Moderaditos
Con el terror ciñendo mi cabeza
dije: «Maestro, qué es lo que yo escucho,
y quién son éstos que el dolor abate?»
Y él me repuso: «Esta mísera suerte
tienen las tristes almas de esas gentes
que vivieron sin gloria y sin infamia.
Están mezcladas con el coro infame
de ángeles que no se rebelaron,
no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos.
Los echa el cielo, porque menos bello
no sea, y el infierno los rechaza,
pues podrían dar gloria a los caídos.»
No tienen éstos de muerte esperanza,
y su vida obcecada es tan rastrera,
que envidiosos están de cualquier suerte.
Ya no tiene memoria el mundo de ellos,
compasión y justicia les desdeña;
de ellos no hablemos, sino mira y pasa.» (Dante Alighieri, Divina comedia, extractos del Canto III).
“Puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” (Apoc3,16).
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Reproducimos aquí un texto viril de Juan Manuel de Prada que bien puede servir de examen de conciencia.
La imagen de Dante pertenece a Giotto y es, probablemente, la más cercana a su verdadero rostro.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
Moderaditos
Por Juan Manuel de Prada
Prefiero al hombre que eleva la voz para decir sin ambages lo que
piensa, aunque lo que piensa sea erróneo, que al hombre que oculta o
disfraza lo que piensa. porque el primero es plenamente humano, aunque
insista en el error (o precisamente por ello mismo), mientras que el ‘moderadito’, bajo su pérfida apariencia de neutralidad amable, es un ser pérfido.
Y es que el rasgo más característico del ‘moderadito’
es su gustosa permanencia en el redil de las ideas recibidas, que
repite como un lorito, a la espera de la ración de cañamones que premie
su conformidad.
El ‘moderadito’ nunca
tiene iniciativa, siempre adopta los usos del mundo, siempre asume las
modas de la época, siempre corea o imita (con virtuosismo de
ventrílocuo) las voces del momento. Todo lo que sea salirse de las
pautas establecidas le parece exageración y desafuero; todo lo que sea
expresarse con entusiasmo, con ardor, con crudeza, con vehemencia, le
provoca disgusto, aversión, escándalo. El ‘moderadito’,
aunque en su fuero interno no profesa sinceramente ningún principio,
puede disimular de puertas afuera que los profesa; pero con la condición
de que sean principios hueros, meras declaraciones retóricas,
principios que no se apliquen o se puedan aplicar aguadamente.
Y, por supuesto, si alguien expresa esos
mismos principios con un tono encendido y pretende aplicarlos sin
reservas, se le antojará un energúmeno; y preferirá al que proclama los
principios contrarios, siempre que lo haga con corrección, con morigeración, con fría y educada tibieza. Por supuesto, al ‘moderadito’
las afirmaciones o negaciones netas le provocan horror, porque lo
obligan a tomar partido; prefiere las opiniones que picotean de todos
los cestos, las expresiones brumosas, el sincretismo ambiguo, la
borrosidad huera, la perogrullada, el mamoneo, el matiz. ¡Cómo le gustan
al‘moderadito’ los matices! Se moja las bragas
matizando, el tío; y si, además de matizar, puede ‘consensuar’, entonces
ya es que se corre de gusto. Nada gusta tanto al ‘moderadito’
como ceder una porción de lo que piensa (pues todo lo que piensa carece
de valor) a cambio de tomar una porción de la opinión contraria; pues
sabe que en este sopicaldo mental su babosería e inanidad pasan inadvertidas.
El ‘moderadito’ odia al
hombre que se compromete y empeña su prestigio en defender una posición,
porque sabe que su actitud gallarda deja en evidencia su cobardía. Si,
además, el comprometido es hombre de verbo fácil y escritura lozana que
se derrama con franqueza incontenible e incluso con cierta falta de
pudor, el odio del ‘moderadito’ alcanzará cúspides
diabólicas; y empeñará sus fuerzas en desprestigiar al hombre
comprometido, acusándolo de charlatanería, de radicalismo, de
intemperancia, de cualquier vicio real o inventado que lo haga aparecer
ante los ojos del mundo como un orate. El ‘moderadito’
odia al hombre comprometido como el eunuco odia al hombre viril; y no
vacilará en conseguir su condena al ostracismo (pero siempre de forma
indolora, que para eso es ‘moderadito’).
El ‘moderadito’ considera que en toda
opinión hay algo bueno y algo malo y que todo pensamiento que se expresa
sin ambages es expresión de ciega soberbia. Naturalmente, todo esto son
artimañas alevosas para convencernos de que su tibieza y cobardía son
prudencia, tolerancia, sentido común. El ‘moderadito’ defiende los
hábitos adquiridos, las inercias prejuiciosas, las
convenciones establecidas y, en fin, todo lo que envuelve a las personas
y a los pueblos en las telarañas de la pereza mental, de la repetición
fofa, del estereotipo; en cambio, odia las tradiciones auténticas, que
trata de convertir en costumbres maquinales y carentes de significado (y
así, por ejemplo, el ‘moderadito’ puede llegar a participar en una procesión de Semana Santa y hasta del Corpus tan campante, con la mismaaséptica complacencia con la que puede también participar en un desfile de carrozas del Orgullo Gay).
El ‘moderadito’ nunca se
enfurece, nunca se exalta, siempre nada a favor de la corriente. Odia
al pecador arrepentido, cuyos errores pretéritos gusta mucho de airear;
porque para pecar y para arrepentirse hace falta dominar y ser dominado
por las pasiones, y el ‘moderadito’, que es de sangre fría como las culebras, ha reprimido todas sus pasiones.
Al ‘moderadito’ le repugnan los hombres atormentados, porque con sus imperfecciones y recaídas muestran una aspiración doliente al ideal; y el ‘moderadito’ quiere que su ramplonería y neutralidad se conviertan en tabla rasa que nivele la grandeza y la miseria humanas. Porque el ‘moderadito’
es un hombre sin grandeza y sin miseria, es un hombre que no se
indigna, que no se asombra, que no rabia, que no se humilla ni se
arrepiente.
El ‘moderadito’ carece
de orgullo para erguirse y de humildad para arrodillarse; porque, al
fin, es un despojo humano, un hijo del demonio, un reptil al que
conviene pisar cuando nos lo tropezamos en el camino, antes de que nos
muerda con su veneno.