La cobardía moral del centrismo bienpensante. Por Nicolás Márquez.
En la Argentina resulta francamente
vergonzoso advertir como un frondoso tropel de centristas
“bienpensantes” (sedicentes liberales, republicanos, “independientes” y
otras etiquetas imprecisas), se rasgan las vestiduras por los medios a
los que tienen acceso o por las redes sociales clamando por la libertad
del showman venezolano Leopoldo López (aquel socialdemócrata que
voluntaria y multimediáticamente se entregó a la justicia chavista que
él mismo paradojalmente dice desconocer y califica como ilegítima) y
nunca, pero nunca jamás, estos acongojados leopoldo-lopistas locales han
osado decir absolutamente nada respecto de los 2000 militares
ilegalmente presos en Argentina, cuya injusta situación conocen y les
consta sobradamente, empero no se animan a lamentarla ni denunciarla por
lisa y llana cobardía moral.
En efecto, es más cool clamar por un
preso de cuño “progre” en un país extranjero que por 2000 “genocidas”
propios que salvaron al país del terrorismo comunista.
Esta hipocresía se torna mucho más
escandalosa, teniendo en cuenta que el presentable progre López se
entregó por sí y ante las autoridades venezolanas, motivo por el cual la
situación en la cual él se encuentra es consecuencia de su solícita
decisión personal, la que además fue motivada por la especulación
política del propio López, quien fantasea con que al momento de
recuperar la libertad que voluntariamente entregó, salga convertido en
un popular y presidenciable líder opositor. En cambio, un “represor” que
combatió victoriosamente recibiendo órdenes castrenses y que ya fue
indultado, amnistiado y amparado por Leyes de Obediencia Debida (además
de por las normativas verticalistas del Código de Justicia Militar) no
merece siquiera compasión verbal: ¿Cómo va a poner en riesgo el
centrista bienpensante su cátedra universitaria con una declaración
inoportuna?. ¿Cómo va a entorpecer su posible nombramiento en el
flamante gobierno?. ¿Acaso se va a insubordinar al catecismo
bienpensante y exponerse a que se le caiga un sponsor de su Ong?.
Y en verdad le asiste toda la razón a
nuestro pluscuanperfecto compatriota: ¿no es acaso mucho más prolijo y
vendible agitar el amable banderín de la libertad de un socialdemócrata
venezolano bueno y pintón que la de cualquier “viejo carcamán” con fama
de insensible y que encima haya incurrido en el defecto grave de vestir
alguna vez el uniforme de la Patria?.
El
autoencarcelado Leopoldo López sobreactuando su coreografía ante las
cámaras, al momento de entregarse voluntariamente a las autoridades
chavistas.
Esos acicalados voceros del civismo
centrista son los mismos que matan y mueren no en defensa de una causa
épica y justísima sino por una fotografía con su máximo referente a
congraciar: el Nobel peruano Mario Vargas Llosa[1],
es decir con el ex castrista que por mero encono personal no tuvo el
menor inconveniente moral en entregar en las últimas elecciones
presidenciales de su país a un militar golpista financiado por Hugo
Chávez y el Foro de Sao Paulo como Ollanta Humala, en vez de empujar a
que el glorioso país que supiera crecer económicamente y acabar con
Sendero Luminoso y el MRTA en tiempo récord, pudiera ahora ser
modernizado institucionalmente con una conducción impecable como hubiese
sido la de una eximia profesional egresada de las mejores universidades
norteamericanas (Columbia y Boston) como Keiko Fujimori[2].
¿Pero acaso Keiko no es la hija del ex “dictador”?. ¡Entonces jamás
habría que votarla!, puesto que, tal como sentenció Vargas con tono
eugenésico, Keiko Fujimori merece ser hereditaria y genéticamente
sancionada por las maldades que la izquierda senderista le achaca al
padre de la malograda candidata[3].
La académica y republicana ejemplar Keiko Fujimori: Mario Vargas y sus fieles la demonizaron con el argumento eugenésico de que ella debía ser castigada por portación de apellido y entonces, apoyaron al golpista financiado por el chavismo Ollanta Humala.
Pero si aunamos en las noticias más
frescas del panorama internacional electoral, el tipo humano que hoy
retratamos y que en su fuero íntimo sí es un centro-derechista pero que
en su fuero externo se encuentra aprisionado por su pusilanimidad, forma
parte de la elegante cofradía correctivista que a la hora de analizar
la política estadounidense se horroriza por el avance electoral del
republicano Donald Trump, aunque estos criticones (que a su vez se dicen
republicanos) nunca se hayan escandalizado por episodios verdaderamente
más graves que el histrionismo de un candidato verborrágico, tal como
lo es el hecho de que el mismo país que supo ser guardián de la libertad
mundial hoy esté gobernado por un socialista como Barak Obama, cultor
del dialoguismo con el terrorismo islámico en Medio Oriente y del
castro-comunismo en la América Española: ¿cómo se van a exponer
gratuitamente a que el establishment comunicacional de izquierda los
tilde de racistas al criticar a un Presidente progresista que encima
reviste origen afro?.
El sonriente Obama con el dictador Raúl Castro. El Presidente estadounidense de deshizo en lisonjas y amabilidades para congraciarse con el genocida cubano.
Vale aclarar (por si hiciera falta), que
Obama no llegó sólo a la presidencia estadounidense sino con el voto
masivo de la idiosincracia multiculturalista latinoamericana, aquella
devota del voucher estatal que con tanta demagogia como
irresponsabilidad promovió y capitalizó electoralmente el Partido
Demócrata, cuya derrota electoral en las contiendas venideras resultará
imprescindible para el bien de la humanidad. Pero claro, mejor no decir
nada de todo esto puesto que es políticamente menos costoso demonizar
los discursos de Trump que los horrores de Obama, dado que aquel además
padece el defecto de ser millonario, conservador, detesta el delito
perpetrado por la inmigración ilegal y encima incurre en la prepotente
impertinencia imperialista de ser rubio de ojos azules!!!.
El centrista bienpensante es así de
escurridizo y descomprometido hasta para reflexionar sobre los hechos
más evidentes de la historia reciente de la región: sabe y le consta que
el gobierno de Augusto Pinochet en Chile fue escandalosamente mejor por
todo concepto que el de Fidel Castro en Cuba, pero nunca admitirá tal
cosa y se autodefinirá vergonzosa y vergonzantemente como “equidistante
de cualquier forma de injusticia y opresión”. ¿No es un dulce?
Que ninguna opinión fuera de tono
mancille el buen nombre y honor del insulso centrista vernáculo, así
este puede seguir vendiendo el amable rol de ciudadano criterioso, de
mesurado hombre de academia, de solícito pensador de consulta y en suma,
este puede proseguir exhibiendo su arquetípico perfil de liberal de
copetín e inmaculada moral republicana.
Con “camaradas” así de buenos, tendremos
garantizado socialismo cultural para rato, y el progresismo todo se los
agradece sentidamente.
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