Independencia y Nacionalismo (Novedad Editorial)
- Antonio Caponnetto
De Próxima aparición:
En el
mes de septiembre saldrá el nuevo libro del Prof. Dr. Antonio Caponnetto, “Nacionalismo
e Independencia”
Reproducimos
a continuación fragmentos del prólogo del mismo
SE NECESITA UN
PROLOGUISTA
Por si a alguno pudiera interesarle el
dato –y no veo a quién– diré que llevo confeccionados más de cuarenta prólogos,
todos ellos por expreso pedido de los autores o de los editores, que con inusitada
generosidad me confiaron la presentación o introducción a las obras propias, o
a la de ciertos escritores prestigiosos que oportunamente publicaban.
Excepto a un conocido diariucho de las
izquierdas nativas –que me supone un prologuista serial o me imagina sin nada
que hacer como para andar ofreciéndome en esos arduos menesteres de preambulero–
la verdad es que a nadie se le ocurrió objetar esta labor que impensadamente me
sobrevino. Antes bien, constituye para mí, y para los hombres de sentido común,
un legítimo motivo de satisfacción, pues es fácil deducir que quien pide a
alguien un encabezamiento a su obra es porque tiene por atendible o confiable cuanto
pueda decir sobre la misma. Dejo constancia con gratitud.
No me ha pasado lo mismo con mis libros.
Salvo por alguno de ellos, en general han salido sin cabeceras ni proemios. Y
no ha sido por falta de apego a esta amable y hasta necesaria costumbre de
contar con un presentador o anfitrión. Al contrario. Ha sido, y con veracidad
lo confieso, para no andar suponiendo que lo mío merecía movilizar los
esfuerzos exortativos de un tercero. Y después, con el paso de los años, para
no involucrar a otros en el delicado brete de tener que ponderar sin ditirambos
o disentir sin descalificaciones, o adherir a posturas tenidas por extremas
para el mundo o quedar asociado a quien suele tomárselo por ultramontano.
Admito sin embargo que, con este pequeño
ensayo, me hubiera gustado hacer una excepción. Como todavía estoy a tiempo,
apuntaré las condiciones o los requisitos que debería tener el candidato a
prologuista.
En primer lugar debería ser un español que
entendiera que aquello llamado aquí Nacionalismo Católico –y con total
prescindencia de las miserias y fragilidades de quienes lo componemos– no es
una posición que tenga relación frontal alguna con la Modernidad ni con la
Revolución. A ambas categorías cosmovisionales les tiene declarada la guerra.
Debería entender asimismo que si decimos,
por ejemplo, con Dionisio Ridruejo: “¡España, España, resuene siempre para mí
tu nombre!”, es porque sentimos y experimentamos hacia ella un amor filial, que
sobrepasa cualquier composición retórica, cualquier formalismo vacuo, para
clavarse en los ijares del alma y llevarnos al trote hacia la madre. Algo
entrevió al respecto Juan Ramón Jiménez:
“¡Patria y
alma!
Una abriga a
la otra,
como dos
madres únicas
que fueran
hijas de ellas mismas
en turno de
alegrías y tristezas”.
Por este amor filial fidedigno y probado,
nos desconsuelan sus aflicciones y nos causan fruición sus victorias. El
desmembramiento del Imperio Hispanoamericano, obra fundacional de Santa Isabel
de Castilla, es tenido por nosotros entre los desconsuelos de la Madre España.
Que el duelo se lo hayan causado sus monarcas pérfidos que no su prole fiel, es
cuestión que también debe entenderse. Enjúguense las lágrimas maternas, pero no
se nos tenga por causantes de las mismas. Cúbranse las desnudeces de un
progenitor ajumado, pero la embriaguez no se la provocaron estas manos meridionales
y americanas. Como fuere, es imposible estar de verbena cuando una madre gime.
Ni vemos que un río que fue arrancado de su álveo, pueda gozarse en el
desmadre, aunque le haya sido necesario para sobrevivir hallar un cauce propio.
El segundo requisito que le pedimos a
nuestro potencial prologuista, es que, de ser argentino, y para más señas
nacionalista, comprenda que una cosa es la independencia “de todo poder
extranjero”, y otra la de España. Si la primera es un deber que tenemos para poder llamarnos dignos del suelo que nos
alberga y que a la vez tutelamos, la segunda fue un derecho que nos correspondió ejercer hace doscientos años, como el
que posee quien por amor al trigo lo separa de la cizaña. La España ante la
cual ejercimos este derecho estaba encizañada y tóxica; “empiojada” dice
Castellani. Desontologizada, si se nos pide un tecnicismo. Un hombre de bien celebra
el deber cumplido –si lo cumple– y practica austeramente sus legítimos
derechos, sin sombras de alardes o vacuas prepotencias. Puede darse el caso de
derechos que se pongan en práctica aunque acarreen tantas tempestades como
calmas; y a veces, más las primeras que las segundas.
Ante la independencia de España no cabe ni
un complejo de culpa ni otro de grandeza. Pero es ahora entonces donde doy por enunciado
el tercer requisito para mi imaginario prologuista. Ningún argentino aquí
nacido puede dejar de reconocer que ésta es su nación; esto es, su lugar de
nacimiento. Pretenderse aún así español de raza, nacionalidad, geografía o
carne, es impropio, por decir lo menos. Y desde tamaña impropiedad acusar a
nuestros criollos independentistas de traición, o de desarraigados y desertores
a quienes nos alineamos en la criollidad es, por lo pronto, un abuso y un
capricho.
No existe el pasado de lo que soñamos que
fue. Existe el pasado de lo que en realidad sucedió. Y lo que sucedió y advino
es la patria argentina, que si se deja de lado la estulticia de darla por
nacida en 1810 o 1816, no sólo no entra en colisión con la Hispanidad, sino que
es su condición sine qua non para que
la tengamos por patria, en lo que esta palabra exige no olvidar: la terra patrum. Más grave es todavía –y lo
estamos viendo en algunos– cuando en nombre de un españolismo gentilicio
autoadjudicado, se entra en confrontación dialéctica, menospreciando la
argentinidad. El mendaz criterio sarmientino parece no querer cerrarse nunca.
Bárbaros por hijos de España o por independizarnos de ella. La civilización
resulta sernos siempre esquiva en esta tesitura.
Serenamente
argentinos y a la par hispanistas son pues dos cosas perfectamente compatibles
que tratamos de vivir y de predicar. Amamos a nuestra nación argentina y amamos
a la Hispanidad sin la cual aquélla no se explica ni se intelige. Y ya no es
necesario demostrar que la Hispanidad es más que la misma España física, para constituirse
en una sustancia metafísica. Por eso hay hispanistas de todas las latitudes y
de todos los linajes. Por eso el germano Nietzsche,
la elogió diciendo que ella “había amado demasiado”, y el italiano Croce
sentenció la existencia de “l’affannosa grandiosità della Spagna”.
Somos,
pues, lo reiteramos, argentinos e hispanistas. No hablamos del Estado, ni de
los Estados Nacionales, ni del principio de las nacionalidades. Hablo en
Defensa del Espíritu, diría Maeztu; y de la Tradición, que arranca, por lo
menos, en el mandato de Cristo de evangelizar a todos los pueblos. Por eso
mismo se nos hace incongruente la posición de aquellos que, por un lado, y
asistidos de todas las razones, deslegitiman el republicanismo; más por otro,
no trepidan en entrar al juego pecaminoso de su sistema político. No se puede
estar en pugna conceptual con los que tumban altares y tronos, y a la vez en
connubio pragmatista con ellos.
Guardamos gratitud hacia nuestros próceres
que aunaron ecuestremente ambos amores, a la americanidad y a la hispanidad, y
los dos uncidos férreamente a la Cruz. De modo contrario llega nuestro
fortísimo rechazo a quienes tuvieron por la barbarie
misma a todos los ideales y los fines salidos de la matriz hispana. Menosprecio
y olvido para las contrafiguras que ensalzó el liberalismo, cualesquiera fueran
sus variantes. Honor para los combatientes de la patria terrena, la que no
renuncia a la celeste ni olvida su prosapia. Sobre todo, honor para los que por
esa patria así concebida y forjada han dejado sus vidas, como rasgones heroicos
que la pampa cauteriza. Que lo diga mejor don Ricardo Molinari:
“¡Ay, Argentina, Argentina,
cuánta sangre arde tus páramos!
Cuántos cuerpos aún penden
vencidos en tus espacios”.
Le pido un cuarto y último requisito a mi
conjetural prologuista. Si quiere descifrar por completo lo que ensayo decir en
las líneas que siguen, olvídese de las rivalidades manualísticas con las cuales
y mediante las cuales se ha enseñado hasta hoy la historia. Ni papelólogos ni
documentalistas ni guiñoles de museos o de archivos nos van a dar la clave
exacta de aquello que buscamos. Distinto será el resultado si pedimos el
auxilio de la liturgia y del poema.
Por eso quise ilustrar la tapa de este
modesto libro con la Primera Misa en la Argentina. A ver si dejamos de
saludarnos “en el día de la patria, buenos días”, cada 25 de mayo o cada 9 de
julio. Y si incorporamos en cambio la grande y olvidada fiesta del 1 de abril
de 1520: la hostia inaugural izada sobre el territorio argento. Allí está el
estreno, el albor, el umbral y el preludio de La Argentina amada.
De la poesía, decidí ocuparme sin
delegaciones. Eximo a los candidatos a prefacistas que se presenten, para que a
nadie más se culpe. Y remocé este soneto viejo perpetrado para soñar la
esperanza de la patria en el Señor que viene a librar, como Caudillo, el combate
definitivo. El que está anunciado en un inquietante texto joánico llamado en
griego Apokalipsis:
No es la niebla o el ruido o el ocaso
que ensombrecen la plata de tu nombre,
ni este férreo crepúsculo del hombre
anundando tu forma en el fracaso.
Ayer ancló una nave y en su quilla
traía el Partenón, la luz del Foro,
el pendón de Santiago en gualda y oro
para izarlo en el limo de tu orilla.
Después al Sur, por río sin frontera,
la vieron navegar entre alabardas,
como un galope azul, como un tordillo.
Y ahora dicen que muere en la escollera,
pero hay jinetes, prestas las albardas,
aguardando el regreso del Caudillo.
Antonio Caponnetto
Buenos
Aires, 12 de agosto de 2016. Día de la Reconquista.
Quienes estén
interesados pueden hacer sus pedidos a:
Carlos José
Diaz, Tel: (011) 15-6133-4150
katejon@outlook.com
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