocía
desde 1943 y además fue el confesor de Eva) decía que sobre asuntos
religiosos aquel “sabía tanto como cualquier militar y hasta le diría
que menos” en tanto que Bonifacio del Carril (emblemático Canciller
durante el gobierno del GOU) señaló que “El catolicismo de Perón fue
siempre superficial, el catolicismo de un chofer de taxi que ubica en su
coche la imagen de la Virgen de Luján”[5].
Para contrarrestar la fama movilizadora
de masas que estaba adquiriendo Perón, la Unión Democrática efectuó una
demostración de fuerza en la Plaza del Congreso el 8 de diciembre. La
convocatoria fue muy nutrida pero elementos de la Alianza Libertadora
Nacionalista irrumpieron violentamente en el acto, generando un
intercambio de disparos que derivó en cuatro muertos (dos radicales, un
comunista y un socialista). Como vemos, el clima político durante la
parte final de la dictadura era de furia y violencia explícita.
Días después del fatídico acto de la UD,
el 10 de diciembre el oficialismo realizó una movilización con una
concurrencia de 200 mil personas. Fue allí donde Perón inauguró la
palabra “descamisado” al quitarse la chaqueta y arremangarse la camisa,
procurando mimetizarse o congraciarse con la estética desaliñada de
muchos de sus feligreses.
La lucha electoral era bastante desleal.
Perón contaba con todos los resortes del Estado a su favor y la
dictadura despidió el año 1945 con un oportuno decreto de aumento
salarial, vacaciones y aguinaldos para los trabajadores, con el fin de
inclinar la preferencia popular en favor del candidato del régimen. A
todo esto debe sumarse los generosos aportes dinerarios brindados a
Perón por el representante de los capitales alemanes en la Argentina, el
agente nacionalsocialista Ludwig Freude. En sentido contrario, la
campaña electoral de la Unión Democrática fue financiada por la Sociedad
Rural, la Unión Industrial y la Bolsa de Comercio, lo cual constituía
indudablemente un buen respaldo, pero totalmente insuficiente si lo
comparamos con el apoyo directo que representaba la estructura estatal
que además contaba con un activo aparato de censura y represión.
La Unión Democrática efectuó una
trajinada gira nacional viajando por todo el país en tren, en un
contexto de violencia permanente signado por balas, cascotes y atentados
varios que los candidatos opositores y sus delegaciones debían soportar
de parte de las bandas oficialistas. La gira se bautizó como el “Tren
de la Victoria”. Perón hizo lo propio en un tren llamado “La
Descamisada”, el cual él mismo ordenaba detener un kilómetro antes de
llegar a cada estación, en precaución ante posibles atentados, que
tampoco le eran ajenos a los candidatos del gobierno.
Fiel a su estilo, Perón paraba en cada
Provincia ajustando su discurso conforme lo que cada interlocutor quería
escuchar. En La Rioja habló del “desarrollo de la agricultura mediante
obras de riego” aclarando que “la tierra será entregada a quienes les
corresponde, los que la trabajan”. En su visita a Catamarca agregó “ya
hemos trazado nuestros planes para la reforma agraria” y en Jujuy
prometió “expropiar los latifundios de los Patrón Costa”[6].
Pero una vez pasada y ganada la elección, Perón se olvidó de los
“latifundios oligárquicos” y el mismo día que asumió la presidencia
nombró como Ministro de Agricultura a Juan Carlos Picazo Elordy,
connotado miembro de la Sociedad Rural Argentina.
En pleno verano y ya en la recta final
de la puja electoral, en ocasión de la llegada a la estación de Once del
tren en que viajaba la delegación de la Unión Democrática se originó un
ataque por parte de fuerzas de choque del oficialismo, ocasionándose un
dramático tiroteo en el que hubo que lamentar 9 heridos y 3 muertos[7].
La tensión no cesaba y en los ambientes
opositores se empezó a difundir el llamado “Libro Azul”, texto impulsado
por la Embajada estadounidense que pretendía con fundamentos bastante
inconsistentes probar los lazos de Perón con el nacionalsocialismo
alemán. Esta maniobra fue usada por el propio Perón (cuyo entorno
respondió la acusación publicando un libro titulado “Azul y Blanco”)
quien con estas recriminaciones siempre estaba en el centro de la
escena. Además, él tenía la habilidad de capitalizar los ataques que le
endilgaban sus enemigos en su beneficio electoral. Tanto fue así que en
febrero de 1946 Perón irónicamente declaró: “le agradezco a Braden los
votos que me ha cedido. Si obtengo los dos tercios del electorado, debo
un tercio a la propaganda de Braden”[8].
Algo de razón tenía el candidato oficialista, puesto que bajo el
insistente lema “Braden o Perón”, no perdía ocasión de acusar a sus
enemigos de ser títeres del capitalismo trasnacional enfervorizando el
sentimiento nacionalista de sus adictos: “Sepan quienes voten el 24 por
la fórmula del contubernio oligárquico-comunista, que con ese acto
entregan, sencillamente, su voto al señor Braden. La disyuntiva, en esta
hora trascendental, es ésta: o Braden o Perón”[9]
espetó el 12 de febrero en una de sus últimos actos de campaña. Ese
mismo día pero en la intersección de la avenida de Mayo y 9 de Julio, la
UD culminó también su campaña electoral en un multitudinario acto
paralelo. Llamativamente, en ninguno de los dos cierres hubo que
lamentar víctimas.
En cuanto a los diarios, cubrían los
alcances de la campaña y por lejos la publicación más comprometida
ideológicamente en sus editoriales fue La Prensa, visceralmente
antiperonista que cubrió el recibimiento de Perón a la estación de
trenes de Retiro el 20 de febrero (tras llegar de su última gira)
describiendo a sus seguidores con el siguiente tono: “hicieron funcionar
los ventiladores y, para estar más cómodos, muchos se sacaron los sacos
y aun los pantalones. Varios llegaron al extremo de quitarse toda la
ropa e imitar bailes populares de origen exótico. Todos estos actos
fueron recibidos con aplausos. En los pequeños intervalos que se
producían, otros se dedicaban a pronunciar discursos, cuyos conceptos no
es posible transcribir”[10].
Voto a Voto
El domingo 24 de febrero fue una jornada
de humedad, calor y chaparrones en donde la ciudadanía acudió al fin a
votar por los candidatos en pugna. Ese día el diario La Prensa
describió: “Las elecciones generales de hoy, demoradas injustamente por
más de dos años, constituirán la batalla desigual entre los que tuvieron
a más de otras ventajas, el monopolio de la palabra real o escrita
durante 32 meses, contra los que estuvieron amordazados hasta hace muy
poco tiempo”[11], algo que era cierto porque la censura impuesta durante este lapso de tres años fue sinceramente gravitante.
El recuento fue muy lento (recién en
abril se conocieron los resultados definitivos) pero la diferencia a
favor del candidato de la dictadura fue contundente: 52% para Perón y
42,5% para Tamborini (el resto se lo repartieron fuerzas menores de
caudal insignificante). La Unión Democrática sólo ganó en las Provincias
de Córdoba, Corrientes, San Juan y San Luis. Trescientos mil votos de
ventaja constituyeron la diferencia que el oficialismo sacó por encima
de la UD. A los conservadores (que no presentaron candidato
presidencial) les fue muy mal: lograron reunir 200.000 votos
legislativos en todo el país: apenas el 7,5% del electorado.
Dos días después de la contienda, el 26
de febrero de 1946, relajado y reposando en su quinta en San Vicente
tras el intensísimo trajín de la campaña, el todavía coronel Perón le
escribió una carta al caudillo uruguayo Luis Alberto Herrera, en la cual
anotó: “Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los
Estados Unidos de Sud América (…) Nuestro proyecto hubo de ser realizado
por el fascismo y el nazismo. De triunfar, Europa hoy no estaría
hambrienta e imposibilitada de rehacer su economía. Evitaremos sus
errores. No perseguiremos a ninguna religión. No tendremos rigores
crueles comprensibles allá en el calor de la lucha. Buena es la fuerza
para liquidar a la oposición, pero malo es abusar de ella”[12]. ¿Acaso un vaticinio de lo que él pretendía que fuera su futuro gobierno?.