La
Argentina
de 1838 no puede soportar un largo bloqueo. El país sólo produce lo suficiente
para comer. De Europa viene lo que necesitamos para vestirnos, salvo los
ponchos y otros tejidos; para construir las casas y amueblarlas; para cultivar
el espíritu; para curar los males del cuerpo. El gaucho puede vivir en un
ranchito y alimentarse con un zoquete de carne. Pero no el hombre de las
ciudades. El bloqueo puede traer la miseria, la desesperación y la muerte. Lo
saben nuestros enemigos. En 1840, el ministro Thiers dirá en la Cámara de Diputados de
Francia que el bloqueo “reducirá a una enojosa situación, a una situación casi
desesperada, a los habitantes de Buenos Aires”.
Ha comenzado el martirio de los
argentinos. Ni vendrá de Europa lo necesario para vivir, ni el Gobierno,
suprimidas las entradas de aduana, podrá pagar a los empleados, ni comprar
armas, municiones y caballos para el ejército que combate contra Bolivia. Habrá
que alcanzar la sobriedad del gaucho. Pero la patria se mantendrá libre. Juan Manuel de Rosas va a defenderla con uñas
y dientes. Preparémonos para asistir a su obra maestra, a la mayor de sus
grandezas. Sólo su poderosa energía, su patriotismo, la dureza de su mano, su
genio organizador y su finísimo talento diplomático pueden realizar estos
milagros: vivir sin recursos, aplastar a los traidores y a los débiles que no
soportan las privaciones, y vencer a la primera nación del mundo.
¿Cómo recibe el ánimo de Rosas la noticia
del bloqueo? Con indignación y con resolución de resistirlo. Se sobrepone
serenamente a todos los peligros y acepta el duelo. Y como conoce, desde 1829,
las maquinaciones de algunas cortes europeas contra las naciones americanas,
sabe que este atropello de Francia es una agresión contra la independencia de
América. La causa argentina es una causa americana.
Los unitarios –incomprensivos, como todos
los fanáticos de una doctrina- imaginan que a Rosas le place el conflicto, y
aun que él mismo lo ha provocado, para aumentar su poder, vengarse a gusto y
ejercer a mansalva su barbarie ingénita. No piensan que para él esta lucha
puede resultar una catástrofe. Su patria corre el riesgo de ser arruinada y
perder su independencia; y si alguien la ama es él. Y él mismo puede perder su
prestigio, el gobierno, sus bienes y su propia vida. Un cobarde o acomodaticio,
sin fe en sí mismo ni en su pueblo, sin confianza en la justicia, cedería. Pero
Rosas no cederá. El cree en la justicia humana y en la justicia de Dios.
Medidas
drásticas
Apenas comenzado el bloqueo francés de
1838, Rosas encara, enérgica y rápidamente, el problema de la falta casi
absoluta de recursos. Reduce el número de los empleados y disminuye los
sueldos. El presupuesto de la
Universidad, fijado en más de treinta y cinco mil pesos
anuales, para 1838, baja a dos mil novecientos; el de la Inspección de Escuelas,
de cuarenta mil cuatrocientos sesenta a dos mil trescientos. Economiza
cuatrocientos mil en el de Gobierno. Suprime del presupuesto a la Casa de Expósitos y a los
hospitales.
No las escuelas ni la Universidad, como
mienten sus adversarios. Lo que desaparece es la gratuidad de la enseñanza.
Cada alumno pagará una cuota proporcionada, hasta cubrir el presupuesto del
establecimiento. El que no pague será despedido; y solo en caso de no reunirse
la cantidad necesaria se cerrará la escuela. “¡Odio a la cultura!”, declamarán
sus enemigos. No, sino necesidad de existir y de ser libres. Más importa la
independencia que el saber. Más de un siglo y medio después, todos opinamos
como Rosas. Pero los unitarios de su tiempo creen que la cultura es más
necesaria que la independencia.
Empréstito
Voluntario
Para la enseñanza como para otros
renglones de la administración, Rosas cuenta con el dinero de los pudientes.
Este procedimiento democrático de imponer a los ricos las grandes cargas, ya lo
ha hecho otras veces, como al empezar la guerra con Bolivia. En los días
anteriores a la declaración del bloqueo, ha logrado el mayor éxito: un nuevo
empréstito voluntario. ¿Ha ordenado Rosas secretamente, por medio de sus
adictos, que todos contribuyan a costear las escuelas y los hospitales? Sólo
sabemos que se reúnen sumas considerables. Algunos entregan una cantidad por
una vez. La mayoría se suscribe con cantidades mensuales, semestrales o
anuales. En La Gaceta
publícanse nombres y cifras. Y ningún hospital ni ninguna escuela deja de
funcionar un solo día.
No se cierra sino el Colegio de
Huérfanos. Los niños no son abandonados en la calle sino distribuidos entre
familias de buena situación. El de Huérfanas se sostiene, desde el primer día,
con el producto del trabajo de las alumnas y llegará a obtener saldos
favorables. Años después, en mejores tiempos, Rosas le acordará una subvención
mensual.
La
Universidad
sigue funcionando normalmente. Los profesores no cobran sueldo. Si se suprimen
cátedras es por no haber quien las dicte. Cuando la situación mejora, la Universidad recibe
cortas partidas. El número de los graduados en Medicina, que fue de treinta y
dos el último año del primer gobierno de Rosas, se reduce a una cifra que varía
entre seis y uno por año. En Jurisprudencia, en uno de los últimos años del
gobierno de Rosas, se reciben doce. La disminución de los estudiantes se
explica. En su mayoría, las familias distinguidas son unitarias o federales
enemigas de Rosas, y sus hijos emigran jovencitos al Uruguay o al Brasil.
Loa unitarios y sus diversos aliados,
culpables directos de que al Gobierno le falten recursos para las más exigentes
necesidades, y los falsificadores de nuestra historia, pintan a Rosas como a un
enemigo de la cultura, que se aprovecha del bloqueo y de las guerras para
suprimir las escuelas y la
Universidad y así dominar mejor al pueblo barbarizado.