De pluma ajena
RÉPLICA A MARIANA CARBAJAL
A propósito de su artículo “Imágenes de un derecho”, donde justifica el aborto en el marco de una muestra en el Palais de Glace
“Poder abortar en mi casa, con
pastillas, me hizo sentir totalmente dueña de mí misma.
Una sensación de
libertad muy similar a la que viví cuando decidí ser madre”.
Da
la casualidad de que las ideas no se sostienen por sí mismas en el aire, ni por
sí mismas se difunden: son como flechas y balas que a nadie lastimarían si no
hubiese quien las disparase. Es por eso que tanto esta justificación ideológica
del aborto (1) –en manos de Mariana Carbajal, periodista de Página 12– como su correspondiente réplica, cobran un carácter personal. Necesariamente personal: se está metiendo
con el más indefenso.
Se está
metiendo con el
niño por nacer. Esa criatura frágil –pequeña pero maravillosa– que
pretenden borrar. Símbolo de toda pureza, página en blanco de la existencia, pura
posibilidad, sólo promesa: hoy estás en peligro de extinción.
Este peligro no tiene relación con enfermedad alguna.
No se trata de una peste o un virus. Es algo mucho peor: el egoísmo de tu propia madre. Un egoísmo que
luego se disfraza de razones; que se cubre de eufemismos, que se presenta como
arte cuando no es sino una triste parodia del mismo, tal como está ocurriendo
en estos momentos en la muestra del Palais de Glace. Un egoísmo que encuentra
en el ropaje ideológico feminista su justificación teórica.
Contra eso, ¿qué antídoto podríamos ofrecer sino el
antídoto del amor? Una madre que ama no
mata a su hijo. Una madre que ama no se elige a sí misma primero. Una madre
que ama no racionaliza la vida que lleva en su vientre. Ama y punto. Y ese amor
la lleva, si se deja llevar por la mano del Buen Dios, a consecuencias hermosas
y difíciles. ¿Y qué es lo heroico, si no es la unión de lo hermoso y lo
difícil?
Ser madre puede convertirse, hoy en día, en un acto de
heroísmo.
Para afirmar este heroísmo –tanto para ellas como para
nosotros mismos– escribimos estas líneas. Queremos apoyar pública, clara y firmemente
a todas las mujeres que en cualquier
circunstancia llevan adelante, con valentía y audacia, su embarazo. Un apoyo que
no debe agotarse en lo retórico sino traducirse en actos concretos.
Contrario a lo que suele pensarse, los grandes amores
exigen grandes repudios. Todo el que ama, repele lo que contraría su amor. Por
eso, a la par de manifestar nuestra admiración, apoyo y respeto por las madres
que llevan adelante su embarazo, repudiamos enérgicamente todo egoísmo que –bajo
cualquier pretexto– pretenda la aniquilación del niño por nacer. Con el mismo
énfasis con que afirmamos y queremos lo heroico para las mujeres, deploramos a
quienes ofrecen la cobarde salida del aborto.
La Madre Teresa ha dicho: Si el aborto no está mal, nada está mal. ¡Tenía razón esta santa
mujer! ¿Qué código puede quedar en pie si levantamos nuestro puño contra el
niño por nacer? ¿Qué ley merece ser respetada si violamos de manera infame ese «santuario» de la
vida: el vientre materno?
El artículo de Mariana Carbajal
Como hemos dicho, hace unas dos semanas el suelto de Mariana
Carbajal difundió la noticia de esta muestra en el Palais de Glace,
eufemísticamente vinculada al arte. Digamos por lo pronto que se trata de un
falso arte: aquí no hay técnica, no hay belleza, no hay nada que maraville la
inteligencia ni nada que deleite la sensibilidad en la belleza. Estamos, lisa y llanamente, ante la
promoción de un homicidio; la puesta en escena de una impostura. Han
orquestado un sistema, una maquinaria de reblandecimiento mental. Lo prueba las
transcripciones de Carbajal, muestrario de conciencias anestesiadas:
“Nunca sentí que mataba a un
bebé, más bien, fue un gesto de independencia”.
“Yo
cuando me hacía el aborto era porque yo me quería sacar eso…”.
“Nunca
me arrepentí”.
Se está
justificando un homicidio agravado por el vínculo. Ese
vínculo es la maternidad y ese homicidio es el aborto. Justificación disfrazada
con palabras elegantes, vistosos argumentos pero que –por la Gracia de Dios– no
ha llegado a confundirnos.
Mariana Carbajal habla de interrupción del embarazo. “El aborto interrumpe”, dice. ¡Falso! El
aborto no interrumpe, el aborto destruye. Lo que se interrumpe puede volver a
recomenzar. Cuando se interrumpe algo, queda suspendido pero con la posibilidad
de continuar más adelante. Nada de esto pasa en el aborto: la vida que
destruimos no es recuperable. No hay vuelta de hoja. Sin embargo, verán cómo se
repite esta palabrita en su artículo.
Mariana Carbajal habla de derechos: “el derecho al aborto”. ¿Cómo puede ser un derecho acabar
con la vida de tu propio hijo, única e irrepetible? Por eso es que no se trata
de limitarlo o extenderlo: se trata de que el aborto no es un derecho. En ningún sentido.
Mariana Carbajal habla de libertad: “La primera foto que llama la atención es la de una espalda
desnuda con la palabra ‘libertad’”, nos dice. La desdichada Camila Sánchez, coordinadora
de este “taller”, cree poder engañarnos –y engañarse– diciendo: “Elegí esa
palabra porque quería reafirmar que una tiene que ser libre para poder ser
dueña de decidir sobre su cuerpo”.
Enmudezcamos
a esta mujer: ¿Tu cuerpo? ¿No te das
cuenta que no es tuyo? ¿Y no te das cuenta, Camila, de que –aunque fuese tuyo,
que no lo es– tampoco tendrías derecho a hacer lo que quieras? Si fuese así,
tendrías derecho a suicidarte. Pero si no tenés derecho a eliminar tu propia
vida, ¿cómo vas a tener derecho a eliminar la de tu hijo? ¿No te das cuenta,
Camila, que tenés una concepción capitalista del cuerpo? ¿Cómo no advertís que tu
planteo no es otra cosa que la cobertura del egoísmo? ¿Y cómo
puede hacernos libres el egoísmo, que nos vuelve ciegos para con los demás?
¿Cómo seremos libres si no amamos ni siquiera a ese pequeño ser –hueso de mis
huesos, carne de mi carne–, independientemente
de cómo haya venido a la existencia? ¿Se puede ser libre, estando ciego por
el odio?
Mariana Carbajal habla de 12 semanas. “Hasta las doce semanas, el aborto es una alternativa”,
nos quieren hacer creer. ¿Cómo una cosa puede ser una alternativa y, al minuto
siguiente, un asesinato? 12 semanas son 3 meses. 3 meses son 90 días. ¿Lleva
durante 90 días la mujer algo distinto, acaso, a lo que lleva 60 segundos después?
Mariana Carbajal habla de aborto quirúrgico, de medicamentos,
de médicos, de pastillas, de servicios de salud, de clínicas,
de hospitales, de guardias de hospital, etc. Todas
palabras vinculadas a la ciencia médica. Pero cuidado: su utilización pretende
hacernos creer que cuando hablamos de aborto, hablamos de una práctica
relacionada con la salud o con la enfermedad. Totalmente falso: ni el embarazo
ni el niño por nacer son una enfermedad. ¿Cómo pueden correr las palabras terapia o cirugía, cuando hay una persona en juego? Estamos hablando de vida,
¡no de un virus!
Digámoslo con todas las letras: el aborto NO ES una práctica médica. El aborto es una práctica que
realizan algunos médicos. Y no todos. Lo cual es muy distinto. ¿Y qué
médicos la realizan? Aquellos que violan su juramento. Como los desdichados Germán Cardoso Gabriela
Lucchetti –cirujano y médica respectivamente–, quienes
se prestaron para el circo del aborto en el artículo de Página 12. El médico está para proteger la vida, no para
destruirla.
El colmo del engaño de Mariana Carbajal está hacia el
final de su artículo. Es ahí donde presenta su afirmación más tramposa y, por
lo mismo, más repugnante. Una de estas desdichadas mujeres presta su voz para
que Babel hable en ella. Y entonces Babel vomita lo que sigue:
“Supe que nuevamente estaba embarazada, el día siguiente a que
mi hija cumpliera 10 años. Yo tenía en aquel momento 33 años y dos hijos. Poder
abortar en mi casa, con pastillas, me hizo sentir totalmente dueña de mí misma.
Una sensación de libertad muy similar a
la que viví cuando decidí ser madre”.
Este es, exactamente, el núcleo del error. Pretenden
hacernos creer que abortar es una decisión equivalente a continuar el embarazo.
Pretenden hacernos creer que ser madre de un hijo vivo es lo mismo que ser
madre de un hijo muerto. ¡Pretenden igualar lo desigual, el amor con el odio,
el sacrificio con el egoísmo! Apenas puede concebirse semejante violencia mental
sin que nuestras entrañas mismas se vean conmovidas.
A todas estas mentiras y falsos argumentos –y a las
que pudiesen venir– opongámosle la palabra. La palabra veraz, una palabra que
–si la embebemos en el cántaro de la Verdad– se convertirá en luz. Tal palabra,
capaz de irradiar, es vida: vida de
la inteligencia y vida del espíritu. La palabra del engaño –por el contrario–
sólo nos lleva a la putrefacción y a la muerte.
Si callamos, pecaremos por cobardía: el silencio es contra el Verbo, decía el
Padre Julio Meinvielle. No subestimemos el poder de la palabra ni la capacidad
de afirmar: aunque sea una afirmación en soledad, un grito sin eco, cada verdad que afirmemos hace retroceder al
reino de la mentira. La palabra veraz es como un hechizo. Es un conjuro. Y
cuando el hombre la afirma, los demonios huyen. Es la hora de la palabra y es
la hora de la Verdad.
No es hombre
quien no ama la verdad. Y amar la verdad es amarla sobre todas las
cosas, porque sabemos que la verdad es Dios mismo.
Volvamos entonces a nuestras ocupaciones con esa
divisa: afirmar la Verdad. La verdad
sobre la vida, el amor, el niño por nacer, el aborto. Afirmar estas verdades para que las mentiras retrocedan. Y así,
respirar el aire puro y limpio que nos da esa libertad en la verdad, propia de
los hijos de Dios. Que Nuestra Santa Madre, que cobijó en su seno al Niño Dios,
nos acompañe en esta empresa.
Juan Carlos Monedero
Lunes 26 de
agosto de 2013
(1) http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-226476-2013-08-11.html