Director: Javier R. Portella
La ley de Lynch
Asistir al linchamiento de un amigo no es
plato de gusto. Esto es lo que está sucediendo a estas horas con
Fernando Paz, al que las piaras del cortaypega de La Sexta y El País
están difamando, calumniando e insultando con una saña propia de su
escuela, la estaliniana. El que esta escoria roja domine los medios de
comunicación —gracias al concurso y la complicidad de la derecha
cobarde, blanda y renegada— sirve para que cualquier intelectual
disidente sea perseguido por unos medios que se saben impunes y que
tienen licencia para arruinar vidas, prestigios y haciendas. Si se
produce un giro político importante en estos meses, una de las tareas
ineludibles de la nueva etapa será la de la destrucción del monopolio
mediático de la extrema izquierda
Una de las tareas de la nueva etapa será la destrucción del monopolio mediático de la extrema izquierda.
y el rearme moral y cultural de la nación, entregada a la oligarquía progre por el PP, esa criada para todo de los rojos, que claudica siempre y sin reservas ante el chantaje totalitario del marxismo cultural.
Uno puede juzgar de forma positiva o negativa la obra de Fernando Paz, pero lo que no puede hacer es mentir sobre ella. De sus libros de divulgación e investigación, que han dado un punto de vista alternativo sobre tantos aspectos de la historia reciente, sin duda el que dedicó a la neutralidad de Franco es el que más altura alcanza por la brillantez con la que acaba con los mitos y dogmas que la Academia traga, digiere y excreta. Llamar pseudohistoriador a un investigador que ha tenido el sentido común de acudir a los documentos y exponer unos hechos que tienen difícil, alambicada e improbable refutación, muestra que el exabrupto es el único argumento que les queda a quienes sólo disponen de las facultades, las revistas, las becas, los grandes medios de comunicación y los bien nutridos comederos de las subvenciones oficiales para imponer sin discusión, debate ni honestidad intelectual la gran mentira del régimen: la memoria llamada "histórica".
A Fernando Paz, encima, se le da muy bien la televisión: dejó en ridículo a los hoy aburguesados charlatanes bolivarianos Iglesias y Monedero en debates que circulan por todo Internet. Para colmo, ha dirigido un estupendo programa de divulgación histórica, Tiempos Modernos, en el que se trataron con rigor, amenidad y éxito de audiencia una gran variedad de asuntos, muchos de ellos desconocidos para el público culto. ¿Cómo le van a perdonar semejante osadía los orcos de Podemos y la cheka de Prisa? La actividad de Fernando es un torpedo en la línea de flotación de la oxidada ideología del régimen todavía imperante, el que Zapatero impuso con la ayuda de ETA y los separatistas en 2004 y cuya lamentable continuación fue la presidencia del invertebrado Mariano Rajoy. Su crítica de la ideología de género no es menos incisiva y demoledora. Por supuesto, la prensa del régimen ni se molesta en analizar la argumentación del reo, les basta con sacar de contexto un par de frases y exponerlas como si se tratara de un delito, agravado por el hecho de dar las conferencias en lugares tan abominables como una sede de Falange, partido legal y leal a España. ¡Y por esto se rasgan las vestiduras los que dan mítines en las herriko tabernas, se banquetean en Caracas con el hambre de los venezolanos y se codean con los ayatolás iraníes! Que desde el muladar ético que es la izquierda "española" nos vengan con esos melindres de ursulina mueve a risa y a náusea. En realidad, lo que se busca desde las zahurdas y porquerizas de la gauche caviar es criminalizar la disidencia ideológica y hacer un escarmiento con el intelectual que de manera más brillante y efectiva ha demostrado a los televidentes la mentira y el sectarismo de la corrección política y de la memoria "histórica". No es el primero: sigue el viacrucis que ya recorrieron Dos Passos, Solzhenitsin y Orwell.
La jauría progre difama a Paz llamándolo "negacionista", cuando él en ningún momento ha discutido el Holocausto.
Por supuesto, la jauría progre no se detiene ante nada; llega al extremo de difamar a Paz llamándolo "negacionista", cuando él en ningún momento ha discutido el Holocausto. Conviene recordar que las expresiones antisemitas más brutales en España han venido, y no por casualidad, de la extrema izquierda, hasta con chistes sobre la Shoah difundidos por concejales del ayuntamiento de Carmena. A ellos eso les da igual, sus mentiras rozan el delirio y nos muestran en qué ensueño dogmático viven los mastines y perrigalgos de la progresía militante. Pero no nos engañemos, el pecado capital de Paz es discutir el dogma, lo que las izquierdas nos obligan a creer sin dudar ni una coma. Y el delito será mayor cuanto más documentada, racional y bien escrita sea la crítica. Por eso la jauría se ha lanzado a destruir a un hombre indefenso, azuzada por el aparato de poder que acosa al intelectual disidente. Como ya señaló Jean-François Revel hace cuarenta años, vivimos en la Era de la Mentira. Decirlo o ponerlo en evidencia se paga muy caro.
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