LA CONSPIRACIÓN DE LOS DEMENTES
Apocalipsis mi culo (2): la conspiración de los dementes
Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- Promovida por la ONU, «La
Agenda 21 es un plan integral de medidas que deben tomarse a nivel
mundial, nacional y localmente por organizaciones del Sistema de las
Naciones Unidas, los gobiernos y los grupos principales en todos los
ámbitos de los impactos humanos sobre el medio ambiente».
Eso de «plan integral» esconde el eufemismo de que, como todas las
actividades humanas tienen impacto sobre el medio ambiente, lo que se
pretende es, simplemente, controlarlas todas.
Naturalmente, la llave maestra de esta macabra Agenda es el control
de la población, cuyo número hay que disminuir drásticamente para acabar
con la excesiva presión medioambiental que ejerce la superpoblación
sobre nuestro Planeta. Esto es así hasta el punto de que los prebostes
«verdes» coinciden unánimemente a la hora de afirmar que hay demasiada
gente en la Tierra, por lo cual es urgente reducirla.
El objetivo de la Agenda se muestra claramente en el informe anual
del Estado de la Población Mundial de 2009, titulado «Frente a un mundo
cambiante: las mujeres, la población y el clima», donde se afirma:
1) «Cada nacimiento produce no sólo las emisiones atribuibles a esa
persona en el transcurso de su vida, sino también las emisiones de todos
sus descendientes. Por lo tanto, la reducción de emisiones previstas o
planificadas de los nacimientos se multiplican con el tiempo».
2) «Ningún ser humano es verdaderamente “neutral en carbono”,
especialmente cuando todos los gases de efecto invernadero se calculan
en la ecuación. Por lo tanto, todos son parte del problema, por lo que
todos deben ser parte de la solución de alguna manera».
Es decir, ¡¡se trata de reducir la población porque cada ser vivo que
viene al mundo multiplica las emisiones que afectan al medio ambiente,
lo mismo que harán sus descendientes!! Los seres humanos respiran: he
ahí el problema para la Agenda 21.
Esta diabólica Agenda es promovida en el sistema mundo por una
pléyade de pseudocientíficos y pseudopensadores, eco-profetas
enloquecidos, verdaderos sociópatas, impresentables dementes —«nutjobs»,
para decirlo con el término que se aplica en inglés a los chiflados—,
que pululan por las principales universidades y foros mundialistas, y
que suspiran por ver exterminada a una gran parte de la Humanidad.
Uno de los más eximios profetas de esta Agenda es Al Gore, el de la
«verdad incómoda», a quien se deben estas tremendas palabras: «Una de
las cosas que podríamos hacer es cambiar las tecnologías, para minimizar
esta contaminación, para estabilizar la población, y una de las maneras
principales de hacerlo es capacitar y educar a las niñas y las mujeres.
Hay que proporcionar los medios para que las mujeres puedan decidir
cuántos hijos tener, y el espaciamiento de éstos». Blanco y en botella,
Mr. Gore —nombre muy adecuado para este encantador de serpientes, por
cierto—.
Pero Al Gore no es sino uno más en la luciferina constelación de
«nutjobs», donde hay ejemplares cuyo odio genocida a la humanidad prudce
auténtico pavor. Por ejemplo, tenemos a un tal James Lovelock —el
creador de la «Hipótesis Gaia»—, autor de un diabólico pronunciamiento
donde afirma sin tapujos que «la democracia debe ser puesta en espera»
para asegurar el éxito en la lucha contra el calentamiento global, y
propone que «solamente se debe permitir a unas pocas personas gobernar
el planeta hasta que la crisis se resuelva». Impresionante.
Aunque más lejos va todavía el finlandés Pentti Linkola, quien llama
descaradamente a que los disidentes sobre el calentamiento global sean
re-educados por un Gobierno Mundil eco-fascista, con poderes incluso
para esterilizar y asesinar. Realmente abracadabrante esta espiral de
barbaridades, donde estos «nutjobs» compiten para ver quién es más
diabólico.
Tampoco desmerece en esta maligna conspiración Eric R. Pianka,
profesor de Biología en la Universidad de Texas en Austin, hierofante
que, en un artículo titulado «Lo que nadie quiere oír, pero todo el
mundo tiene que saber», afirma que «este planeta podría ser capaz de
soportar tal vez hasta quinientos millones de personas que podrían vivir
una vida sostenible con relativa comodidad. La población humana debe
ser disminuida en gran medida, y lo más rápido posible para limitar el
daño ambiental adicional. No tengo ninguna mala voluntad hacia la
humanidad. Sin embargo, estoy convencido de que claramente el mundo
sería mucho mejor sin tantos de nosotros». Y sin él, pues mucho mejor
todavía —por cierto, por qué esta fijación de los chalados con la cifra
de 500 millones, justo la misma que recomendaba el «Georgia Guidestone»?
En estas «perlas cultivadas» de la Agenda 21 figuran también
destacados miembros de la plutocracia transnacional que conspira por el
NOM aunque no tengan ni pajonera idea de los problemas medioambientales.
Pero, claro, a fin de cuentas de ellos son las manos que mecen la cuna y
untan a tantos científicos. Pasen y vean:
David Rockefeller
David Rockefeller: «El impacto negativo del
crecimiento de la población en todos los ecosistemas de nuestro planeta
se está volviendo terriblemente evidente».
El fundador de CNN Ted Turner: «Una población total de 250-300 millones de personas, una disminución del 95% de los niveles actuales, sería lo ideal».
Dave Foreman, «Earth First Co-Fundador»: «Mis tres
metas fundamentales serían reducir la población mundial a unos 100
millones de habitantes, destruir el tejido industrial y procurar que la
vida salvaje, con todas sus especies, se recobre en todo el mundo».
Christopher Manes, aspirante a «¡Earth First!»: «La extinción de la especie humana no sólo es inevitable, es una buena cosa».
Club de Roma: «Buscando un nuevo enemigo frente al
que recobrar la unidad de acción se nos ocurrió la idea de que la
polución, la amenaza del calentamiento global, el déficit de agua
potable, el hambre y cosas así cumplirían muy bien esa labor».
Stephen Schneider, «Stanford Profesor of Climatology», autor
de muchos de los informes del IPCC — «Intergovernmental Panel on Climate
Change , organización internacional creada en 1988 por dos
organizaciones de Naciones Unidas: la Organización Meteorológica Mundial
(OMM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente
(PNUMA):«Necesitamos un amplio apoyo para estimular la fantasía
del público… Para ello debemos ofrecer escenarios terroríficos,
realizar declaraciones dramáticas y simples y no permitir demasiadas
dudas… Cada uno de nosotros debe decidir dónde está el balance entre
efectividad y honestidad».
Maurice Strong: «¿No es la única esperanza para el
planeta que las civilizaciones industrializadas colapsen? ¿No es nuestra
responsabilidad que eso suceda?».
Michael Oppenheimer: «La única esperanza para el
mundo es asegurarse de que no hay otro Estados Unidos: no podemos dejar
que otros países tengan el mismo número de automóviles, el importe de la
industrialización, que tenemos en los EE.UU. Tenemos que detener los
países del Tercer Mundo justo donde están».
Esta
agenda radical es incluso representada por la Casa Blanca: John P.
Holdren, asesor científico del Gobierno de Barack Obama, fue coautor de
un libro de texto titulado «Ecociencia» en 1977, en el que defendió la
esterilización masiva, el aborto obligatorio, un Gobierno Mundial y una
fuerza policial global de aplicación de control de la población. En la
página 837 de «Ecociencia», se hace una declaración de que el aborto
obligatorio sería perfectamente legal bajo la Constitución de los EE.UU:
«De hecho, se ha concluido que el obligatorio control de la
población-las leyes, aun incluyendo las leyes que exigen el aborto
obligatorio, puede ser sostenida en la Constitución vigente, si la
crisis de la población se convierte en suficientemente peligrosa para la
sociedad”.
En las páginas 942 y 943, se hace un llamamiento para la creación de
un «régimen planetario» que controle la economía mundial y haga cumplir
las medidas de control de la población», en un memorable párrafo donde
presenta a la perfección el programa totalitario de un Gobierno Mundial,
con la excusa de la preservación medioamabiental:
«Tal vez estos organismos, junto con el PNUMA y los organismos de las
Naciones Unidas para la población, con el tiempo podría llegar a
convertirse en un régimen planetario, una especie de superagencia
internacional para la población, los recursos y el medio ambiente. Dicho
Régimen Planetario global podría controlar el desarrollo,
administración, conservación y distribución de todos los recursos
naturales, renovables o no renovables, por lo menos en la medida en
consecuencias internacionales existentes. Así, el régimen podría tener
el poder para controlar la contaminación no sólo en la atmósfera y los
océanos, sino también en los cuerpos de agua dulce, como ríos y lagos
que cruzan fronteras internacionales o descarga en los océanos. El
régimen también podría ser un organismo central para la lógica que
regula todo el comercio internacional, incluyendo tal vez la asistencia
de países en desarrollo a los países menos adelantados, e incluyendo
todos los alimentos en el mercado internacional…
[…] El Régimen Planetario podría estar facultado para determinar el
óptimo de población para el mundo y para cada región y para arbitrar las
acciones de varios países dentro de sus límites regionales. El control
de la población podría seguir siendo la responsabilidad de cada
gobierno, pero el régimen tendría algún poder para hacer cumplir los
límites acordados».
Y en la página 917, como no podía ser menos, defiende la entrega de
la soberanía nacional a una organización internacional: «Si esto pudiera
lograrse, la seguridad puede ser suministrada por una organización
armada internacional, un análogo de nivel mundial de una fuerza
policial. Muchas personas han reconocido esto como una meta, si no el
camino para llegar a ella permanece en la oscuridad en un mundo donde
las facciones parecen, en todo caso, ir en aumento. El primer paso
implica necesariamente la entrega parcial de la soberanía a una
organización internacional».
«La Tierra tiene cáncer, y ese cáncer es el hombre», he aquí el terrible lema del ecofascismo.
Pero aún hay más, damas y caballeros, porque la corriente ecofascista
cuenta con la impagable adhesión de Bergoglio, y de una parte
sustancial de la jerarquía católica. Cosas veredes, pues, en un tiempo
en el que la Iglesia católica está amenazada por una pavorosa apostasía,
en el que el genocidio de católicos en no pocos países del mundo está a
la orden del día, en el que la fe cristiana es cada vez más perseguida,
Bergoglio ejerce un pontificado trufado de franciscanismo, de
ecologismo sin par, hasta el punto de que los problemas medioambientales
son, junto a su obsesión por el multiculturalismo, los ejes de su
mandato. Bondad graciosa.
Tal es la fijación ecologista de Bergoglio, que incluso le dedicó la
segunda de sus encíclicas, que tenía por título «Laudato Si», publicada
en 2015. En ella, con la excusa de una pretendida catástrofe ecológica
—prevista ya por Pablo VI, a quien Bergoglio cita, pero que después de
45 años sigue sin producirse— el Pontífice propone una serie de cambios
políticos y económicos tendentes a evitar que se consume ese supuesto
desastre medioambiental, cambios que concuerdan a la perfección con los
postulados de la izquierda radical, en los que subyace una crítica al
capitalismo.
Naturalmente, el corolario de esa supuesta catástrofe planetaria es
que hace falta un «Gobierno Mundial» intervencionista que labore por
conjurar los peligros que supone para la humanidad las amenazas
medioambientales actuales.
Si resulta ya de por sí chocante que se dedique una encíclica
pontificia a estos temas ecológicos, más peregrino —y cómico— es que en
ella se hable de «evitar el uso de material plástico y de papel, reducir
el consumo de agua, (…) tratar con cuidado a los demás seres vivos,
utilizar transporte público» o «plantar árboles y apagar las luces
innecesarias (sic)». Eso sí, se le olvidó condenar la caza. En fin, no
se puede estar en todo.
Patrick Moore
Toda esta parafernalia de medidas ecologistas a lo «boy-scout» va
encaminada a justificar la verdadera joya de la corona: la necesidad de
«una verdadera Autoridad política mundial» que desarrolle «una
agricultura sostenible y diversificada», «formas renovables y poco
contaminantes de energía», y asegure el acceso de todos al agua potable.
Esta Autoridad Mundial debe imponerse por encima de los países, a
través de organismos internacionales fuertes y eficazmente organizados,
dotados con poder para sancionar, por ejemplo, sobre el abuso de los
aparatos de aire acondicionado (sic).
En este clamor genocida que la banda de psicópatas, de «nutjobs»
lo-juro-por-mi-madre lanzan al mundo, como los graznidos de una bandada
de siniestros cuervos, pocas veces pueden escucharse voces disidentes.
Una de ellas es Patrick Moore, expresidente de «Greenpeace» —hoy es un
lobista de la industria nuclear, como consultor de relaciones públicas a
través de su firma «Greenspirit Strategies»—, en una entrevista en la
cadena de radio «SiriusXM» declaró que «el calentamiento global es la
mayor estafa de la historia», «una campaña de miedo llevada a cabo por
científicos corruptos enganchados a subvenciones gubernamentales», cuya
intención es aprovecharse del miedo y la culpa para controlar la mente y
las carteras de las personas: «¡El CO2 es el alimento de la vida! No es
contaminación. La catástrofe climática es estrictamente una campaña de
miedo. Bueno, miedo y culpa. Los científicos intentan producir más miedo
para que los políticos puedan usarlo para controlar la mente de las
personas y obtener sus votos. Así muchos podrán decir: “Oh, este
político puede salvarme”».
Y dejo para otra ocasión el dantesco asunto de las fumigaciones
masivas con las que este aquelarre de dementes quiere cambiar el clima y
reducir la población. Porque esta panda de lunáticos-luciferinos va en
serio.
Artículo extraído de su libro de próxima publicación: “La Patria traicionada: España en el Nuevo Orden Mundial”