viernes, 29 de marzo de 2019

EN DEFENSA DE LA VIDA Y LA MUJER





domingo, 24 de marzo de 2019

EN DEFENSA DE LA VIDA Y LA MUJER


Los dioses han hecho dos cosas perfectas:
la mujer y la rosa.
Solón.
En tres tiempos se divide la vida:
en presente, pasado y futuro.
De éstos, el presente es brevísimo;
el futuro, dudoso;
el pasado, imborrable.
Séneca


Soy consciente de que es un tema al que le he dedicado ya varias páginas y que corro el riesgo de saturar la paciencia de todos ustedes. Pero no puedo callar. Honestamente siento que pocas cuestiones hay – y Dios sabe que hay muchas – más importantes que éste, el de la vida. Porque no se trata de la simpleza binaria de "aborto sí" o "aborto no". Tampoco la cuestión se simplifica con un "feminismo sí" o "feminismo no" ni con "ideología de género sí o no". La cuestión abarca todo eso y mucho más. Desde el punto de vista ético se trata de si hay, o no hay, cosas sagradas que el ser humano no debería tocar y mucho menos manipular desde su ignorancia; y desde el punto de vista político se trata de si hay, o no hay, cuestiones del Bien Común que no deben ser tratadas desde la perspectiva personal de la conveniencia, el interés, el mero capricho o el egoísmo del placer individual.


Marcha a favor del niño por nacer en Buenos Aires 23/03/2019
Dejemos por ahora en suspenso y para más adelante la cuestión ética – aun cuando sin duda es la más importante – y pongamos bajo la lupa la cuestión política. En el mundo de la política actual uno no puede menos que tener la fuerte percepción de que el egoísmo individual se halla por encima del Bien Común, que mezquinos intereses personales prevalecen por sobre el interés general y por consiguiente lo que la comunidad políticamente organizada necesita queda en muchos casos arrinconado en un muy relegado segundo plano.

La droga

Tanto como para ilustrar el punto, tomemos, por ejemplo, el caso de las drogadicciones. Cada vez es más frecuente que se haga referencia a los posibles "usos medicinales" de ciertas drogas; que se haga la comparación con el tabaco o el alcohol y que se insista en hacer referencia a los supuestos hallazgos positivos de ciertos estudios callando ominosamente el hecho de que la mayoría de estos estudios están financiados por los mismos que venden las sustancias así como hasta no hace mucho las grandes tabacaleras llenaban el ambiente publicitario promoviendo sus productos incluso en los grandes eventos deportivos.
El argumento de los "usos medicinales" de ciertas sustancias es tremendamente tramposo. Por ejemplo, los opiáceos se utilizan desde hace añares en la medicina para tratar el dolor o causar sueño y, entre otras cosas, constituyen una de las herramientas eficaces para calmar los dolores que produce el cáncer. Lo cual no significa que cualquier médico los vaya a recetar a Doña Rosa para que los consuma como caramelos cada vez que el batifondo de sus vecinos no la deja dormir, o le aconseje a Don Raúl que se dé un saque de morfina cada vez que le duelen los callos.
De modo que es cierto: hay usos medicinales para varias sustancias que también circulan por el mercado del narcotráfico. Pero el argumento del "uso medicinal" enarbolado por los participantes de ese mercado apunta a otra cosa. Apunta a habilitar el otro argumento consistente en preguntar: "¿Por qué si está permitido como medicina ha de estar prohibido para uso personal? ¿Por qué el Estado ha de meterse en mi vida dictándome qué puedo tomar y qué no?" No creo que haga falta una larga explicación para demostrar que aliviar el dolor de un enfermo de cáncer es una cosa y justificar la autodestrucción de un pobre tarado que insiste en querer suicidarse flotando sobre una nube de heroína es algo completamente diferente.
Pero, por supuesto, lo anterior es una explicación que ningún drogadicto aceptará. Es que, por regla general, el adicto es un propagandista de su adicción. Lo es porque una de sus mayores obsesiones es que su adicción sea socialmente aceptada y deje de ser marginado o criminalizado por su dependencia. Mientras más adictos haya, mientras más generalizada sea la adicción, menos probabilidad habrá de que el adicto sea estigmatizado. Al fin y al cabo, si todo el mundo lo hace ¿por qué habría de ser malo que lo haga él también?
Que una multiplicación de drogadictos no es precisamente lo que requiere el Bien Común difícilmente necesite ser explicado. La popularización y la tolerancia frente a las drogas tendiente a despenalizar no solo su consumo sino incluso su comercialización es algo obviamente contrario al interés general y solo puede ser propuesto por quienes ponen el placer y el interés individual por sobre el interés de la comunidad olvidándose de que nadie puede prosperar en una comunidad que ha caído en la decadencia. Y esto más allá de si la prohibición es realmente efectiva – que obviamente, así como está implementada, no lo es – y de si la despenalización sería, o no, una verdadera solución – que tampoco lo sería por sí misma ya que la única solución verdadera es reducir el consumo hasta eliminarlo.

La herencia soviética

La promoción política del aborto funciona de manera similar aunque se entreteje con el gramscismo mediático y, a través de él, sus orígenes se remontan hasta el marxismo de origen soviético.
Pocas personas lo saben, pero el Estado soviético fue el primero en instaurar de modo legal el aborto gratuito para cualquier mujer que lo solicitara, en cualquier momento de la gestación, incluso hasta poco tiempo antes del parto. La medida respondía simplemente a la lógica de la cosmovisión materialista dialéctica del marxismo según la cual, hasta que alguien no salía del vientre de su madre no era un ser humano y, en el eventual conflicto entre los progenitores, la madre, como física y materialmente portadora del feto, tenía el poder absoluto de decisión.
La ideología liberal – igual de materialista y para colmo hedonista e individualista a ultranza – asimiló sin dificultad este criterio, sobre todo gracias a la mutación del marxismo que pasó de la estrategia revolucionaria leninista a la estrategia cultural gramsciana después del colapso de la URSS. Gracias a eso, el original criterio soviético continuó siendo cultivado tanto por la izquierda liberal como por una izquierda de oposición tolerada y se difunde por los medios masivos de difusión así como por "Organizaciones No Gubernamentales" supuestamente "independientes", entrelazadas en realidad con proyectos políticos globales como el de la Open Society  (Sociedad Abierta) de George Soros o emprendimientos en gran medida primariamente económicos como el de la Planned Parenthood.

La deshumanización como arma

Antes de entrar de lleno en la controversia, lo más importante que hay que comprender es que no existe ninguna mujer mental y físicamente sana que se someta a un aborto pensando: "Ahora voy y mato a mi propio hijo; le destruyo la vida así me lo saco de encima." Lo que sucede es que durante ya varias generaciones a las mujeres se les ha estado diciendo, repitiendo y enseñando la perversa ideología según la cual el feto no es un ser humano. Esto es lo que a algunas les hace aceptable – al menos en teoría y al principio – la destrucción del feto a pesar de que la ciencia ha determinado de un modo inequívoco que la vida humana comienza con la concepción. Algo que se condice hasta con el sentido común. 
Es por esta propaganda ideológica que muchas mujeres descubren demasiado tarde que la vida del feto es una vida humana, por lo que después tienen que soportar durante el resto de sus vidas la carga de haber sido partícipes de una tragedia mortal. La verdad es que después de la destrucción de la vida que estaban gestando, las mujeres que abortan terminan en muchísimos casos siendo las principales víctimas. Víctimas de las que, a pesar de los grandes discursos de sororidad y solidaridad, ya nadie se ocupa porque a los impulsores de la ideología el arrepentimiento les importa un bledo.

La estrategia abortista

Para combatir esta tendencia lo primero que hay que hacer es entender las tácticas que se emplean. Por suerte, no es algo demasiado complicado porque la propaganda abortista está edificada sobre tan solo tres pilares.
El primero de ellos es a deshumanización de la vida fetal mediante la falacia de afirmar que el feto no es un ser humano. Con ello logran despersonalizar la interrupción de su vida y hacerla socialmente más aceptable porque, al fin y al cabo, el argumento es que no se trataría más que de "un montón de células". En forma complementaria, también se escuchan con frecuencia diferentes teorías sustentadas por argumentos pseudocientíficos en cuanto a que la vida humana comenzaría después de la primera respiración, después del primer latido del corazón o después del desarrollo de la sensibilidad al dolor.




Todas estas teorías son falaces y no sólo porque se contradicen entre sí y es imposible que todas sean ciertas al mismo tiempo. No están equivocadas sólo porque la biología humana ha demostrado de manera irrefutable que la vida de un ser humano comienza con un óvulo fecundado y todos los argumentos que van más allá de esto son puras especulaciones. Además de falaces son inadmisibles porque, si alguien se arroga el derecho de determinar quién y cuándo es un ser humano, es obvio e inevitable que establecerá las condiciones de forma tal que sean favorables a sus creencias – sean éstas las que fueren.
Presentar al feto como tan solo "un montón de células" es una forma artera de deshumanizarlo. Lo mismo sucede cuando por ahí se habla de un "ser parcial" o "incompleto". En un sentido estricto, todos, hasta los adultos y los ancianos,  somos "un montón de células" si vamos al caso; y la idea de que un ser humano en gestación es un "ser incompleto" y por lo tanto no es humano vendría a ser como decir que un brote de soja no es una verdura o que un pimpollo de jazmín no es una flor.
El segundo pilar de la propaganda abortista es la argumentación con lo excepcional.
Por supuesto que existen las excepciones. Según el viejo proverbio hasta son las que justifican la regla. Cuando la vida de la madre se halla en peligro hasta las normas más estrictas priorizan la vida de la mujer embarazada. Y también es muy cierto que hay zonas grises que, desde ciertos puntos de vista, pueden estar abiertas a debate como, por ejemplo, los casos de violación o los casos de malformaciones gravísimas del feto. Pero incluso en estos casos extremos – que por otra parte representan estadísticamente una proporción ínfima del total – el posible debate debería ser extremadamente cuidadoso y respetuoso, teniendo en cuenta que se trata de cuestiones éticas y morales muy complejas sobre las cuales, si se toma una decisión, hay que estar muy seguro de haber optado por el mal menor.
Sin embargo, las personas que esgrimen las excepciones como argumento, en la enorme mayoría de los casos no lo hacen en estos términos. Invocan la excepción pretendiendo imponer a partir de ella la norma general, en muchos casos porque con ella pueden presionar con mayor éxito las glándulas lacrimales de la audiencia (¿quién es el duro de corazón tan cretino que no va a sentir lástima por la pobre nena menor de edad violada por un sexópata?). O bien utilizan las excepciones en los debates porque saben que no es precisamente muy simpático confesar que no les importa un pito eliminar las consecuencias no deseadas de un coito imprudente e irresponsable sacando al feto de a pedacitos del vientre de su madre, o matándolo químicamente antes para que no sea necesario llegar a eso.
De cualquier manera que sea, la argumentación por la vía de las excepciones es hipócrita y falaz. Desde un punto de vista lógico los casos excepcionales no pueden ser esgrimidos para aplicar una norma general. Si eso fuese aceptable, entonces si a un automovilista le está permitido frenar de golpe y hacer una maniobra evasiva para no pisar a un peatón imprudente, le debería estar igualmente permitido clavar los frenos a la mitad de cualquier cuadra y circular haciendo eses al ritmo del Danubio Azul de Strauss retumbando por los altoparlantes.
Por su parte, desde el punto de vista ético y moral, la universalización de la excepción choca de frente no solo contra varios preceptos religiosos básicos sino hasta contra la simple y sencilla regla del imperativo categórico de Kant que decía: "Actúa de tal manera que las máximas de tu voluntad puedan, simultáneamente, ser válidas para una legislación general." [1] En pocas palabras: la universalización de la excepción contradice tanto la lógica como la moral.
Finalmente, el tercer pilar de los argumentos abortistas es la pobreza, vale decir: el problema económico.
En rigor, ésta es otra de las líneas argumentales heredadas de la dialéctica marxista y no es más que una variante de la lucha de clases. El argumento no resiste demasiado el análisis porque, en esencia, apela a nuestra sensibilidad señalando que es "injusto" que las mujeres de las clases media y alta puedan tener abortos seguros porque tienen con qué pagarlos mientras que las mujeres pobres deben recurrir a abortos clandestinos en dónde el riesgo de muerte de la madre es supuestamente enorme.
De nuevo estamos en lo mismo. ¿Quién será el duro de corazón que no sienta lástima por la pobre chica de la villa que decide deshacerse del feto porque no tiene con qué mantenerlo después de que nazca? (Agréguese, si se estima necesario para lograr un mayor efecto,  un papá borracho, una madre prostituta y/o un novio drogadicto o con procesos pendientes por varios crímenes). Con esto otra vez se nos está exigiendo el derrame de nuestras más piadosas lágrimas porque nadie, a menos que sea un verdadero cretino, va a comentar un hecho semejante con algo así como: "yo no tengo la culpa; que se embrome."
Pero, al igual que en los casos anteriores, el argumento abortista falla tanto por ética como por lógica. En primer lugar, matar a un ser vivo es un acto que merece la misma calificación tanto si lo hace un rico como si lo hace un pobre. Si no fuese así, a los homicidas deberíamos juzgarlos y condenarlos solo en el caso de que fuesen ricos. La falacia consiste en afirmar que un aborto no implica la destrucción de un ser vivo, por lo que debería estar permitido y el ser pobre no debería ser un obstáculo para realizarlo. Y la verdad es muy distinta: de hecho implica la muerte de un ser vivo – que para colmo ni siquiera se puede defender – y la pobreza no puede justificar el hecho por la misma razón por la cual una mala situación económica por sí sola tampoco justifica el homicidio.

Las mujeres y la vida

Es inútil. Por más vueltas que se le dé al asunto y por más argumentos que se tiren al debate, al final del día nos encontraremos siempre con dos opciones excluyentes: una de ellas puede significar una situación complicada, sobre todo desde el punto de vista material-económico, mientras que la otra obliga a convivir con la certeza de haber destruido una vida. 
El aborto es moralmente inaceptable, éticamente injustificable y lógicamente indefendible. Admitamos, sin embargo, una cosa: lo que acabo de escribir es la típica conclusión de un varón. Es la típica clase de conclusiones a las que llega una persona cuando analiza un caso en el cual no está directa y físicamente involucrado. Es el caso clavado de la diferencia que existe entre el incendio descripto por el liquidador de siniestros de la compañía de seguros y el mismo incendio contado por el bombero que concurrió a apagarlo.




Hay algo que no puede ser soslayado: entre el incipiente ser humano vivo que se prepara para nacer y los recursos médicos disponibles para eliminarlo lo único que realmente se interpone es la voluntad y la conciencia de la mujer.
No debemos caer ni en el juridicismo ni en el igualitarismo, esos elementos tan típicos de la mitología liberal.
No debemos creer en que todos los problemas humanos son solucionables sancionando una ley al respecto. Las leyes no son más que normas escritas que reflejan decisiones políticas tomadas por legisladores humanos y una decisión mal tomada inevitablemente generará una mala ley condenada a ser derogada y eventualmente suplantada por otra. Las leyes humanas no son ni infalibles ni eternas. Ni siquiera son necesariamente buenas.
Y en materia de la gestación de la vida tampoco debemos creer en que varones y mujeres están igualmente implicados. No es cierto. Ambos están implicados, sí; pero no de la misma manera. No igualmente. Los varones fecundamos pero no gestamos. Estamos para cuidar, ayudar, defender, garantizar un entorno adecuado y, en suma, para hacernos cargo, tanto de la situación como de las obligaciones que corresponden a una paternidad responsable. Pero la que hospeda la vida en su seno es la mujer y es ella la que siente en carne propia – literalmente – su crecimiento y su desarrollo. El aborto sin su consentimiento solo puede lograrse mediante una violencia criminal y, existiendo su decisión de abortar, solo forzándola con un grado muy similar de coerción y violencia se puede evitar que la mujer lleve a cabo su decisión si no escucha, porque no quiere escuchar, la voz de su propia conciencia.
El feto no es DE la mujer como quisiera argumentar un feminismo andrófobo. Se ha originado a partir de 23 cromosomas femeninos y 23 cromosomas masculinos necesitándose ambos para formar un ser humano vivo; de modo que ni la mujer ni el varón son sus "propietarios" exclusivos. Pero si bien la vida en su origen no es DE ninguno de los dos progenitores – en el sentido de disponer de ella como de una propiedad privada y autorizarlos a hacer con esa vida cualquier cosa que se les antoje – lo cierto es que está EN custodia de la mujer y ella es su principal guardiana.
Es cierto que la mujer que se encuentra con la disyuntiva de tener que considerar un aborto se halla expuesta a una disyuntiva muy difícil. Por un lado debe considerar las consecuencias de gestar y traer al mundo una nueva vida con todos los riesgos que ello implica y, por el otro lado, debe hacerle frente a su propia conciencia y a su propio instinto que le dice que la vida es sagrada y que ella, como mujer, está para cuidarla y no para destruirla.
Y además de todo hay algo que nadie quiere reconocer: no sabemos qué es exactamente la vida. Lo único que sabemos es describirla y reproducirla. Nunca hemos conseguido crearla y a pesar de nuestros grandes avances científicos seguimos sin tener ni idea de por qué con los 23 cromosomas de un óvulo y los otros 23 de un espermatozoide se forma un óvulo fecundado que empieza a vivir y que al cabo de unos 9 meses sale al mundo llorando, desnudo y desvalido, para continuar creciendo hasta ser una persona adulta y luego ir envejeciendo lentamente hasta llegar al final del camino al que arriba sin excepción toda vida que existe sobre esta tierra.
Sabemos que es así. Las ciencias hasta pueden llegar a describir el proceso con bastante lujo de detalles. Lo que nadie sabe a ciencia cierta es por qué la vida es así, cómo es que resultó ser así. Por eso es sagrada. Es sagrada porque no hay que tocarla; porque no tenemos en realidad ni la más pálida idea del desastre que podemos producir si empezamos a manipularla sin tener noción alguna de las posibles consecuencias. En cuanto a la vida en sí, lo único que tenemos son solo especulaciones – irreproducibles e inverificables en cualquier laboratorio – y una propaganda obcecadamente anti-religiosa que insiste en afirmar que todos, incluso nosotros mismos, no somos más que el producto de una simple casualidad y cientos de millones de casualidades subsiguientes a lo largo de miles de millones de años.

La destrucción de la mujer

Hay que entender algo que no por obvio ha sido suficientemente destacado: toda la movida abortista, toda la promoción de la ideología de género, todo el activismo del hembrismo feminista, todas esas campañas están directamente dirigidas a destruir a la mujer. Y lo están porque quienes las implementan saben perfectamente bien que destruyendo a la mujer se destruye todo lo que ella representa y sostiene, con lo que la manipulación comercial y política de la sociedad se facilita en muy gran medida. Una mujer que realmente cree que es libre siendo la sirvienta de un gerente y está convencida de que se convierte en esclava al ser la esposa de un marido, es una persona encadenada al sistema y más todavía cuando ese mismo sistema está organizado de tal modo que el sueldo de una sola persona no alcanza para sostener a toda una familia. 
Destruyan a la mujer y habrán destruido el matrimonio. Destruyan el matrimonio y habrán destruido a la familia. Destruyan la familia y habrán destruido el grupo social básico de la sociedad de Occidente. Y destruido ese grupo social básico lo que queda son millones de individuos aislados, solitarios y frustrados, muchísimo más fáciles de manejar y manipular que grupos y comunidades de familias, sobre todo si éstas aprenden a ser solidarias entre sí y defienden sus derechos e intereses de un modo políticamente organizado. Destruyan a la mujer y habrán destruido el centro de gravedad alrededor del cual se organiza todo el sistema jerárquico del Orden Natural social típico de Occidente.

Destruyan a la mujer y habrán destruido a la comunidad organizada.
Y cuidado, porque con esa destrucción se destruirán también los valores gracias a los cuales esa comunidad puede construirse y organizarse en absoluto. Un hato de individuos aislados, egoístas, enfocados exclusivamente es su placer y en su interés, nunca será una comunidad. Personas incapaces de construir familias menos todavía van a saber construir comunidades y sociedades. Quien ya no puede lo menos, nunca va a poder lo más. Quien no es capaz de amistad, mucho menos va a ser capaz de lealtad; quien no es capaz de soportar las adversidades cotidianas con constancia, menos todavía va a ser capaz de cultivar la disciplina y la perseverancia; quien solo tiene orgullo pero no tiene dignidad, jamás va a entender qué es el honor; quien solo mira su propio placer y su propio provecho, nunca va a practicar la solidaridad. Como con muchas otras cosas, también la práctica de los valores bien entendidos empieza por casa. Y esa casa, ese hogar, no existirá jamás sin un varón y una mujer.
Destruyan a la mujer y habrán destruido la vigencia los valores fundacionales de nuestra cultura. Los varones solos no podremos sostenerlos.
Y no solo eso. ¿Alguien cree que habrá alguna vez un poeta que cante la belleza de las ménades semidesnudas ostentando la envoltura de sus glándulas mamarias a grito pelado y con el cuerpo todo pintarrajeado de consignas? ¿Alguien cree que se levantará alguna vez un edificio aunque más no sea lejanamente similar a una catedral para alojar el culto a la amazona androfóbica, parcial o totalmente lésbica que, si tiene hijos, es porque compró un poco de semen en alguna parte y se lo inyectaron con una jeringa? ¿Alguien cree que alguna vez se escribirá la epopeya de los delicados hombrecillos – para ponerlo lo más suavemente posible – que a veces acompañan a estas ménades? ¿Hay entre todos ustedes alguien que crea que algún día un pintor creará una obra maestra con el grupo de féminas orinando y defecando delante de una iglesia?

Destruyan a la mujer y habrán destruido todo el arte.
O quizás debería haber escrito "habrán terminado de destruir", porque buena parte de todo lo señalado ya está destruido.

Lamentablemente.

La batalla continúa

La propaganda de la ideología de género y el hembrismo feminista pretende que la conciencia sea relegada en beneficio de la conveniencia. Que la función natural sea relegada en beneficio del placer. Que la obligación y la responsabilidad sean relegadas en beneficio del capricho.
Lamentablemente muchas personas han caído en la trampa y han optado por promover este camino. Por suerte no son todas. Ayer, 23 de marzo de 2019, miles y miles de hombres y mujeres han marchado (otra vez) por las calles de Buenos Aires y varias otras ciudades en defensa de la vida.
Y eso es bueno.
Es bueno porque fortalece en los varones el sentido de responsabilidad y reafirma en las mujeres la seguridad de que no las dejamos ni las dejaremos solas en este conflicto que las ataca principalmente a ellas.
No sé si les ha llamado la atención pero pueden comprobarlo por ustedes mismos. En las manifestaciones pro-aborto prácticamente solo hay mujeres.




En cambio, en las que rechazan el aborto varones y mujeres están presentes en proporciones mucho más equilibradas.



No es casualidad.


  
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NOTAS
1)- En el original: "Handle so, dass die Maxime deines Willens jederzeit zugleich als Prinzip einer allgemeinen Gesetzgebung gelten könnte".