Angelelli. Historia de un presunto martirio (III). Algunas precisiones sobre la vida y la muerte del Obispo Angelelli
1.
Dijimos en la primera de estas notas que Monseñor Angelelli representa una
contraejemplaridad episcopal habida cuenta de sus firmes compromisos con
sectores eclesiales (sacerdotes y laicos) que sucumbieron, en mayor o menor
medida, a la ideología y a la praxis de la subversión marxista a favor de un
cristianismo adulterado. Eso fueron, precisamente, la Teología de la Liberación
y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. No es este el lugar para
abundar acerca de esta verdadera catástrofe eclesial que tanto daño produjo en
la Iglesia y que contribuyó en no escasa medida a la gran tragedia que vivó la
Argentina en los años setenta. Pero sí volvemos
a enfatizar la enorme importancia de esta situación eclesial y política que se
vivía en Argentina en el tiempo en que Angelelli ejerció su ministerio
episcopal hasta su trágica muerte en 1976 cuando ya el advenimiento del régimen
militar comenzaba a cambiar, substancialmente, el escenario político.
Hemos
mencionado el paso de Angelelli por la Arquidiócesis de Córdoba y su activa
participación en lo que resultó, de hecho, la defenestración del Arzobispo
Monseñor Castellano. Al respecto creemos oportuno traer el testimonio del
recientemente fallecido filósofo Edmundo Gelonch Villarino sobre los
acontecimientos que culminaron con el desplazamiento del mencionado Arzobispo:
La
Iglesia de Córdoba sufrió uno de
los ensayos revolucionarios con los que el “postconcilio” arrasó la unidad
religiosa en la misma doctrina de la
Fe. Una tarde, el vespertino diario “Córdoba” sacó un
insólito reportaje al presbítero Erio Vaudagna, quien denunciaba a la “Iglesia
de los ricos contra la Iglesia
de los pobres”, por negarse, supuestamente,
a aplicar las reformas del Concilio Vaticano II, aún en marcha […] Al
otro día, salió otro artículo, reportaje al padre Nelson Della Ferrera, y luego
un tercero, del Padre Gaido. El Arzobispo, Monseñor Ramón J. Castellano, no
podía permitir semejante actitud escandalosa. No recuerdo si llegó a aplicar
sanciones canónicas a los tres insolentes. Pero el escándalo se propagó y se
alzaron numerosas voces contra el Obispo […] El obispo auxiliar, Angelelli, no
defendía al Arzobispo, y se reunía con el clero opositor, entre los cuales
había muchos que seguían su línea de pensamiento […] Llegó el Nuncio
Apostólico, y se entrevistó con el Arzobispo, con el Obispo Auxiliar, con los
“articulistas” y con muchos personajes más o menos clericales. La presencia del
Nuncio se parecía y fue presentada como una “intervención” en la arquidiócesis.
Como si estuviera investigando la conducta del obispo, y escuchando a sus
acusadores. Se decía que había un frente común detrás de Angelelli, para
promoverlo en reemplazo del titular. El desenlace fue increíble: Monseñor
Castellano debió renunciar a la sede episcopal, y se retiró a una celda
conventual, hasta el fin de sus días. Pero tampoco Angelelli quedó en su
reemplazo. Rápidamente, la
Santa Sede dispuso el traslado del primer obispo de San
Rafael (Mendoza) como titular de la Arquidiócesis de Córdoba[1].
Instalado
en la Rioja como Obispo Diocesano, pronto mostró Angelelli cuál era su
inequívoca “línea pastoral”. Se rodeó de colaboradores indeseables, todos sin
excepción enrolados en la teología de la liberación y en el tercermundismo.
Estos personajes, sacerdotes raleados de otras diócesis y religiosas seriamente
comprometidas con la acción de grupos subversivos, crearon un sinnúmero de
fricciones y de enfrentamientos para gran escándalo y confusión de los fieles[2].
En julio
del año 2014 publicamos en el diario La Nueva Provincia, una nota, que fue
reproducida en numerosos portales y sitios de internet, con el título Angelelli y los montoneros, en la que
relatábamos un testimonio personal que hoy queremos reiterar. Decíamos en
aquella nota:
Lo que voy a contar ocurrió poco tiempo después de haber sido designado
Angelelli Obispo de La Rioja (julio de 1968), tras consumar su traición y zancadilla
al Arzobispo de Córdoba, Monseñor Castellano, a quien hizo perder su diócesis.
El Padre Eliseo Melchiori, de origen chacarero, doctor por Roma, Capellán de
Aeronáutica (llegó a ser Vicario General de esa Arma) estaba destinado en la
Base Aérea de El Chamical, en la Provincia de La Rioja. Así las cosas,
Angelelli lo llamó a Melchiori citándolo en el Obispado para hablar. Los
capellanes militares dependen del Obispado Castrense pero es costumbre y norma
no escrita que tengan cierto vínculo y aún una relación cordial con el
Ordinario de cada lugar. De modo que el buen Cura Melchiori acudió prestamente
al llamado del Pastor. La sorpresa fue mayúscula cuando, al quedarse a solas
con el Obispo, éste le espetó:
– Che, Melchiori, vos que estás con
los milicos, ¿por qué no sacás algunos fierros y me los traés para que yo pueda
armar a los muchachos?
Esto ocurría, allá por 1968, antes de que estuvieran definitivamente
constituidas y diferenciadas las organizaciones guerrilleras que fueron,
después, en los 70, el brazo armado de la subversión. Tan tempranamente, pues,
andaba el Obispo entreverado con la lucha armada”[3].
Esto y
otros hechos más evidencian a las claras que la acción pastoral de Monseñor
Angelelli lejos estaba de responder a lo que se supone ha de ser la misión de
un Obispo, sucesor de los Apóstoles. En vez de predicar el Evangelio de Cristo,
su prédica se reducía a un compromiso político radicalmente antievangélico,
signado por un mesianismo temporal y sociológico ajeno por completo a las
enseñanzas del auténtico magisterio de la Iglesia.
2. Es
conveniente detenernos, ahora, en el episodio en el que perdió la vida Monseñor
Angelelli. Este es el punto central: ¿fue un accidente o un atentado? Hemos
podido reunir muchos testimonios y documentos que no dejan dudas respecto de
que se trató de un lamentable accidente. Se ha sostenido que en algún sector de
las fuerzas armadas se habría planteado la posibilidad de “eliminar” al Obispo
cuya acción y prédica contravenían la acción militar contra la subversión
armada. Sin embargo, tal propósito, si en verdad existió (y es probable que sí)
no llegó nunca a consumarse.
Entre los
varios documentos que tuvimos ocasión de consultar está el sumario policial
iniciado por la Policía de La Rioja apenas ocurrido el episodio (sumario N°
5090-6). Este expediente recoge una serie de elementos, fotografías, varios informes periciales, que apuntan
inequívocamente a que se trató de un accidente. De acuerdo con las pericias
pudo deducirse que no era Monseñor Angelelli quien conducía el vehículo, como
se pretendió afirmar, sino su acompañante, el Padre Arturo Aldo Pinto. Prueba
de ello es que el cuerpo de Angelelli aparece en todas las fotografías
expulsado por la puerta del vehículo que corresponde al lado del acompañante. Imposible
suponer que si ocupaba el asiento del conductor hubiese sido arrojado del lado
contrario. Pero aun suponiendo que hubiese sido el conductor, jamás pudo haber
sido expulsado: en efecto, no es posible aseverar que un cuerpo voluminoso como
el del Obispo pudiera ser expulsado de la cabina con el volante a su frente, la
puerta izquierda cerrada y trabada, atrás el respaldo y luneta trasera, y a su
derecha Pinto, sin desplazarlo de su asiento. Estos datos constan en las
páginas 21 y siguientes del mencionado sumario; la pericia mecánica estuvo a
cargo del Perito Mecánico Ramón Antonio Soria, quien claramente sostiene el
carácter accidental de lo ocurrido.
Otros datos
de interés son los que aportan los informes de los peritos médicos. En
particular el que se refiere al sacerdote Arturo Aldo Pinto quien acompañaba a
Monseñor Angelelli en el fatídico viaje. Con la firma de tres médicos (Osvaldo
Benegas, Elías Hermes y Demetrio César Abdala) el mencionado informe constata
una serie de lesiones leves. Sin embargo hay dos de estas lesiones que llaman
la atención por el tipo y localización: unas equimosis traumáticas en la región
supero externa del hemitorax derecho y una ligera reacción de defensa a la
palpación con manifiesto dolor en el hipocondrio derecho. Este tipo de
hallazgos es compatible con un golpe contra el volante del automóvil lo que
induciría a pensar que, como se dijo, era Pinto quien conducía la camioneta y
no Angelelli. En cuanto al informe de autopsia del obispo, realizada en las
primeras horas del día 5 de agosto en la morgue del Hospital Presidente Plaza
por tres peritos médicos y la presencia de dos funcionarios policiales y dos
fotógrafos de la Policía, existen constancias de múltiples lesiones graves
tanto en la cavidad torácica, en abdomen y en cráneo; estas últimas
particularmente graves y causantes de la muerte. Sin embargo, ninguna de estas
lesiones permite por sí solas concluir si la causa de la muerte fue accidental
o producto de un atentado. Solamente las pericias mecánicas pueden aportar
datos en este sentido y, como se dijo, estas pericias abonan la tesis del
accidente. Por otra parte, las fotografías muestras bien a las claras el estado
de serio deterioro en que se hallaban las cubiertas de las ruedas de la
camioneta: otro dato más que inclina a pensar en un accidente.
Se podrán
cuestionar estos datos (que, dicho sea de paso, son los originales y provienen
de las pericias realizadas in situ) por suponerlos fraguados o, al menos,
sospechosos de parcialidad. Pero el hecho es que ninguna de las pericias
posteriores realizadas en el curso de los distintos procedimientos judiciales
aporta datos demasiado distintos de los que hemos mencionado. En efecto, no
existe ninguna pericia mecánica que sostenga con razonable certeza que se trató
de un atentado; jamás se pudo comprobar la existencia de un segundo vehículo
(un supuesto automóvil blanco) que se hubiese interpuesto en el camino del que
supuestamente conducía Angelelli.
(Continuará)
Maria Lilia Genta
[1] Texto
inédito que nos fuera remitido por el autor en ocasión de una conferencia que
pronunciamos en la Ciudad de San Luís, en junio de 2011, bajo el título La Iglesia Clandestina, ayer y hoy. No
es un dato menor recordar que el mencionado sacerdote Erio Vaudagna estuvo involucrado, en 1979, junto con otros dos
sacerdotes de Córdoba,, Ignacio Vélez y Emilio Maza, en el ataque a una unidad
militar en La Calera. Vaudagna comparó a los asaltantes nada menos que a los
Apóstoles: “también a ellos les dijeron que eran subversivos”, apuntó; y añadió
que al jugarse y tomar en serio las cosas, eran lúcidos y sinceros y
renunciaban a lo propio para caminar con los otros. La lucha armada subversiva,
revolucionaria y terrorista, era públicamente alentada y reivindicada por estos
sacerdotes con el incuestionable aliento de Angelelli.
[2] El caso más conocido
fue el que tuvo por víctima del destrato y ataque de los tercermundistas al
viejo párroco de la localidad de Anillaco, el Padre Virgilio Pereyra, a quien el
Obispo le exigió la renuncia y el alejamiento de su parroquia. Esto produjo una
autentica rebelión de un grupo de fieles y sacerdotes, al que se unieron
algunos terratenientes y comerciantes, en favor del párroco. Los rebeldes
declararon a Anillaco “Capital de la Fe”. La respuesta de Angelelli fue
imponer a la ciudad la pena canónica de entredicho. Sin duda en esta “rebelión”
hubo intereses políticos espurios que se mezclaron con la genuina indignación
de los fieles. Pero el episodio habla por sí solo de las tensiones que entonces
se vivían en La Rioja a causa, sobre todo, de la acción disgregadora de
Angelleli.
[3] María Lilia Genta, Angelelli
y los montoneros, La Nueva Provincia,
9 de julio de 2014.
https://www.lanueva.com/nota/2014-7-9-0-31-0-monsenor-angelelli