Algunas precisiones iniciales
Damnatio memoriæ es una expresión latina que, literalmente, significa “condena de la memoria”. Era una práctica frecuente en la antigua Roma, que consistía en proscribir el recuerdo de una persona tras su muerte, si ésta era considerada enemiga del Estado. Se decretaba oficialmente la condena de su recuerdo mediante una serie de medidas como la retirada o destrucción de sus imágenes, el borrado de su nombre de las inscripciones en piedra, o la condena explícita de su nombre familiar mediante la prohibición a sus descendientes de usarlo. Hoy día a la damnatio memoriæ romana se la conoce con el eufemismo políticamente correcto de memoria histórica (politics of memory en el mundo anglosajón). Esta política de la venganza de ultratumba, esta necrofagia política, se ha colocado bajo el paraguas de una pedagogía histórico-política que condena la memoria de los tiranos y/o genocidas del pasado, una memoria que siempre es selectiva ya que exalta a algunos de los perpetradores de las peores masacres de la historia simplemente porque los poderosos de nuestro tiempo son sus herederos. El Hôtel des Invalides de París es quizá el ejemplo más significativo en este sentido, pero hay muchos otros.


Esencialmente, tal y como ocurría en la Antigüedad, se trata de “dar una segunda muerte” al vencido, de extirpar de la memoria colectiva su buena fama o incluso proceder a lo que se conoce como “invisibilización” de los tiranos, es decir borrar el recuerdo de la misma existencia de aquellos condenados al basurero de la historia. Es el væ victis llevado al último extremo de ensañamiento moral y espiritual.
A esta memoria histórica vindicativa cabría aplicarle el dictum del injustamente olvidado Joris-Karl Huysmans: “la historia es la más solemne de las mentiras y el más infantil de los engaños”[1]. Decía Nicolás Gómez Davila que en “este siglo toda empresa colectiva edifica prisiones”[2]. Cabría acaso añadir que “en este siglo todo colectivismo profana panteones”.
La necrofagia revolucionaria entra en escena: la Revolución francesa
En el año 1793 la Convención Nacional republicana francesa legisló la que quizá sea la primera campaña de memoria histórica, esto es, de damnatio memoriæ. Se creó entonces la llamada Commission des Beaux-Arts de la Convention nationale que procedió como primera medida a eliminar uno a uno todos los símbolos ‘feudales’ de los antiguos monumentos franceses, inaugurando una política de vandalización sistemática del legado patrimonial cristiano de Francia. 
Los jacobinos decidieron exhumar (es decir, profanar) las “cenizas impuras” de los tiranos (es decir, los reyes de Francia).
El 31 de julio de 1793 la Convención Nacional, ya inmersa en la orgía de sangre que fue el Terror jacobino, adoptó la resolución de exhumar (es decir, profanar) las “cenizas impuras” de los tiranos (es decir, los reyes de Francia) enterrados en la abadía de Saint-Denis, con la excusa de recuperar el plomo de las tumbas para el esfuerzo bélico de la República[3]. El Comité de Salud Pública procedía el día siguiente a promulgar un decreto por el que se establecía que “las tumbas y mausoleos de los hasta ahora reyes de Francia situadas en la iglesia de Saint-Denis, y en otros templos y lugares a lo largo y ancho de la República, serán destruidas el próximo día diez de Agosto”[4]

Profanación de las tumbas de los reyes de Francia. 
El ciudadano Meignié, Comisario para la fabricación extraordinaria de armas de la República, dirigiría la exhumación de los reyes acompañado de un erudito, el monje benedictino de la Congregación de San Mauro, Dom Germain Poirier, que es quien levantó testimonio para la historia de la ignominia allí realizada[5]. Con varios meses de retraso finalmente se procedió entre el 12 y el 25 de octubre a desmontar 51 sepulturas con sus efigies y ornamentos, siendo una parte destruida y otra trasladada al Musée des monuments français

 La momia del rey Enrique IV es expuesta a las masas. 
En total, los restos mortales de 170 personajes que habían construido Francia a lo largo de mil años, unos venerables como san Luis o san Dagoberto, y otros menos, fueron arrojados a fosas comunes: 46 reyes, 32 reinas, 63 príncipes, diez ministros y dos docenas de abades benedictinos de Saint-Denis[6].
Algunos cadáveres en buen estado de conservación como el del primer Borbón, Enrique IV, fueron expuestos a las burlas o la curiosidad de las masas revolucionarias. Otros, completamente putrefactos, como el de Luis XV o Luis XIV, noir comme de l’encre [negro como tinta], no pudieron ser expuestos al público. La horda revolucionaria jacobina que tanta sangre había reclamado que se derramara en la guillotina obtenía así otra recompensa de un poder empeñado en saciar los más bajos y bestiales instintos de la plebe:
La venganza póstuma contra aquellos reyes y monjes a los que debían su propia identidad nacional.
la venganza póstuma contra aquellos reyes y monjes a los que debían su propia identidad nacional. La gran mascarada revolucionaria terminaba en unas fiestas saturnales bañadas en sangre donde lo más bajo profanaba lo más excelso. 
La mayoría de los cadáveres regios sufrieron todo tipo de mutilaciones a manos de los jacobinos, deseosos de llevarse como fetiches restos de los antepasados de los que habían sido sus soberanos: uñas, cabellos, dientes fueron arrancados por una turba deseosa de llevarse a sus casas pedazos de la historia de Francia. Los coleccionistas de reliquias, tanto por devoción monárquica como por curiosidad histórica, estuvieron años rebuscando entre las ruinas de las criptas de Saint-Denis. 

 Los restos de la cripta de Saint-Denis en 1800.
 Cuando se produjo la restauración borbónica, el rey Luis XVIII consiguió a través de diversos medios recuperar algunas de estas reliquias, siendo especialmente valioso el descubrimiento del cráneo de san Luis, el cual, junto a la mandíbula de san Dagoberto, el cabello de Felipe Augusto o los dientes de Enrique III, terminaría en el Museo Tavet-Delacour de Pontoise. 
Ahora bien, no solo se profanaron los restos mortales de los reyes de Francia. En el año 1793, tras condenar a las llamas la monumental Abadía de Cluny, una de las joyas inapreciables del románico europeo, los jacobinos decidieron profanar las reliquias de los abades cluniacenses san Mayolo (954-994) y san Odilón (994-1049), creadores de uno de los más importantes movimientos monásticos de la historia europea. Sus cadáveres fueron exhumados de sus tumbas en el priorato de San Pedro de Souvigny, que luego sería demolido piedra a piedra, para ser ritualmente quemadas en el altar de la patria por los jacobinos, como si de un exorcismo se tratara[7]

Tumbas de los abades cluniacenses. 
Carlos V, una momia dos veces profanada
Esta terrible vejación de lo más sagrado de la memoria nacional de Francia tuvo ecos en otras muchas revoluciones, liberales y marxistas, de los siglos XIX y XX. Sería muy prolijo abordarlo. Nos detendremos tan solo en un caso particularmente vergonzoso y significativo: la profanación del cadáver del que quizá haya sido el gobernante más glorioso que jamás haya tenido España, el emperador Carlos V. 
¿Qué hace la última falange del dedo meñique de un emperador fuera de su sarcófago del Panteón de Reyes escurialense?
La primera pista sobre el trato injurioso recibido por la momia de Carlos V nos la brinda una falange de su dedo meñique que está custodiada fuera del sarcófago de El Escorial y que ha sido objeto de una investigación para saber la causa real de su muerte en 1558. ¿Y qué hace la última falange del dedo meñique de un emperador fuera de su sarcófago del Panteón de Reyes escurialense?


Momia del emperador Carlos V. 
La respuesta la reveló en el año 2006 al desmemoriado público español un personaje singular conocido como “el señor de los mosquitos”: Julián de Zulueta, un médico que había pasado 25 años trabajando contra la malaria para la Organización Mundial de la Salud (OMS) en zonas tropicales. De Zulueta había sido alcalde socialista de Ronda entre 1983 y 1987 y era hijo de ministro de Azaña y embajador de la Segunda República. Este médico de prosapia republicana recordaba una foto aparecida en un diario francés en el año 1936: un miliciano aparecía abrazado a una singular momia muy bien conservada, con barba recortada y los ojos abiertos. Era la época de profanaciones de iglesias en España. La foto era de la momia del emperador Carlos V arrancada de su sarcófago en el Real Monasterio de El Escorial. De Zulueta tenía entonces 17 años y estaba en París con su familia, que más tarde emigraría a Colombia. Allí, De Zulueta se hizo médico especialista en medicina tropical, y empezó a familiarizarse con el parásito de la malaria, que siglos antes acabó con la vida de Carlos V. Y nunca olvidó la foto que tanto le impresionó de adolescente, por lo que en 2006 inició una investigación para determinar, a partir del meñique conservado fuera del sarcófago, si este murió realmente de malaria o no[1].
Ahora bien, ¿podemos estar seguros de que la falange es del emperador? La única manera de despejar completamente las dudas sería volver a abrir el sarcófago, hacer un análisis de ADN al dedo y al resto del cuerpo, y cotejar los resultados. Esto no ha sido posible al no otorgar la Corona el permiso preceptivo. Sin embargo, la documentación apunta a que estamos en efecto ante el meñique del emperador.
Y es que, y esto es lo que realmente nos interesa subrayar, Carlos V no tuvo un descanso tan tranquilo como podría esperarse dado su lugar de honor en la historia europea y española. Parece ser que durante los desórdenes de Septiembre de la revolución de 1868 elementos revolucionarios no identificados abrieron la sepultura del emperador y el cadáver fue profanado y expuesto a la vista de los lugareños. Uno de ellos parece que ofreció 20 reales a uno de los custodios a cambio de algún miembro del cuerpo y obtuvo la falange del dedo meñique. De algún modo esta falange llegó en 1870 a las manos del marqués de Miraflores. Más de cuarenta años después, el 31 de mayo de 1912, el marqués la envió por carta al rey Alfonso XIII como obsequio, quien a su vez la remitió a los agustinos de El Escorial, únicos autorizados a abrir las tumbas del Panteón de Reyes, quienes la depositaron en una urna en la sacristía del Real Monasterio. Cabe mencionar que los agustinos habían llegado al Escorial en 1885 por donación real tras ser expulsados el 1º de diciembre de 1837 los custodios originales del Real Monasterio, un centenar de monjes jerónimos, en aplicación de la nefasta ley de desamortización eclesiástica de Mendizábal que tantísimo daño hizo a la tradición, la memoria y el alma españolas. En el momento del estallido de la revolución de 1868 la custodia del Monasterio estaba en manos de los padres escolapios.
En definitiva, la momia de Carlos V, señor de dos mundos, último emperador romano germánico coronado por un papa, el monarca más poderoso de la Europa de su tiempo y uno de los más grandes de la historia universal, fue profanada no una, sino dos veces, en 1868 y en 1936, para ser expuesta a la curiosidad o la burla de las masas revolucionarias.
Todo un síntoma de unos tiempos pretéritos, llenos de odio y resentimiento, unos tiempos necrófagos que algunos quieren traer de regreso, a juzgar por su insistencia en volver a profanar, como en 1793, una abadía benedictina.


[1] Joris-Karl Huysmans, Là-Bas, París, 1891, c. 2 (Allá lejos, Valdemar, Madrid, 2002).

[2] Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito, Atalanta, Gerona, 2009, p. 71.

[3] Jean-Marie Le Gall, Le mythe de Saint-Denis: entre renaissance et révolution, París, 2007, p. 476.

[4] “Les tombeaux et mausolées des ci-devant rois, élevés dans l'église de Saint-Denis, dans les temples et autres lieux, dans toute l'étendue de la république, seront détruits le 10 août prochain” (X Decreto del Comité de Salud Pública, artículo 11, Le Moniteur universel, 2 de Agosto de 1793); Anne Lombard-Jourdan, “Traque et abolition des marques de religión, de royauté, et de féodalité à Saint-Denis”, Saint-Denis ou le Jugement dernier des rois, ed. F. Demichel, Éditions PSD, 1993, p. 243.

[5] En su Rapport sur l'exhumation des corps royaux à Saint-Denis en 1793.[6] Cf. Max Billard, Les tombeaux des rois sous la Terreur, Perrin, París, 1907.

[7] Pascale Chevalier, Arlette Maquet, “La fouille des tombeaux des saints abbés de Cluny, Mayeul et Odilon et les pèlerinages à Souvigny”, Bulletin Monumental, tome 162, n°2, 2004. p. 97.

[1] Mónica Salomé, “Se busca malaria en la momia del emperador Carlos V”, El País, 3 de Agosto, 2006.