Lo que viene detrás de Francisco
Enviado por Moderador el Mié, 08/29/2018 - 13:31.
Los riesgos de apresurar un final inevitable
El
Circo Máximo comienza a desarbolarse como una nave en la tempestad. No
me refiero al romano de la antigüedad, aunque sí hablo del circo romano
de Francisco. Ese tinglado endeble, que supo llenarse de gente curiosa
de ver bufonadas doctrinales y gestos de ostensible humildad, se va
cayendo a pedazos.
El golpe durísimo de Mons. Viganò,
sea cual fuere la intención, quebró el palo mayor de una carpa ya
demasiado azotada por la desconfianza, las investigaciones de la
justicia y finalmente el repudio de los irlandeses a la visita papal
durante las jornadas de la Familia durante las cuales ambas partes, los
liberales y los conservadores, le dieron la espalda. En ese momento se
produjo el informe, el 22 de agosto, una denuncia con datos duros,
presentada con mucho sentido de la oportunidad. Y la típica respuesta de
Francisco cuando lo llevan contra las cuerdas: el silencio propio y la
máquina de propaganda a su servicio crucificando al autor del informe
sin decir ni palabra sobre la veracidad o no de los hechos denunciados.
Calles de Dublín al paso del papamóvil
Francisco
ya es historia, aunque dé batalla después de muerto, insuflado por el
instinto de conservación propio y de su entorno. Muchos ven cómo se
desmorona el fantoche que promovieron al pontificado, en buena medida
sin conocerlo. Un fantoche con vocación de tirano. Bergoglio ha sido siempre igual,
al menos desde que llegó al arzobispado de Buenos Aires. Siempre
dúplice, confuso, enredador, sinuoso… siempre rodeado en su circuito de confianza
(es un modo de decir) por personas de mala fama merecida. Persona
inmorales y con demasiada frecuencia pervertidas. Personas miserables a
las que en uno u otro momento les había “salvado la vida”, y jóvenes
ansiosos de poder. Siempre ha sido un extraordinario manipulador de
personas y locuaz malabarista de conceptos, con rostro pétreo,
resistente a cualquier mentira. Nada le hace mella, aparentemente,
aunque cada tanto -con un grado de violencia verbal (obscena) que
estremece- libera sus iras.
Bergolio es memorioso. Recuerda todo y prepara sus venganzas. Es un enfermo del poder y de la vendetta.
Y
a pesar del voluntarismo de muchos devotos católicos que lo conocían
antes de asumir el Sumo Pontificado, mediante el cual se convencieron
contra toda razón y sentido común que la elección papal le confería una
aguas lustrales de eficacia divina, Bergoglio siguió siendo él mismo. No murió, como anunció uno de sus máximos detractores,
tras la elección, ni resucitó con un aura de santidad. Creyeron que
encarnaba el deseo expreso del Espíritu Santo soplado en los oídos de
los eminentísimos cardenales del conclave de 2013. Sin entender nunca la doctrina elemental sobre los actos humanos y la asistencia divina.
Bergoglio
siguió siendo igual, o tal vez peor. Antes pudo haber sido un loco que
se veía en el futuro como Francisco, pero luego ha sido el mismo loco
realmente convertido en Francisco. Bergoglio trabajó largamente su
ascenso al poder supremo de la Iglesia. Ya se soñaba Francisco desde
2005. La elección se le escapó, pero Ratzinger no podía durar mucho
según los cálculos humanos. Y como él y sus patrocinadores vieron que no
solo duraba demasiado sino que hacía cosas importantes, lo tumbaron.
Con la ingenua participación de algunos cardenales norteamericanos. La mafia de San Galo emergió del infierno, preparó el camino, lo puso en la vidriera, pero lo eligieron muchos que parece estaban en el limbo de los inocentes, los que ahora lo quieren echar. Le pusieron el voto sin mirar demasiado y desde hace tiempo ya no lo toleran más.
Consideremos
la hipótesis de una nueva renuncia papal, esta vez presionada por
escándalos que van emergiendo. Viganò está lejos de agotar los desmanes
de Francisco. Queda por esclarecer su relación con la mafia de los
Clinton y sus filiales satanistas. Y ahora el asunto de los giros
misteriosos del gobierno kirchnerista que acabaron en el IOR bajo capa de donaciones a la Cruz Roja y el engendro incomprensible llamado Scholas Occurrentes, por donde se envía tanto dinero.
Supongamos
que todo esto no alcanza. Pero también supongamos que para los
patrocinadores de Francisco, que gozan de posiciones de poder mucho más
inaccesibles que los cardenales pervertidos, Bergoglio deja de ser un activo para convertirse en una hipoteca demasiado cara
y le sueltan la mano: ¿qué viene? No pregunto quién sino qué. ¿Un
Francisco II más prolijo que estabilice la Iglesia en el punto donde ya
queden naturalizados como doctrina los dislates sinodales. ¿Una renuncia
a lo que los conservadores han llamado hasta no hace tanto tiempo
“principios no negociables”? ¿Se conformará la mayoría del clero con un
divorcio por vía de discernimiento, una homosexualidad misericordiada, varios tipos de familia para elegir y la planificación familiar de las drogas anticonceptivas? Pero, eso sí, “más prolijo”.
El
único mérito de este pontificado ha sido dividir las aguas. Pero no se
han dividido del todo. Muchos sueñan con una restauración en la que
pondrían en el trono pontificio nuevamente a Benedicto, si fuera
posible. Si Benedicto, con todas sus limitaciones, logró que lo
depusieran por “apenas” dar más libertad a la liturgia tradicional y
emprender una limpieza de los perversos del clero, ¿qué sector aceptaría
otro Benedicto? ¿Cómo procedería este neobenedicto para reparar las
tropelías de Francisco? ¿Las convalidaría con algunas aclaraciones al
pie? Me parece imposible. Francisco ha hecho un favor a la Iglesia
marcando un punto desde el cual ya no hay retorno cosmético. Se regresa a
la Tradición o quien venga no puede durar, tal vez ni siquiera logre
venir. En este caos, ¿es posible un cónclave? La probabilidad más
razonable es que haya dos. Tal vez sucesivos, o uno desgajado del otro.
Las partes son irreconciliables. Y los que quieren permanecer en el
medio no tienen ya lugar.
Respeto
el clamor de renuncia pero no me uno a él. Bergoglio, si es papa, no
puede ser depuesto por sus malos hábitos, su inmoralidad, sus
complicidades. Antes de aparecer universalmente rodeado de la mafia
rosa, muchos sabíamos que era uno de sus grandes promotores. Lo
señalamos por su confusión, por la increíble secuencia de disparates
doctrinales, gestos destinados a confundir, alianzas y preferencias por
los enemigos declarados de la Iglesia. Esa es su peor parte. Sin
embargo, si vamos pontificados atrás, hubo cosas muy parecidas a las que
él hizo en su particular estilo. Esta mafia ya fue denunciada por
Malachi Martin en los 90 en “El Último Papa”, y ese papa era “eslavo”.
Maciel no fue protegido por Bergoglio sino por Juan Pablo II, para no
entrar en enumeraciones fastidiosas. Paulo VI tiene aspectos oscurísimos
de su vida, también orientados en este sentido que hoy se reclama. El
horror ha venido increscendo, y Bergoglio es su apoteosis.
Si
Bergoglio es depuesto, si acaso esto es posible, se lo debería acusar
por su evidente intención de heretizar. Pero los cardenales
sobrevivientes de las famosas dubia siguen dudando. Entiendo que
políticamente esta circunstancia es más eficaz, pero si queremos
restaurar la santidad del Pontificado y de los miembros de la Iglesia y
limpiar su Rostro inmaculado necesitamos algo más que política. No me
gustan los mártires que huyen. O los que llegan a un punto y callan. Por
ahora es lo que hemos visto.
Acaso
una mera especulación política concluye también en que es un peligro
acelerar este fin. Si hay un “golpe de estado” es de creer que hay un
candidato a sucederlo, pero no apostaría a ello. Todavía podrían
participar en la elección los mismos que lo pusieron a Bergoglio, los
que lo toleraron, los que no lo enfrentaron. Si se buscó empujarlo del
poder y no se tiene a nadie para suplirlo, a nadie que se atreva a algo
más, casi es mejor que las cosas queden así. Al menos por un tiempo,
hasta que Dios suscite a ese hombre providencial, o se forme un grupo de
miembros de la jerarquía dispuestos a rescatar a la Iglesia.
Me
tienta mucho la idea de que se vaya. Sin embargo, después de haber
vivido lo suficiente como para no alimentar ilusiones, temo que venga
algo peor. Como dice New Catholic en su editorial en Rorate Caeli,
Francisco es ya un cadáver moral, aunque ejerza un poder jurídico. Tal
vez sea mejor dejar que Dios disponga cuando ese poder deba cambiar de
manos.