sábado, 1 de febrero de 2014

CON FRANCISCO SE HA INICIADO LA APOSTASIA EN LA FE EN TODA LA IGLESIA

CON FRANCISCO SE HA INICIADO LA APOSTASIA EN LA FE EN TODA LA IGLESIA

“El 69% dice ser «católico» sin necesidad de aceptar los dogmas de la Iglesia. El 86% de los «católicos» alemanes aprueba el uso de anticonceptivos y, en Baviera, el 69% de los divorciados vueltos a casar comulgan habitualmente de manera sacrílega” (Resultado del cuestionario en Alemania – 29 enero 2014 – Der Spiegel).

La Apostasía de la fe está en marcha en toda la Iglesia, no sólo en Alemania. Y esto sólo significa una cosa: la anulación del pecado. Cuando se da la apostasía no es posible la conversión, sino que todo lleva al culmen: a decir que ya no existe el pecado y, por tanto, vivan lo que quieran en la Iglesia.

cruzxxLa apostasía de la fe es un pecado contra el Espíritu Santo, del cual no hay perdón. No es posible el arrepentimiento para el que apostata de la fe: “El 96% de las personas que conviven en una relación sexual sin pasar por el altar no tienen tampoco problemas de conciencia y, además, participan sacrílega y habitualmente en los sacramentos. La moral sexual eclesiástica no significa absolutamente nada para nueve de cada diez jóvenes católicos alemanes. Las relaciones prematrimoniales y los anticonceptivos forman parte normal de su vida” (Encuesta sobre el matrimonio, la familia y la sociedad – 18 diciembre 2013 -Federación de Juventudes Católicas Alemanas).

Es normal vivir en pecado y seguir participando de los Sacramentos como si nada pasara, sin problemas de conciencia. Esto es la dureza del corazón. Y esto viene sólo de la Jerarquía de la Iglesia. Los fieles están así, viviendo en sus pecados, porque los sacerdotes y los Obispos viven también en sus pecados y predican eso a las almas.

Y eso tiene una razón: la pérdida de la fe en la Palabra de Dios. Cuando sucede esto es que no existe la fe. Y si no hay fe, no se puede vivir la Verdad, la doctrina de Cristo, que exige siempre una norma de moralidad.

La pérdida de la fe es la apostasía de la fe. Y cuando se pierde la fe ya no se recupera. Ya no es posible. El don de la fe es un tesoro que si el alma lo pierde, se condena de forma inevitable.

Llegamos al Misterio del pecado: ¿qué pecado lleva a la pérdida de la fe, a la apostasía de la fe? ¿qué pecado hace que el don de la fe se pierda para siempre y, por tanto, que ya no haya Misericordia para esa alma?

Sólo uno: amar el pecado. Cuando el alma comienza a amar su pecado y, por tanto, a no luchar contra el pecado, a verlo como algo bueno, a justificarlo, a ensalzarlo, a llevarlo como un bien para su vida, como un valor, entonces se llega al endurecimiento del corazón y se pierde la fe para siempre.

La fe significa: amar la Verdad. Todo el que tiene fe busca y encuentra la verdad como un tesoro en su vida, como algo que nadie le puede dar, que ninguna cosa en el mundo: ni el dinero, ni el trabajo, ni el placer, ni el poder, es capaz de llenar el corazón. Sólo el que ama la Verdad se siente lleno y realizado en la vida.

Pero el que va despreciando la Verdad en su vida, el que lo va relativizando todo, poniendo límites, condiciones, relaciones, a su vida, entonces empieza a acoger el error, la mentira y a no dejarla, a verla como buena, como un camino en su vida, como una verdad. Y se excusa el pecado, y se ensalza el pecado, y se aplaude y justifica hasta el infinito. Se le pone en un pedestal, como un signo en la vida, como una señal, como un norte, como un camino. Se ama el pecado porque es pecado, porque llena el pecado, porque hace vivir el pecado. Y, entonces, ya nunca se puede dejar el pecado, porque se ha convertido en la fe de esa persona, en una fe humana, natural, carnal, sentimental, material, que se opone totalmente a la fe divina, al don de la fe. Y, por eso, se exige seguir en la Iglesia, recibir los sacramentos viviendo en el pecado. Es una exigencia, es un derecho, un deber que nace en esa alma, porque lo primero en la vida es su pecado. Lo segundo, lo demás, la Eucaristía, el Matrimonio, etc.

Estamos viviendo la Gran Apostasía de la fe en toda la Iglesia. Eso significa la condenación de la mayoría de los Católicos. Ya no hablamos de la gente del mundo, de los demás cristianos. Hablamos de la Iglesia Católica, que tiene la Verdad y vive de la Verdad.

“Pero cuando viniera el Hijo del hombre, ¿os parece que hallará fe sobre la tierra?” ( Lc. 18, 8).

La señal de la Segunda Venida de Cristo es la Apostasía de la fe en toda la Iglesia. Viene a una Iglesia que ha despreciado su Misericordia, y que camina de forma inexorable hacia la condenación del infierno en muchas almas.

No es un tiempo fácil el que vivimos. Es un tiempo catastrófico en todos los sentidos.

“Por lo que hace a la Venida del nuestro señor Jesucristo…antes ha de venir la Apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, el que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el Templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo” (Ts 2, 3-4).

La apostasía ya está ahí; sólo falta el inicuo. Ese inicuo no es Francisco. Francisco es sólo un peón del Anticristo, una pieza necesaria para poner en movimiento la apostasía de la fe. Con Francisco se ha iniciado la Apostasía en toda la Iglesia, porque él predica que hay que amar el pecado. Él no juzga al pecador. Luego, hay que acoger al pecador y a su pecado.

Y no sólo eso. Francisco habla de un amor que lleva en sí mismo la apostasía, porque pone el amor al prójimo como el centro de todo. Él está en la Iglesia para dedicarse a los hombres. Sólo para eso. No está en la Iglesia para hacer una obra divina, santa, sagrada; sino para hacer obras humanas y así contentar a todos los hombres.

Pero si sólo se dedicase a hacer obras humanas, él tendría un camino de salvación. Pero Francisco, no sólo obra lo humano, sino que obra en contra de la verdad en la Iglesia. Y eso ya no es una obra humana, sino demoniaca. Su gobierno horizontal es una obra demoniaca, no es sólo una cosa humana.

Por eso, Francisco ha metido a la Iglesia en la Apostasía y ya no hay perdón, no hay arrepentimiento, no hay una salida para salvarse. Todo el que siga la doctrina herética de Francisco se condena de forma irreversible, porque Francisco ama el pecado y así lo enseña en cada homilía, cada día, en cada palabra que dice en la Iglesia.

Francisco es un hombre sin moralidad, sin norma moral, sin ley divina. Vive en su mente humana y de ahí no sale. No puede salir. Es un hombre viejo de humanidad, cargado con todas las faltas de un hombre que no ha sabido ser espiritual, que no ha sabido vivir su sacerdocio para una verdad divina, sino que ha hecho de su sacerdocio la mentira que le ha enseñado el demonio.

Francisco no es el hombre inicuo, pero es el hombre que condena a muchas almas. En lo poco que hace en la Iglesia, con la basura intelectual de sus dos encíclicas, eso basta para condenar a muchos en la Iglesia.

Francisco es un hombre sin dios, que se viste de Obispo porque tiene que hacer la comedia del demonio. Es el bufón de la Corte: entretiene a muchos en la Iglesia. Y sólo hace eso, porque no es capaz de nada más. No tiene inteligencia para destrozar más de lo que ha hecho.

Un hombre sin dios, que se ha hecho dios para sí mismo. Sólo ve su ombligo todo el día; sólo ve su pensamiento todo el día; sólo atiende a su negocio todo el día. Un hombre que se cree justo, y es el más injusto de todos en la Iglesia, porque ha alcanzado la Silla de Pedro vendiendo su alma al demonio. Él clama al demonio todo el día, desde que se levanta hasta que se acuesta. Él ama al demonio porque es su dios, su dios interior, su energía de la vida, su felicidad para siempre.

Francisco ha hecho de su conciencia su dios. En ella encuentra el bien y el mal. Con ella, él mismo se absuelve de sus pecados. Con ella, él mismo dirige su vida. Su conciencia es su condenación porque su conciencia anula la Gracia, anula la Verdad, hace de su vida un pecado y produce, en todo lo que obra, el pecado.

Francisco es un hombre sin fe, que ha perdido el don de la fe. Sólo hay que leerlo cada día en sus homilías y se descubre su infierno. Él vive para ese infierno que tiene en su alma, que lo da su boca, que está escrito en su mente. No es un hombre que dé devoción, que mueva a la devoción, que cultive, en sus palabras, la Verdad, el sentido de lo recto, de lo justo, sino que produce turbación, confusión, asco, odio hacia su pensamiento. Es un hombre que no se deja amar, porque quiere imponerse al otro, quiere llegar al hombre de forma indirecta, con los sentimientos, pero no de frente: no dice la Verdad, sino que muestra la mentira, el engaño, para poder atrapar al alma.

Francisco no es un hombre que se desvele como es, que se desnude en su interior. Es un hombre que tiene un interior retorcido, aplicado a su orgullo, ennegrecido por sus pecados. Es un hombre complicado. Cuando habla complica la vida de los hombres, porque no es sencillo, directo, simple, verdadero. Cuando dice una Verdad es para engañar al alma, no para enseñarle la verdad. Él usa siempre la táctica del demonio: se reviste de humildad, de caridad, de santidad, para hacer caer al alma en el pecado.

No vivimos en la Iglesia un tiempo como el de antes. Es imposible. Es el tiempo de la Apostasía de la Fe. Eso significa que la Iglesia va a declarar nulo el pecado. No va a existir el pecado. Cuando suceda eso, entonces aparece el hombre inicuo, el hombre que se va a sentar en la Silla de Pedro, que ya no será la misma, sino cambiada, para dar a la Iglesia el último toque: su toque demoniaco, es decir, para destruir toda la Iglesia y, con Ella, todo el mundo.

Por eso, no son tiempos para aplaudir a Francisco, ni para seguir sus opiniones en la Iglesia. No son tiempos para acomodarse a lo que la Jerarquía diga en la Iglesia. No se puede obedecer a nadie porque estamos en plena apostasía de la fe. Sólo se puede obedecer a la Verdad y a aquella Jerarquía que no engañe con sus bellas palabras, con sus baratas palabras, con sus blasfemas palabras. ¡Y hay muy pocos sacerdotes y Obispos dignos de respeto y de obediencia!

Por eso, no es posible estar en la Iglesia cruzados de brazos mirando todo este vaivén de pecado que está por todas partes. En la Apostasía de la fe o se lucha contra el pecado o se ama el pecado. Es una fuerza demoniaca que sin vida espiritual devora a las almas.

Por eso, toda la humanidad está dividida por esta fuerza del demonio. El hombre vive roto por su pecado. Y no puede salir de él porque lo ama, ama su locura del pecado. Ama estar roto, ama estar dividido, ama la mentira de su vida. Por eso, son tiempos muy peligrosos para todos. O se lucha por la Verdad o se abraza la mentira. ¡Y cuántos hay que, siendo buenos, no ven la mentira que dice Francisco cada día! Eso es la señal de la apostasía: el pecado se va abalanzando, como una marea, hasta atrapar a todos los hombres. El pecado ahoga a todos los hombres en él mismo. Y quien no lucha contra esa marea, acaba desertando de Cristo, de la Verdad, de la Iglesia.

Por eso, cada alma, en particular, tiene que luchar por su vida, por tener la verdad en su vida, en su corazón. Y que nadie se la quite con hermosas palabras. La Verdad no es un bella frase en la mente, sino un dolor en el corazón, un sufrimiento que purifica la mente y hace libre al Espíritu para que obre la vida que da el Amor en el Dolor.

Quien deja que su fe se apague por su amor a la vida, al pecado, al placer, a sus filosofías de la vida, acaba dando culto a su mente humana, acaba viendo normal la locura que hay en su mente humana. Y hace de su vida un connubio con satanás.