FILOSOFÍA PARA TONTOS.
Por Dardo Juan Calderón.
Naturalismo, gnosticismo y modernismo.
La historia del hombre comienza con un acto de imbecilidad, ya que esta historia se cuenta desde el pecado de Adán y Eva. La historia, es
la historia del hombre en pecado, si hubo otra o si hubiera podido ser otra ya
no lo sabemos. Partimos de un acto de imbecilidad que es la búsqueda de la autonomía,
es decir, querer dictarnos a nosotros mismos las leyes que rigen lo que está
bien y lo que está mal, por creer que nosotros podemos saber a dónde marchamos,
y entonces la inteligencia es suficiente para saber si marchamos bien o mal; y
para que ello fuera posible, tendríamos que conocer el “orden” de las cosas
dentro del plan divino. Y lo cierto es que no lo conocemos. Por lo menos, no lo
suficiente, ni al Plan, ni al orden.
Algunos nos dirán que
ese orden tiene como dos grados, uno natural, que sí podemos conocer con la
razón y cumplir con la voluntad (con las virtudes naturales), y que es
suficiente para una vida buena, y luego otro sobrenatural, de segundo grado,
que supera al anterior y que es para lograr la bienaventuranza, dónde sin duda
alguna se “necesita” a Dios. Pero la vida buena está asegurada con el primero.
Esto se llama naturalismo (mitigado), es decir, que hay un espacio en la vida
del hombre en que se puede prescindir de Dios y que este espacio es lo
propiamente “humano”. En esto cabe un “humanismo”, donde los hombres con su
inteligencia pueden coincidir para la vida buena, sin necesidad de recurrir a
la Religión (religión que si está, mejor, pero que no es imprescindible).
La creación es un
orden puesto por Dios, un orden que fuepensado por Dios para insertar en él al
hombre, a quien quiere llevar a un fin sobrenatural y por tanto, todo en ella es esencialmente un orden
sobrenatural; y ese fin y ese orden sobrenatural no es comprensible por el
hombre, nos tiene que ser revelado, y así mismo, no lo comprendemos cabalmente,
así que además, tenemos que ser guiados por Dios mismo de la mano, a través de
incorporarlo a nuestras vidas (lo que se llama vida de la gracia), y es Él
quien nos dice qué sirve o qué no sirve para esa adquisición de lo sobrenatural
- qué está bien o qué está mal - y la más de las veces no estamos muy de
acuerdo. Para colmo, esta guía y esta gracia, nos la provee a través de una
Institución conformada por hombres, con una jerarquía establecida, de la cual
debemos ser miembros.
Es cierto que dentro
de ese orden sobrenatural se inserta un orden natural, que podríamos decir, se
“combina”, no contradice al otro, pero… tampoco “conduce” al otro, ya que hay
que dar un salto “eminente” para pasar de uno al otro. El orden natural no es
como la escuela primaria que hay que hacer antes de la secundaria. Ese orden
natural está “dentro” del sobrenatural, está todo preñado de lo sobrenatural y
sólo se entiende bien cuando lo enfrentamos desde lo sobrenatural. Podemos estudiar
las plantas o los animales, y entender el orden al que responden, un orden
natural. Pero resulta que también las plantas y los animales, si sabemos ver,
si vemos con una “luz” que viene de arriba, también hablan del orden
sobrenatural, también cumplen como medios, un objetivo sobrenatural, y que
cuando entendemos esta dimensión, recién cobramos verdadera idea de lo que es
una planta o un animal.
Pero esta visión de
lo sobrenatural en las cosas, hoy se nos da de una manera velada, que sólo
descubre entre brumas la Fe. Llegará el momento en que podremos ver, como Pedro
vio el Cuerpo Glorioso de Cristo en aquel monte, que todas las cosas dan razón
y evidencia de este orden sobrenatural, cosa que por ahora apenas si intuimos
según nuestra fe, según sea más o menos fuerte, y así San Francisco veía más
que lo que vemos nosotros en las plantas y los animales, y en todas las cosas.
Dijimos antes que se nos ocurría que al fin de los tiempos, cuando Cristo venga
en Cuerpo Glorioso transcurriendo (a caballo, lo que me encanta) un espacio, - y
por lo tanto mesurable en un tiempo – ira tras de Sí corriendo este velo que
hará que todas las cosas hagan evidente esta dimensión sobrenatural, para gozo
de los buenos y odio de los malos. Es decir que recién este día “veremos” la
verdadera dimensión de lo político, que hoy parece sólo natural para la
mayoría, y que otros, alcanzan a ver con la luz de la gracia en un cierto
grado.
Es decir, que el orden natural nos permite ver un cierto
orden de perfección en las cosas, que es suficiente para entender un cierto
mecanismo, pero que no es “todo” lo que tienen que decir – no es todo el
mecanismo- hay mucho más en ellas, hay
un mecanismo mucho más complejo en ellas que ese primer evidente; ellas también
hablan de un orden sobrenatural, y esta perspectiva no la podemos apreciar sin
una “luz” especial que viene de Dios. Los poetas y los artistas tratan de
captar esto, y expresarlo. Pero lo hacen mejor los místicos. Es decir que todas
las cosas tienen un orden comprensible por la razón, pero también tienen un
“misterio”, que en cierta forma, podemos captar en la medida que la naturaleza
se une a la gracia. Si no, no tendríamos arte, o el arte no tendría gracia. Y
cuando hemos tenido un cierto conocimiento o acercamiento a ese misterio, y
volvemos sobre esa cosa natural, la vemos muy distinta, vemos mucho más.
De la misma manera un
orden social o político, y aun el ético, es un orden natural, que podemos apreciar con
la sola luz de la inteligencia, sí, pero no “todo”, no podemos saber “todo” lo
que ese orden tiene para darnos. Y ese “poco” que sabemos, aun siendo algo
maravilloso, como es maravillosa una mariposa o una camelia en cada detalle, es
casi nada comparado con lo que tiene que
decirnos en el plano sobrenatural. También encierra un “misterio”. Es decir que
poder ver lo natural, y entenderlo, es ver y entender casi nada de lo que
estamos llamados a ver y entender de este orden creado. Quedarse con ese ver y
entender, es naturalismo. Creer que ese ver y entender pude ser suficiente en
un punto, que puede bastar como algo de “grado”, para empezar, para hacer algo,
es una imbecilidad de pusilánimes.
Pongamos un ejemplo: es como si viéramos un
artefacto, un automóvil, por primera vez en la vida, y viéramos la maravilla de
la técnica en cada uno de sus detalles, la perfección de un Rolls, y nos admiráramos
en cada pieza, su calidad y su encastre; pero que no supiéramos que es para
andar. Se imaginan que alguien venga y nos diga que es para movernos y puestos
a andar, redescubrimos toda la anterior maravilla, pero ahora ¡funcionando! ¡A
cien kilómetros por hora! ¡Cuánto más maravilloso se hace todo! El orden
natural político es maravilloso, pero recién cobra su verdadero sentido cuando
nos dicen – Alguien, el Fabricante - ¡que es para irse al cielo! ¡Ese es su fin! El
naturalista tiene un Rolls en el living. Es un tarugo. Y los naturalistas son
tarugos.
Ser naturalista es prescindir
de un Guía porque creímos que podíamos abarcar el conocimiento y la comprensión
del orden de todo lo que nos rodea, para lograr una “buena vida” -no la
bienaventuranza - como si una buena vida fuera posible sin estar marchando
hacia la bienaventuranza y con ella claramente como objetivo. Ellos creen que
Dios crea un orden, que lo deja allí para que contemplando lo descubramos con
nuestra inteligencia y a partir de allí, podamos prescindir de Él en ese punto.
Por supuesto que no niegan que si queremos llegar a un punto más alto, tenemos
que recurrir a Él. Pero en este punto de primer grado, podemos solos. Es más,
tienden a sobrevalorar lo humano, pensando que, el hombre, “debe” hacer este
esfuerzo en soledad, por medio del cultivo de las virtudes naturales, para
luego merecer pasar al otro grado. Algo de esto dicen, cuando malinterpretando
dicen: “La gracia supone la naturaleza”. Pero lo cierto es que no es así, el
hombre crece de la mano de su guía, camina de esta mano “siempre acompañado”, y
va entendiendo las cosas y dándose cuenta que gracia y naturaleza son un
matrimonio perfecto, y que no debe el hombre separar lo que Dios ha unido. Ni
siquiera se dan cuenta que ese acto de conocimiento, o el mismo acto moral, por
el cual la voluntad se mueve a conocer la cosa o apetecer la cosa, a una simple
mariposa o a un acto de justicia, dentro
del orden natural, es ya un acto sobrenatural en el que es Dios quién mueve la
voluntad del hombre para que conozca o para que apetezca (pero esto es más
complejo y lo dejamos para otra vuelta).
El naturalista nos
dirá que Dios hizo la inteligencia para que conozcamos el orden de las cosas
que Él ha puesto en la creación, y que con nuestra inteligencia, vayamos
descubriendo también que Él existe. Y no está del todo mal. Porque el
naturalista siempre habla con medias verdades. Pero no es cabalmente así. Dios
nos ha dado la inteligencia para que conversemos con Él de los asuntos de Él.
Para que podamos recibir su mensaje. Nos hizo semejantes para eso, no para que
nos hagamos científicos. Por supuesto que nos sirve para muchas otras cosas, y
algunas buenas y otras malas, pero es para Eso. Lo cierto es que, que Él
exista, lo hizo recontra evidente manifestándose de todas formas posibles,
desde las felices hasta las dramáticas, y no dejando el asunto como un acertijo
filosófico, así que la inteligencia no es para la filosofía (en realidad la
filosofía es para la inteligencia), sino que la inteligencia, es para conversar
con Dios en una medida potable, o posible.
¿Y todo ese orden
que está allí? me dirán, ¿no es para que lo conozcamos? Sí y no, porque ese
orden no es para conocerlo por conocer ese orden, sino para ir entendiendo con
ese orden, por medio de analogías, la Vida misma de Dios. Ese orden es como una
parábola. Ese orden es una especie de
“manual básico” para que nos vayamos entendiendo con Él; y si me paso una vida
estudiando las hormigas, o ciencia política, y no me doy cuenta que en realidad
son una excusa para hablar con Dios, para comprenderlo mejor, para entender en
esas cosas las “cosas” de Él, pues soy un zote con un enorme marote. Sé muchas
cosas y no me sirven para nada. Y de lo que sé, no sé ni la centésima parte. El
orden de las hormigas y el orden de la política, están allí para que lleguemos
a la bienaventuranza, como cada pizca de arena en una playa.
Este primer grado de
imbecilidad que constituye el naturalismo ya fue marcado por un infame
inteligente que se llamaba Sartre, que dijo que si existía un orden natural,
ergo existía Dios, y como no quería que existiera Dios, pues no existía tal
orden. Pero los naturalistas creen que existe un orden en la naturaleza que
habla de sí mismo y no de Dios. Un orden que se cierra a su Autor.
Es verdad que esto
parece ser así por efecto del pecado original, donde la “evidencia”, la firma
del Autor, se nos oculta a la sola inteligencia y se nos revela por la gracia.
¿Por qué? Porque Dios quiere que vean sólo los que quieran ver. Esto es
justamente lo que nos devuelve la gracia, como efecto de la Redención.
Otro ejemplo pavo.
Si leo la Ética a Nicómaco, puedo entender que leo un libro con algunas enseñanzas,
pero si leo mejor, me doy cuenta que estoy hablando con Aristóteles, y que para
entender mejor, debo saber más sobre Aristóteles. El orden natural es un libro
bien básico que nos da Dios, para que nos interesemos en Él, para que en los
ejemplos simples, vayamos calibrando lo más complejo.
El naturalismo que
hoy campa entre los católicos y que viene de hace rato, en realidad es producto
de una cuestión “docente” y “pastoral” – psicopedagógica podríamos decir, o
metodológica - . Los católicos quieren hacer apostolado y enseñar algunas
ciencias a un auditorio que no acepta hablar de Dios, que sólo puede admitir,
algunas veces, hablar de ese orden en su inmanencia y jamás en su
trascendencia. Pero como tenemos presente lo que dijo Sartre, si les hacemos
entender que hay “ordenes”, pues tarde o temprano, deberían entender que hay
Dios, porque es bastante estúpido hablar de un orden sin hablar de quien lo
diseñó. Pero esto no ha dado resultado y no quiero abundar porque es cuestión
de verlo, a pesar de la coherencia de Sartre, está lleno de imbéciles que se
vedan de mirar más arriba aunque sea evidente, y cada vez más.
Esto que intentan, no
es el viejo apostolado que se hacía con paganos, que mal que mal, siempre
tuvieron conciencia que tras el orden o el caos, había dioses; se trata de
gentes que se niegan por principio adquirido, por un cerramiento y
enceguecimiento incomprensible, a
considerar legítimo el trascender cualquier orden natural. Y la verdad, es que
si no queremos ver al autor, el Autor se oculta, y esa partecita mínima que
captamos de orden, parece “todo” un orden, y lo cierto es que ni siquiera da
para eso.
Uno se pregunta por
qué siguen con una estrategia que ha dado tan malos resultados ¡malísimos!
(siempre hay algún caso que parece que dio resultado y que sirve para
justificar el mal empeño, claro que no reparan en que al darse el salto “eminente”,
actuó la gracia), y uno termina dándose cuenta que siguen por dos causas: una,
porque se hicieron al modo; y dos, porque si no, temen perder los auditorios y
ser rajados de todos lados por hablar de cosas que no existen y estar locos.
Hago un pequeño
excursus. Varios docentes y académicos católicos se han sentido insultados por
este argumento, donde parece que odio y desprecio a los docentes y académicos
católicos en su totalidad, cosa que atribuyen a mi imposibilidad de haberlo
sido. Vimos que Senior decía algo muy parecido a lo que digo aquí (en realidad
yo digo algo muy parecido a lo que decía él, al que leí antes de todas estas
reflexiones), y era un docente y académico católico de primera línea. Es decir,
que se puede ser un buen docente o un buen académico católico, haciendo saber
que el estudio de los órdenes a los que se dedican las ciencias, son
insuficientes no sólo para entender el “todo” de lo humano (y aun de las
ciencias físicas), sino que son insuficientes en sí mismos y al prescindir de
la Verdad revelada, arriban a conclusiones erróneas y muy parciales. A Senior
lo sacaron corriendo. A mi padre lo sacaron corriendo del Conicet y de la UCA,
(y eran tiempos más tolerantes) y a casi todos los que cumplen este esfuerzo de
coherencia católica, los sacan corriendo de todos lados. Es cierto que en mí se
ha forjado un prejuicio, “si no te han sacado corriendo… y si encima te miman…”.
Pero como todo prejuicio, puede tener sus fallas... Mi hipótesis es que si
siguen en las instituciones preñadas de espíritu apóstata, es porque profesan
un catolicismo en retroceso y que este “ejemplo” de catolicismo en retroceso o
vergonzante, les es muy útil a los otros. Es el ejemplo del católico derrotado
y arrinconado.
Ahora bien, ante la
vindicta de quitarme el saludo por decir estas obviedades mil veces dichas
antes por otros mejores, pues recurro a otro prejuicio y creo que tienen “cola
de paja”, y que bien me vienen los quites de saludos para saber entre todo este
gatopardismo católico, who is who. (Y si siguen saludando, es que no tienen
cola de paja).
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Por encima de los
naturalistas, hay otros tipos más simpáticos que son los gnósticos. Estos saben
que el orden natural y su consideración, es una paparrucha para cortos y auto
emasculados intelectuales. Y quieren llegar a la captación del “misterio” que
todas las cosas esconden, y que el hombre antiguo sabía con certeza que allí
estaba. Pero quieren llegar al misterio solitos. Para ellos ese “misterio” es
inasequible con la inteligencia normal, con la razón razonada, (al igual que
nosotros), pero piensan que es captable
por el hombre a través de “otros esfuerzos”. Ese esfuerzo vendría a ser el
“aprender” una ciencia divina, el captar los principios que guían la
inteligencia divina y desentrañarlos.
Muchas veces el
poeta y el artista sienten que lo logran en lenguajes de un arcano artístico o estético
intransmisible, imposible para la razón pero posible en un tipo de expresión artística
que expresa un grado excelso de la “inteligencia”. También es común entre
judíos el lograrlo por las matemáticas, es decir, lograr captar cuál es el
sistema de cálculos que guía la creación. Hubo rusos (Rasputín por ej.) que lo
intentaban en profundas orgías sexuales. El demonismo es también otra forma.
Otros por un camino de tipo filosófico-místico (entre nosotros, el famoso
Carlos Di Sandro hace un intento parecido). En suma, quieren agarrar a Dios “de
las patas”. Robarse el misterio y hacerlo de ellos. Robarse el fuego.
Es verdad que son mucho más divertidos que los
anteriores y dicen cosas mucho más interesantes y es maravilloso ver cómo se
ciscan en el público ordinario cerrado a todo argumento trascendente, pero,
tengo la sensación desde mi humilde sesera, que están güeveando. Cuando no terminan
en el pasto con degeneraciones (es cierto que si uno quiere experimentar algo
“numinoso”, siempre es más fácil que el demonio te dé el gusto), o en el Islam
como Guenón, o están haciendo de estados
emotivos exaltados una parodia sicótica de la inteligencia, y lo que en
realidad están haciendo es “plagiar” a Dios, es decir, lo copian y no lo citan.
Eso que ellos creen descubrir, es la Revelación y no otra cosa, asunto que bien
se puede transmitir por medio de una filosofía realista que usa de la analogía
y sin necesidad de ningún tipo extraño de “conocimiento” inexpresable, y hasta
la medida de nuestra razón y no por encima, ni en la expresión de un “sexto
sentido” que sólo pueden entrever los “iniciados” (¡ojo con las iniciaciones! Varios
salieron pateando para el otro bando de ellas).
Para “saber” lo que
ellos “quieren saber o pretenden saber”, hay que llegar a la bienaventuranza.
La revelación del misterio es un don de Dios y no una conquista del hombre.
Los naturalistas
entienden que hay un sector en que se debe y se puede andar sin Dios. Los
gnósticos lo amplían a todo.
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Por último están los modernos. Tipos
coherentes si los hay. Consigo mismo por supuesto, no con la realidad. Estos
muchachos entienden que no hay orden ninguno, y que si lo hubiera, no lo
podemos captar. En realidad el argumento que entrelaza y da sentido a todas las
cosas en una explicación cosmológica, es pura literatura que nos hacemos (¿qué
cornos tiene que ver la hormiga con la física, la biología, la política y el
deseo de salvarnos? Vemos un montón de cosas pero no podemos encontrarle un
sentido bajo el cual se ordenan. Cuando creemos ver un orden, en realidad está
en nuestra mente, nosotros ponemos los órdenes como una necesidad racional. Los
hacemos con el mate. Ordenamos las cosas como se nos cantan y muchas veces le
echamos la culpa a Dios para obtener una excusa religiosa que mantenga nuestro
capricho, o puede ser también el Gran Hermano, la Patria o lo que sea. El
“modernismo católico”, dentro de esto además dice que en realidad Dios nos dio
la creación sin orden establecido y para que lo pongamos nosotros como una
conquista humana, en un proceso evolutivo y progresista. Esto es el “humanismo”.
El orden no es, pero será una conquista
humana. Cristo es sólo un ejemplo de conquista individual de un orden ético,
amoroso y solidario, en una época de la historia; ejemplo que debemos adecuar a
la nuestra.
Para ellos, esto que
llamamos “lo sobrenatural”, es una metáfora de lo que debemos realizar en el
orden natural. Es como invertir la analogía tomista. Acá el “misterio” es una
preanunciación simbólica, de lo que se va a realizar y de lo que se debe
realizar en el plano natural. Dios no hace un orden natural para que
comprendamos el sobrenatural en nuestra medida, sino al revés, del “relato” místico,
sacamos los conocimientos que nos permitirán la conquista de lo natural. No se
trata de conquistar el misterio, sino de conquistar desde las claves simbólicas
del misterio, lo natural. Dios nos tira “pistas” en clave literaria, mediante
metáforas, para que construyamos – no entendamos- lo Nuestro. Y en esto tienen
que ver mucho los literatos.
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¡¿Vieron que son más simpáticos los gnósticos?! En realidad los naturalistas, terminan haciendo el caldo gordo a los modernistas, porque al
poner la consideración de Dios en un plano a-científico, de la piedad privada,
en el fondo llegan al mismo resultado. En su catolicismo vergonzante, terminan
explicando sus ciencias “usando” figuras teológicas para hacer evidente las
verdades naturales, (y con esto creen estar dando testimonio) como si Dios nos
hubiera dado su Revelación para mejor entender el orden natural, y no exactamente
al revés. Ya que si bien lo anterior les ha sonado bien (y de hecho eso sucede
a veces y es bueno), en realidad Dios nos ha dado el orden natural para mejor
entenderlo a Él, a su Mensaje, y no, por el contrario, ha dado el mensaje como
clave para mejor entender lo “humano”. Porque lo más gracioso de esta
inversión, es que la más de las veces, al hombre avisado se le hace patente que
seguir los consejos evangélicos – así a la letra- lo molestan bastante en sus
asuntos; pero si seguimos el principio naturalista, entonces todos estos consejos
los tomaremos e interpretaremos en clave natural, en la medida que se acoden y
no sean molestos. Es como cuando el Opus explica lo de la aguja y el camello, y
lo de que la pobreza es espiritual y bien se puede estar prestando plata con
intereses y ser pobres de espíritu.
Lo único que quedará
de la religión es lo que colabora con la política concreta que nos ocupa, con
el éxito de los quehaceres modernos, y en eso están todos los sedicentes
“tomistas” católicos – naturalistas- que
les guste o no, han devenido en conservadores de la más baja estofa.
Como en todas las cosas humanas, cuya
extremación conduce a la destrucción, la filosofía moderna ha demostrado y concluido,
sin lugar a dudas, que toda reflexión filosófica que se hace para encontrar el
secreto de la vida buena, no termina como creen los naturalistas en una
consideración de las “virtudes”, si no que termina concluyendo que la vía es “tecnológica”
y que frente a ella la filosofía desaparece; filosofía que sólo fue la
preparación intelectual de este desarrollo tecnológico (lo dicen expresamente
lo más famosos filósofos alemanes, que no cito para no aburrir, pero entre
tontos, deben creerme). Y si no creyéramos en que Dios existe, estos últimos
tienen mucha más razón que los éticos y los estéticos, que llevan más de cuatro
mil años intentando dar de comer al mundo por medio de la justicia, la
solidaridad o la belleza, sin obtener ni un resultado ponderable; cuando el
invento del glifosato lo hace en un día. Y así para educación con las
comunicaciones, la salud con la medicina, y el buen gobierno con la economía.
Al final de toda filosofía o reflexión que se queda sólo con lo humano, el
hombre da una vuelta y encuentra su trasero; pues al final de la vida, una vez
transcurrido el divertido proceso freudiano de ver la felicidad en ese hermoso
músculo, lo único que queda como preocupación, es una buena tecnología para ir
de cuerpo. Un hombre moderno sabio que llega a su ancianidad, sabe que “la vida
buena” es la de un hombre que defeca bien y regularmente (son los únicos
ancianos que sonríen en televisión). Los naturalistas católicos, tienden al estreñimiento.