LA SIGNIFICACION DE LO SAGRADO DE LA MISA
«… el nuevo Ordo Missae… se aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la Santa Misa
tal como fue formulada por la 20ª sesión del Concilio de Trento que, al
fijar definitivamente los «cánones» del rito, levantó una barrera
infranqueable contra toda herejía que pudiera atentar a la integridad
del Misterio. Las razones pastorales atribuidas para justificar una ruptura tan grave,
aunque pudieran tener valor ante las razones doctrinales, no parecen
suficientes… Es evidente que el nuevo Ordo Missae renuncia de hecho a
ser la expresión de la doctrina que definió el Concilio de Trento como
de fe divina y católica, aunque la conciencia católica permanece
vinculada para siempre a esta doctrina.
Resulta de ello que la
promulgación del nuevo Ordo Missae pone a cada católico ante la trágica necesidad de escoger entre cosas opuestas entre sí». (Breve Examen crítico del Novus Ordo Missae, Carta de presentación 1.; n. VI, Card. Ottaviani y Bacci, Corpus Christi 1969).
La gran abominación del Santo Sacrifico de la Misa quedó oficialmente decretada el día 3 de abril de 1969, un Jueves Santo.
En esa fecha se promulgó el nuevo Ordo Missae, que es una obra de apostasía, de alejamiento
de la verdad de la misa como Sacrifico de Cristo, y que ha sido obrada
por todo el clero católico, y apoyada por todos los fieles en la
Iglesia.
Toda
la Iglesia, en el nuevo Ordo, ha roto la ley de Dios, y sobre Ella ha
caído la maldición, «por los pecados de sus profetas, por las
iniquidades de sus sacerdotes, que demarraron en medio de Ella sangre de
justos» (Lam 4, 13).
Lo que Trento fijó como una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera atentar la integridad
de la misa, ese decreto lo echó por tierra, haciendo inútil la verdad
que la Iglesia había vivido hasta ese momento, y produciendo el comienzo
del tiempo de la apostasía de la fe, dentro de la Iglesia Católica,
persiguiendo así a los justos que quieren hacer bien las cosas en la
misa.
Cincuenta años contemplando misas inválidas. Y esto cuesta entenderlo a muchos católicos.
Lo que se decretó fue una ruptura tan grave que el católico tiene que elegir y tiene que exigir a la Jerarquía que celebre como antes de la publicación de ese decreto.
Ese decreto fue el inicio de lo que el Anticristo, en medio de la semana, llevará a su perfección: instalar la Abominación de la Desolación en el Templo, quitando el Sacrifico y la Oblación (cf. Dn 9, 27).
El
sacerdote, para celebrar su misa, tiene que pronunciar con la debida
intención las palabras de la consagración. De esta manera, el sacerdote
representa y hace las veces de la Persona de Jesucristo, la cual es la
que realiza el Sacrificio que se obra en el Altar.
Sin
esta intención, Jesucristo no puede ofrecerse a Sí Mismo por ministerio
del sacerdote; es decir, no se consagra, no se obra el Misterio del
Altar, sino que sólo aparece un hombre que actúa como hombre, sin el
poder divino, obrando sólo lo humano.
La intención es un acto deliberado de la voluntad, por el cual alguien quiere hacer u omitir algo.
La
acción sacramental es un acto verdaderamente humano. Para obrar un
Sacramento, se necesita que el ministro haga lo que hace la Iglesia, es
decir, obre aquel rito que se hace en la Iglesia.
Este rito no es un simple rito externo, sino que es:
- sagrado,
- y es un sacramento que produce la gracia.
Es necesario que el ministro no sólo quiera realizar un rito externo, sino que se exige que se realice como
sagrado, que se dé lo sagrado, que se obre lo sagrado, que se
manifieste, en las palabras y en todas las acciones litúrgicas, lo
sagrado.
La realidad externa del rito se puede separar de la realidad sagrada de éste. Son dos realidades diferentes.
Si
el ministro sólo expresa las palabras materiales del rito, obra sólo lo
externo del rito sin querer obrar lo sagrado, sin hacer referencia a lo
sagrado, en un contexto más o menos litúrgico, con oraciones aprobadas
pero que no tienen o han perdido la referencia a lo sagrado, entonces no puede obrar el Sacramento. Lo que hace sería inválido, ya que su intención es sólo material, se ciñe al rito externo: sólo dice las palabras o actúa según un papel que ha aprendido.
Para obrar el Sacramento, el ministro tiene que tener la voluntad auténtica de obrar lo sagrado, que además confiere también la gracia. Lo sagrado lleva a la gracia; lo profano es siempre un obstáculo para la gracia.
Un
ministro que obra dentro de un contexto sagrado, con oraciones,
palabras, acciones, que llevan a lo sagrado, es decir, que son
plataforma para dar culto verdadero a Dios, se presume que tiene la
intención formal de hacer lo que hace la Iglesia: está obrando el
Sacramento y, por lo tanto, la misa es válida y produce la gracia.
Pero
un ministro que obra dentro de un contexto profano, el cual ha perdido
el carácter de lo sagrado –como es el nuevo Ordo- , realiza acciones o
pronuncia palabras que no llevan a dar culto a Dios, entonces no se puede presumir la intención formal del sacerdote. El fiel tiene que discernir su intención.
El
sacerdote puede tener la intención formal, interna, de hacer lo que
hace la Iglesia, pero lo obra en un contexto profano, como es el nuevo Ordo Missae,
entonces, la misa es válida, por la intención formal del ministro,
aunque el contexto sea profano o no absolutamente sagrado. Por eso, no
todas las misas del nuevo Ordo Missae son inválidas: algunas son salvadas por la intención formal del sacerdote.
Pero
aquel sacerdote que sólo tiene la intención material, es decir, que
sólo obra lo externo del rito, en un contexto profano, como es el nuevo
ordo, es inválido lo que hace. No está celebrando una misa. Su intención
material, la cual no es interna, lo impide.
Un
sacerdote que se vista de payaso o con otras vestiduras no adecuadas a
lo sagrado, o que introduce oraciones y obras profanas e incluso
mundanas, como bailes dentro de la misa, ya sea al principio o al final,
o actuaciones del público en medio de la misa, etc…, no puede tener
voluntad de obrar lo sagrado del rito. Y, por lo tanto, esas misas son
inválidas, aunque se digan correctamente las palabras de la
consagración.
Hay
que tener la intención de hacer lo que hace la Iglesia obrando el rito
sagrado. No basta buscar el rito externo de las palabras o de las
acciones.
Incluso
en un contexto absolutamente sagrado, tradicional, el ministro puede
tener sólo una intención material, es decir, no quiere realizar el
Sacramento, sino sólo llevar a cabo una simulación, una apariencia
externa del Sacramento. Entonces, al no haber intención formal, el
Sacramento no puede darse.
El contexto sagrado no basta para consagrar el Misterio, para hacer válida una misa.
Celebrar una Misa no es simplemente decir unas palabras u obrar una serie de acciones externas, sino hacer todo eso con la significación sagrada que quiso Jesucristo.
Coger
un pan y un cáliz y pronunciar unas palabras, incluso en un contexto
sagrado y tradicional, no significa que se esté celebrando una misa.
Hay que dar, en todo eso, la significación sagrada.
Es la intención formal del sacerdote lo que hace estar presente a Cristo en la Eucaristía.
Con
la introducción de la nueva misa, se han ido celebrando en toda la
Iglesia misas con sabor a protestante, violando la materia y las formas
sagradas, poniendo otras que no son verdaderas. Todo lo sagrado ha
quedado protestantizado.
La
nueva misa no manifiesta la fe en la Presencia real de Jesucristo, sino
que se ha convertido en un paganismo, un socialismo, un invento más de
la masonería eclesiástica.
La
Eucaristía no exige la santidad del sacerdote, ya que éste obra como
Vicario de Cristo, es decir, con el mismo poder de Jesucristo mismo (=
realiza una acción vicaria de Cristo), pero sí es necesario que el
pecado del sacerdote no cambie esencialmente la materia o la forma del Sacramento, o anule su intención formal.
Un
sacerdote que viva continuamente en el pecado de herejía o de apostasía
de la fe se puede presumir que no tiene intención de realizar un signo
sagrado en el Altar, porque no cree en lo sagrado. Si no cree, no tiene
voluntad de obrar lo sagrado ni de conferir la gracia. Estos dos
pecados, el de herejía y de apostasía, anulan el Sacramento del Altar,
al anular la intención del ministro. Si no se quiere lo
sagrado, si no se busca lo sagrado, si no se da esta voluntad en el
sacerdote, ¿cómo Cristo puede bajar al Altar?
Muchos
sacerdotes y Obispos viven no sólo en pecado mortal, lo cual no es
impedimento para hacer válida una misa, pero sí viven en una gran
apostasía de la fe, siguiendo muchos errores y alimentándose de muchas
herejías. Éstos no pueden celebrar una misa válidamente, puesto que su
pecado les impide ser instrumentos de Cristo. Tienen el poder de
consagrar, pero no quieren obrarlo como Cristo quiere, buscando el
significado de lo sagrado que Jesucristo quiso en su Misa, en el
Calvario. No quieren obrar una acción sagrada, es decir, no quieren dar
culto verdadero a Dios en eso que realizan.
Para
dar culto a Dios en una misa, ésta debe considerarse como un
sacrificio, no como un banquete pascual en el cual se come a Cristo. La
significación sagrada del rito de la misa está en que es el memorial de
la muerte y resurrección de Cristo. El sacerdote o el Obispo que, por su
pecado, anule su intención de hacer la misa como Sacrificio de Cristo, y sólo la realice como banquete, no consagra válidamente.
Esto
es muy común, hoy día, entre la Jerarquía católica. Creen en el
misterio del Altar, pero su pecado les lleva a celebrar misas para el
pueblo, para que los fieles se fortalezcan en la mesa del Señor, para
una alabanza o una acción de gracias o un memorial que se debe realizar
cada ocho días, o para que el pueblo se ofrezca a sí mismo a Dios, sus
vidas, sus obras, en la misa. Éstas son misas inválidas porque el pecado
del sacerdote cambia su intención formal, dejando de buscar el significado sagrado en la misa.
En
la Misa se ofrece a Dios el Sacrificio de la Cruz, no un sacrificio de
alabanza o de acción de gracias, o una mera memoria de lo que pasó en el
Calvario, anulando así el carácter sacrificial y propiciatorio de la
Misa. El sacerdote que no busque esto en su misa, por más que crea o
pronuncie correctamente las palabras de la consagración, carece de la
verdadera intención, que es dar a la misa el significado de lo sagrado, que es el significado del Sacrificio de la Cruz.
La
Eucaristía no depende de la fe del sacerdote: un hereje, un pagano,
puede obrar una misa válidamente. No influye per se, por si misma,
formalmente, la falta de fe en un sacerdote para la validez de una misa.
Pero si esa falta de fe vicia la misma intención o las palabras de la consagración, entonces se hace inválida la misa.
Un
sacerdote hereje, que no cree en lo sagrado del Altar, que no cree en
Dios, que le da culto de muchas maneras o idolatra a otros dioses, pervierte su intención formal: ya no persigue el significado sagrado del rito, o no cree que el Sacramento confiere la gracia como obra de Cristo, entonces su misa es inválida.
Un
sacerdote hereje o apóstata de la fe que celebre una misa para paganos,
homosexuales, para otros herejes, etc…, aunque pronuncie correctamente
las palabras de la consagración, no celebra la misa porque va a dar la
Eucaristía a los perros. Da una cosa sagrada y divina a personas que
están en sus vidas de pecado. Su intención está viciada
por su falta de fe. Cuando un sacerdote, en una santa misa, profana las
cosas sagradas, no sólo está cometiendo un pecado mortal, sino que está
viciando, pervirtiendo su intención al consagrar.
Muchos
sacerdotes transvasan su herejía o su vida de pecado a la intención
necesaria para consagrar, cambiándola, anulándola o pervirtiéndola. Sólo
hacen una obra de teatro, pero no una misa.
Un
sacerdote que predica una homilía llena de herejías, de errores, de
mentiras, de engaños, anulando así la oratoria sagrada, olvidando que es
sacerdote para enseñar lo sagrado, para guiar en lo sagrado y para
hacer caminar a las almas hacia el culto verdadero a Dios, ¿cómo después
va a poner a Cristo en el Altar? Su homilía herética, en la cual no se
significa lo sagrado, ha pervertido su intención formal. Sólo hará misas
inválidas.
En un contexto litúrgico en el cual:
- se ha retirado el sagrario del centro del templo y se ha colocado el asiento del sacerdote celebrante, haciendo que el hombre ocupe el puesto de Dios en el Templo, y que la misa se convierta en un encuentro humano, fraternal, siendo el sacerdote el animador o el director litúrgico;
- se ha orientado el altar hacia el pueblo, para que el sacerdote ya no mire a Dios, sino al pueblo, convirtiendo la misa en una mera reunión de oración;
- el altar hecho una mesa para una cena fraterna, anulando el significado de altar para un sacrificio expiatorio;
- se ha suprimido el antiguo ofertorio, en que se ofrecía a Cristo como víctima al Padre, por una preparación de los dones, en que sólo se ofrece pan y vino sin referencia a lo sagrado;
- se han suprimido muchas oraciones que aludían al sacrifico propiciatorio por los pecados y numerosas señales de la cruz, haciendo de la misa una reunión en memoria de una cena, pero no un Sacrificio en memoria de la Cruz;
- se presenta la consagración como una narración, un relato, un cuento, que es un impedimento para que el sacerdote se ponga a obrar el misterio, actúe la renovación, incruenta, pero real del divino sacrificio;
- se ha abolido el lenguaje sagrado del latín, en donde se manifestaba el misterio del Altar y las palabras que el sacerdote dirigía a Dios, para llenar la misa de palabras y pensamientos humanos, incapaces de profundizar en la verdad de lo sagrado;
- se ha suprimido la confesión de los pecados, el confiteor, y la absolución sacerdotal, cambiando el significado sagrado del sacerdote como juez y mediador ante Dios, como un hermano más entre la asamblea, que abraza a todos porque son hombres como él;
- las lecturas bíblicas las pueden efectuar los simples laicos, incluso mujeres, suprimiendo el orden clerical, al cual se reservaba las cosas del Altar, abriendo así la puerta de lo sagrado a todo el mundo para su profanación;
- se han quitado las oraciones que el sacerdote hace en voz baja, propias de su oficio, dejando sólo lo común entre el sacerdote y el pueblo, para acentuar más la comunidad de fieles;
- se ha suprimido toda clase de genuflexiones, porque entre hombres ya no hay que someterse a Dios, inclinar la cabeza, caer rostro en tierra en adoración a Dios. Se da culto al hombre, no a Dios;
- la administración de la comunión es hecha ordinariamente por los fieles, hombres y mujeres;
En
este ambiente, propicio para las cosas humanas, naturales, profanas,
mundanas, materiales, si el sacerdote no tiene una intención interna,
formal, de buscar la significación de lo sagrado en el rito que hace, nunca va a celebrar válidamente una misa.
Muchos
católicos son engañados por la Jerarquía que ha acomodado las leyes de
Dios a su capricho, a las modas de los hombres, a sus culturas, a sus
maneras de entender lo divino y lo sagrado.
La
gran abominación pesa sobre toda la Iglesia y, en estos acontecimientos
que se suceden en la Iglesia con un usurpador, hay que volver a lo
antiguo en la misa, que es lo que salva y santifica a las almas.
La
Iglesia es Cristo. Y Cristo, sufriendo en el Calvario. Cristo se
entregó a los Apóstoles para que lo comieran y bebieran, e hicieran
ellos lo mismo. Cristo ha dado poder a Su Jerarquía para que obren, en
una Misa, lo mismo que Él obró en el Calvario.
Es
necesario que la Jerarquía crea en este Misterio. Pero no se trata de
tener una fe divina o una fe católica. Se trata de tener la misma
voluntad que Cristo tiene. Para eso, el sacerdote tiene que desprenderse
de su voluntad humana, para conformarse con la Voluntad de Cristo.
Este desprendimiento interesa a la intención del sacerdote, es decir, a su forma de obrar en una misa los Misterios Divinos.
Cuanto
más apegado esté el sacerdote a su voluntad, su intención se vuelve
sólo material, externa, buscando sólo el significado de lo profano, de
lo humano, de lo que no sirve para salvar.
Cuando
más libre es el sacerdote de su propia voluntad, cuanto más se abandona
a la Voluntad de Dios en su ministerio, entonces puede obrar lo divino
en una misa.
En
la misa, todo está en la intención con que se consagra. Por eso, son
muchas las misas que se invalidan por la intención del ministro, no por
su fe o por la pronunciación correcta de las palabras de la
consagración.
Ahora
es más fácil discernir las verdaderas misas de las falsas, porque un
usurpador está como jefe de la Iglesia. Y ese usurpador no busca lo
sagrado en la Iglesia, no quiere que los sacerdotes celebren la misa
tradicional, y condiciona a todos para desmantelar más lo que es una
misa.
Busquen
misas tradicionales. Es tiempo de ir dejando las misas del nuevo ordo
en donde se vea que se ha perdido la intención, en el sacerdote, de
buscar lo sagrado, de llevar a lo sagrado, de exponer lo sagrado.