Por J. L. P.
Hace dos días
que hablo de la “Devotio Moderna” y todavía no os he explicado en qué consiste.
Fue un verdadero giro copernicano en la historia de la espiritualidad y algunas
aportaciones suyas han marcado para siempre el cristianismo latino. A mi juicio
el eje principal de la “Devotio Moderna” es la emergencia de la persona
individual que sobresale del colectivo de la “Plebs Dei” (el Pueblo de Dios),
para ponerla cara a cara ante su Creador y Salvador Jesucristo en la
interioridad del alma, suscitando en ella sentimientos humanos de amor de
caridad, de compasión, de generoso servicio, etc. Es la aportación del
Humanismo renacentista que se impone sobre la visión más comunitaria de la
Iglesia Antigua y Medieval.
Este “cara a
cara” con Dios se logra principalmente en la oración personal y metódica, es
decir siguiendo un método de concentración, de representación en la mente,
meditación atenta e indagatoria, de liberación de sentimientos y afectos y
finalmente de formulación de propósitos concretos de vida. Más tarde se
hicieron emblemáticos los tres o momentos de la oración: “medita – pondera – y
saca”. La vida cristiana es vista y vivida como un ejercicio diario y constante
de virtudes adquiridas y crecientes, contando siempre con la dirección de un
maestro espiritual, que hace funciones de monitor. La recitación del Oficio
Divino, esencial en la vida monástica y en la canonical e importante también en
las Órdenes Mendicantes, en la “Devotio Moderna” pierde interés y se convierte
sólo en una “obra buena” del currículum diario o en un “precalentamiento” para
la meditación personal. La vida sacramental palidece y se la considera
simplemente en vehículo o envoltorio circunstancial de la gracia, porque lo que
realmente cuentan son los sentimientos y las determinaciones del individuo solo
ante sólo Dios.
Aquí hay mucha
grandeza, pero también mucho “stress” espiritual que sólo pueden aguantar unos
cristianos atléticos y concentrados en su adelantamiento espiritual. ¡Y esto es
peligrosísimo!
La “Devotio
Moderna” hizo y hace mucho bien, pero hay que compensarla con la dimensión social
y eclesial – la Communio Sanctorum- de la vida cristiana, que crece, como la
simiente de la parábola, no por voluntarismo “pelagiano”, sino por irrigación
subterránea y pluvial. El libro de referencia de la “Devotio Moderna” es la “La
imitación de Cristo” que escribió Tomás de Kempis (1380-1471), al que la
Iglesia católica venera como beato y la anglicana como santo. Entró como
canónigo agustiniano en un monasterio del círculo de Windesheim de los
“Hermanos de la vida común” y allí escribió el opúsculo “De imitatione Christi”,
publicado en 1427. No es un tratado, sino un compendio de capítulos temáticos
muy breves y compuestos a base de sentencias y aforismos fáciles de retener.
“La Imitación
de Cristo”, cuya lectura aconseja San Ignacio en los Ejercicios Espirituales,
denominándole “el Gersoncillo” porque le creía escrito por Gerson, ha inspirado
la espiritualidad de una multitud de congregaciones religiosas hasta hace muy
pocos años. Tiene todas las grandezas y las deficiencias de la “Devotio
Moderna”, pero hay que leerlo porque es algo así como “La Isla del Tesoro” de la
vida cristiana, pero jamás hay que leer sólo este libro.
