EL JUDIO EN EL MISTERIO DE LA
HISTORIA
Por Antonio Caponnetto
PRÓLOGO A LA SEXTA
EDICIÓN
He aquí un libro profundamente serio. Y si la
afirmación resulta obvia dada la eximia capacidad del autor, no lo es en cambio
por la naturaleza del tema tratado. Tanto se ha dicho y escrito sobre la
persecución a los judíos; tanto se han sensibilizado los pensamientos con el
fantasma del totalitarismo; tanto se ha condicionado a la opinión pública con
la acechanza - supuestamente constante - del antisemitismo; y tanto se ha
fantaseado en torno del presunto resurgimiento del Tercer Reich, que es
imposible encarar críticamente el problema judaico sin ser acusados con
repetidos apriorismos. El de “nazi” es el primero e insoslayable, y al parecer
sólo preocupa el nazismo en lo que tiene de anti-hebraico. Jamás se recuerda a
la hora de las admoniciones, su odio a Cristo y al Catolicismo; como jamás
invocan a los que tanto gustan de ostentar repudio al Nacionalsocialismo, su
manifiesto rechazo por la Cruz y por la Iglesia, rechazo cuya paradojal
similitud con ciertas prescripciones rabínicas, no ha dejado de llamar la
atención de algunos observadores. Pero además, quien objete, cuestione o
enjuicie al judaísmo, será un “panfletario” y si es posible, un demente. Nadie
osará nunca concederle los rangos de la cordura y del saber científico. Así las
cosas - e incluimos expresamente a la Argentina y a esta obra en la situación
descripta - valga nuestra observación inicial: He aquí, efectivamente, un libro
serio. Escrito con el rigor metodológico de las ciencias, con la lucidez del
servicio a la Verdad y con la necesaria caridad por aquello de San Agustín:
“matar al error, amar al que yerra”. Cada tesis tiene una acabada
fundamentación y un sólido respaldo. No encontrará el lector ni sesgo de
heterodoxia, ni vanos apasionamientos, ni planteos antojadizos o fantásticos. No
se encontrarán tampoco, actitudes rencorosas o agresivas, de las que obnubilan
el entendimiento y tuercen la conducta. Meinvielle sabía muy bien lo que decía.
Su sabiduría teológica era el fruto de un esfuerzo y de un don de la
inteligencia. Con ella tornaba inteligible todo el curso de los tiempos. Su
rigurosa información política y social lo proveía de los elementos necesarios
para mostrar la realidad con todas sus desgarradoras miserias, pero también,
con sus recónditas esperanzas. Pudo correr entonces, implacablemente, el velo
de las nuevas y viejas “fábulas doctas” y como los mejores apologistas,
escribió con Fe, que aún perseguida y acechada, la historia
1º) Justamente ha sido el Padre Meinvielle, tantas
veces acusado de nazi con arbitrariedad y malicia, uno de los pocos que
enjuició debidamente al Nacionalsocialismo. Véanse, entre otras, sus obras:
Entre la Iglesia y el Reich (Ed. Adsum,
Bs. Aires, 1937) y Hacia la Cristiandad (Ed. Adsum, Bs. Aires, 1940).
Culminará con el
triunfo de la Fe; pero precisamente en el misterio de la Historia – de la
historia teológicamente entendida, que es la única manera de entenderla la
razón y la clave del judío.
II El libro consta de
cuatro partes fundamentales. En la primera “El judío según la teología
católica”, Meinvielle comienza por centrar el análisis en su punto exacto; esto
es, en y desde el ámbito teológico. Se equivocan los que ven en el judaísmo una
cuestión política, económica, racial o cultural. Siéndolo sin duda, no se
reduce a ello, ni deben confundirse los accidentes con la esencia. El judaísmo
es, ante todo, una cuestión teológica. Sólo la teología puede develarnos el
drama y el enigma del linaje más grande y más miserable de la tierra. El que
fue elegido y el que prevaricó; el de la fidelidad de Abraham y la traición de
Judas; el de Ismael e Isaac, el de Esaú y Jacob; el linaje que engendró a María
y el que mató al Redentor. Desde entonces, desde el crimen inefable del
Calvario, no quedan más que dos caminos opuestos: el cristiano y el judío. Pero
también, desde entonces, los judíos son “enemigos teológicos”, con una
enemistad “universal, inevitable y terrible” de la que los cristianos han de
precaverse y defenderse. Es más, están obligados a ello “hasta que la
misericordia de Dios disponga el tiempo de la reconciliación”. Reconciliación
que únicamente tendrá lugar, conviene recordarlo en esta época de eclecticismos
inauditos, cuando los judíos reconozcan, acaten y amen fervorosamente a Nuestro
Señor Jesucristo. Coadyuvar a este reconocimiento, a este acatamiento
penitencial y a este amor arrepentido, debe ser seguramente la razón principal
por la que la Iglesia viene fomentando los vínculos con los judíos. Mas si este
propósito no significa para los cristianos una misión inaplicable, tales
vínculos, no sólo les serán inconducentes, sino riesgosos para la integridad
espiritual, como en algunos casos viene sucediendo. En la segunda parte: “El
judío y los pueblos cristianos”, se formulan cuatro acusaciones tremendamente
graves y ciertas: “1º) cómo los judíos, llevados por un odio satánico, buscan
la destrucción del Cristianismo; 2º) cómo conspiran contra los estados
cristianos que les dan albergue; 3º) cómo se apropian de los bienes de los
cristianos; y 4º) cómo los exterminan, arrebatándoles las vidas, cuando
pueden”. Inútil aclarar a quien no se disponga a una lectura receptiva y
serena, que estas formulaciones no son inventos, ni están motivadas por el
odio; ni constituyen una incitación al antisemitismo, al que el autor condena
expresa y categóricamente con la autoridad de la Iglesia. Meinvielle no hace más
que citar, por un lado, al Talmud y a representativos autores judíos, aclarando
los ardides de que han intentado valerse para evitar su genuina lectura y
difusión; tal el caso del Sínodo Israelita reunido en Polonia en 1631 o la
conspiración contra la obra del Padre Pranaitis, finalmente asesinado. Pero,
por otro lado, el Padre Meinvielle, funda sus acusaciones en la misma palabra del
Evangelio y de la Iglesia; en aquellos documentos inequívocos en los que el
Magisterio señaló la perfidia y la peligrosidad judía, la necesidad imperiosa
de procurar su conversión, al par que preservarse de sus influencias negativas.
La tercera parte: “El judío y los pueblos descristianizados”, podría servir de
respuesta a un interrogante básico, formulado a veces con sospechosa candidez:
¿qué han hecho los judíos?; ¿cuáles son en el tiempo sus obras y sus frutos? La
verdadera respuesta nos lleva al misterio de la iniquidad. Porque indagando el
acontecer humano, detrás de la iniquidad, asoma siempre el judío. No nos
estamos refiriendo a casos personales; no es este o aquel israelita que pueda
señalársenos meritorio, abnegado o pecador como cualquier ser contingente el destinatario de semejantes
2º Nos referimos
obviamente a Monseñor I. B. Pranaitis y a su libro "Christianus in Talmude
Judaerum, sive Rabbinicae doctrinae de christianis secreta", publicado
originalmente en 1892, por la Academia de Ciencias de San Petesburgo. El padre
Meinvielle utilizó la edición fotocopiada y traducida al italiano de Mario de
Bugni (Ed. Tumminelli y Cia. Milán, 1939). Pranaitis fue asesinado durante la
revolución bolchevique.
Afirmaciones. Es el
espíritu judaico, la cosmovisión y el programa judío que viene desarrollándose
implacablemente. Desde las primeras persecuciones a los cristianos,
frecuéntense los Hechos de los Apóstoles, las Actas de los Mártires, las
confesiones de los apologistas hasta los actuales embistes del Sionismo, es una
constante comprobada que judaico es el sentido de la Revolución Mundial
Anticristiana, como judaicos son sus planes, principios y protagonistas. Judío
fue el espíritu triunfante del Renacimiento y la Reforma, judía la inspiración
que alienta a la Masonería; creaciones judías el Capitalismo y el Comunismo, y
maquinación judía la crisis que asuela hoy a la Iglesia por las fuerzas
combinadas del Progresismo y todas las corrientes desacralizantes . No vendrá
ahora la sensiblería periodística a recordarnos tal o cuál invento o éste u
otro benefactor de origen hebreo. No es a eso a lo que apuntaba nuestra
pregunta, ni es tampoco, como vimos la contestación esencial que objetivamente
nos da la historia. La verdad es que se ha absolutizado lo fáctico, pero los
mismos que han optado por este rumbo le vuelven las espaldas a determinados
hechos, cuando ellos no sintonizan con sus propios artificios ideológicos. La
cuarta parte: “Los judíos en el misterio de la historia y de la escatología”,
nos reúne nuevamente en feliz culminación y síntesis con los primeros
principios teológicos. La historia no se entiende sin Dios, porque él es el
Señor, el Autor y el Eje de los siglos. El sentido del transcurrir no está dado
como quieren los historicismos por la supuesta distancia entre un origen
simiesco y un porvenir de progreso continuo, sino por “el tiempo que se
necesita para que los pueblos abracen la fe cristiana”. Sólo en la convergencia
en Cristo encuentran los hombres y las naciones su significado histórico. Y
esto vale de un modo particularísimo para los judíos. Se convertirán sin duda
al final del camino; pero ese camino lo recorrerán - lo vienen recorriendo,
sembrando los gérmenes de la subversi6n y la ruina, corrompiéndolo todo. Irán
errantes por los senderos del mundo, humillados y humillando, hasta que adoren
a Aquél a quien no quisieron conceder ni un instante de reposo. Es su castigo y
su culpa. Y es el acicate para que los cristianos ejercitemos el bien y
libremos el buen combate. Porque acertadamente dice el Padre Meinvielle que “hay
que sacudir con energía viril esta dominación mortífera afirmando y
consolidando la vida cristiana en los pueblos y reprimiendo directamente las
acechanzas judaicas con la táctica franca y resuelta de la espada”. Esto es,
protegiendo y afianzando el Orden Natural con los recursos legítimos y
responsables de la Justicia.
3º) Entre nosotros la
reedición de este libro no podía ser más oportuna. En el momento de escribir
las presentes líneas, la Argentina ya ha sido vapuleada ante diversos foros
internacionales por supuestas actividades antisemitas. En nombre de los
derechos del hombre, se violan impunemente los deberes para con la Verdad, para
con la soberanía de las naciones y hasta para con Dios. No es la primera vez
que esto ocurre, pero hoy la paradoja resulta intolerable. Y decimos paradoja
porque en rigor, es nuestro país el invadido, copado y elegido por el Poder
Judío buscando sus propios beneficios y conveniencias estratégicas. Para
afirmar esto no necesitamos acudir a ningún esotérico plan patagónico ni a
discutidos protocolos. Son los mismos judíos quienes lo han sostenido con más o
menos sutileza. Son los mismos judíos los que evidencian a diario medios de
comunicación, Meinviel se ocupó especialmente de este tema. Remitimos a su
sólido trabajo "De la Cábala al Progresismo", Editorial Calchaquí,
Salta, 1970. Los planes para la dominación judía de la República Argentina
pueden seguirse desde la obra de León Pinsker: Auto emancipación (1892) hasta
cualquier número suelto de La Luz, , Mundo Israelita o Nueva Sión, sin olvidar
El Estado Judío de Teodoro Herzl (1895), los proyectos de Hirsch con la Jewish
Colonization Asociation (1891), la Historia y y destino de los judíos de Joseph
Kastein (1945), las Páginas Escogidas de Sigfredo Krebs e Isaac Arcavi (1949),
la Historia del Sionismo de Wolf.
Industrias, bancos,
negocios, profesionales, oficios, empresas, logias, consorcios y un larguísimo
etcétera, la imbricada red de ocupación que han tendido sobre la Nación.
Tampoco necesitamos apoyarnos en la autoridad de pensadores “reaccionarios”;
léanse ciertos escritos de Sarmiento y hasta de La Nación de Mitre y se
comprenderá la vigencia de sus severas prevenciones y reparos por la presencia
judía en nuestra tierra. La Patria ha sabido librar una dura guerra contra el
Marxismo. Las Fuerzas Armadas destruyeron sus formaciones en heroicos
enfrentamientos, pero deben vencerse aún, tanto las fuentes nutricias de los
males como sus tóxicos frutos. Y es aquí cuando se impone conocer al Judaísmo,
pues dos errores deben ser cuidadosamente evitados en toda la apreciación que
se haga del Marxismo. Consiste el primero en explicarlo como un fenómeno
social, político y económico; y el segundo, en creer que dicho fenómeno se hala
en abierta oposición con el Capitalismo. Nada más ajeno a la verdad. Reducir el
Marxismo a una expresión cultural, por real que esta afirmación resulte, es
limitarse a señalar sus consecuencias, pero negarse a buscar la causa. Y la
causa del Marxismo no es otra cosa que la apostasía orgullosa de la creatura
frente al Creador, la impía claudicación del alma ante la materia, la deserción
de la Eternidad, la huida errante de la Cruz buscando los treinta dineros. El
Marxismo es la locura deicida que después de entonar el criminal “Requiem
aeternam Deo” culmina con el “homo homini Deus”. Muerto Dios, el hombre es el
único dios para el hombre. Por eso el Marxismo, que también se entiende
teológicamente o no se entiende - no podía sino ser una creación judaica.
Porque el judío encarna como misión insoslayable la pérfida voluntad de
subvertir. Es el crimen de Caín, la libertad de Barrabás, y la traición de
Judas; es el ciego “non serviam” de Luzbel. Esas mentes de postguerra, tan
amantes de las estadísticas, los sondeos, y tan prontas a simplificarlo todo,
nos adeuda una explicación, porque desde Marx hasta Timerman, la larga,
interminable lista de revolucionarios comunistas está constituida
substancialmente por judíos. No se pretenderá balbucear una razón causal en
esta época de las razones mensurables. Queda aceptar, pues, y con valor de
confesión, la tesis que tantos judíos defienden: “el judaísmo es el padre del
marxismo y del comunismo”. Con respecto al segundo error enunciado, su
rectificación exige la misma perspectiva teológica. El Capitalismo, el Poder
del Dinero, el sórdido afán de poseer el oro, no es sino el otro rasgo
innegable de la naturaleza judaica. Desde la noche desértica de la Fe, que los
movió a adorar a un becerro de oro (Éxodo 32 4) hasta la conspiración del
Sanedrín, la imagen más cabal del judío sigue siendo el Iscariote: por dinero,
hasta se es capaz de crucificar al Amor. Desde entonces, la subversión y el
dinero han marchado en íntima unión. “Estiércol de Satán”, llama Papini al
dinero, y se entiende que las heces del diablo sólo pueden conformar a sus
hijos, los Nijelsohn (1945), Serás siempre David de Arieh León Kubovy (1953),
Abraham León y el pueblo judío latinoamericano de Carlos Etkin (1954) y un
larguísimo etcétera, que abreviaremos aquí con la sola aclaración de que estas
obras han sido editadas cuando no difundidas libremente en todo el país.
Escribió Sarmiento: “Hay y que perseguir a la raza semítica, que con Cahen,
Rostchild, Baring y todos los sindicatos judíos de Londres y de París, nos
dejan sin banca. Y los judíos Joachim y Jacob que pretenden dejarnos sin
patria, declarando a la nuestra, articulo de ropa vieja negociable y materia de
industria. ¡Fuera la raza semítica! ¿0 no tenemos tanto derecho para hacer
salir del país a estos gitanos bohemios que han hecho del mundo su patria..?”
(siguen otros conceptos similares). Véase: “Somos extranjeros”, artículo de
Sarmiento publicado en El Censor en 1886 y recopilado junto con otros bajo el
título “Condición del extranjero en América”. Lib. La Facultad. Biblioteca
Argentina. Director Ricardo Rojas. Bs. As., 1928, pp. 260-261. En cuanto a La
Nación refiriéndose al proyecto de venta de 1.300 leguas cuadradas al barón
Mauricio de Hirsch, después de calificar de “vergonzoso, desventajoso e
irregular esa venta de tierras fiscales”, aclara: “Todos los informes son
desfavorables a la nueva población que ha de venir a incorporarse a nuestra
vida. En todas partes donde los judíos se han reunido en número considerable
han provocado cruzadas en su contra. Se afirma sobre hechos innegables que en
general son sucios, indolentes, ineptos para las labores agrícolas” (Cita de. Terera, G. A.: La Sinarquía. Bs. As., 1976,
pp. 53-54; sin mención de editorial). La
frase está tomada del órgano sionista "Le Droit de vivre", París,
12-5-1933.
judíos, según olvidada
enseñanza de Cristo (Juan, 8, 44). La historia verdadera derrumba
silenciosamente todas las ficciones, y el mito del Comunismo en las antípodas
de los poseedores y los poderosos, cede desplazado ante el hecho innegable de
que todas las revoluciones marxistas han sido y son financiadas por la
plutocracia judía. La Argentina no fue en esto una excepción, y el famoso “caso
Graiver” sólo se explica dentro de este contexto universal y teológico. Es el
milenario ayuntamiento judío - subversión y dinero - que una vez más se ha
cumplido triunfante. Y restaría por enmendar un tercer error, tal vez el más
contagioso. La necia suposición de que la Democracia liberal es la antítesis
del Comunismo, y de que éste se combate con más democracia. Nos hablan tan
claro en esto los ejemplos concretos que pueden obviarse los conceptos
teóricos. Basta volver los ojos hacia Europa, donde el Comunismo se ha
enseñoreado en ella precisamente cuando dejó de ser una Pasión como noto Gómez
Telo - para convertirse en un mercado sufragista: Basta volver los ojos hacia
América o hacia nosotros mismos. Entiéndase de una vez por todas que la
democracia es la Celestina ramplona del Comunismo Internacional. Ella es la vía
natural, inevitable, obligada que conduce al terror bolchevique; ella es el puente
lógico que necesita el Marxismo para cruzar e instalarse. Así, lo han afirmado
con total naturalidad Marx y Engels, Lenin y Trotzky, Mao y Stalin, Castro y
Allende y cuanta internacional, congreso o partido comunista se haya reunido
hasta hoy. “El primer paso de la Revolución Obrera es la conquista de la
Democracia”, dice el “Manifiesto”. “La República Democrática es el acceso más
próximo a la Dictadura del proletariado”, explica Lenin en “El Estado y la
Revolución”. Y así se ha cumplido con una precisión que muchos han olvidado. ¿O
no fueron acaso los “grandes demócratas occidentales” los que entregaron en
Yalta y Potsdam la mitad del mundo a la barbarie roja?, ¿o no fue la democracia
la que permitió y contemplo alegremente en Rusia, Polonia, Hungría, Eslovaquia,
Vietnam o América el triunfo sangriento de la hoz y el martillo?, ¿o no fue el
demócrata Lanusse quien convocó al Poder al Gran Responsable de la subversión,
cuyos cuadros de criminales escupieron a nuestros soldados, mientras por obra y
gracia del “fallo inapelable del pueblo soberano” se entregaba el bastón
presidencial al “hombre alfombra” del verdadero vencedor?
Creemos necesario recordar ante la posibilidad de que se reiteren los mismos
errores, lo que hizo el Marxismo en los años del gobierno más votado, más
aplaudido, más democrático de cuantos se jactó conocer el país. Nadie puede
negar esta aserción terrible: la guerrilla marxista clavó sus garras en nuestra
Patria bajo el patrocinio de la más pura democracia liberal. Y a la hora del “festín
de los corruptos”, la Democracia los convocó a todos y la Sinagoga no faltó a
la tenebrosa cita. Detrás de la iniquidad está el judío. Y estará también,
cuando así lo disponga Dios, detrás de la Gloria y de la Gracia. Pero en tanto,
nos asiste el deber de combatir, de no dejarnos engañar, de conocer y saber, de
velar v vigilar, de resistir con coraje y sabiduría. A todo esto y mucho más,
nos insta, nos ayuda y nos orienta este formidable libro del Padre Julio
Meinvielle que ningún argentino debe dejar de leer; máxime si se considera con
orgullo, católico militante al servicio de Cristo Rey.
ANTONIO CAPONNETTO
Buenos Aires, 25 de
marzo de 1982, Anunciación de Nuestra
Señora.