domingo, 31 de marzo de 2019

Lo que viene detrás de Francisco

Lo que viene detrás de Francisco

 Durante la visita a Irlanda

Los riesgos de apresurar un final inevitable
El Circo Máximo comienza a desarbolarse como una nave en la tempestad. No me refiero al romano de la antigüedad, aunque sí hablo del circo romano de Francisco. Ese tinglado endeble, que supo llenarse de gente curiosa de ver bufonadas doctrinales y gestos de ostensible humildad, se va cayendo a pedazos.
El golpe durísimo de Mons. Viganò, sea cual fuere la intención, quebró el palo mayor de una carpa ya demasiado azotada por la desconfianza, las investigaciones de la justicia y finalmente el repudio de los irlandeses a la visita papal durante las jornadas de la Familia durante las cuales ambas partes, los liberales y los conservadores, le dieron la espalda. En ese momento se produjo el informe, el 22 de agosto, una denuncia con datos duros, presentada con mucho sentido de la oportunidad. Y la típica respuesta de Francisco cuando lo llevan contra las cuerdas: el silencio propio y la máquina de propaganda a su servicio crucificando al autor del informe sin decir ni palabra sobre la veracidad o no de los hechos denunciados.


Calles de Dublín al paso del papamóvil
Francisco ya es historia, aunque dé batalla después de muerto, insuflado por el instinto de conservación propio y de su entorno. Muchos ven cómo se desmorona el fantoche que promovieron al pontificado, en buena medida sin conocerlo. Un fantoche con vocación de tirano. Bergoglio ha sido siempre igual, al menos desde que llegó al arzobispado de Buenos Aires. Siempre dúplice, confuso, enredador, sinuoso… siempre rodeado en su circuito de confianza (es un modo de decir) por personas de mala fama merecida. Persona inmorales y con demasiada frecuencia pervertidas. Personas miserables a las que en uno u otro momento les había “salvado la vida”, y jóvenes ansiosos de poder. Siempre ha sido un extraordinario manipulador de personas y locuaz malabarista de conceptos, con rostro pétreo, resistente a cualquier mentira. Nada le hace mella, aparentemente, aunque cada tanto -con un grado de violencia verbal (obscena) que estremece- libera sus iras.
Bergolio es memorioso. Recuerda todo y prepara sus venganzas. Es un enfermo del poder y de la vendetta.
Y a pesar del voluntarismo de muchos devotos católicos que lo conocían antes de asumir el Sumo Pontificado, mediante el cual se convencieron contra toda razón y sentido común que la elección papal le confería una aguas lustrales de eficacia divina, Bergoglio siguió siendo él mismo. No murió, como anunció uno de sus máximos detractores, tras la elección, ni resucitó con un aura de santidad. Creyeron que encarnaba el deseo expreso del Espíritu Santo soplado en los oídos de los eminentísimos cardenales del conclave de 2013. Sin entender nunca la doctrina elemental sobre los actos humanos y la asistencia divina.
Bergoglio siguió siendo igual, o tal vez peor. Antes pudo haber sido un loco que se veía en el futuro como Francisco, pero luego ha sido el mismo loco realmente convertido en Francisco. Bergoglio trabajó largamente su ascenso al poder supremo de la Iglesia. Ya se soñaba Francisco desde 2005. La elección se le escapó, pero Ratzinger no podía durar mucho según los cálculos humanos. Y como él y sus patrocinadores vieron que no solo duraba demasiado sino que hacía cosas importantes, lo tumbaron. Con la ingenua participación de algunos cardenales norteamericanos. La mafia de San Galo emergió del infierno, preparó el camino, lo puso en la vidriera, pero lo eligieron muchos que parece estaban en el limbo de los inocentes, los que ahora lo quieren echar. Le pusieron el voto sin mirar demasiado y desde hace tiempo ya no lo toleran más.
Consideremos la hipótesis de una nueva renuncia papal, esta vez presionada por escándalos que van emergiendo. Viganò está lejos de agotar los desmanes de Francisco. Queda por esclarecer su relación con la mafia de los Clinton y sus filiales satanistas. Y ahora el asunto de los giros misteriosos del gobierno kirchnerista que acabaron en el IOR bajo capa de donaciones a la Cruz Roja y el engendro incomprensible llamado Scholas Occurrentes, por donde se envía tanto dinero.
Supongamos que todo esto no alcanza. Pero también supongamos que para los patrocinadores de Francisco, que gozan de posiciones de poder mucho más inaccesibles que los cardenales pervertidos, Bergoglio deja de ser un activo para convertirse en una hipoteca demasiado cara y le sueltan la mano: ¿qué viene? No pregunto quién sino qué. ¿Un Francisco II más prolijo que estabilice la Iglesia en el punto donde ya queden naturalizados como doctrina los dislates sinodales. ¿Una renuncia a lo que los conservadores han llamado hasta no hace tanto tiempo “principios no negociables”? ¿Se conformará la mayoría del clero con un divorcio por vía de discernimiento, una homosexualidad misericordiada, varios tipos de familia para elegir y la planificación familiar de las drogas anticonceptivas? Pero, eso sí, “más prolijo”.
El único mérito de este pontificado ha sido dividir las aguas. Pero no se han dividido del todo. Muchos sueñan con una restauración en la que pondrían en el trono pontificio nuevamente a Benedicto, si fuera posible. Si Benedicto, con todas sus limitaciones, logró que lo depusieran por “apenas” dar más libertad a la liturgia tradicional y emprender una limpieza de los perversos del clero, ¿qué sector aceptaría otro Benedicto? ¿Cómo procedería este neobenedicto para reparar las tropelías de Francisco? ¿Las convalidaría con algunas aclaraciones al pie? Me parece imposible. Francisco ha hecho un favor a la Iglesia marcando un punto desde el cual ya no hay retorno cosmético. Se regresa a la Tradición o quien venga no puede durar, tal vez ni siquiera logre venir. En este caos, ¿es posible un cónclave? La probabilidad más razonable es que haya dos. Tal vez sucesivos, o uno desgajado del otro. Las partes son irreconciliables. Y los que quieren permanecer en el medio no tienen ya lugar.
Respeto el clamor de renuncia pero no me uno a él. Bergoglio, si es papa, no puede ser depuesto por sus malos hábitos, su inmoralidad, sus complicidades. Antes de aparecer universalmente rodeado de la mafia rosa, muchos sabíamos que era uno de sus grandes promotores. Lo señalamos por su confusión, por la increíble secuencia de disparates doctrinales, gestos destinados a confundir, alianzas y preferencias por los enemigos declarados de la Iglesia. Esa es su peor parte. Sin embargo, si vamos pontificados atrás, hubo cosas muy parecidas a las que él hizo en su particular estilo. Esta mafia ya fue denunciada por Malachi Martin en los 90 en “El Último Papa”, y ese papa era “eslavo”. Maciel no fue protegido por Bergoglio sino por Juan Pablo II, para no entrar en enumeraciones fastidiosas. Paulo VI tiene aspectos oscurísimos de su vida, también orientados en este sentido que hoy se reclama. El horror ha venido increscendo, y Bergoglio es su apoteosis.
Si Bergoglio es depuesto, si acaso esto es posible, se lo debería acusar por su evidente intención de heretizar. Pero los cardenales sobrevivientes de las famosas dubia siguen dudando. Entiendo que políticamente esta circunstancia es más eficaz, pero si queremos restaurar la santidad del Pontificado y de los miembros de la Iglesia y limpiar su Rostro inmaculado necesitamos algo más que política. No me gustan los mártires que huyen. O los que llegan a un punto y callan. Por ahora es lo que hemos visto.
Acaso una mera especulación política concluye también en que es un peligro acelerar este fin. Si hay un “golpe de estado” es de creer que hay un candidato a sucederlo, pero no apostaría a ello. Todavía podrían participar en la elección los mismos que lo pusieron a Bergoglio, los que lo toleraron, los que no lo enfrentaron. Si se buscó empujarlo del poder y no se tiene a nadie para suplirlo, a nadie que se atreva a algo más, casi es mejor que las cosas queden así. Al menos por un tiempo, hasta que Dios suscite a ese hombre providencial, o se forme un grupo de miembros de la jerarquía dispuestos a rescatar a la Iglesia.
Me tienta mucho la idea de que se vaya. Sin embargo, después de haber vivido lo suficiente como para no alimentar ilusiones, temo que venga algo peor. Como dice New Catholic en su editorial en Rorate Caeli, Francisco es ya un cadáver moral, aunque ejerza un poder jurídico. Tal vez sea mejor dejar que Dios disponga cuando ese poder deba cambiar de manos.