viernes, 20 de septiembre de 2013

LA DEVOTIO MODERNA

La devotio moderna.
Por J. L. P.
Hace dos días que hablo de la “Devotio Moderna” y todavía no os he explicado en qué consiste. Fue un verdadero giro copernicano en la historia de la espiritualidad y algunas aportaciones suyas han marcado para siempre el cristianismo latino. A mi juicio el eje principal de la “Devotio Moderna” es la emergencia de la persona individual que sobresale del colectivo de la “Plebs Dei” (el Pueblo de Dios), para ponerla cara a cara ante su Creador y Salvador Jesucristo en la interioridad del alma, suscitando en ella sentimientos humanos de amor de caridad, de compasión, de generoso servicio, etc. Es la aportación del Humanismo renacentista que se impone sobre la visión más comunitaria de la Iglesia Antigua y Medieval.
Este “cara a cara” con Dios se logra principalmente en la oración personal y metódica, es decir siguiendo un método de concentración, de representación en la mente, meditación atenta e indagatoria, de liberación de sentimientos y afectos y finalmente de formulación de propósitos concretos de vida. Más tarde se hicieron emblemáticos los tres o momentos de la oración: “medita – pondera – y saca”. La vida cristiana es vista y vivida como un ejercicio diario y constante de virtudes adquiridas y crecientes, contando siempre con la dirección de un maestro espiritual, que hace funciones de monitor. La recitación del Oficio Divino, esencial en la vida monástica y en la canonical e importante también en las Órdenes Mendicantes, en la “Devotio Moderna” pierde interés y se convierte sólo en una “obra buena” del currículum diario o en un “precalentamiento” para la meditación personal. La vida sacramental palidece y se la considera simplemente en vehículo o envoltorio circunstancial de la gracia, porque lo que realmente cuentan son los sentimientos y las determinaciones del individuo solo ante sólo Dios.
Aquí hay mucha grandeza, pero también mucho “stress” espiritual que sólo pueden aguantar unos cristianos atléticos y concentrados en su adelantamiento espiritual. ¡Y esto es peligrosísimo!
La “Devotio Moderna” hizo y hace mucho bien, pero hay que compensarla con la dimensión social y eclesial – la Communio Sanctorum- de la vida cristiana, que crece, como la simiente de la parábola, no por voluntarismo “pelagiano”, sino por irrigación subterránea y pluvial. El libro de referencia de la “Devotio Moderna” es la “La imitación de Cristo” que escribió Tomás de Kempis (1380-1471), al que la Iglesia católica venera como beato y la anglicana como santo. Entró como canónigo agustiniano en un monasterio del círculo de Windesheim de los “Hermanos de la vida común” y allí escribió el opúsculo “De imitatione Christi”, publicado en 1427. No es un tratado, sino un compendio de capítulos temáticos muy breves y compuestos a base de sentencias y aforismos fáciles de retener.
Os lo confieso, desde los 16 años lo he tenido siempre en mi mesilla de noche. Os transcribo este párrafo para que os deis cuenta del tono y del fondo de este librito, uno de los más universales que ha producido el catolicismo: “¿De qué te sirve discutir cosas sublimes a propósito de la Trinidad de Dios si no eres humilde y desagradas a la misma Trinidad? Verdaderamente, las palabras hermosas no hacen santos ni justos; en cambio, la vida correcta hace al hombre amable a Dios. Prefiero sentir el arrepentimiento que me lleve a la conversión, en vez de poderlo definir. Si conocieras las Escrituras de memoria y te supieras todas las frases célebres de los filósofos, ¿de qué te aprovecharía todo eso si no amas y agradas a Dios? Vanidad de vanidades, todo es vanidad (Ecl. 1, 2)  sino amar y servir sólo a Dios. En esto consiste la mayor sabiduría dirigir la vida hacia los valores trascendentes despreciando los que el mundo considera importantes”.
“La Imitación de Cristo”, cuya lectura aconseja San Ignacio en los Ejercicios Espirituales, denominándole “el Gersoncillo” porque le creía escrito por Gerson, ha inspirado la espiritualidad de una multitud de congregaciones religiosas hasta hace muy pocos años. Tiene todas las grandezas y las deficiencias de la “Devotio Moderna”, pero hay que leerlo porque es algo así como “La Isla del Tesoro” de la vida cristiana, pero jamás hay que leer sólo este libro.