Cabildo
nº 118
Alguien
tiene que decir la Verdad
EDITORIAL
Por Antonio
Caponnetto
NI VACAS SAGRADAS NI MERCADERES
COBARDES
Cuando
un hecho político alcanza relieves burdísimos y se exhibe con una impudicia tan
tosca cuanto palurda, resulta difícil –por lo obvio- ensayar algún comentario.
El deber de simples cronistas nos impele a registrarlo, pero la fatiga moral del
módico ciudadano se resiste a abundar en
detalles.
Ese hecho grotesco al que estamos aludiendo ha tenido como figura central
a la becerra destartalada que responde al nombre de Hebe de Bonafini. Es
innecesario abundar en tecnicismos o reconstruir los aspectos jurídicos de lo
sucedido. El país entero sabe que esta mujer –parida en los sumideros del
resentimiento marxista- está acusada con suficientes fundamentos
de actos de defraudación y latrocinio; por decir lo menos. Pero que no
sólo puede
hacer alarde de su impunidad sin restricciones, sino burlarse durante largas
jornadas de todas las instancias institucionales que rigen para cualquier
habitante en sus mismas condiciones delictivas.
Y sabe el
país entero, asimismo, que para ejecutar tan osado sainete, cuenta con el
respaldo, por acción u omisión, de aquellos que supuestamente deberían llevarla
hasta las puertas mismas de la cárcel. Todos son cómplices de esta escandalosa
lenidad. Desde Bergoglio que le tiende su mano con sobreactuada complacencia
–esa misma mano, ¡ay!, negada
a los guerreros cautivos o a los católicos cabales- hasta Mauricio Macri que,
como buen budista,admite que las vacas son sagradas, e incluso, para
la fiesta de Gopastami, sabe que se las baña, decora y venera de un modo
especial. Se puede conculcar la justicia, pero no las ofrendas debidas al
krishna democrático.
Quedará para
mejores analistas determinar cómo un adefesio de visibles contornos rapiñeros se
ha convertido en sacra res, a la que no sólo no se puede
perturbar en su calamitoso pastoreo, sino que hay que
agradecerle cada vez que se le ocurre ciscarse y berrear en público.
Es una historia larga que venimos denunciando desde hace
cuatro décadas, y que no exime de culpas a quienes debiendo comportarse como
fusileros públicos de los terroristas optaron por trocarse en
desaparecedores clandestinos. Como tampoco exime de culpas a la gentuza de toda
índole que cree que detrás de cada desaparecido hay necesariamente un inocente,
un héroe glorificable, un joven maravilloso y una cifra
inventada.
En cuanto a
los hombres decentes que con razón se escandalizan ante tan sucio favoritismo,
les recomendamos
dos reflexiones, hijas ambas
del sentido común. La primera, que no se puede levantar estatuas a las causas y
cadalsos a las consecuencias. Si se han erigido miles de efigies al
derechohumanismo guerrillero, no puede pretenderse ahora que esos monumentos
indignos no nos aplasten con el peso de su ruindad. La segunda reflexión es para
que se tome conciencia, una vez más, de la mentira ingénita de este sistema
político, que adopta una actitud hímnica ante la noble igualdad, cuando
en la práctica hay unos iguales que de tan distintos, a causa
de sus privilegios, pueden reírse en la cara del resto de los
mortales.
Reconozcamos;eso
sí, que la vaca
sagrada tiene su épica. De establo, boyeriza y
cochiquera; pero la necesaria para enfervorizar a sus adeptos, sean
kirchneristas o de otras ramas de la zoología. Enfrente, en cambio,la épica
oficial levanta los pendones del ahorro del gas y de energía, porque según la
lógica de estos mercaderes infames, una nación se desarrolla, no en la línea que
le trazan sus paladines santos o heroicos, sino los
organigramas de la Shell y de
Edesur.
No se
combate a las reses rencorosas y cornudas con los mugidos de los cobardes. Se
necesita el cayado señorial y justiciero de un pastor con porte regio, como
decía Agustín de Foxá. Ni se combate a los cartagineses y a los fenicios con
pokemones democráticos, sino con soldados de estirpe romana y corazón de
cruzados. Quede predicada esta doble necesidad que nos impetra desde el fondo
mismo de nuestro ser cristiano. El resto lo decide Dios, Señor de la
Historia.