domingo, 14 de febrero de 2016

Católicos y nacionalistas en el fin de los tiempos - Augusto TorchSon


Católicos y nacionalistas en el fin de los tiempos - Augusto TorchSon

 

  Somos nacionalistas católicos ya que adherimos a una doctrina política basada especialmente en la filosofía tomista. El patriotismo es un elemento esencial en el nacionalismo y consiste en el amor a la patria, más éste se enfoca solamente en el sentimiento. El nacionalismo yendo más allá y coincidiendo con la Doctrina Social de la Iglesia, busca la promoción del bien común; el derecho natural por el cual se opone por ejemplo al matrimonio homosexual, aborto, o perversión infantil promovidas por la ONU; y defiende la propiedad privada entre otras consignas. Así decimos Dios, Patria y Hogar

 También defiende y promueve las entidades intermedias como el medio adecuado para equilibrar las relaciones entre los gobiernos y los gobernados, agrupando así a personas con intereses comunes (familias, sindicatos, asociaciones profesionales, etc) que cómo órganos naturales nada tienen que ver con los partidos políticos que representan ideologías antes que intereses comunes. Estas entidades intermedias son hoy uno de los ámbitos más adecuados para la militancia. Así las partidocracias a la que hoy se llaman democracias representan antes que los intereses del pueblo, el de los políticos, los cuales legítimamente (e inmoralmente) pueden desconocer sus promesas electorales y ajustarse a los mandatos partidarios que siempre terminan adecuándose a los requerimientos foráneos de la sinarquía internacional.

  Señalamos anteriormente como el Padre Castellani sostenía que uno de los principales errores del nacionalismo es “poner los ojos en el Poder a corto plazo en vez de ponerlos en la Verdad a largo alcance. Si pretendemos embarcarnos en esa noble empresa, no deberíamos escribir para tratar de demostrar erudición o para llegar a un grupo selecto de personas, sino más bien, de instruir a mucha gente que todavía vive en las tinieblas de la desinformación y el envenenamiento moral y espiritual al que los someten no sólo los medios de comunicación sino hasta las escuelas y  universidades. Y con eso también cumplimos con la exhortación paulina de evangelizar a tiempo y a destiempo. Se está atacando mucho al nacionalismo y esto no solo desde sectores liberales, conservadores e izquierdistas, sino también de grupos que se dicen tradicionalistas pero al demostrar desdén por ésta corriente política, están mostrando también, desprecio por el amor a la patria y sus tradiciones, y esto implica atacar uno de las características esenciales de nuestra identidad histórica: nuestra hispanidad; condición que tiene como rasgos determinantes el compartir el idioma y el credo, sin hacer distinciones raciales. A esto agregamos las particularidades históricas, culturales y hasta psicológicas que surgen hasta de la misma geografía de nuestros países, y que hacen a nuestro ser nacional.

  Cuando se nos ataca, se aduce que adherimos a los errores en los que incurrieron algunos movimientos nacionalistas como por ejemplo el de la estatolatría; sin embargo, a diferencia de ellos, ponemos por sobre cualquier afinidad política nuestra fe; y de esa manera, la cuestión política, actividad insoslayable en el hombre, queda subordinada a la acción evangelizadora, que dicho sea de paso, se ve fortalecida al sumarle el amor y defensa de nuestras patrias, tal como surge del 4° Mandamiento de decálogo Divino, constituyéndose de esa manera el servicio a la patria en deber de gratitud y del orden de la caridad como lo señala Catecismo (2293), y de esa manera esta actividad tiene una finalidad trascendente que es la de ayudar a nuestros connacionales a alcanzar la vida eterna, generando el ámbito adecuado para ello.

  Pero en honor a la verdad, no podemos y no debemos desconocer sino más bien reconocer los méritos de los movimientos nacionalistas que, aunque incurriendo en algunos errores filosóficos y hasta en la praxis; ofrendaron sus vidas por la defensa de sus naciones. Dicha lucha se dio y se da contra el internacionalismo judaico compuesto por los falsos opuestos, capitalismo y comunismo, planteados dialécticamente para distraer la atención sobre la realidad materialista y atea de ambos, y desenmascarando a estos tentáculos del mismo pulpo plutocrático que pretende hacer del mundo una aldea global amorfa. Nuevo orden mundial que se pretende “multicultural”, sin tradiciones, sin identidad cultural, en nombre de una supuesta fraternidad universal; se pretende sin diferencias entre los hombres (no en dignidad sino en naturaleza) en un igualitarismo democrático sin asidero, para quitar en los hombres las aspiraciones de superación, de nobleza y hasta de grandeza, en nombre de la igualdad masónica; pero por sobre todas las cosas, se pretende permisivo llevando a la humanidad a toda clase de excesos y perversiones en nombre de la libertad. Y así cumplidas las premisas masónicas, “Liberté, égalité, fraternité”, se aduce que estos movimientos nacionalistas promueven la intolerancia y la discriminación sin precisar a qué se refieren esos términos que para adecuarse a su más íntimos significados requieren precisión. Somos y debemos ser intolerantes con el error, lo mismo podemos decir con respecto a la discriminación ya que es imprescindible distinguir y excluir lo malo en beneficio de lo bueno. Y por eso hoy en el caos más absoluto, cuando nuestra imagen sobre Sodoma y Gomorra puede resultar nimia en comparación con nuestras sociedades actuales; resulta ridículo y hasta contradictorio quejarnos de lo que vivimos, denostando a esos movimientos nacionalistas que promueven y promovieron  todos los valores que hoy consideramos  vulnerados; es decir, el de la familia tradicional, el trabajo como generador de riqueza, el amor a la patria, el honor, la lealtad y hasta la santidad; y en definitiva el orden que es indispensable para poder aspirar al bien común. Y por eso hoy, cuando se pretende verle “el lado bueno” a ateos, promiscuos, adúlteros, sodomitas y toda clase de réprobos (mientras no se arrepientan adecuadamente de su maldad); se acusa de fundamentalistas y fanáticos agresivos a los nacionalistas que defendieron siempre el orden natural.

  Lo cierto es que tampoco podemos renunciar a nuestra fe o hacer concesiones con ella a fin de aglutinar o no “excluir” a otros nacionalistas, ya que los hispanistas por definición somos católicos y al serlos es indispensable “amar a Dios por sobre todas las cosas” y consecuentemente seguir sus mandatos, por lo que mal haríamos en orden a un resultado cuantitativo, renunciar a una cuestión fundamental como es nuestra fe católica. También pueril resultaría pretender acceder al poder con las herramientas del enemigo, es decir, entrando en el sistema partidocrático de las democracias judeomasónicas actuales, con su ritual religioso invertido, el sufragio universal. Si bien, es imposible ganarle a Saurón con su propio anillo usando la metáfora tolkeniana, suponiendo que fuera posible hacerlo, la pregunta es: ¿a qué costo? Recordemos las palabras de Nuestro Señor: “¿De qué le servirá al hombre el ganar el mundo entero, si pierde su alma?”(Mt. 16, 26).  

  No podemos ignorar que hoy el mundo se encuentra absolutamente dominado por una elite de banqueros judíos, que buscan destruir las patrias, sin embargo manteniendo la homogeneidad de su raza y promoviendo su supremacía. Herederos de aquellos que reclamaron la muerte de su Dios con satánicas palabras diciendo: “caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”(Mt. 27,25), son los que lucharon sin descanso por destruir la cristiandad y hoy con su objetivo casi concluido, paradójicamente atraen su propia derrota,  ya que tenemos la promesa Divina que cuando todo parezca absolutamente perdido, Cristo Regresaría con toda Majestad y Gloria y su triunfo sobre el mal será definitivo. Los signos son claros, muchos y coincidentes.

  Éste 0.2% de la población mundial (16 millones de judíos), manejando los medios, manipulando la historia, y pervirtiendo las costumbres, lograron hasta judaizar a la jerarquía de la neoiglesia; y los adoradores del becerro de oro, hoy con el poder de la usura dominan a los gobiernos de todo el planeta. Pero ¿podemos decir que esto significa que no debemos hacer nada porque nada conseguiríamos? Al contrario, lejos de ser ésta una visión derrotista, la nuestra es una visión realista que impone la necesidad de saber contra quién nos enfrentamos y su poderío. Y la lucha terrena contra estos enemigos de Dios, además de responder a un imperativo Divino, al ser o parecer imposible la victoria desde nuestras posibilidades humanas; engrandecen nuestro esfuerzo para darle un carácter de gloria nunca antes alcanzado en la Historia, transformando a los santos de los últimos tiempos en los mayores de la humanidad a los ojos de Nuestro Creador, pero sin embargo, no siendo reconocidos de ninguna manera a los ojos del mundo. Esto nos lleva a una soledad humana en la que sólo podemos acudir a Quien realmente importa diciendo con Santa Teresa “Sólo Dios basta” y con San Pablo “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” no confiando ya en nuestras fuerzas o posibilidades, sino en el dador de las mismas, y en sus designios para nuestra actuación; sabiendo así que a nosotros solo nos corresponde la lucha y a Dios el resultado.

  Podemos estimados hermanos y camaradas decir hoy más que nunca, que sin claudicar a nuestros principios, la lucha vale la pena; y así, mi humilde sugerencia es empezar por el principio, y más que pretender “nacionalizar” el catolicismo, deberíamos empezar por evangelizar al nacionalismo.

Augusto


Santa Juana de Arco, Isabel La Católica y Gabriel García Moreno,
oren por nosotros.

Nacionalismo Católico San Juan Bautista