Carta en apoyo de Mons. Aguer
A veces los pastores dejan solos a sus ovejas y a veces las ovejas dejan solos a sus pastores. Hace unos días Mons. Aguer, arzobispo de La Plata (Argentina) publicó un valiente artículo sobre “la fornicación” que ha causado revuelo tanto en propios como en ajenos, aunque no decía ni más ni menos que lo que el Catecismo dice.
Ayer, unos laicos
deseosos de hacerle llegar su cercanía y agradecimiento, han escrito
esta carta abierta que ahora reproduzco para,
que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
“Porque Juan le decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano” (Mc 6, 18)
Santa Fe de la Vera Cruz, 29 de Agosto de 2016
Conmemoración del martirio de San Juan Bautista
S. E. R. Mons. Héctor Aguer:
Sr. Arzobispo, lejos de
nosotros está la posibilidad de retribuirle con gratitud suficiente el
enorme bien que nos ha propinado V.E. en estos últimos días, a raíz de
sus valientes y lúcidas declaraciones que cualquier católico ha de
reconocer como enseñanza, predicación y testimonio de la única Verdad
que debe ser dicha, como el Apóstol dice: “a tiempo y a destiempo”, sin
fingimientos ni respetos humanos porque –como es sabido- vendrá
el tiempo en que no soportarán la sana doctrina, antes bien con prurito
de oír se amontonarán maestros con arreglo a sus concupiscencias. (II Tim. 4,3).
Como laicos católicos
miembros de la única Iglesia que milita bajo la bandera de Cristo
esperando la consumación definitiva y la recapitulación de todas las
cosas a sus Pies Sagrados, nos sentimos en el deber de celebrar sus
palabras vertidas en el diario El Día, y de rendirle nuestro
más decidido apoyo y adhesión; porque el que es de la Verdad escucha Su
voz. Necesitamos Verdad. Estamos ávidos de Verdad. En una Patria que
cobardemente le da la espalda al Verbo nos sentimos obligados por
caridad a brindar una muestra de respeto y fidelidad a todos aquellos
Pastores que como tantos otros no especulan con cuidados secundarios ni falsas prudencias a la hora de gritar y denunciar la corrupción y el pecado que tanto daño y tantos males está acarreando a nuestra castigada Argentina.
No es para menos que, en
esta Patria infectada de corrupción, sinvergüenzas salteadores, y
maleducados de toda laya se confabulen como necios en contra de la
sensatez más redonda, cayendo en las más falaces incongruencias y
desvaríos ideológicos. No es ninguna novedad; así han tratado siempre a
los hijos de la luz.
Ahora, los sicofantes del
régimen libertario salen a cortar cabezas cuando les toca recibir
factura a sus más cochinos excesos. Los panegiristas del ningún tiempo fue mejor que ahora se
contagiaron del vetusto y nunca empolvado virus herodiano y fueron a
pedir la cabeza de aquel que podía incomodarlos y que era capaz de
destapar la putrefacción de sus cocoliches orgiásticos. Saturados de
libaciones pusieron sus propios e intangibles principios por debajo de
sus pantalones y cuando la musa que los convidaba con bailes sensuales
les pidió un deseo no dudaron en pedir a gritos que les trajeran en
bandeja la testa peligrosa y molesta del que anuncia a gritos la llegada
del Reino y su justicia.
¿Dónde está la novedad?
El bautista pagó hace más de veinte siglos con su vida lo que había
testimoniado con su palabra. El Precursor de Cristo rindió
anticipadamente el más elegante testimonio convirtiéndose en Mártir
Prematuro por decirle al mundo que la sensualidad irracional es viciosa y
animalesca.
Y se confabulan los
necios en contra de la verdad más redonda amenazando con aplastarla bajo
el peso de una ley jocosamente vigente; como si pudieran así amordazar
al único varón que, de entre los suyos, se nota que tiene los cojones
controlados por la cabeza –y bien debajo de ella-, y la palabra señera puesta muy por encima de diplomacias inoportunas frente a lo “políticamente correcto”;
triste y bochornosamente frecuente en esta tierra argentina que está
dispuesta a dilapidar a sus ciudadanos cuando estos dan muestra de tener
un mínimo de lucidez para oponerse a lo que el poder de turno opina que
debe ser opinado más allá de lo que la estúpida e incongruente
ideología impone siendo pasto para los más bochornosos totalitarismos de
los que proclaman la Libertad. Esa es la “tolerancia” de los intolerantes.
Esta carta que no intenta
ser más que un manifiesto de apoyo y adhesión a sus dichos públicos, no
tendría razón de ser si no fuera que, detrás de aquellos, reconocemos
la voz siempre viva de la Verdadera Iglesia; detrás de sus palabras
reconocemos al Único Verbo capaz de incendiar el mundo. Y es obvio que
no está solo usted. No está de más decirlo. Junto a Vd. está la Iglesia
de siempre. La Triunfante, con la multitud de santos entre confesores y
mártires; la Purgante, que aguarda como nosotros la consumación de las
promesas y espera al Rey en cuya expectante agonía completa lo que falta
a la pasión de Cristo; y está la Militante y Peregrina que, –aunque en
gran parte agazapada por el miedo-, se consume de ansiedad por ver al
Rey tomar posesión de lo que le pertenece y le fuera usurpado
miserablemente.
Usted no está solo
Monseñor y lo sabe. Somos muchos los hijos de la Iglesia que, fieles a
la Verdad y amantes de la Tradición, queremos una Patria verdaderamente
libre de la corrupción moral; y esperamos reconquistarla para Cristo
borrando de su nombre el odio fratricida y la dialéctica miserable que a
esta altura del siglo XX ya pinta gris sobre gris y está reclamando una
Reconquista.
Y no nos acobardaremos porque servimos a la Verdad.
Somos la estirpe de la sangre redentora que nunca dejó de caer en
tierra sin dar fruto. Somos la vieja estirpe de los insatisfechos que
gritan al mundo lo que el mundo no quiere oír y damos fe y testimonio de
que “sólo vale la pena vivir por aquello por lo que vale la pena morir”. Ha de saber el mundo que esta Verdad es la que triunfa.
Esperamos al Rey. Por más
que Herodes, sumergido en su cobardía, pague con creses el tributo al
vicio que lo mantiene atontado, la Verdad habrá que gritarle, porque si
no gritarán las piedras.
Aunque, como el Bautista, no seamos más que una voz que grita en el desierto. No callaremos decirle al mundo: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.”