La increíble historia detrás de uno de los papelones más grandes de la Justicia
Gustavo
Seré fue liberado después de pasar 451 días preso por un asesinato, el
del chico Emir Cuitoni, que no había cometido. Los “indicios”
equivocados que llevaron a la Justicia a imputar a un hombre que no es
trigo limpio y que carga varias denuncias por estafa, pero que no era un
asesino. La misteriosa mujer que, por remordimiento, ayudó a dar vuelta
la causa dejó al desnudo otra vez la fata de profesionalidad de las
investigaciones judiciales.
Azul
tenía aquél 17 de abril de 2016 solo 15 años y difícilmente olvidará la
escena que, involuntariamente, le tocó vivir en el Parque Estación
Benegas después de haber decidido salir a caminar junto a su mamá esa
noche. En menos de un segundo, se encontró tratando de socorrer a un
chico apenas más grande que ella que yacía agonizando después de que
alguien le disparara a quemarropa.
En
el medio de la desesperación, alzó la vista y logró ver como otro grupo
de chicos salía corriendo, escuchó el estruendo de dos disparos más y
unos gritos al aire: “Rateros hijos de puta”.
Esa voz y sobre todo el ruido de los disparos la hizo dar vuelta. Y fue en ese momento, sintió que se moría.
Frente
a ella estaba un hombre corpulento, tan alterado como agitado, que la
miraba fijamente mientras limpiaba su arma manchada de sangre. El miedo
la paralizó a Azul. El hombre la miró fijo, terminó de quitar las
manchas de su pistola y sin inmutarse dijo: “Vamos”. La orden fue para
dos adolescentes que estaban junto a él que sin chistar se subieron a
una Toyota Hilux y se terminaron perdiendo por las calles de Godoy Cruz.
Azul
se convirtió en la testigo principal del asesinato de Emir Cuattoni
porque fue casi la única persona que vio todo lo que pasó. La otra, fue
su madre. Sin embargo su testimonio no fue clave para dar con el
asesino. O al menos, con el verdadero asesino.
Cuando
fue citada a declarar ante la Justicia, Azul nunca reconoció a Gustavo
Seré como el autor de los disparos. Era obvio, jamás iba a poder olvidar
el rostro de quien tuvo en sus manos la posibilidad de quitarle la
vida. Tal como había hecho con Emir.
Seré
estuvo 451 días preso y la Justicia, si no fuera por el remordimiento
de una mujer que apareció mucho tiempo después en escena, iba a terminar
cometiendo el peor de sus pecados: condenar a un inocente.
Lo
que pasó con Azul en el marco del proceso judicial por la investigación
del asesinato de Cuattoni, es solo uno de los errores graves que se
cometieron en esta causa que bien podría transformarse en el guión de
una película.
Gustavo
Seré no es una carmelita descalza. Es más, podría decirse que tampoco
es trigo limpio. Arrastra varios juicios laborales en su contra en su
empresa metalúrgica y acumula también denuncias por estafa por librar
cheques voladores. Pero está en duda que tenga estrechos vínculos narcos
como afirmó la Justicia durante meses. Y mucho menos, que sea un
asesino.
Todo
el sustento que había en la investigación de la fiscal Claudia Ríos
hasta hace poco menos de un mes para sostener la acusación contra él,
provenía de información aportada por los buchones de la Policía, un
informe elaborado por un investigador privado contratado por la familia
Cuattoni, un par de testigos que resultaron ser falsos, una gran
cantidad de “pruebas concurrentes” e indicios que llevaron a la Fiscal a
abonar la hipótesis de que se trataba de un crimen con ribetes de
narcotráfico.
No
es un secreto en Tribunales que generalmente el grueso de los elementos
de prueba que son utilizados para tratar de esclarecer delitos
complejos como este surjan de los vínculos de la policía con sus
informantes que cobran por aportar esos datos.
La
sospecha sobre el manejo de los gastos reservados del ministerio de
Seguridad, la caja de dónde sale la plata para pagarle a los buchones,
no es nueva. Lleva años en la provincia. Los gastos reservados suman
$10,4 4 millones este año y se elevarán a más de $12 millones el año que
viene y son de manejo discrecional del ministro y sin la obligación de
rendir cuentas.
La
base que disparó la hipótesis acerca la culpabilidad de Seré provino de
un informe de Inteligencia Criminal, según la defensa, sustentado en el
testigos anónimos (buchones) que luego se argumentó que no cumplía con
los protocolos mínimos de ratificación de credibilidad de esa
información.
Los
propios policías que trabajan con los fiscales pusieron en duda la
veracidad de esos aportes de Inteligencia, pero nadie reparó en ello.
El
envión final para la detención de quien aparecía como único sospechoso
la dio un investigador privado contratado por la familia Cuattoni. Es el
“Pastilla” Roldán, un ex efectivo de la Policía que fue quien aportó la
teoría de las vinculaciones del crimen con el narcotráfico que la
fiscal Ríos trabajó.
La sucesión de acontecimientos posteriores, hicieron el resto del trabajo. Y terminaron contribuyendo a la injusticia.
Primero
el testimonio de dos Martínez, Rubén y David, quienes no solo relataron
los vínculos de Seré con el negocio de las drogas sino que uno de
ellos, David, atestiguó que el propio empresario le había confiado que
había matado a una persona.
David
Martínez fue empleado de Seré y contó cómo este le había contado que
había asesinado a alguien en una charla privada que habían tenido una
tarde cuando pasaban por el parque Benegas.
“Acá me comí un pibe”, dijo Martínez que le dijo Seré, en el preciso momento en que pasaban frente a la escena del crimen.
-¿Cuánto tiempo trabajó para Seré?, le preguntó uno de los forenses al testigo durante la etapa procesal.
-Treinta días, respondió el testigo.
- ¿Y en solo treinta de relación el dueño de la empresa le contó que cometió un asesinato?, indagó el perito.
Martínez
dudó, pero se mantuvo: “Así fue”. A nadie le llamó la atención ese
detalle y ahora los Martínez están acusados de falso testimonio..
Una serie de eventos desafortunados contribuyeron asimismo a ampliar las sospechas sobre el detenido.
Es
verdad que Seré vendió su camioneta Toyota Hilux solo un par de días
después del día del asesinato. Pero lo hizo bajo recomendación de los
abogados que le llevaban los juicios laborales en su contra para que no
fueran por su patrimonio. Es verdad también que la secretaria (novia)
del empresario mintió cuando le preguntaron por esa transferencia, pero
lo hizo asustada porque, en su cabeza, pensó que todo se trataba de los
empleados que les habían hecho juicio.
Para
los pesquisas tantas pruebas concurrentes fueron como sumar dos más
dos. Evidentemente Seré estaba ocultando algo. Seguro que el crimen,
descontaron.
El
aporte de “Pastilla” fue clave. El fue quien ató los cabos del negocio
de la droga, por los vínculos del padre de uno de los chicos que estaba
con Emir cuando lo mataron en el parque, “Chano” Areche, con el menudeo
de drogas en el barrio La Gloria. El tiro era para el “Chano”, aventuró
el investigador privado, pero se lo terminaron dando a otro. También fue
quien indujo a los fiscales sobre el arma homicida, sin que luego se
hayan hechos los peritajes correctamente.
¿Sobre
qué elementos terminó imputando la fiscal entonces? Sobre un puñado:
uno de ellos, la georeferenciación de Seré a través de su teléfono
celular que en el día y a la hora del asesinato lo ubicaban por el
lugar.
Otro,
el testimonio de David Martínez. Uno más, el parecido físico con el
relato de los testigos que dijeron haber visto al asesino y también,
porque era dueño de una Hilux.
El
caso trae otra vez el reclamo por la implementación de la Policía
Judicial. Al menos hacen dos décadas que distintas administraciones
barajan la posibilidad de la creación de este cuerpo especial de
policías para que las investigaciones criminales sean profesionales y no
como las actuales.
Alfredo
Cornejo no escapa a la regla: viene desarrollando un proceso de
traspaso de la policía de Investigaciones al ámbito del Poder Judicial,
aunque con dificultades por el cumplimiento del escalafón. El problema,
argumentan, es de plata.
El
caso lo roza al gobierno, al menos, en la lectura que hacen los
abogados defensores de Seré. Ellos apuntan ahora a desenmarañar quienes
estuvieron detrás del armado de toda la causa sin apuntar directamente,
todavía, hacia las autoridades provinciales. Pero en el camino, han
comenzado a recibir emisarios de la Casa de Gobierno para bajar un poco
el nivel de sospechas.
La
preocupación oficial está en un punto: tratan de de derribar la
sensación de que el caso, que reconocen injusto, terminen derrumbando lo
hecho hasta acá con la Policía. “El caso Seré es un error en un sistema
que funciona mucho mejor”, desestiman. El gobierno desmiente un punto
en toda esta novela: que lo dicho por Inteligencia Criminal haya sido
tomado de plataforma para la imputación dispuesta por la Justicia.
Para
ellos Rios se apuró en encontrar a un sospechoso con pruebas
“endebles”, presionada por la familia y tomando como base lo descubierto
por un investigador privado.
El vuelco que tuvo el expediente es conocido, porque fue la propia Claudia Ríos quien en tono autocrítico tuvo que admitir que debía liberar a un inocente el mismo día en que detenían al nuevo principal sospechoso, Dionisio Elmelaj.
El
inesperado giro también tuvo ribetes cinematográficos. Hace poco más de
un mes una mujer la interceptó a la salida del trabajo a Jimena, la
hermana de Seré, y misteriosamente le dijo: “Yo sé quien mató a Emir
Cuattoni, anotá todo lo que te voy a decir porque no me vas a ver más”.
Con
mucha incredulidad, la mujer trató de registrar en su memoria todo lo
que la misteriosa confidente estaba relatando que incluía, con detalles,
nombres, fechas y, sobre todo, lugares. Muchos apuntan a que la mujer
de Elmelaj, enfrentada con su marido y pendiente de la situación de sus
hijos quienes habían sido testigos presenciales del asesinato, no pudo
con su conciencia.
Jimena
Seré le contó todo esto a Ríos quien, con cierto tino, inició una
investigación secreta para terminar dando con el verdadero asesino.
Cuentan
que al entrar al domicilio del sospechoso en Chacras de Coria, hallaron
una innumerable cantidad de pruebas incluida la pistola 9mm utilizada
en el homicidio. Al arma le habían borrado la corredera para que sea
difícil identificarla. Pero lo raro no fue eso, sino que fue hallada
dentro de una especie de bolsa preparada para un gualicho. Una especie
de San Cipriano. Un conjuro para encontrar la solución al problema que
se está atravesando.
Los
investigadores no podían creer lo que se habían encontrado. Aunque todo
tenía su lógica: la Justicia había funcionado al fin aunque no tanto
por trabajo realizado. Sino que más bien porque a alguien lo terminó
consumiendo el remordimiento.