CON FRANCISCO SE HA INICIADO LA APOSTASIA EN LA FE EN TODA LA IGLESIA
“El
69% dice ser «católico» sin necesidad de aceptar los dogmas de la
Iglesia. El 86% de los «católicos» alemanes aprueba el uso de
anticonceptivos y, en Baviera, el 69% de los divorciados vueltos a casar
comulgan habitualmente de manera sacrílega” (Resultado del cuestionario en Alemania – 29 enero 2014 – Der Spiegel).
La
Apostasía de la fe está en marcha en toda la Iglesia, no sólo en
Alemania. Y esto sólo significa una cosa: la anulación del pecado.
Cuando se da la apostasía no es posible la conversión, sino que todo
lleva al culmen: a decir que ya no existe el pecado y, por tanto, vivan
lo que quieran en la Iglesia.
La
apostasía de la fe es un pecado contra el Espíritu Santo, del cual no
hay perdón. No es posible el arrepentimiento para el que apostata de la
fe: “El 96% de las personas que conviven en una relación sexual
sin pasar por el altar no tienen tampoco problemas de conciencia y,
además, participan sacrílega y habitualmente en los sacramentos. La
moral sexual eclesiástica no significa absolutamente nada para nueve de
cada diez jóvenes católicos alemanes. Las relaciones prematrimoniales y
los anticonceptivos forman parte normal de su vida” (Encuesta sobre el matrimonio, la familia y la sociedad – 18 diciembre 2013 -Federación de Juventudes Católicas Alemanas).
Es
normal vivir en pecado y seguir participando de los Sacramentos como si
nada pasara, sin problemas de conciencia. Esto es la dureza del
corazón. Y esto viene sólo de la Jerarquía de la Iglesia. Los fieles
están así, viviendo en sus pecados, porque los sacerdotes y los Obispos
viven también en sus pecados y predican eso a las almas.
Y
eso tiene una razón: la pérdida de la fe en la Palabra de Dios. Cuando
sucede esto es que no existe la fe. Y si no hay fe, no se puede vivir la
Verdad, la doctrina de Cristo, que exige siempre una norma de
moralidad.
La
pérdida de la fe es la apostasía de la fe. Y cuando se pierde la fe ya
no se recupera. Ya no es posible. El don de la fe es un tesoro que si el
alma lo pierde, se condena de forma inevitable.
Llegamos
al Misterio del pecado: ¿qué pecado lleva a la pérdida de la fe, a la
apostasía de la fe? ¿qué pecado hace que el don de la fe se pierda para
siempre y, por tanto, que ya no haya Misericordia para esa alma?
Sólo
uno: amar el pecado. Cuando el alma comienza a amar su pecado y, por
tanto, a no luchar contra el pecado, a verlo como algo bueno, a
justificarlo, a ensalzarlo, a llevarlo como un bien para su vida, como
un valor, entonces se llega al endurecimiento del corazón y se pierde la
fe para siempre.
La
fe significa: amar la Verdad. Todo el que tiene fe busca y encuentra la
verdad como un tesoro en su vida, como algo que nadie le puede dar, que
ninguna cosa en el mundo: ni el dinero, ni el trabajo, ni el placer, ni
el poder, es capaz de llenar el corazón. Sólo el que ama la Verdad se
siente lleno y realizado en la vida.
Pero
el que va despreciando la Verdad en su vida, el que lo va relativizando
todo, poniendo límites, condiciones, relaciones, a su vida, entonces
empieza a acoger el error, la mentira y a no dejarla, a verla como
buena, como un camino en su vida, como una verdad. Y se excusa el
pecado, y se ensalza el pecado, y se aplaude y justifica hasta el
infinito. Se le pone en un pedestal, como un signo en la vida, como una
señal, como un norte, como un camino. Se ama el pecado porque es pecado,
porque llena el pecado, porque hace vivir el pecado. Y, entonces, ya
nunca se puede dejar el pecado, porque se ha convertido en la fe de esa
persona, en una fe humana, natural, carnal, sentimental, material, que
se opone totalmente a la fe divina, al don de la fe. Y, por eso, se
exige seguir en la Iglesia, recibir los sacramentos viviendo en el
pecado. Es una exigencia, es un derecho, un deber que nace en esa alma,
porque lo primero en la vida es su pecado. Lo segundo, lo demás, la
Eucaristía, el Matrimonio, etc.
Estamos
viviendo la Gran Apostasía de la fe en toda la Iglesia. Eso significa
la condenación de la mayoría de los Católicos. Ya no hablamos de la
gente del mundo, de los demás cristianos. Hablamos de la Iglesia
Católica, que tiene la Verdad y vive de la Verdad.
“Pero cuando viniera el Hijo del hombre, ¿os parece que hallará fe sobre la tierra?” ( Lc. 18, 8).
La
señal de la Segunda Venida de Cristo es la Apostasía de la fe en toda
la Iglesia. Viene a una Iglesia que ha despreciado su Misericordia, y
que camina de forma inexorable hacia la condenación del infierno en
muchas almas.
No es un tiempo fácil el que vivimos. Es un tiempo catastrófico en todos los sentidos.
“Por
lo que hace a la Venida del nuestro señor Jesucristo…antes ha de venir
la Apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de
la perdición, el que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o
es adorado, hasta sentarse en el Templo de Dios y proclamarse dios a sí
mismo” (Ts 2, 3-4).
La
apostasía ya está ahí; sólo falta el inicuo. Ese inicuo no es
Francisco. Francisco es sólo un peón del Anticristo, una pieza necesaria
para poner en movimiento la apostasía de la fe. Con Francisco se ha
iniciado la Apostasía en toda la Iglesia, porque él predica que hay que
amar el pecado. Él no juzga al pecador. Luego, hay que acoger al pecador
y a su pecado.
Y
no sólo eso. Francisco habla de un amor que lleva en sí mismo la
apostasía, porque pone el amor al prójimo como el centro de todo. Él
está en la Iglesia para dedicarse a los hombres. Sólo para eso. No está
en la Iglesia para hacer una obra divina, santa, sagrada; sino para
hacer obras humanas y así contentar a todos los hombres.
Pero
si sólo se dedicase a hacer obras humanas, él tendría un camino de
salvación. Pero Francisco, no sólo obra lo humano, sino que obra en
contra de la verdad en la Iglesia. Y eso ya no es una obra humana, sino
demoniaca. Su gobierno horizontal es una obra demoniaca, no es sólo una
cosa humana.
Por
eso, Francisco ha metido a la Iglesia en la Apostasía y ya no hay
perdón, no hay arrepentimiento, no hay una salida para salvarse. Todo el
que siga la doctrina herética de Francisco se condena de forma
irreversible, porque Francisco ama el pecado y así lo enseña en cada
homilía, cada día, en cada palabra que dice en la Iglesia.
Francisco
es un hombre sin moralidad, sin norma moral, sin ley divina. Vive en su
mente humana y de ahí no sale. No puede salir. Es un hombre viejo de
humanidad, cargado con todas las faltas de un hombre que no ha sabido
ser espiritual, que no ha sabido vivir su sacerdocio para una verdad
divina, sino que ha hecho de su sacerdocio la mentira que le ha enseñado
el demonio.
Francisco
no es el hombre inicuo, pero es el hombre que condena a muchas almas.
En lo poco que hace en la Iglesia, con la basura intelectual de sus dos
encíclicas, eso basta para condenar a muchos en la Iglesia.
Francisco
es un hombre sin dios, que se viste de Obispo porque tiene que hacer la
comedia del demonio. Es el bufón de la Corte: entretiene a muchos en la
Iglesia. Y sólo hace eso, porque no es capaz de nada más. No tiene
inteligencia para destrozar más de lo que ha hecho.
Un
hombre sin dios, que se ha hecho dios para sí mismo. Sólo ve su ombligo
todo el día; sólo ve su pensamiento todo el día; sólo atiende a su
negocio todo el día. Un hombre que se cree justo, y es el más injusto de
todos en la Iglesia, porque ha alcanzado la Silla de Pedro vendiendo su
alma al demonio. Él clama al demonio todo el día, desde que se levanta
hasta que se acuesta. Él ama al demonio porque es su dios, su dios
interior, su energía de la vida, su felicidad para siempre.
Francisco
ha hecho de su conciencia su dios. En ella encuentra el bien y el mal.
Con ella, él mismo se absuelve de sus pecados. Con ella, él mismo
dirige su vida. Su conciencia es su condenación porque su conciencia
anula la Gracia, anula la Verdad, hace de su vida un pecado y produce,
en todo lo que obra, el pecado.
Francisco
es un hombre sin fe, que ha perdido el don de la fe. Sólo hay que
leerlo cada día en sus homilías y se descubre su infierno. Él vive para
ese infierno que tiene en su alma, que lo da su boca, que está escrito
en su mente. No es un hombre que dé devoción, que mueva a la devoción,
que cultive, en sus palabras, la Verdad, el sentido de lo recto, de lo
justo, sino que produce turbación, confusión, asco, odio hacia su
pensamiento. Es un hombre que no se deja amar, porque quiere imponerse
al otro, quiere llegar al hombre de forma indirecta, con los
sentimientos, pero no de frente: no dice la Verdad, sino que muestra la
mentira, el engaño, para poder atrapar al alma.
Francisco
no es un hombre que se desvele como es, que se desnude en su interior.
Es un hombre que tiene un interior retorcido, aplicado a su orgullo,
ennegrecido por sus pecados. Es un hombre complicado. Cuando habla
complica la vida de los hombres, porque no es sencillo, directo, simple,
verdadero. Cuando dice una Verdad es para engañar al alma, no para
enseñarle la verdad. Él usa siempre la táctica del demonio: se reviste
de humildad, de caridad, de santidad, para hacer caer al alma en el
pecado.
No
vivimos en la Iglesia un tiempo como el de antes. Es imposible. Es el
tiempo de la Apostasía de la Fe. Eso significa que la Iglesia va a
declarar nulo el pecado. No va a existir el pecado. Cuando suceda eso,
entonces aparece el hombre inicuo, el hombre que se va a sentar en la
Silla de Pedro, que ya no será la misma, sino cambiada, para dar a la
Iglesia el último toque: su toque demoniaco, es decir, para destruir
toda la Iglesia y, con Ella, todo el mundo.
Por
eso, no son tiempos para aplaudir a Francisco, ni para seguir sus
opiniones en la Iglesia. No son tiempos para acomodarse a lo que la
Jerarquía diga en la Iglesia. No se puede obedecer a nadie porque
estamos en plena apostasía de la fe. Sólo se puede obedecer a la Verdad y
a aquella Jerarquía que no engañe con sus bellas palabras, con sus
baratas palabras, con sus blasfemas palabras. ¡Y hay muy pocos
sacerdotes y Obispos dignos de respeto y de obediencia!
Por
eso, no es posible estar en la Iglesia cruzados de brazos mirando todo
este vaivén de pecado que está por todas partes. En la Apostasía de la
fe o se lucha contra el pecado o se ama el pecado. Es una fuerza
demoniaca que sin vida espiritual devora a las almas.
Por
eso, toda la humanidad está dividida por esta fuerza del demonio. El
hombre vive roto por su pecado. Y no puede salir de él porque lo ama,
ama su locura del pecado. Ama estar roto, ama estar dividido, ama la
mentira de su vida. Por eso, son tiempos muy peligrosos para todos. O se
lucha por la Verdad o se abraza la mentira. ¡Y cuántos hay que, siendo
buenos, no ven la mentira que dice Francisco cada día! Eso es la señal
de la apostasía: el pecado se va abalanzando, como una marea, hasta
atrapar a todos los hombres. El pecado ahoga a todos los hombres en él
mismo. Y quien no lucha contra esa marea, acaba desertando de Cristo, de
la Verdad, de la Iglesia.
Por
eso, cada alma, en particular, tiene que luchar por su vida, por tener
la verdad en su vida, en su corazón. Y que nadie se la quite con
hermosas palabras. La Verdad no es un bella frase en la mente, sino un
dolor en el corazón, un sufrimiento que purifica la mente y hace libre
al Espíritu para que obre la vida que da el Amor en el Dolor.
Quien
deja que su fe se apague por su amor a la vida, al pecado, al placer, a
sus filosofías de la vida, acaba dando culto a su mente humana, acaba
viendo normal la locura que hay en su mente humana. Y hace de su vida un
connubio con satanás.