Lo que hay que desalojar es Aerolíneas Argentinas
Por Agustín Laje (*)
En clave kirchnerista, el conflicto entre LAN y el gobierno argentino se
ha transformado en una batalla entre los representantes de lo “nacional
y popular”, y el fantasma de Pinochet y “la derecha chilena”. Al menos
eso es lo que ha pronunciado Mariano Recalde, el camporista que preside
Aerolíneas Argentinas, en un polémico video de reciente filtración en el
que se lo ve arengando a sus militantes aeroportuarios y admitiendo
haberle pedido a Cristina Kirchner el desalojo de la compañía
trasandina.
Parafraseando un popular apotegma, podría decirse que aunque la farsa se
vista de ideología, farsa queda. Y es que detrás de toda la insensata
paparruchada de épicas cruzadas entre los buenos y los malos de la
historia, la verdad asoma sólo para quienes estén dispuestos a verla y
aceptarla tal cual es. Y esa verdad ya no se viste con ropaje
ideológico, sino económico.
Las cosas son más simples de lo que se pretende. Aerolíneas Argentinas
no quiere a LAN como competidor sencillamente porque los yuppies de La
Cámpora no son capaces de ofrecer servicios más baratos y/o de mejor
calidad a los usuarios y, guste o no, la mayoría de los argentinos (que
en sus decisiones económicas tienen poco de tontos) prefieren volar con
la empresa chilena. El resto es mera justificación para la tribuna. “Si
no puedes servir a las personas en el mercado, sirve a los gobernantes
para que alteren sus reglas”, podría decir un manual para el empresario
mercantilista o para los funcionarios buitres que se enquistan en las
empresas del Estado que, como ocurre en Argentina, se vuelven propiedad
del partido político que ocupa el gobierno.
Si el mercado (es decir, la infinita red de comportamientos y decisiones
económicas de todos los ciudadanos) fuese el criterio por el cual se
decidiera la suerte de una empresa (como ocurre en los países más
prósperos del mundo), va de suyo que la desalojada no hubiese sido LAN
sino Aerolíneas Argentinas, y no ya de un hangar, sino del mercado en
general. En efecto, la supervivencia de una empresa que pierde 2,7
millones de dólares diarios resultaría imposible, de no ser por
distribuir coercitivamente esos costos sobre las espaldas del pueblo,
entendiéndose por “pueblo” tanto a quienes hacen uso de los servicios de
Aerolíneas Argentinas (una minoría microscópica) como a quienes jamás
en su vida han viajado en avión (la mayoría).
Si aceptamos esta verdad, por añadidura debemos aceptar que la
existencia misma de Aerolíneas Argentinas supone una inmoralidad
inaceptable; una especie de “robinhoodismo” invertido: quitarle al pobre
para darle al rico. Considérese que las pérdidas acumuladas entre julio
de 2008 (año en que el kirchnerismo se apropió de la compañía aérea y
Recalde fue puesto al frente de ésta) y el año 2012, han superado los
3.249 millones de dólares; es decir, un promedio de 81.225 dólares por
cada argentino.
Pero el kirchnerismo siempre encuentra alguna buena excusa y, ante estos
datos que en materia económica demuestran un estruendoso fracaso
empresarial, los camporistas suelen argumentar que, en verdad,
Aerolíneas Argentinas tiene una “función social” y no comercial, con lo
cual su desenvolvimiento no debería medirse en términos económicos (como
si la economía no fuese parte de la realidad social) sino en términos
de patrones extra-económicos. De lo que se trata –suelen discursear– es
de proporcionar a los argentinos vuelos que bajo “la maldita lógica del
mercado” no podrían ofrecerse en razón de dar pérdidas. No obstante, los
muchachos K tienen los números en su contra también en lo que respecta a
este ardid: el déficit de la empresa manejada por Recalde se ocasiona
principalmente en las rutas internacionales en donde Aerolíneas
Argentinas tiene competencia y no se puede argumentar ninguna pomposa
“función social”. Por
ejemplo, si quisiéramos volar a San Martín de los Andes desde Buenos
Aires (1.200 kilómetros) el 30 de agosto, el pasaje más económico nos
costaría $1461. Pero si quisiéramos volar a Río de Janeiro (casi 2.000
kilómetros) en la misma fecha, el precio sería de $917.
Asimismo, en destinos domésticos donde vuelan otras líneas, la compañía
“nacional y popular” reportó pérdidas en el 2012. En cambio, ganó dinero
allí donde no tiene o tiene casi nula competencia, como San Luis,
Santiago del Estero, Mar del Plata, Esquel o Jujuy. Luego, la excusa de
la “función social” es inadmisible, y es claro que Aerolíneas Argentinas
pierde siempre que hay competencia por una razón obvia: sus precios son
muy altos, su servicio es lamentable, y el despilfarro de recursos
públicos dirigidos a mantener varios centenares de militantes
kirchneristas nubla cualquier posibilidad de éxito comercial.
Según una investigación de Laura Di Marco, “el total de la oferta aérea
que brinda la línea aérea, medida en asientos-kilómetros, revela que la
mayor parte de la transferencia de fondos estatales subsidia viajes al
exterior, como Miami, Madrid y Oakland, y no destinos pobres. (…) Sólo
el 5% de la oferta de Aerolíneas se dirige a sitios no rentables, donde
no vuela nadie, como Catamarca, Trelew o Jujuy. Los analistas del
mercado aerocomercial calculan que si el objetivo perseguido fuera
subsidiar destinos sociales, alcanzaría con una transferencia de 10
millones de dólares anuales”.
En síntesis, Aerolíneas Argentinas es uno de los reflejos más exactos de
la naturaleza oligárquica del kirchnerismo, camuflada bajo el simpático
maquillaje de lo “nacional y popular”, que esconde una política
parasitaria en favor de un puñado de incompetentes yuppies con
pretensiones setentistas que se han enquistado en el poder. La sola
existencia de la compañía es −además de antieconómica− inmoral bajo todo
punto de vista. Esperemos que después del ya inevitable fin de ciclo,
los desalojados sean ellos.
(*) En los próximos días saldrá el nuevo libro de Agustín Laje en
coautoría con Nicolás Márquez, titulado “Cuando el relato es una farsa”.
@agustinlaje | agustin_laje@hotmail.com
La Prensa Popular | Edición 229 |
Viernes 30 de Agosto de 2013