viernes, 13 de septiembre de 2013
CASEROS: LA TRAGEDIA DE LA PATRIA
Más de un siglo y medio atrás,
se derrumbaba el ideal de una Patria Grande y Libre cimentada en la espléndida
realidad metafísica y geopolítica del Virreinato del Río de la Plata.
El episodio bélico culminado en la tarde del 3 de febrero de 1852 en los campos de Caseros marcó un “Nuevo Orden” en nuestra región. Cambiaba entonces no sólo la situación existente sino hasta las posibilidades de restauración de la nación que venía siendo despedazada. Aciaga tarde para las armas nacionales. Ya no podría ser la “unidad de destino en lo universal” forjada en sus inicios por caudillos como Irala, Garay, Hernandarias y por obispos como Trejo y Sanabria quienes en el buen combate hicieron posible la concreción en 1776 de la estrategia de Don Carlos III. El reino del Plata surgía entonces para la defensa del Imperio Hispánico. Pero las horas trágicas llegaron y el espacio legítimo se fue achicando. Primero, la separación de la Provincia del Paraguay férreamente controlada por el Dr. Francia. Luego, el Alto Perú, cuando los Rivadavianos del Congreso Constituyente de 1824 autorizaron a esa región a “disponer de su suerte”. Después y al estallar la guerra con el Imperio del Brasil, Gran Bretaña maniobra diplomática y financieramente hasta llegar al 27 de agosto de 1828. Ese día se firma la Convención Preliminar de Paz con la que el “mediador” Mr. Ponsomby secciona con certero tajo nuestra Provincia Oriental.
El interés político y comercial de Gran Bretaña pesaba más que el destino de un territorio, especie de Prusia, por ser marca entre los imperios y unido a las demás provincias “por los lazos más sagrados que el mundo conoce”. Así lo que José Artigas planteara en 1813 por escrito y a viva voz: “ni por asomo la separación nacional”. El mismo destino que marcara Juan A. Lavalleja en encendida proclama donde con real sentido integrador habla a los “argentinos orientales”. Conmovedora vocación de unidad nacional en la que se insistió tanto en la Asamblea provincial de 1825 reunida en la Florida, como en el Congreso Constituyente cuando se trató la ley de Reincorporación.
El episodio bélico culminado en la tarde del 3 de febrero de 1852 en los campos de Caseros marcó un “Nuevo Orden” en nuestra región. Cambiaba entonces no sólo la situación existente sino hasta las posibilidades de restauración de la nación que venía siendo despedazada. Aciaga tarde para las armas nacionales. Ya no podría ser la “unidad de destino en lo universal” forjada en sus inicios por caudillos como Irala, Garay, Hernandarias y por obispos como Trejo y Sanabria quienes en el buen combate hicieron posible la concreción en 1776 de la estrategia de Don Carlos III. El reino del Plata surgía entonces para la defensa del Imperio Hispánico. Pero las horas trágicas llegaron y el espacio legítimo se fue achicando. Primero, la separación de la Provincia del Paraguay férreamente controlada por el Dr. Francia. Luego, el Alto Perú, cuando los Rivadavianos del Congreso Constituyente de 1824 autorizaron a esa región a “disponer de su suerte”. Después y al estallar la guerra con el Imperio del Brasil, Gran Bretaña maniobra diplomática y financieramente hasta llegar al 27 de agosto de 1828. Ese día se firma la Convención Preliminar de Paz con la que el “mediador” Mr. Ponsomby secciona con certero tajo nuestra Provincia Oriental.
El interés político y comercial de Gran Bretaña pesaba más que el destino de un territorio, especie de Prusia, por ser marca entre los imperios y unido a las demás provincias “por los lazos más sagrados que el mundo conoce”. Así lo que José Artigas planteara en 1813 por escrito y a viva voz: “ni por asomo la separación nacional”. El mismo destino que marcara Juan A. Lavalleja en encendida proclama donde con real sentido integrador habla a los “argentinos orientales”. Conmovedora vocación de unidad nacional en la que se insistió tanto en la Asamblea provincial de 1825 reunida en la Florida, como en el Congreso Constituyente cuando se trató la ley de Reincorporación.
Para la Patria amputada no hubo fronteras. Ellas no podían separar las raíces y los problemas. La tierra y los muertos eran los mismos, así como los agresores. Por eso una línea imperturbable sin ceder nada fue la característica de la ecumenidad platense. Incluso en la defensa de la golpeada integridad. Claro lo acontecido en la Batalla de Arroyo Grande, donde el General Manuel Oribe regresado de combatir logistas y metecos, hiere de muerte el proyecto balcanizador ideado por Berón de Astrada con Fructuoso Rivera y que se dio en llamar Federación del Paraná.
A partir de 1847-48 hay un “vacío de Poder” en el Plata. La presencia de las potencias interventoras europeas es mucho más débil dada la agitación promovida en el hemisferio norte por el revolucionarismo utópico expandido por las logias masónico-carbonarias. Sucede que, desde 1789, Europa vive la convulsión provocada por las concepciones culturales de una burguesía escéptica y materialista que maneja el poder del dinero.
El Imperio del Brasil apareció entonces en nuestro espacio haciendo su viejo juego conocido como la“ilussao do Prata”. El choque con la Confederación Argentina se hizo inevitable. Ni corto ni perezoso el gabinete de Londres vio la posibilidad que con la caída de Rosas se entronizara un dominio Braganza como sub-imperio dependiente de los financieros de la City. La Banca Rothschild entró en escena jugando fuerte. Lord Palmerston apoyó y resolvió que “el Brasil está en su perfecto derecho de que cese el gobierno del General Rosas…” (Herrera y Obes a Eugenio Garzón, 28 de agosto de 1851). Justo José de Urquiza, que “manejaba todas las monedas menos la de la lealtad” fue tentado y se integró a la conspiración. Millones en subsidios para el judas mesopotámico, libre navegación de los ríos interiores y su correlato “la apertura económica para los especuladores capitalistas”.
En tanto, el Estado Oriental quedaba enfeudado por los empréstitos, perdiendo decenas de miles de kilómetros cuadrados cedidos al Imperio. Era el regreso a la vieja Provincia Cisplatina, de Juan VI y Pedro I. El General Oribe fue neutralizado mediante el soborno traidor de sus jefes y oficiales. El mismo trabajo de zapa se realizó hasta en “Santos Lugares” con allegados al Restaurador. La Libertad y la Constitución estaban en los bolsillos de los prostituidos. “Nihil novus sub sole”.
El Duque de Caxias, Justo J. de Urquiza y César Díaz con las marionetas del Pronunciamiento cumplieron su rol. Se dio la batalla y Caseros fue un acontecimiento sin retorno. El poder fuerte del sur desapareció. La hegemonía del Imperio Brasileño era un hecho. El camino para fagocitarse al Paraguay estaba abierto. Se cerraba el capítulo Juan Manuel de Rosas, el más importante y rico en la lucha por la Patria Grande de Iberoamérica. Entrábamos al mundo del capitalismo liberal con un estado cartaginés y donde “hasta la industria típicamente criolla de los saladeros, cayó en sus manos”.
Sin embargo la figura del “Caudillo fascinante” siguió siendo punto de referencia en la tradición criolla. Cuentan cronistas, como Cuningham Graham, que muchos años después de derrocado Don Juan Manuel vio algún paisano entrar a una pulpería y mirando al gringo con ojos centelleantes, clavó su facón en el mostrador, gritando fuerte: “¡Viva Rosas!” En esta apelación a la vida está el eje diamantino de nuestra lucha para vertebrar la Patria Una Grande y Libre que no podrá ser desde el materialismo ateo liberal-socialista. Nuestro destino fue mostrado por Rubén Darío:
“Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos
formen todos un haz de energía ecuménica sangre
de Hispania fecunda, sólidas ínclitas razas muestren
los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo”.
Luis A. Andregnette Capurro
Tomado de: http://elblogdecabildo.blogspot.com.ar/2008/02/en-la-semana-de-la-batalla-de-caseros-y.html