“Sobre
la Cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos. Así, pues,
todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas y guardadlas; mas no hagáis
conforme a sus obras, porque dicen y no hace. Lían cargas pesadas e
insoportables, y las cargan sobre las espaldas de los hombres, mas ellos
ni con el deo las quieren mover. Todas sus obras las hacen para hacerse
ver de los hombres, porque ensanchan sus filacterias y agrandan las
franjas de sus mantos; son amigos del primer puesto en las cenas, de los
primeros asientos en las sinagogas y de ser saludados en las plazas, y
ser apellidados por los hombres maestro” (Mt 23, 2 8)
Lealtad a la Fe Católica no significa sujección a los pensamientos de los hombres.
Una cosa es la Verdad, que nace del Espíritu, otra cosa es cómo se entiende esa Verdad por el hombre.
El
hombre tiene que esforzarse por dejar sus juicios, sus opiniones, sus
puntos de vista, sus filosofías, sus ciencias, para poder contemplar la
Verdad como es en Sí.
Es difícil ver la Verdad, porque el hombre se llena de sus verdades, las que adquiere con su entendimiento.
Francisco se sentó en la Cátedra de Moisés, que es el Sacerdocio de Cristo en la Iglesia.
Se sentó para engañar al Pueblo de Dios.
Se
sentó, porque muchos en la Iglesia hablan de las cosas de Dios
imponiéndolas con la fuerza de su mente humana, de su filosofía humana.
Y esa imposición genera una obediencia que es una carga para los fieles.
Un
hombre sin Espíritu es el que manda lo divino imponiéndolo, por la
fuerza de su entendimiento, por su propio juicio, por su verdad que ha
encontrado en su razonamiento.
De
esto en la Iglesia hay muchos ejemplos. Superiores, Obispos, sacerdotes
que, al no tener espíritu, no saben obedecer a Dios en sus cargos y,
por tanto, lo que mandan no es de Dios, sino de sus cabezas, del
producto de su pensar, razonar, filosofar. Y a eso, después lo llaman
Voluntad de Dios, permisión de Dios, y es sólo el pecado de su soberbia
que no han sabido quitar cuando ejercen su cargo de Superior, cuando
actúan con un Poder recibido por Dios.
Francisco
se sentó en la Silla de Pedro para mandar lo que no viene de Dios. Sus
herejías son señal clara de que él no ha sido elegido para la Silla de
Pedro. Ningún Papa habla así. Ninguno se esfuerza, como él, para
demostrar al mundo que es una persona inteligente, que sabe lo que está
haciendo en la Iglesia y que va a poner a la Iglesia en la verdad.
Francisco
manda amar a los pecadores y no fijarse en su pecado. Hay que hacer lo
que él dice: amar al pecador. Pero no hay que hacerlo como él lo dice.
Él lo dice haciendo que el pecador no vea su pecado, no luche contra su pecado, no le importe su pecado.
Hay
que amar al pecador porque así lo manda Jesús: Amad a vuestros
enemigos. Pero el pecador es un enemigo de Dios, enemigo de Cristo,
enemigo de la Iglesia, enemigo del alma.
Hay que amar a los enemigos, pero hay que aprender lo que es ese amor.
Porque para amar a un enemigo, no hay que hacerlo amigo, por ser enemigo.
Se ama dando la Verdad. Se ama obrando la Verdad. Se ama diciendo la Verdad.
Se
ama a un enemigo diciéndole su pecado y la forma de quitar su pecado. Y
si no quiere quitarlo, entonces se le deja en su pecado, pero no puede
participar de lo que es la Iglesia: “Si alguno no os recibiere ni
escuchare vuestras palabras…sacudíos el polvo de vuestros pies” (Mt 10,
14).
Francisco
dice que como la Iglesia es Madre, tiene que aceptar a todos los
hombres, sin importar su condición de pecador. Hay que ser amigos de los
enemigos de la Iglesia. Y eso no se puede aceptar de un Pastor de la
Iglesia.
Por
eso, hay que tomar sus palabras como son en la verdad. Pero no hay que
obrarlas como él lo dice. Porque lo que él dice supone un pecado para el
alma y la Iglesia.
Hay
que saber obedecer al Pastor. Y, cuando el Pastor, no viene de Dios,
cuando es claro su pecado, porque está mintiendo a la Iglesia, hay que
saber oponerse a ese Pastor con las armas de la Verdad, del Espíritu, y
saber llamar al pecado, pecado, y a la Verdad, Verdad.
Una cosa es el respeto a la Jerarquía. Otra cosa es el pecado de la Jerarquía.
Pablo
corrió a la Cabeza de la Iglesia, al Papa, que era Pedro, a decirle su
pecado: “Mas cuando vino Pedro a Antioquía, abiertamente me le opuse,
porque era reprensible” (Gal 2, 11).
Francisco
es reprensible y nadie se levanta en la Iglesia, ningún Obispo, ningún
sacerdote, ningún fiel, para amonestarle por sus pecados de mentira, por
su palabrería que está diciendo.
Si
la Iglesia no se levanta para corregir a la Cabeza, entonces la misma
Iglesia es reprensible, es pecadora, vive en la mentira, vive en el
engaño.
Es lo que vemos y eso sólo tiene un nombre: la Apostasía de la Fe.
Se
tiene miedo a decir la Verdad, a llamar a Francisco pecador, hereje. Y
se tiene miedo porque se vive en el mismo pecado, en la misma mentira,
en el mismo error que tiene Francisco.
Si
no se lucha por la Verdad, entonces la Verdad es una mentira y se pone
como verdad las verdades de cada cabeza humana. Y, después, se imponen
en la Iglesia esas verdades como si fueran divinas.
Esto es lo que ha pasado desde el Concilio Vaticano II. Y esto es lo que pasa ahora en la Iglesia.
La
lealtad a la Fe Católica no significa lealtad a un hombre revestido de
sotana, que se sienta en la Silla de Pedro. Es la lealtad a la Verdad
del Papado, que Francisco no demuestra. No hay que ser fieles a
Francisco. Hay que ser fieles a Cristo en el Papa. Francisco demuestra
que no es Papa, que no vive el Papado, que no lucha por el Papado, que
no lucha por la Verdad de la Iglesia, que no sirve para Papa. Y lo
demuestra con sus obras, no con sus palabras.
El
deseo de estar en las redes sociales, el deseo de estar junto a los
líderes del mundo, el deseo de aparecer en las entrevistas, el deseo de
ser hombre y de pensar como hombre y de obrar como hombre. Esa es su
obra como Papa.
No
está dando la Verdad de lo que es un Papa, de lo que es la Fe de la
Iglesia, de lo que debe ser un sacerdote ante el pecador y su pecado.
Entonces,
hay que saber obedecerle. No hay que tener una obediencia ciega a aquel
que no sabe obedecer ciegamente al Espíritu Santo. La Obediencia Ciega
es una virtud para ser santos. Y, cuando el Señor la pide, sólo se obra
para un fin de santidad, no para hacer de la vida un desastre del
pensamiento humano.
Hoy
no existe la Obediencia en la Iglesia, porque la Jerarquía no sabe
obedecer al Espíritu de la Iglesia. Y, después, ejerce su tiranía sobre
el pueblo, poniendo preceptos y normas que ellos no siguen.
No
hay que obedecer a Francisco, porque no es el Papa Verdadero, porque lo
que dice es mentira, porque transmite un espíritu de confusión, de
división. Son tres señales claras por las cuales no se puede dar la
Obediencia a esa Falso Pastor.
Y
hay que llamarlo como es: un anti-Papa, uno que se sentó en la Silla de
Pedro por conveniencias de los hombres, por intereses de los hombres,
porque así los hombres lo han querido.