Angelelli. Historia de un presunto martirio (IV). Un testigo que no fue y una justicia amañada
1. Monseñor Bernardo Witte, como es sabido, sucedió a Angelelli en la
sede episcopal de La Rioja. Nacido en Vardingholt, diócesis de Münster,
Alemania, en 1926, fue ordenado sacerdote en 1954 en la congregación de
los Oblatos de María Inmaculada (OMI), fundada en 1816 por san Eugenio
de Mazenod y que está en la Argentina desde 1935. De joven, durante la
Segunda Guerra Mundial, monseñor Witte fue detenido por las tropas
aliadas y permaneció dos años en prisión. Como misionero formó parte de
la provincia religiosa que la congregación tiene en el Paraguay con sede
en la ciudad de Asunción. El 2 de octubre de 1955 llegó a la Argentina y
comenzó su trabajo en las provincias del Chaco y de Formosa. Tras
diversos destinos, finalmente, el Papa Paulo VI lo designó, en 1977,
obispo de La Rioja. Permaneció en esa diócesis hasta 1992, año en que
fue trasladado a la sede episcopal de Concepción (en la Provincia
norteña de Tucumán) cuyo gobierno ejerció hasta 2001. Falleció en 2012.
Desde
el primer día de su llegada a La Rioja Monseñor Witte se propuso investigar la
muerte de su antecesor. Como una muestra de ello, el Coronel Eduardo de Casas, nombrado
Jefe de la Policía de La Rioja en diciembre de 1980, en conversaciones privadas,
nos manifestó que a los pocos días de entrar en funciones recibió la visita de
Monseñor Witte quien le explicó que se encontraba abocado a investigar la
muerte de Angelelli y le pidió la colaboración policial en tan difícil tarea.
De Casas ordenó reunir todos los elementos disponibles en Jefatura (copia del
sumario policial, negativos de las fotos agregadas, cámara y cubierta del
vehículo accidentado, etc.) al tiempo que convocó al personal policial que había
intervenido en la investigación de la muerte de Angelelli, poniendo todo a
disposición del Obispo[1].
Monseñor
Witte, algunos de cuyos testimonios hemos ya mencionado, mantuvo siempre hasta
su muerte que como resultado de sus investigaciones podía afirmar con certeza
que la muerte de su predecesor había sido causada por un accidente
automovilístico. Ya hemos mencionado algunos de sus testimonios en este
sentido. El ya nombrado Coronel de Casas, en las mismas conversaciones privadas
a las que hicimos referencia, nos mostró un texto de Monseñor Witte, titulado Mi vida misionera, publicado en
diciembre de 1999, y que le fuera obsequiado al regreso de Alemania de su autor,
en el que resume:
El 4 de agosto falleció en un enigmático
accidente Monseñor Enrique Angelelli. El accidente dudoso parecería ser solo un
accidente. Hasta el momento no hay otro testimonio que compruebe lo contrario. La Providencia Divina permitió el accidente
fatal, no cabe duda[2].
Pero
el testimonio más contundente es el que ofreció Monseñor Witte en su discurso
de despedida de la Diócesis de Concepción que fue, en cierto modo, su despedida
de la Argentina. Allí dijo, ya sin sombra de vacilación alguna:
En el transcurso del tiempo logré aclarar
el drama de la trágica muerte de Monseñor Enrique Angelelli, precisando que las
fuerzas del mal, que asesinaron a los sacerdotes Carlos y Gabriel y al laico
Wenceslao Pedernera, también querían matar al Obispo. Pero su muerte fue a
causa de un accidente de tránsito. Es de esperar que el testigo, ex presbítero
Arturo Pinto, recupere la memoria de aquella tragedia[3].
Esta
fue invariablemente la posición de Monseñor Witte. Sin embargo, nadie la tuvo en
cuenta pese a que, de acuerdo a informaciones fidedignas, sus testimonios y declaraciones
figuran en los archivos de la Curia de Buenos Aires. ¿Llegaron a Roma estos
testimonios? ¿Si llegaron, fueron debidamente evaluados? ¿No era, acaso, de
enorme interés la opinión de quien habiendo sucedido al presunto mártir en la
sede episcopal, tuvo la posibilidad de investigar los hechos en el lugar en que
sucedieron y de hablar directamente con los testigos y los protagonistas? Nada
de esto estamos en condiciones de responder.
Un
último dato, de incuestionable relevancia, aportado también por de Casas,
evidencia hasta qué punto los promotores del “martirio” de Angelelli han
presionado, y siguen haciéndolo, sin reparar en medios para conseguir su
objetivo. Un año antes de morir (marzo de 2011), Monseñor Witte tuvo un
encuentro con el Coronel de Casas, en la localidad de Chacras de Coria, en la
Provincia de Mendoza, en el domicilio de un oficial de la Fuerza Aérea.
Comodoro Jorge Julio Segal. Conversando acerca del caso Angelelli, de Casas le
preguntó a Monseñor Witte por qué no se presentaba ante la justicia como
testigo habida cuenta de toda la información que había recogido. La respuesta
de Monseñor Witte, llena de amargura, fue que ya no tenía ni edad ni fuerzas
para sobreponerse a las terribles presiones y aún represalias de parte de
miembros del Episcopado y del clero izquierdista. Witte murió en la absoluta
pobreza y sus últimos años vivió de la caridad de unas religiosas que le daban
albergue y comida. Hasta eso, le confesó a de Casas, perdería si se animaba a
acudir a la justicia como testigo.
2.
No podemos cerrar estas notas sin mencionar la actuación de la justicia
argentina durante todos estos años en que el caso Angelelli se ventilara en los
tribunales. No debe olvidarse que precisamente el último fallo de esa justicia
ha sido la base de la declaración de muerte martirial por parte de la Santa
Sede.
Durante
mucho tiempo la versión del trágico accidente que costara la vida del Prelado
riojano fue aceptada sin que ninguna autoridad ni civil ni eclesiástica la
pusiera en duda. No fue, como ya dijimos, hasta el 4 de agosto de 1983 que, en
ocasión de un homenaje al Obispo Angelelli llevado a cabo en la Ciudad de
Neuquén, el fraile capuchino Antonio Puigjané lanzó públicamente la versión de
que el accidente fue, en realidad, un atentado criminal perpetrado por
efectivos de las Fuerzas Armadas argentinas.
Las
afirmaciones de Puigjané no fueron acompañadas de ninguna clase de constancias
probatorias; sin embargo, los llamados organismos de derechos humanos y los
sectores ideológicos ligados a la extrema izquierda, dentro y fuera del ámbito
eclesial, se hicieron eco de esta versión. A raíz de ella la causa judicial por
la muerte del Obispo Angelelli fue reabierta en dos ocasiones. La primera, en
1983, iniciada en los tribunales de la Provincia de Neuquén, girada
posteriormente por razones jurisdiccionales a la Provincia de La Rioja y
finalizada en 1990 con el dictamen de la Cámara de Apelaciones de la Provincia
de Córdoba, en la que se concluyó que, agotada la investigación, no fue posible
reunir la suficiente cantidad de evidencias que permitan afirmar que el
accidente en el que perdiera la vida el Obispo Angelelli fuese causado por una
intención criminal al tiempo que se proveyó el sobreseimiento de la causa. La
segunda fue en 2010 en que se reabre un nuevo proceso sin haberse reunido
ninguna nueva evidencia que justificara esa decisión. Este proceso culminó en
el año 2014 con una sentencia que condenó a dos jefes militares, treinta y ocho
años después del suceso, por autores mediatos de la muerte del Obispo
Angelelli.
Ahora
bien, ¿cómo se explica que sin ninguna evidencia distinta de las aportadas en
el proceso anterior y sin haberse demostrado la existencia de autores
inmediatos del hecho, un tribunal haya declarado que la muerte del Obispo Angelelli
fue debida a un atentado criminal y condenado a dos ex jefes militares como
autores mediatos del presunto crimen? Para entender esta cuestión hay que tener
presente el particular contexto histórico y político en el que tuvo lugar este
segundo proceso judicial. A partir de la asunción de la Presidencia de la
Argentina por parte del matrimonio de Néstor Kirchner (2003- 2007) y Cristina
Fernández de Kirchner (2007-2015) se puso en marcha en nuestro país un plan
sistemático de venganza contra las Fuerzas Armadas que en los años setenta
combatieron las organizaciones guerrilleras y terroristas de extrema izquierda,
una historia compleja y difícil que todavía no ha terminado de escribirse. Pero
lo que ahora nos interesa destacar es que durante los doce años de gobierno de
los Kirchner se llevaron a cabo numerosos juicios, conocidos como “juicios por
la verdad, la justicia y la memoria”, plagados de enormes irregularidades
jurídicas, contrarios por completo a los principios fundamentales del Derecho y
animados de una más que evidente parcialidad ideológica.
Con
el propósito de llevar adelante esta venganza el gobierno kirchnerista no se
detuvo ante ningún límite: se anularon dos leyes sancionadas legalmente por el
Congreso Nacional que ponían fin a la persecución final de los militares
involucrados en la guerra de los setenta, se anularon parcialmente decretos
presidenciales que indultaban a dichos actores militares (derogación parcial
porque de un mismo decreto se anulaban los artículos que indultaban a militares
mientras se dejaban vigentes los artículos que beneficiaban a los ex
componentes de las organizaciones terroristas), se juzgaron hechos con leyes
posteriores a los mismos y se condenó sobre la base de figuras penales que no
existían en la época en que se cometieron los supuestos delitos investigados,
violando de esta manera el principio de no retroactividad de la ley, se condenó
a numerosas personas sin pruebas, muchas veces sólo sobre la base de
testimonios fraguados, se sustrajo a los imputados de la competencia de los
jueces naturales y se constituyeron tribunales especiales expresamente
prohibidos por la Constitución Nacional; en suma, se desmanteló de hecho el
sistema judicial argentino con el único y manifiesto fin de obtener condenas al
servicio de intereses ideológicos espurios e inconfesables. En esta maniobra,
el Poder Judicial fue el actor principal pero tanto el Poder Ejecutivo como el
Poder Legislativo, por acción u omisión, coadyuvaron en la implementación de
este siniestro plan.
Paralelamente,
una propaganda sostenida y financiada con todo el poder del Estado y de
organismos nacionales e internacionales de Derechos Humanos fue imponiendo
desde el periodismo, la escuela, el cine, el arte, la literatura una versión
francamente distorsionada de la reciente historia argentina fundada en
imposturas manifiestas como la tristemente célebre cifra de “treinta mil
desaparecidos” definitivamente confutada por investigaciones serias e
imparciales y que, no obstante, se sigue sosteniendo a modo de “emblema social
indiscutible” como lo ha declarado taxativamente el actual Secretario de
Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj en enero del año 2017.
Es
en este contexto, sucintamente expuesto, pero que se halla ampliamente
documentado en numerosas obras que integran una extensa bibliografía, en que se
inscribe el último proceso judicial que declaró, sin fundamentos ni pruebas,
que la muerte del Obispo Angelelli fue causada en un atentado criminal. Y fue,
repetimos, sobre el fundamento del fallo de una justicia amañada, falaz y
espuria que se declaró la muerte martirial de Enrique Angelelli[4].
3.
Cuando el entonces Cardenal Jorge Mario Bergoglio presidía la Conferencia
Episcopal Argentina, en el año 2006, ordenó la constitución de una Comisión
especial con el cometido de investigar la muerte de Angelelli. Monseñor Carmelo
Juan Giaquinta, Obispo Emérito de Resistencia, fue el encargado de presidir esa
Comisión integrada, además, por el entonces Obispo de La Rioja, Monseñor Roberto
Rodríguez y el Presbítero Nelson Dellaferrera. Los trabajos de esta Comisión duraron dos
años.
Ahora
bien, en declaraciones a la Agencia Informativa Católica Argentina (AICA) con
fecha 15 de abril de 2009, a la pregunta de a qué conclusiones había llegado la
Comisión respecto del carácter de la muerte del Obispo Angelelli, su Presidente
Monseñor Giaquinta, respondió “que la conclusión del trabajo no significa que
la Comisión haya llegado a una conclusión judicial. Si fue accidente o
atentado: lo dirá la Justicia Civil. A partir sólo de los testimonios
eclesiales es difícil probar ninguna de las dos hipótesis”.
Es
decir, Monseñor Giaquinta no abrió juicio respecto de si la muerte de Angelelli
fuese debida a un atentado o a un accidente remitiéndose a un futuro fallo de
la “justicia civil”. Modo un tanto evasivo de referirse a las conclusiones de
una Comisión que durante dos años recogió innumerables testimonios y pudo
acceder de modo irrestricto a toda la documentación judicial disponible hasta
ese momento, documentación que incluía como se vio pronunciamientos muy claros
respecto de la falta total de probanzas de un supuesto asesinato. Sin embargo, la
opinión de Monseñor Giaquinta, que nos fue expresada en privado, era un tanto
más explícita al sostener que, en verdad, no existía ninguna evidencia que
permitiese concluir que la muerte de Angelelli hubiese sido intencionalmente
procurada.
Pero
tomando las expresiones públicas no cabe duda de que la Comisión especial
encargada por el hoy Papa Francisco no arribó a conclusión alguna (entonces ¿de
qué valieron sus trabajos?) limitándose solamente a remitirse a un futuro
pronunciamiento de la justicia civil. Pronunciamiento que llegó, años después, sólo
que en los términos y condiciones que acabamos de exponer.
(Conclusión)
María Lilia Genta
María Lilia Genta
[1] Mantuvimos varias
reuniones y conversaciones con el Coronel Eduardo de Casas, sin duda la persona
que más información ha reunido sobre el caso Angelelli, documentación que puso
generosamente a nuestra disposición para la elaboración de estas notas. Se
trata de un brillante militar y de un verdadero soldado católico cuyos
testimonios, de incalculable valor, no fueron nunca tenidos en cuenta por las
autoridades eclesiásticas que han intervenido en la promoción del “martirio” de
Angelelli.
[2] La cita nos fue leída
por el Coronel de Casas directamente de uno de sus apuntes. No tenemos mención
de edición, de fecha ni de página. Empero la consideramos fidedigna en primer
lugar por la reconocida honestidad de nuestro interlocutor y, sobre todo,
porque coincide casi textualmente con otros escritos de Monseñor Witte.
[3] Monseñor Bernardo Witte, Una
despedida fraternal, carta enviada a diversos medios católicos en ocasión
de su alejamiento de la Diócesis de Concepción por razones de edad, julio de
2001.
[4] En
nota personal que nos hiciera llegar el Coronel de Casas, este militar
sostiene: “La sentencia del Tribunal Oral Federal de La Rioja (604 fojas) que
condenó a reclusión perpetua a dos Oficiales Superiores de las Fuerzas Armadas
y mantuvo en cautiverio a otros tres hasta su muerte, sin mayores pruebas
convincentes y rechazando otras sin mayor estudio, debería ser objeto de una
meticulosa revisión jurídica, para determinar si no se ha incurrido en
el delito que el Código Penal Argentino establece como prevaricato”.