Católicos y nacionalistas en el fin de los tiempos - Augusto TorchSon
Somos nacionalistas
católicos ya que adherimos a una doctrina política basada especialmente en la
filosofía tomista. El patriotismo es un elemento esencial en el nacionalismo y
consiste en el amor a la patria, más éste se enfoca solamente en el sentimiento.
El nacionalismo yendo más allá y coincidiendo con la Doctrina Social de la Iglesia,
busca la promoción del bien común; el derecho natural por el cual se opone por
ejemplo al matrimonio homosexual, aborto, o perversión infantil promovidas por la ONU; y defiende la propiedad privada
entre otras consignas. Así decimos Dios, Patria y Hogar.
También defiende
y promueve las entidades intermedias como el medio adecuado para
equilibrar las
relaciones entre los gobiernos y los gobernados, agrupando así a
personas con intereses
comunes (familias, sindicatos, asociaciones profesionales, etc) que cómo
órganos
naturales nada tienen que ver con los partidos políticos que representan
ideologías antes que intereses comunes. Estas entidades intermedias son
hoy uno de los ámbitos más adecuados para la militancia. Así las
partidocracias a la que hoy se
llaman democracias representan antes que los intereses del pueblo, el de
los
políticos, los cuales legítimamente (e inmoralmente) pueden desconocer
sus
promesas electorales y ajustarse a los mandatos partidarios que siempre
terminan adecuándose a los requerimientos foráneos de la sinarquía
internacional.
Señalamos anteriormente como el Padre Castellani sostenía
que uno de los principales errores del nacionalismo es “poner los ojos
en el Poder a corto plazo en vez de ponerlos en la Verdad a largo alcance”.
Si pretendemos embarcarnos en esa noble empresa, no deberíamos escribir
para
tratar de demostrar erudición o para llegar a un grupo selecto de
personas,
sino más bien, de instruir a mucha gente que todavía vive en las
tinieblas de
la desinformación y el envenenamiento moral y espiritual al que los
someten no sólo los medios de comunicación sino hasta las escuelas y
universidades. Y con eso también cumplimos con
la exhortación paulina de evangelizar a tiempo y a destiempo. Se está
atacando
mucho al nacionalismo y esto no solo desde sectores liberales,
conservadores e
izquierdistas, sino también de grupos que se dicen tradicionalistas pero
al
demostrar desdén por ésta corriente política, están mostrando también,
desprecio
por el amor a la patria y sus tradiciones, y esto implica atacar uno de
las características esenciales de nuestra identidad histórica: nuestra
hispanidad;
condición que tiene como rasgos determinantes el compartir el idioma y
el
credo, sin hacer distinciones raciales. A esto agregamos las
particularidades históricas,
culturales y hasta psicológicas que surgen hasta de la misma geografía
de
nuestros países, y que hacen a nuestro ser nacional.
Cuando se nos ataca, se aduce que adherimos a los errores
en los que incurrieron algunos movimientos nacionalistas como por ejemplo el de
la estatolatría; sin embargo, a diferencia de ellos, ponemos por sobre
cualquier afinidad política nuestra fe; y de esa manera, la cuestión política,
actividad insoslayable en el hombre, queda subordinada a la acción
evangelizadora, que dicho sea de paso, se ve fortalecida al sumarle el amor y
defensa de nuestras patrias, tal como surge del 4° Mandamiento de decálogo
Divino, constituyéndose de esa manera el servicio a la patria en deber de
gratitud y del orden de la caridad como lo señala Catecismo (2293), y de esa
manera esta actividad tiene una finalidad trascendente que es la de ayudar a
nuestros connacionales a alcanzar la vida eterna, generando el ámbito adecuado para ello.
Pero en honor a la verdad, no podemos y no debemos
desconocer sino más bien reconocer los méritos de los movimientos nacionalistas
que, aunque incurriendo en algunos errores filosóficos y hasta en la praxis; ofrendaron
sus vidas por la defensa de sus naciones. Dicha lucha se dio y se da contra el
internacionalismo judaico compuesto por los falsos opuestos, capitalismo y comunismo,
planteados dialécticamente para distraer la atención sobre la realidad
materialista y atea de ambos, y desenmascarando a estos tentáculos
del mismo pulpo plutocrático que pretende hacer del mundo una aldea global
amorfa. Nuevo orden mundial que se pretende “multicultural”, sin tradiciones,
sin identidad cultural, en nombre de una supuesta fraternidad universal; se
pretende sin diferencias entre los hombres (no en dignidad sino en naturaleza) en
un igualitarismo democrático sin asidero, para quitar en los hombres las
aspiraciones de superación, de nobleza y hasta de grandeza, en nombre de la
igualdad masónica; pero por sobre todas las cosas, se pretende permisivo
llevando a la humanidad a toda clase de excesos y perversiones en nombre de la
libertad. Y así cumplidas las premisas masónicas, “Liberté, égalité, fraternité”, se aduce que estos movimientos
nacionalistas promueven la intolerancia y la discriminación sin precisar a qué
se refieren esos términos que para adecuarse a su más íntimos significados
requieren precisión. Somos y debemos ser intolerantes con el error, lo mismo
podemos decir con respecto a la discriminación ya que es imprescindible
distinguir y excluir lo malo en beneficio de lo bueno. Y por eso hoy en el caos
más absoluto, cuando nuestra imagen sobre Sodoma y Gomorra puede resultar nimia
en comparación con nuestras sociedades actuales; resulta ridículo y hasta
contradictorio quejarnos de lo que vivimos, denostando a esos movimientos nacionalistas
que promueven y promovieron todos los
valores que hoy consideramos vulnerados;
es decir, el de la familia tradicional, el trabajo como generador de riqueza, el amor a la patria, el
honor, la lealtad y hasta la santidad; y en definitiva el orden
que es
indispensable para poder aspirar al bien común. Y por eso hoy, cuando se
pretende verle “el lado bueno” a ateos, promiscuos, adúlteros, sodomitas
y toda
clase de réprobos (mientras no se arrepientan adecuadamente de su
maldad); se acusa de fundamentalistas y fanáticos agresivos a los
nacionalistas que defendieron
siempre el orden natural.
Lo cierto es que tampoco podemos renunciar a nuestra fe o
hacer concesiones con ella a fin de aglutinar o no “excluir” a otros
nacionalistas, ya que los hispanistas por definición somos católicos y al
serlos es indispensable “amar a Dios por
sobre todas las cosas” y consecuentemente seguir sus mandatos, por
lo que
mal haríamos en orden a un resultado cuantitativo, renunciar a una
cuestión fundamental como es nuestra fe católica. También pueril
resultaría pretender
acceder al poder con las herramientas del enemigo, es decir, entrando en
el
sistema partidocrático de las democracias judeomasónicas actuales, con
su
ritual religioso invertido, el sufragio universal. Si bien, es imposible
ganarle a Saurón con su propio anillo usando la metáfora tolkeniana,
suponiendo
que fuera posible hacerlo, la pregunta es: ¿a
qué costo? Recordemos las palabras de Nuestro Señor: “¿De qué le servirá al hombre el ganar el mundo entero, si pierde su
alma?”(Mt. 16, 26).
No podemos ignorar que hoy el mundo se encuentra
absolutamente dominado por una elite de banqueros judíos, que buscan
destruir las patrias, sin embargo manteniendo la homogeneidad de su raza
y promoviendo su supremacía. Herederos de aquellos
que reclamaron la muerte de su Dios con satánicas palabras diciendo: “caiga su sangre sobre nosotros y sobre
nuestros hijos”(Mt. 27,25), son los que lucharon sin descanso por destruir la
cristiandad y hoy con su objetivo casi concluido, paradójicamente atraen su
propia derrota, ya que tenemos la
promesa Divina que cuando todo parezca absolutamente perdido, Cristo Regresaría
con toda Majestad y Gloria y su triunfo sobre el mal será definitivo. Los
signos son claros, muchos y coincidentes.
Éste 0.2% de la población mundial (16 millones de judíos),
manejando los medios, manipulando la historia, y pervirtiendo las costumbres, lograron
hasta judaizar a la jerarquía de la neoiglesia; y los adoradores del becerro de
oro, hoy con el poder de la usura dominan a los gobiernos de todo el planeta.
Pero ¿podemos decir que esto significa que no debemos hacer nada porque nada
conseguiríamos? Al contrario, lejos de ser ésta una visión derrotista, la
nuestra es una visión realista que impone la necesidad de saber contra quién
nos enfrentamos y su poderío. Y la lucha terrena contra estos enemigos de Dios,
además de responder a un imperativo Divino, al ser o parecer imposible la
victoria desde nuestras posibilidades humanas; engrandecen nuestro esfuerzo
para darle un carácter de gloria nunca antes alcanzado en la Historia,
transformando a los santos de los últimos tiempos en los mayores de la humanidad
a los ojos de Nuestro Creador, pero sin embargo, no siendo reconocidos de
ninguna manera a los ojos del mundo. Esto nos lleva a una soledad humana en
la que sólo podemos acudir a Quien realmente importa diciendo con Santa
Teresa “Sólo Dios basta” y con San Pablo “Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece” no confiando ya en nuestras fuerzas o posibilidades, sino en el
dador de las mismas, y en sus designios para nuestra actuación; sabiendo así
que a nosotros solo nos corresponde la lucha y a Dios el resultado.
Podemos estimados hermanos y camaradas decir hoy más que
nunca, que sin claudicar a nuestros principios, la lucha vale la pena; y
así, mi humilde sugerencia es empezar por el principio, y más
que pretender “nacionalizar” el catolicismo, deberíamos empezar por
evangelizar
al nacionalismo.
Augusto
Santa
Juana de Arco, Isabel La Católica y Gabriel García Moreno,
oren
por nosotros.
Nacionalismo Católico San Juan
Bautista