Tomado de Lumen Gloriae
Falsa doctrina de Francisco
“Los hombres se rendirán al espíritu de los tiempos. Dirán que si
hubieran vivido en nuestros días, la fe hubiera sido sencilla y fácil.
Mas en su día dirán que las cosas son complejas; que la Iglesia debe
actualizarse y hacerse relevante a los problemas de la época. Cuando la
Iglesia y el mundo estén en unión, aquellos días habrán llegado”. (San
Antonio Abad)
Un falso Profeta se le coge, no por sus palabras, sino por sus obras que hace en contra de la Fe de la Iglesia.
Un falso Profeta se le coge, no por sus palabras, sino por sus obras que hace en contra de la Fe de la Iglesia.
El Profeta es el que enseña la Verdad de la Iglesia. Y la enseña con
su vida, con sus obras, porque la Fe no es un conjunto de ideas bonitas,
de pensamientos bien concertados, de obras buenas humanas. La Fe es
vivir lo divino, obrar lo divino, asemejarse a lo divino.
El falso Profeta es el que obra lo contrario a lo divino, porque no
posee la Fe, sino que se inventa la fe. Hace de la Fe de la Iglesia, su
fe humana. Vive lo que hay en la Iglesia, pero quitando lo que no le
gusta, lo que no es conveniente para los tiempos que corren, lo que
desagrada a muchos. Por eso, el falso Profeta predica cosas bonitas,
cosas que son interesantes a todos, pero sin dañar, sin herir, sin
exigir, sin querer que las almas huyan al decirles la verdad de sus
vidas, para que así vean que se las ama, a pesar de que viven mal.
El falso Profeta, cuando habla, dice muchas cosas que son de Dios,
cosas que sabe porque las ha aprendido en los libros, pero son cosas que
no vive. Predica lo que no vive en su diario vivir. Lo aprendió y eso
queda en la memoria, pero no lo asimiló el corazón. Y, por eso, el falso
Profeta le gusta predicar del amor de Dios, de que la Iglesia es Madre,
de que hay que acoger a todos, porque Dios ama a todos, pero no dice
las exigencias del amor de Dios, no dice lo que una Madre debe hacer
cuando sus hijos viven en el pecado, no enseña a caminar a aquellos que
han hecho de su pecado su vida.
Es lo que se discierne en tantas homilías de Francisco: eso es lo
propio del Falso Profeta. Habla de lo que ha estudiado, aprendido con su
inteligencia. Pero no habla de lo que vive. Esconde su pecado, esconde
sus dificultades en la vida, esconde el vacío que tiene su corazón.
Y, cuando habla de tantas cosas, que son verdad a medias, que son
hermosas, que son bonitas, después obra lo contrario a lo que predica.
Después sus obras son lo que es su fe, su fe inventada, construida con
su razón, con su necio pensamiento.
La fe de Francisco es una fe que nace de su pensamiento humano. Con
su pensamiento humano ha desbaratado la Tradición, los Dogmas de la
Iglesia, las Verdades que son para siempre, y ha construido sus
verdades. Y así ha hecho su vida: atendiendo a esas verdades que
encuentra su pensamiento. No puede hacer la Vida que Dios da al que cree
en Su Palabra. Francisco sólo cree en las palabras que nacen de su
pensamiento humano.
Un sacerdote que no cree que exista la Verdad Absoluta (“yo no
hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad «absoluta»…¡la
verdad es una relación!”), sino que todos son verdades relativas;
Un sacerdote que llama al pecado sólo una cuestión de la conciencia
de cada uno (“El pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se
va contra la conciencia”), y no un asunto del alma y Dios, del alma y
de la Iglesia, del alma y de su entorno familiar, social.;
Un sacerdote que invita a buscar a los hombres (“¿Voy a convencer a
otro que se haga católico? ¡No, no, no! ¡Vas a encontrarlo, es tu
hermano! ¡Eso basta! Y lo vas a ayudar, lo demás lo hace Jesús, lo hace
el Espíritu Santo”) pero a no presionarlos para que dejen sus pecados,
sus vidas, sino para hacerlos sus amigos y así formar una Iglesia en la
que caben todos, hasta el mismo demonio, es un sacerdote que deja mucho
que desear en la Fe de la Iglesia.
Si ese sacerdote piensa así de la Fe de la Iglesia, entonces hace de
la Fe de la Iglesia una falsa fe. Hace de la Iglesia un conjunto de
ideas, de normas, de obras humanas. Por eso, es tan interesado en los
social de la Iglesia. No le interesa lo espiritual. Francisco es un
sacerdote socialista, no vive el Espíritu de la Verdad en su sacerdocio.
El problema está en que él actúa como si fuera verdadero Papa. Y,
entonces, lo que diga, lo que obre, como lo dice el Papa, como lo obra
el Papa, como es el Papa…, nadie dice nada en contra, nadie se opone,
sino que todo el mundo lo aprueba y nadie obra en contra de Francisco en
la Iglesia. Esta es la falsa Obediencia. No se puede obedecer a aquel
que obra en contra de la Verdad de la Iglesia.
No hay que dialogar con Francisco, porque no escucha la Verdad de la Iglesia.
Ahora que va a iniciar con las ocho cabezas un nuevo gobierno en la
Iglesia, no hay que conversar con él para que en la Iglesia se mantenga
lo de siempre, porque no va a hacer caso a nadie. Sólo va a hacer caso a
ese gobierno oculto en la Iglesia, que se llama masonería eclesiástica,
y que ha comenzado su juego en la Iglesia.
Ahora, en la Iglesia se va a dar la batalla por el Poder. Unos y
otros se va a pelear para tener la Cabeza de la Iglesia e imponer a la
Iglesia su pensamiento humano.
Lo que se ha hecho en la Iglesia durante siglos a escondidas, oculto,
en secreto, se va a hacer ahora a la vista de todos. Y nadie se va a
sorprender de lo que ven sus ojos, porque eso es lo que se ve en el
mundo: discusiones, diálogos, encuentros para dar soluciones a los
problemas. Y nadie se asusta de ello. Pues, tampoco en la Iglesia, la
gente se va a asustar de lo que va a ver, porque ya no hay Fe en la
Iglesia. Ya no se vive la doctrina de Cristo. Ya aparece la doctrina
falsa, la que ha recorrido la Iglesia durante tantos años, la que se
impuso en el Concilio Vaticano II, la que viven tantos sacerdotes y
Obispos en su vida diaria. Una vida sin oración, sin penitencia, sin
entregarse a conocer sus pecados, sin luchar contra el demonio, viviendo
sólo para ser hombres, para alcanzar las obras de los hombres, para
hablar las tonterías que a los hombres les gusta escuchar cuando no
siguen al Espíritu de la Verdad.
La falsa doctrina de Francisco está en lo que él obra, no en lo que
él dice. Desde el principio de su reinado en la Iglesia, de su falso
Pontificado, ha obrado lo que él vive: su forma de entender el Papado,
la Iglesia, la Misa, etc. Esa forma de entender es una vida para él. Esa
forma de entender la ha aprendido transformando la Verdad de la
Iglesia, sus Tradiciones, Sus Dogmas, en lo que él cree que es la
tradición, el dogma, la verdad en la Iglesia.
Cada uno es lo que vive, no lo que piensa o dice.
El falso Profeta se le coge en la vida, en las obras de la vida, en
su pecado, no en sus palabras. El falso Profeta es hábil para mentir,
para engañar, para hablar lo que hay que hablar en cada momento y así no
ser pillado en nada. Pero el falso Profeta no puede esconder lo que
vive, lo que tiene en su corazón. Y lo demuestra con obras que van
contra la santidad de la Iglesia, contra lo sagrado de la Iglesia,
contra la Verdad de la Iglesia.
Con el inicio de ese falso Profeta, se inicia la falsa doctrina de
Cristo, que consiste en hablar del amor de Cristo y no decir nada, no
enseñar lo que significa ese amor, no poner los caminos de ese amor,
sino sólo en decir palabras hermosas, para que todo el mundo esté
contento y alegre siguiendo, después, los pecados que tiene en su vida.
Que el homosexual siga siendo homosexual. Eso no importa. Lo que
importa es que Dios lo ama. Que el ateo siga siendo ateo. Esa es su
vida, su verdad. Y Dios lo ama como es. Que las mujeres accedan al
sacerdocio. También son sacerdotes como los demás. Hay que abrirles el
camino dando un ejemplo en el lavatorio de los pies.
Hablar del amor y obrar el pecado. Eso es la falsa doctrina de
Cristo. Esa es la nueva Iglesia que ese falso Profeta está presentando
en sus homilías, en sus discursos, en esa encíclica que es un mar de
errores para la Iglesia.
Y nadie dice nada. Todos tan contentos de tener a un idiota, en su
necio pensamiento, que diga cosas bonitas y que deje a la gente vivir su
vida, como cada uno la entiende en su razón humana.
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