Los
amores de Cristina
Quien en la Argentina no esté en
conocimiento de las aventuras adúlteras de Cristina Fernández de Kirchner es
porque se trata de un despistado o de un pavo de la cámpora que cree que esta
es una monja de clausura. Desde el primer día en la Casa Rosada cuando
era la primera dama, ya el periodista Castro la descubrió por sus deslices
cameros con Augusto Alasino en sus años mozos de senadora. Eso lo confirma
cualquier compañero de bancada de esa época. No sólo él era un compañero de
sábanas, otro conocido era el actor Brandoni.
Esa bravuconada le costó la vida al
pobre Castro al que suicidaron, seguramente como años después a un desobediente
fiscal.
Larga ha sido la lista de socios
sexuales de la pervertida, intendentes, secretarios de Estado, pilotos
presidenciales, ministros de economía, vicepresidentes, han pasado por sus
aposentos en distintas épocas
Cuando un periodista le preguntó cuál
era su relación con la Presidenta, Jorge Capitanich se aflojó el nudo de la
corbata como si le faltara el aire. “Somos buenos amigos… A veces compartimos
un mate (té de yerba)”, se sonrojó el gobernador de la provincia de Chaco. El
reportero no entendía por qué el interpelado actuaba como un adolescente pillado en falta. “Yo
sólo quería averiguar el grado de afinidad política que había entre los dos. No
tenía idea de los rumores que circulaban en torno a
Capitanich y a Cristina Kirchner”, contó, cuando ya había
metido la pata a fondo.
Franco Lindner hace referencia a esta
anécdota en ‘Los Amores de Cristina’,
un libro que tiene como protagonista a la mujer más poderosa de la Argentina y
de comparsas a algunos de los rostros más conocidos de la arena política. “Es
la primera investigación periodística que se interna en el mundo menos explorado de la Presidenta; el de sus pasiones”,
indica la contratapa del libro, con un guiño de picardía.
Durante los festejos patrios del 25 de
mayo del 2011, una mujer con el cabello revuelto avanzó profiriendo insultos al
escenario desde donde Jorge Capitanich y su invitada, Cristina Kirchner,
presidían la ceremonia. Los custodios no lograron detenerla. La esposa del
gobernador, Sandra Mendoza se acercó a la Presidenta y estuvo un
buen rato susurrándole al oído quien sabe qué cosas, para
el espanto de la concurrencia. La huésped de honor se quedó hecha
una estatua por el resto del acto. “Mendoza estaba enferma de
celos. Tres días antes del escándalo, su esposo había regresado de Nueva York donde
junto con la jefa del Gobierno había estado participando en la Cumbre de la
ONU”, cuenta Lindner, jefe de la sección de Política Nacional de la revista
Noticia. Uno de los custodios sorprendió al gobernador entrando en
horas de la noche al Four Seasons, el hotel donde se hospedaba Cristina. El
entonces jefe del Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE), Miguel Ángel
Toma, ni siquiera tomó nota del reporte. No era su tarea inmiscuirse en la vida
privada de la señora.
Pero de algún modo, el episodio llegó
a los oídos de Mendoza, quien ya sospechaba de que su marido y la inquilina de
la Casa Rosada compartían algo más que las infusiones de mate.
Jóvenes y ambiciosos
En la introducción a su libro,
Lindner describe a la presidenta de
los argentinos como “la mujer que se rodea de
ambiciosos y a menudo jóvenes funcionarios que parecen salidos de un casting de
modelos”.
El que mejor responde a dicha
caracterización es el actual vicepresidente de la nación, Amado Boudou. En el
2008, un año después de asumir su primer mandato presidencial, Cristina lo puso
al frente del Ministerio de Economía pese a las objeciones de su esposo Néstor
Kirchner, quien dudaba de la idoneidad del “francesito”, aficionado a la música electrónica y a las motos de alta gama.
Kirchner supuso, con mucho acierto, que el carilindo economista había seducido
a su esposa con la juvenil desfachatez de sus 45 años. “Lo que pasa es que
estás celoso”, sentenció la presidenta, dando por zanjado el asunto.
Dos años más tarde, los moradores del
River View, un edificio ubicado en el exclusivo barrio de Puerto Madero,
hallaron que el inmueble había sido invadido por un contingente de taciturnos
muchachones que se empeñaban, sin éxito, en pasar desapercibidos. “No eran los custodios habituales de Amado Boudou. Estos otros
pertenecían al dispositivo de seguridad de la presidenta. Los vecinos nos
preguntamos qué haría Cristina a esas horas, en el apartamento del ministro”,
contó Sandra, una residente, al autor del libro.
La jefa del gobierno se apoyaba cada
vez más en su ministro de Economía, no solo en el sentido figurativo de la
palabra. En septiembre del 2009, uno de los empresarios que asistían a la
ceremonia de concesión de créditos a las pymes en la Casa Rosada, tomó una foto
en que la anfitriona aparecía con la cabeza
recostada en el hombro de Boudou. “Parecía relajada y ajena a
lo que ocurría a su alrededor. Por respeto a la presidenta no mostré la foto a
nadie”, contó el empresario a Franco Lindner.
Probablemente, a estas horas Cristina
Kirchner se sienta arrepentida de haber designado a Aimé, como lo apodan sus
amigos, como su número dos para las elecciones del 23 de septiembre del
2011. Poco después de que Boudou ocupara el
cargo de vicepresidente, el Servicio de Inteligencia del Estado
(SIDE) registró una conversación suya con un grupo de íntimos, en la que proclamó, textualmente: “Qué fea es Cristina sin maquillaje”.
El ‘videíto’ llegó a manos de Máximo
Kirchner quien irrumpió hecho una furia en el despacho de su madre. “Cómo vas a
permitir que ese guitarrista te basuree”, exclamó ante la mirada atónita de la
presidenta y de uno de sus asesores, allí presente. Era demasiado tarde para
apartar de su cargo a quien le había clavado un puñal en lo más profundo de su orgullo
femenino.Pero a partir de entonces, cuenta el autor, Cristina
Kirchner nunca volvió a recostar su cabeza en el hombro de Amado Boudou.