¿Le pondrá Cristina la
banda a su sucesor?
En 1989, algunos meses antes de lo previsto constitucionalmente, el
radical Raúl Alfonsín le entregó los atributos del mando presidencial a
un político del peronismo, democráticamente elegido: Carlos Menem. Diez
años más tarde, al concluir puntualmente su segundo período de gestión,
Menem traspasó aquellos atributos al nuevo presidente electo, hombre de
la Alianza opositora, Fernando De la Rúa.
Hoy, a mes y medio de los comicios de medio término, son muchos los que –
sea en el oficialismo como en la oposición- no consiguen imaginarse a
la señora de Kirchner colocando la banda presidencial a su sucesor.
La banda queda en casa
El dispositivo de transmisión intramatrimonial de la presidencia
oportunamente pergeñado por Néstor Kirchner suponía un astuto by pass a
las cláusulas constitucionales que impiden la reelección indefinida
para permitir que la jefatura del estado quedara retenida sine die en el
seno de la familia, alternando en una y otra figura de la sociedad
conyugal la titularidad de la entente.
Al morir, Néstor Kirchner enterró su ocurrencia bicéfala y con ello dejó
a su esposa librada al clásico problema de los poderes hegemónicos:
sólo el jefe puede suceder al jefe; se vuelve, pues, indispensable la
re-reelección para garantizar la continuidad. Y ello implica, en la
Argentina, reformar la Constitución.
Los resultados electorales de 2011, cuando la Señora obtuvo en las urnas
un 54 por ciento de los votos, condujeron a la Casa Rosada a un
entusiasmo sin límites por la idea re-reeleccionista. Con ese apoyo, la
posibilidad de reformar la Constitución lucía tan factible como coser y
cantar.
Veintitrés meses más tarde, sin embargo, aquellas ilusiones son ya
apenas esquirlas de una burbuja: las elecciones primarias evidenciaron
que el capital político de la Presidente se redujo a la mitad de lo que
tuvo en 2011, no hay tiempo ni respaldo para una reforma de la
Constitución. Tampoco hay cerca un candidato potencial que reúna la
doble característica de ser incondicional a la Presidente y
electoralmente acompañable por la opinión pública. Las figuras mejor
ubicadas en las encuestas de opinión por su imagen positiva son, o
adversarios políticos explícitos – Sergio Massa, Hermes Binner, Mauricio
Macri, Julio Cobos- o, caso de Daniel Scioli, un enemigo íntimo a los
ojos del entorno presidencial.
Sin sucesión plausible, el fin del ciclo de hegemonía K está trazado. Lo
que viene será diferente, en estilo y en política. Para sostener (e
inclusive mejorar) algunos logros de la década kirchnerista, como la
llamada asignación universal por hijo, es preciso desarticular rasgos
del “modelo K”, como el desaliento a la inversión nacional y extranjera,
el despilfarro burocrático que se traduce en inflación, las trabas al
comercio, las medidas que conspiran contra la productividad y la
competitividad.
El voto de las PASO ha sido apenas un esbozo de lo que – de acuerdo a
encuestas de diferentes consultoras- seguramente ocurrirá en octubre. Y
ese voto pide cambios. Como los reclaman distintos sectores sociales,
desde las empresas hasta los gremios. Como lo plantean políticos de la
oposición y también de la coalición oficialista (caso de Jorge Yoma: “O
cambia Cristina o va a tener que dejar el Gobierno").
Instrumentos de la Historia
La Presidente, por su parte, anuncia previsiblemente que no piensa
cambiar: sostiene la “administración del comercio” (un eufemismo que los
argentinos y los interlocutores comerciales del país traducen como “los
métodos de Guillermo Moreno”); defiende la política de cepo al dólar,
cuestiona las políticas de metas de inflación (que Brasil, por caso,
aplica con éxito) y no se muestra dispuesta a frenar el gasto público
del estado central, sostenido con formidable presión impositiva.
Aun en esta versión crepuscular, cuando ya se describe de a ratos a sí
misma como una abuela y parece resignada a dejar definitivamente de lado
el mito de la “Cristina eterna” que echaron a rodar sus acólitos, la
Presidente insiste en su relato y describe los problemas que enfrenta la
economía argentina y los reveses en el campo internacional como
conspiraciones “de adentro y de afuera” que buscan “escarmentar a un
país que cambió las políticas”. Pinta así con colores épicos las
decisiones propias (divergentes de las que adoptaron otros países de la
región que crecen y se proyectan en el mundo sin chocarse con semejantes
“escarmientos”).
El sábado 14, la señora de Kirchner explicó a un interlocutor
oficialista que la entrevistó en la televisora del gobierno que “uno es
instrumento de la Historia”. Misteriosamente elegida, en fin, para
realizar los enigmáticos designios del Proceso Histórico (con
mayúscula). Humilde, como siempre, la Señora quizás deba reflexionar
sobre otros instrumentos que la caprichosa Historia probablemente
decidió emplear para cerrar su ciclo: la diáspora de la coalición que
sostuvo al kirchnerismo en sus momentos de auge, las movilizaciones del
campo en el año 2009, las demostraciones públicas que llenaron las
calles de ciudades y pueblos en septiembre y noviembre de 2012, el
triunfo electoral del Frente Renovador en la provincia de Buenos Aires y
el formidable revés electoral nacional que redujo su caudal al 26 por
ciento en agosto y que lo encogió a apenas 31 por ciento en el segundo
cordón del conurbano bonaerense, donde el oficialismo no
sacaba menos de 60 por ciento.
El éxodo jujeño
El privilegiado partenaire de la Presidente en el encuentro del sábado
(único periodista que obtuvo la gracia de una entrevista en lo que va
del segundo mandato) es, por una intrigante coincidencia, autor de un
libro sobre el Éxodo Jujeño, un acontecimiento histórico que algunos
peronistas emplean como metáfora de los designios presidenciales para
este fin de ciclo. Se trataría, admitido ya el carácter ineludible de
una retirada, de abandonar el terreno dejando a los indeseados sucesores
un escenario extenuado por las dificultades y los problemas no
resueltos o agravados por un empleo de los recursos (“que nosotros
acumulamos”) destinado a regar la imagen providencial de los
“instrumentos de la Historia”.
¿Qué semejante programa difícilmente sería aceptado por la sociedad, por
el conjunto de las fuerzas partidarias y particularmente por aquellos
sectores de la propia coalición oficialista que no quieren quemar su
capital político en tal aventura? Da la impresión de que la Casa Rosada
sólo confía en su ejército de incondicionales y probablemente
contabiliza allí más efectivos que los que en realidad tiene. Con ellos
espera construir una fuerza defensiva, preservarse de potenciales daños,
represalias y hasta probables acciones judiciales hasta que el péndulo
de la Historia vuelva, vaya uno a saber, a necesitarla como instrumento.
El relato para esas circunstancias está escrito y es el de la
victimización: acciones destituyentes de los escarmentadores de adentro y
de afuera; “¡Volveremos!”. Algo de ese relato empezó a ensayarse
anticipadamente con intérpretes extranjeros: el caso Lugo en Paraguay,
el de Manuel Zelaya en Honduras.
Inopinadamente, nada menos que Elisa Carrió salió a reforzar esa línea
de fuga (ya expuesta por Luis D’Elía, que inclusive la puso fecha: 8 de
noviembre). La señora Carrió adjudicó a políticos y gremialistas del
peronismo la preparación de un “golpe institucional” que se manifestaría
ya en que “dejaron sola a la Presidente”.
Por la vía de la denuncia, las interpretaciones, las apelaciones a la
Historia o las meras conjeturas, muchos manifiestan sus dudas de que la
señora de Kirchner le ponga la banda a su sucesor. La Constitución
indica que debe hacerlo en diciembre de 2015.
Jorge Raventos

