Si existiese una forma de volver al pasado, ¿matarías a un niño llamado Adolf Hitler?
Este vídeo está provocando polémica en Alemania.
En él, un Mercedes atropella a Adolf Hitler de niño, bajo el reclamo de
que el coche detecta los peligros antes de que tú los veas. Me ha
recordado una escena de una buena película que vi hace años: “La zona
muerta” (1983), dirigida por David Cronenberg, basada en una novela de
Stephen King y protagonizada por Christopher Walken en el papel de un
hombre que tiene visiones del futuro.
En esa película, Walken consigue dar la mano a un político ambicioso y
populista, interpretado por Martin Sheen, que tiene una carrera
ascendente que le podría llevar al Senado de los Estados Unidos. Ese
contacto físico es lo que permite al protagonista tener las visiones, y
de esa forma se da cuenta de que ese político llegará a la presidencia
de EEUU y una vez allí tomará una decisión fatal para todo el mundo.
Sumido en las dudas sobre lo que hacer, Walken plantea una difícil
pregunta a su neurólogo, un hombre ya mayor que sobrevivió a la Segunda
Guerra Mundial (interpretado por Herbert Lom, actor fallecido el año
pasado, por cierto): si pudieses volver al pasado, antes del ascenso de Hitler al poder, sabiendo lo que sabes ahora, ¿matarías a Hitler? Por si algunos no habéis visto aún la película, no os diré la respuesta del neurólogo.
Llevo años dándole vueltas a aquella escena, porque es una pregunta
con mucha miga. En este vídeo se traslada aquella pregunta nada menos
que a la infancia del dictador nazi, por eso he planteado esa pregunta
en el título. La respuesta que a uno se le ocurre de inmediato es un
“sí” rotundo. Ante un genocidio como el que provocó Hitler, y tratándose
de una figura que se ha convertido -con mucha razón- en la
personificación del mal, dar muerte al futuro responsable del asesinato
de millones de personas parece algo moralmente asumible. Sin embargo,
hay una objeción evidente: uno es responsable de sus actos, es decir, de lo que uno ha hecho,
en pasado, y no de lo que le pueden atribuir a uno que hará en el
futuro, algo que sólo Dios sabe. Además de eso, hay que tener en cuenta
que los grandes cambios sociales y políticos, incluso el
establecimiento de una dictadura y la puesta en marcha de un genocidio,
no son algo que se deba en exclusiva a la acción de una persona.
Muestra de ello es el comunismo. En distintos países han surgido
distintos dictadores que, movidos por una ideología que tras negar todo
valor al individuo, ha servido para justificar matanzas en masa en
países tan diversos como la antigua Unión Soviética, China, Camboya,
Corea del Norte… El nazismo -igual que el comunismo- surgió porque
existía un escenario político, social y económico propicio para la
aparición de movimientos totalitarios, y la democracia, en vez de defenderse, dejó que unos salvajes la dinamitasen desde dentro en Alemania. Edmund Burke decía: “Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres de bien no hagan nada”.
En la Alemania de entonces, muchos hombre de bien prefirieron no hacer
nada, por las razones que fuesen, con el resultado por todos conocido.
Obviamente, intentar contestar a la pregunta que titula esta entrada es meterse en una discusión bizantina.
Es como plantear qué habría pasado si los nazis fuesen marcianos. No
obstante, hay derivaciones de esa pregunta que sí tienen sentido. Para
empezar: ¿cómo podía haberse defendido la democracia alemana, cómo pudo haberse evitado el nazismo?
La respuesta más evidente, al menos en apariencia, es poniendo fuera de
la ley a los movimientos totalitarios que aspiraban a liquidarla por
medio de la violencia. ¿Habría dado resultado? Aún hoy mucha gente cree
que esos movimientos tienen derecho a campar a sus anchas en un país
democrático. Tal vez no lo piensen del nacional-socialismo, ideología
que ha acabado desprestigiada a más no poder, pero sí lo admiten para
quienes aún cuelgan en sus sedes retratos de dictadores tan brutales
como Lenin o Mao, para quienes consideran que el régimen ideal para un
país es la dictadura comunista que padecen los cubanos o incluso la más
brutal aún que padecen los norcoreanos, y todo ello a pesar de los 100
millones de muertos que ha dejado el comunismo a su paso. Si un pueblo
no ha acabado de convencerse a sí mismo del peligro que encierran los
movimientos totalitarios, es poco probable que sirva de algo limitar la
acción de la democracia contra ellos a la acción de la Policía.
Si la democracia es incapaz de ofrecer un dique moral frente a los
totalitarios, limitar su defensa a un dique legal acaba por resultar
inútil. Basta con comprobar lo ocurrido en el País Vasco: ha
bastado que la democracia baje sus defensas morales y acepte la máxima
de que para acabar con el terrorismo es aceptable apaciguar a los
terroristas, para que los marcas electorales de ETA se cuelen en las
instituciones y hagan burla de la legalidad sin que el Estado haga nada
por impedirlo.
Si se educa a los niños en la idea de que el fin justifica
los medios, si se permite que los totalitarios saquen rédito de la
violencia, si la democracia no tiene ninguna base moral para su
autodefensa, es inevitable que los pequeños Adolfos de hoy se conviertan
en monstruos el día de mañana. La culpa no será de un niño que
tiene un futuro lleno de posibilidades muy diversas. Matarlo, además de
ser algo moralmente reprobable, también es una medida inútil: ya
aparecería otro que ocupase su lugar si se mantiene el escenario que
sirve de caldo de cultivo para los totalitarios. Además, cabe
preguntarse qué pasaría si un colectivo ideológico o de cualquier otro
tipo empezase a justificar que se persiga o incluso mate a personas
apelando a futuribles. Por ejemplo, en el Código Penal de Cuba -artículos 78 y siguientes- ya se contemplan sanciones por conductas “predelictivas”,
algo que algunos todavía piensan que se circunscribe al cine de
ciencia-ficción. Y en España no pocas veces he leído a fanáticos
abortistas justificando que se mate un niño por nacer alegando que en el
futuro puede ser una persona peligrosa o incluso un criminal. No
deja de ser paradójico que con el pretexto de librar al mundo de
futuros tiranos se justifiquen acciones dignas de una tiranía, como es
matar a inocentes.