Antes nos jodían y solo sabíamos que estábamos jodidos. Ahora nos joden
y sabemos que nos estan jodiendo. Mañana estaremos jodidos debajo de
un puente jodidamente jodidos. Lo que se comenta y publica en este blog
está bajo protección del articulo 19 de la declaración de los derechos
del hombre adoptados por la Asamblea General de la ONU en Paris el 10 de
diciembre de 1948, que estipula que cada persona tiene EL derecho de la
libertad de la opinion y de la expresion, que implica el derecho de no
ser acosado por sus opiniones ni por buscar, recibir y publicar, sin
límites de fronteras, información e ideas por cualesquiera medios de
expresion.
LAS GUERRAS DE ROTHSCHILD: Una historia sobre EL CONTROL DEL PETRÓLEO.
Afianzada ya Europa, Rothschild despliega sus redes en EE.UU., y después de la guerra civil y el asesinato de Lincoln pone a The Robber Barons (Los Barones Ladrones) al frente de la corporación EE.UU, que és lo que ha sido siempre desde entonces.
A la cabeza
en la extracción y explotación de crudo estuvo, Jhon D. Rockefeller I.
fundando Standard Oil, que se ramificaría posteriormente en otras
compañías. Por entonces J.P. Morgan ya controlaba los ferrocarriles, y
tras un “acuerdo” ese tandem consiguió el control casi absoluto de esa
explotación (95%)
Ese inicio, el devenir de ese monopolio en el siglo XX, y la situación a día de hoy es explicada en este artículo.
Dice el autor:
“Si
se lo mira desde esta perspectiva, los supuestos “errores” de
apreciación del Fondo Monetario Internacional, que contribuyeron a que
se gesten y perduren muchas de las crisis de los últimos años, en
realidad no fueron tales, sino que han sido funcionales a esta necesidad
de reducir el consumo de energía per cápita, que bajo determinadas
condiciones puede convertirse directamente en una necesidad de ir
comenzando a reducir la cantidad de “cápitas”.
Las soluciones que propondrá a la remisión del petróleo este Oligopolio serán:
“a)
una importante reducción en la tasa de crecimiento demográfica a escala
global y presumiblemente una declinación de la cantidad de habitantes
en la Tierra;
b)
una muy profunda recesión a escala global que produzca una reducción
apreciable en el nivel de vida de la población global como promedio;
c)
el abandono gradual pero acelerado de la tecnología del petróleo. En
términos económicos, esa serie de crisis internacionales se verificaría
mediante subidas bruscas e imprevistas en la cotización del petróleo y/o
con la aparición de nuevas guerras, que sólo alguien muy ingenuo puede
creer que casualmente se sitúen cerca de donde existen grandes
yacimientos de hidrocarburos, o en las zonas de su paso. Para dar una
idea de la magnitud del problema frente al cual estamos, es necesario
mencionar que hoy en día más de 85% de toda la energía mundial proviene
de hidrocarburos fósiles. Sólo 7% tiene su origen en la energía
hidroeléctrica, y en porcentajes menores aún las demás fuentes. Esto
implica que no va a ser posible reemplazar los hidrocarburos fósiles con
fuentes energéticas hoy existentes, sino que se deberá generar una
tecnología alternativa”.
El artículo es del libro del mismo autor y fue publicado en 2004. ¿Nos suenan estas tres “soluciones”?
De
mientras y recientemente la marina americana, tras la conclusión de las
pruebas de DARPA pone en marcha la explotación de hidrogeno de agua de
mar para sus buques y vehículos:
Bueno…esto es lo que hay:
“El
mundo se divide en tres categorías de personas: un pequeñísimo número
que hace producir los acontecimientos; un grupo un poco más importante
que vigila su ejecución y asiste a su cumplimiento, y, en fin, una vasta
mayoría que jamás sabrá lo que en realidad ha acontecido.”
Nicholas Murray Butler. Miembro del Council on Foreign Relations.
El
petróleo no es precisamente un tema cuyo análisis despierte la pasión
de multitudes. Generalmente, se entiende que es un tema para
especialistas, demasiado técnico, con aristas muy económicas. Por esta
causa, la relativamente poca cantidad de material bibliográfico que
surge acerca del mercado energético mundial suele ser desechada aun por
el público más ávido de información, debido a la aridez del tema. Quizá,
cuando concluya este capítulo, comience a ser muy diferente la visión
del lector en esta materia.
Una
cosa de la que no tomamos adecuada conciencia es que la vida entera
podría ser analizada desde un punto de vista de transformación de la
energía. Cuando comemos, o nos vestimos, o desarrollamos cualquier
actividad diaria, no estamos haciendo otra cosa que procesar energía. La
inteligencia del hombre ha sido capaz de generar asombros científicos
incomparables: se ha llegado a la fórmula y la posible manipulación del
genoma humano, hace más de tres décadas se llegó a la Luna, nos podemos
comunicar en forma instantánea con alguien en otra parte del planeta
prácticamente sin costo, y se puede dar la vuelta al mundo en horas
cuando hasta hace un par de siglos demandaba meses. A pesar de todo este
enorme
progreso, la energía con la cual nos movemos, y movemos todos los
bienes, es básicamente la misma que se usaba hace un siglo y medio, es
un recurso no renovable, escaso, contaminante y que ha ocasionado
terribles guerras, varias de ellas recientes.
¿No
ha sido el hombre capaz de crear un sustituto? Dos grandes firmas
automotrices están haciendo ensayos preliminares para que el combustible
de sus automóviles sea el hidrógeno. De todas maneras, se trata de algo
aún muy incierto en el tiempo y con escasa o nula programación estatal
en la materia.
O sea, no hay planes gubernamentales importantes para fomentar que el
petróleo sea reemplazado por un recurso energético renovable. A mediados
del 2003, tras la guerra con Irak, George W. Bush continúa dilatando la
decisión acerca de la licitación entre universidades norteamericanas
para estudiar en forma hipotética cómo desarrollar la tecnología del
hidrógeno. Por lo tanto, si han sido creados sustitutos de los
hidrocarburos fósiles, con buenos resultados, permanecen en el
anonimato. No es nada improbable que los enormes intereses que hay
detrás del oligopolio mundial petrolero hayan provocado su
silenciamiento. Cuando hablamos de monopolio u oligopolio mundial
petrolero debemos referirnos ineludiblemente a las empresas derivadas de
la antigua Standard Oil, compañía creada luego de la guerra civil
norteamericana por el ya mencionado John D. Rockefeller I.
Haciendo un poco de historia
Rockefeller,
en muy poco tiempo, se transformó en un tácito monopolista de la
industria petrolera norteamericana. Llegó a concentrar en sus manos el
95% de la exploración, explotación, distribución y venta minorista de
gasolina en EE.UU. Siempre pensó que el negocio petrolero debía estar
integrado en forma vertical, o sea, una misma firma debe controlar todas
las etapas de producción. Y que la clave del negocio en sí mismo era
tener bajo su órbita el proceso de distribución, por lo que llegó a
obtener un acuerdo con importantes descuentos con los ferrocarriles que
controlaba JP Morgan, acuerdo que resultó a la postre ruinoso para todos
sus competidores, a los que uno a uno fue desplazando del mercado,
muchas veces mediante la aplicación de métodos semicompulsivos o
compulsivos. Ese accionar empresarial, carente de preceptos morales, o
de códigos, era común en la decena de empresarios que comenzó a
controlar la economía norteamericana tras la muerte de Abraham Lincoln.
Se trataba de empresarios profundamente odiados por la población en su
conjunto, por lo que ya en aquella época fueron bautizados The Robber Barons
(Los Barones Ladrones), expresión que quedó a través de los tiempos, y
con la cual aún hoy muchos los recuerdan, a pesar de la acción de una
cantidad de biógrafos a sueldo que, con el transcurso de las décadas, la
falta de conocimientos reales de historia del pueblo norteamericano y
el paso de las generaciones, ahora intentan mostrar un pasado mucho más
rosa. Por ejemplo, en su voluminosa biografía de John D. Rockefeller I,
el historiador oficial con que hoy cuenta la élite norteamericana, Ron
Chernow, titula la biografía de John D. Rockefeller I con el nombre de
Titán, y lo representa como un personaje ambivalente. En cuanto a
biografías, es necesario mencionar que aquellas que citaban con más
detalle algunos de los actos de crueldad y barbarie atribuidos al clan
han desaparecido casi por completo del mercado bibliográfico, al punto
que han caído en el olvido episodios tales como la masacre de Ludlow,
cuando gente propia de Rockefeller en 1913 mató a mujeres y niños por
plegarse a una huelga de la Colorado Oiland Fuel, empresa propiedad de
esa familia. Incluso las recientes biografías para televisión que
realizaron tanto History Channel como PBS muestran a Rockefeller, el
primer billonario del mundo, casi como un altruista, un poeta, cuando el
saber popular recuerda que sus asesores le recomendaban darle algunas
monedas a los niños pobres cuando había fotógrafos cerca, lo que no se
le ocurría al propio empresario, cuya máxima ambición en la vida, además
de juntar dinero y poder, fue llegar a cumplir 100 años, de lo que
estuvo muy cerca, al morir en 1937 a los 98 años de edad.
El odio popular a los Robber Barons
era en aquellas épocas enorme. Se trataba cada vez más de una casta
monopolista en sus diferentes actividades, de un verdadero equipo que se
ayudaba solidariamente entre sí, cuyos vástagos se casaban entre sí a
fin de que no se diseminaran las fortunas familiares. Si bien un siglo
antes Adam Smith (imagen) había comenzado a idear la tesis del
individualismo como base de la competencia perfecta, quienes detentaban
el poder económico en Estados Unidos a fines del siglo XIX constituían
en realidad una verdadera corporación. Tan corporativo y concentrado era
el poder económico que en 1890 el gobierno norteamericano se vio en la
obligación de dictar la llamada “Ley Sherman”, legislación antitrust,
que tardó 21 años en ser aplicada para el caso del petróleo. Recién en
1911 se ordena la división de la Standard Oil, que pasa así a
fracturarse en una serie de empresas más pequeñas estaduales, pero que
siguieron durante muchísimo tiempo constituyendo un monopolio en las
sombras debido a una conjunción de factores. En primer lugar, el clan
Rockefeller recibió un porcentaje de acciones de cada una; en segundo
lugar, las particulares condiciones de la Bolsa norteamericana, donde el
capital accionario está singularmente atomizado, hacen que con una
pequeña fracción del total de las acciones se pueda controlar toda la
empresa, sus políticas comerciales y financieras, y hasta el
nombramiento de los directores. Los propios bancos relacionados desde
fines del siglo XIX con el clan Rockefeller facilitaron que la
desmonopolización haya sido sólo un intento vano: una ley presuntamente
cumplida, tras la cual hay un monopolio en las sombras. Este proceso se
agudiza cuando comienza a proliferar una inmensa gama de fondos de
pensión e inversión, en los que la población norteamericana coloca sus
ahorros y los fondos para su jubilación. Estas entidades, muy
relacionadas con los bancos, han invertido ingentes cantidades de fondos
en comprar aún más acciones de estas empresas. Como estos fondos de
inversión y pensión en muchos casos son propiedad de los bancos de la
élite norteamericana, o están relacionados con ellos, ésta ha encontrado
una “pócima mágica” no sólo para seguir controlando lo que antes eran
monopolios dirigidos de manera unipersonal sino para ejercer su dominio
sobre muchos otros sectores a los que no hubiera podido acceder si no se
hubiera dado esta singular forma de estructura financiera que existe
aún hoy en WallStreet. Poseyendo el 5 o 10% de una empresa, y
administrando otra parte, aun cuando no sea de fondos propios sino con
los ahorros de la gente invertidos en bancos y fondos de pensión e
inversión, se puede controlar totalmente un mercado tan estratégico como
el energético.
El
caso del clan Rockefeller es quizás el principal emblema, pero no el
único. Durante buena parte del siglo XX, el monopolio petrolero anglo
norteamericano fue rebautizado como “The Seven Sisters” (Las Siete
Hermanas). Pero el proceso de gran concentración del capital vivido en
la década del 90 ha hecho que se dejaran de guardar las apariencias y
las empresas petroleras volvieran a fusionarse. De seguir a este ritmo,
ya poco faltaría para volver a la primitiva Standard Oil. En efecto, la
familia Rockefeller controla los conglomerados petrolíferas Exxon Mobil,
Chevron Gulf Texaco y Amoco British Petroleum. También le corresponde,
por ejemplo, y entre muchos otros intereses petrolíferos en el resto del
mundo, una proporción muy importante en el petróleo que Repsol posee en
la Argentina dado que Aznar vendió en 1997 acciones de Repsol en la
Bolsa de Madrid y fueron compradas nada menos que por el Chase Manhattan
Bank.(1) Este banco, también controlado por la familia Rockefeller,
adquirió recientemente al JP Morgan, al Chemical Bank y al Manufacturers
Hannover. Desde hace tiempo, la misma familia también controla al
Citibank e influye decisivamente en el Bank of America. En realidad, hay
una gama de negocios que sigue oligopolizada en las sombras en Estados
Unidos, a pesar de la legislación en la materia. Es necesario volver a
remarcar que el capitalismo en su versión norteamericana produjo un
enorme auge de cotizaciones en la Bolsa de todo tipo de empresas. Con
una muy pequeña proporción del capital accionario de ellas y de los
fondos de inversión o pensión que luego invierten una enorme parte de lo
que recaudan en las mismas acciones cotizantes, una pequeña élite
influye decisivamente en las políticas de las mega empresas de esos
sectores. Ello ocurre más visiblemente en los negocios de banca y
finanzas, petróleo y energía, laboratorios y salud, educación y
universidades.
(1)
Algo similar ocurrió con Telefónica de España. Las acciones vendidas en
la Bolsa de Madrid por el Estado Español fueron compradas en forma
mayoritaria por bancos estadounidenses muy relacionados con el dan que
controla el petróleo norteamericano.
Todas
estas ramas de la producción están relacionadas entre sí a través de
los clanes elitistas controlantes de los sectores en bloque. No se trata
de un esquema cerrado en sí mismo sino con derivados a otros sectores
de la actividad como, por ejemplo, la industria de armamentos. Debe
tenerse en cuenta que en el oligopolio mundial energético también tiene
una vital influencia la empresa Royal Dutch Shell, en parte propiedad de
las coronas británica y holandesa, y financiada en buena medida por la familia Rothschild
(imagen: iniciador de la dinastía Rothschild) , antigua financista
europea de varias coronas reales, sobre todo a la hora de financiar
guerras. Se caracterizaba por auxiliar financieramente a la vez, a los
dos bandos.
Según
abundante información, esta misma familia también es la prestamista
original de los Rockefeller y de todo el desarrollo petrolífero,
ferroviario y bancario en Estados Unidos, a través de las familias
Morgan (banca y ferrocarriles), Harriman (ferrocarriles y altas
finanzas) y Rockefeller (petróleo y banca). Los ferrocarriles no eran un
negocio de transporte más en el siglo XIX. No había transporte aéreo,
no existía el transporte de carga por carreteras, no había red de
autopistas. Tan sólo una de las pocas empresas ferroviarias en Estados
Unidos rivalizaba con el propio gobierno federal en cantidad de obreros
empleados. Ello significa que haber controlado cuasi monopólicamente
ferrocarriles, petróleo y bancos implicaba controlar el real poder en
Estados Unidos. Resulta llamativo, entonces, que la familia Rothschild,
en la reciente biografía oficial escrita por Nial Ferguson en dos tomos,
en Oxford, intente mostrarse a sí misma como en decadencia desde
mediados del siglo XIX, precisamente por no haberse podido instalar como
banca en Estados Unidos, y perder el control de la situación cuando
Nueva York comienza a rivalizar con Londres como centro financiero
mundial. Ello se da de bruces con el control que dicho grupo económico
ejercía por medio de la financiación sobre los tres principales negocios
de Estados Unidos. Sin embargo, esa voluntad propia de aparecer cada
vez más en el anonimato va de la mano con el hecho de que el clan
Rothschild sólo presta en la actualidad su apellido a bancos de
inversión singularmente pequeños.
Energía y Poder:
Controlar la energía es tener el poder. Si nos detenemos a pensar un
poco en este punto, se observa que la decisión de ir a Irak e invadirlo
contra viento y marea es una decisión estratégica con miras a estar
donde está el petróleo, a manejarlo y extraerlo como si fuera propio, y a
no depender de la buena voluntad de empresas estatales y líderes
nacionales. En suma, a la necesidad de conservar el poder que otorga el
tener como propias las escasas fuentes de energía no renovables que hoy
resultan fundamentales para la vida humana y, sobre todo, para la vida
urbana.
Si
el más importante recurso energético es escaso y no renovable, como el
petróleo y el gas, quienes manejen ese bien tienen el poder. Si las
principales fuentes de energía se basaran en recursos renovables —y hay
que tener en cuenta que toda la materia es fuente potencial de energía—,
ningún minúsculo grupo podría tener el poder, porque las decisiones
humanas de consumo bien podrían independizarse mucho más de la necesidad
de trabajar. O sea, la necesidad de trabajar para vivir en el mundo
contemporáneo se debe, en muy buena medida, a que al ser el petróleo un
bien escaso, y por lo tanto oneroso, hace mucho más costosos los bienes
que consumimos usualmente.
¿Cuál
es, entonces, a la luz de la guerra en Irak y de la ocupación de
Afganistán, la verdadera situación del mercado petrolero? ¿Es el
petróleo abundante o escaso? ¿Urge su reemplazo o tenemos tiempo? En
Internet se puede acceder con facilidad al sitio oficial de la
International Energy Agency. Dicho sitio proporciona abundante
información. Si bien no hay datos por empresa, si hay datos de
producción, consumo, reservas, precios, etc., tanto de petróleo como de
gas natural. Las conclusiones más importantes que se pueden extraer son
las siguientes:
Hacia
el 2002, quedaban reservas de petróleo compatibles con el consumo
actual mundial para 35 años. (Si bien al actual ritmo de producción se
podría extraer petróleo durante más de 80 años en Arabia Saudita y
durante más de 110 años en Irak, ambos países deberán multiplicar en el
muy corto plazo su producción para compensar la extinción de pozos
petroleros en Estados Unidos, Inglaterra, Rusia y México. De ahí que
haya petróleo en el mundo para sólo 35 años en los niveles actuales de
consumo.) Es necesario mencionar que, a esta altura, ya prácticamente
todo el planeta ha sido explorado, quedando algunas dudas aún sobre el
potencial que podrían tener un sector de la costa de Groenlandia, el
Congo y la cuenca del Níger (país al cual el presidente George W. Bush y
la CÍA acusaron en su momento de vender uranio a Saddam Hussein,
acusación que se comprobó falsa).
El
70% de todas las reservas mundiales de petróleo se encuentra
concentrado en el Golfo Pérsico; Arabia Saudita, Irak, Kuwait, Emiratos
Árabes Unidos e Irán. En el plazo de una década, más del 80% del
petróleo mundial estaría en esa región. Otro 10% del petróleo mundial
también se encuentra en países musulmanes como Libia, Nigeria e
Indonesia. Hoy, el 80% de petróleo del mundo está en manos musulmanas, y
ese porcentaje tiende a subir con el paso del tiempo. Dado que el
petróleo comenzó a utilizarse como fuente energética en Estados Unidos
luego de la Guerra Civil, y en aquella época sólo se lo conocía en forma
abundante dentro de Estados Unidos y en Rusia, estratégicamente
resultaba no sólo cómodo sino también sumamente viable comenzar a basar
la energía en hidrocarburos fósiles.
El
combustible saudí sólo vio la luz en 1938. Y fue, con el paso de las
décadas, que el mundo se llevó la sorpresa de que estaba concentrado
mayoritariamente en torno del Golfo Pérsico. Entonces puede comenzar a
quedar un poco más claro el porqué de la frecuente propaganda contra
países de origen musulmán, dado que el intento de basar la energía del
planeta en un recurso escaso, que se encontrara sobre todo en el
subsuelo estadounidense, naufragó a medida que se iban secando los pozos
petrolíferos de Texas, cosa que comenzó a ocurrir hacia los años ’60, y
se iban descubriendo cada vez más yacimientos gigantescos en países
árabes (lo que terminó de ocurrir en los años ’80).
Muy cerca del techo:
Estados Unidos tocó el techo de su producción anual de petróleo en el
año 1970, con algo menos de 10 billones de barriles anuales de crudo.
Hoy apenas si puede producir 5 billones de barriles por año. Ello, a
pesar de que se ha incorporado la un tanto decepcionante —en cuanto a su
magnitud— cuenca petrolífera de Alaska al mercado. Todo esto al costo
de comenzar a generar un preocupante problema ambiental, y aunque se han
desarrollado y aplicado nuevas tecnologías extractivas, las que, por
ejemplo, introducen gas a presión en la roca de los yacimientos para
virtualmente “secar” las rocas de petróleo y aumentar la posibilidad
extractiva de pozos vecinos, incrementando de forma importarte el
recupero de la inversión en los pozos. A pesar deque estas cifras
indican una realidad energética preocupante al menos dentro de los
propios Estados Unidos, el gobierno de George W. Bush muestra una gran
lentitud en las tareas preliminares previstas para licitar entre las
universidades norteamericanas algunos fondos para el estudio de
tecnologías masivas qué reemplacen al petróleo. Esa pereza se contrapone
a la enorme rapidez con la cual el mismo gobierno decidió efectuar la
licitación de las obras petrolíferas por desarrollarse en Irak, que ganó
antes de la propia caída de Bagdad y Basora una filial de la empresa
Halliburton (Kellogg), la que fue hasta hace poco dirigida por el propio
vicepresidente norteamericano, Dick Cheney. (imagen abajo)
Desde
ese año 1970, cuando Estados Unidos alcanzó el denominado “techo de
producción anual”, ésta no ha cesado de declinar, como lo indican las
cifras antes comentadas. El descenso ha sido particularmente mayor en
los años ’90 y en el inicio de este siglo, ya que a lo largo de una
década cayó casi 20%. Hacia 1950, Estados Unidos producía prácticamente
el 100% del petróleo que consumía y era el primer productor mundial.
Importaba algo de petróleo, pero también exportaba. Hoy, Estados Unidos
no llega a producir 45% del petróleo que consume. Sigue siendo el primer
consumidor mundial, con casi un cuarto del consumo de todo el planeta.
Se calcula que, al actual ritmo de producción, el petróleo
norteamericano se extinguirá en el año 2010. Peor aún es la situación en
Inglaterra: los pozos descubiertos en el Mar del Norte, cuya propiedad
comparten Inglaterra y Noruega, sobre los que se llegó a pensar en su
momento que eran mucho más grandes, han resultado menos abundantes que
lo previsto, y se calcula que Inglaterra se quedará sin petróleo
aproximadamente en el año 2006. Fuera de los países musulmanes, el
petróleo es aún abundante sólo en Venezuela (recordar el intento de
golpe contra Chávez efectuado por sectores empresariales muy
relacionados con el establishment petrolero de Estados Unidos y la CÍA) y
algunas de las ex repúblicas de la URSS. En mucha menor medida en
China, Libia y México. Y… en ningún lado más.
Desde
mediados de la próxima década, el petróleo estará entonces tan
concentrado en tan pocas manos, y tan escaso resultará en Estados
Unidos, que ello puede ayudar a explicar la verdadera naturaleza de las
guerras que hemos visto en el siglo XXI. La decisión hasta el momento ha
sido no sólo ir tras el petróleo, sino también seguir férreamente con
la tecnología de ese combustible. Hemos mencionado que las cifras
oficiales indican que hay reservas mundiales para 35 años. Ello puede
generar una falsa idea: que hay por lo menos tres décadas de tiempo
antes de que se produzca una grave crisis energética; que todo es
cuestión de encontrar métodos pacíficos de solución a los conflictos, de
manera tal que el comercio de petróleo del Golfo Pérsico a Occidente y
Japón se realice en forma fluida evitándose las fricciones que hubo con
los talibanes (Afganistán, por su particular enclave, es importante para
el paso de gasoductos) y con Irak. De esa manera, si nos guiamos por
las cifras oficiales de la International Energy Agency, aún hay cierto
tiempo —no mucho, pero tres décadas es un plazo apreciable—, y las
tensiones bélicas de inicios de este siglo bien podrían ceder si se
diera con la gente indicada para gobernar los países. O sea, si los
conflictos entre Estados Unidos y el mundo musulmán los resuelve otra
clase dirigente, distinta de la que hoy está sentada en la Casa Blanca y
en varios países musulmanes. Si seguimos por esta línea de pensamiento,
debemos limitarnos a calcular cuál sería la real magnitud del déficit
estructural adicional en las balanzas de pagos de Estados Unidos e
Inglaterra, producido por el hecho de tener que importar todo el
petróleo que aún producen en su propio territorio, pero nada más que
eso. Ello requeriría de un mayor “ajuste de cinturón” de las poblaciones
de ambos países, pero nada del otro mundo, nada que no se haya ya visto
en el pasado en cuanto a ajuste recesivo. Después de todo, el 55% del
petróleo que consume Estados Unidos —que es importado— representa entre 1
y 1, 5% de su PBI, según la cotización del barril. Es decir, el impacto
de dejar de producir petróleo, importando el restante 45% que hoy aún
produce internamente Estados Unidos, equivaldría a cerca de otro 11,5%
de su PBI, si se soluciona el conflicto a través del comercio
internacional. Si bien hoy, en pleno 2003, Estados Unidos tiene un muy
abultado déficit de balanza de pagos del orden de 5,2% de su PBI, un
déficit adicional de 11,5% lo colocaría en las puertas de una recesión
más pronunciada que la que ha venido evidenciando desde el año 2000, y
quizás en la necesidad de una más apreciable caída del dólar, Pero no se
trataría de nada imposible de manejar. A todas estas conclusiones se
puede llegar, entonces, si se atan lo suficiente los cabos sueltos a
partir de las cifras oficiales de la International Energy Agency.
Pero
lamentablemente estaríamos frente a un espejismo, mucho más grande aún
que los que se suelen padecer en los desiertos bajo los cuales se
encuentra el petróleo.
Ocurre que el petróleo no es como el agua o el aire, ni como el dinero.
No se puede extraer al ritmo que se desea ni se encuentra en forma
uniforme ni es siempre de la misma calidad. Por empezar, en las reservas
suelen figurar petróleos especialmente pesados, que suelen ser de mucho
más bajo valor energético y caros de procesar, petróleo que aún hoy no
se sabe procesar bien por su bajo valor energético y económico. Hay
incluso tipos de petróleo que aún hoy no poseen valor económico, y otros
ubicados en zonas de muy difícil acceso, cuya explotación seria tan
cara que sólo tendría sentido con un precio mundial del crudo compatible
con cerca de 80 dólares el barril a valores del presente, actualizados
por la tasa de inflación en Estados Unidos, al que se llegó durante la
segunda crisis petrolera mundial a raíz del conflicto entre Estados
Unidos e Irán en 1979. Esto implica que un porcentaje indeterminado pero
apreciable de las cifras oficiales es petróleo que está en las
estadísticas pero no en la realidad.
En
segundo lugar, y en forma aún mucho más importante, hay que tener en
cuenta que el petróleo no va a empezar a faltar desde el año en que
teóricamente se extinga (alrededor del 2035 2040), sino desde cuando se
alcance lo que se denomina “techo mundial de producción”. El “techo
mundial de producción” es la máxima cantidad posible de petróleo que se
puede producir en un año y depende de las características geológicas de
los pozos, del tipo de crudo, de la tecnología extractiva que se use.
etc.,etc. En el mundo, todavía nos encontramos en la fase ascendente de
producción mundial del crudo. Medir su disponibilidad por la cantidad de
años de reservas existentes implicaría aplicar un cálculo lineal de
posibilidades de extracción. O sea, significa pensar que todos los años
se puede extraer la misma cantidad y un poco más. La realidad es
diferente. Existe primero un período ascendente, de producción año tras
año superior, causado por el hecho de que van entrando al circuito
productivo más yacimientos que los que se van “secando.” Luego se
alcanza el “techo mundial de producción”, y ésta se estanca cerca de esa
cifra durante un período breve de algunos años. Finalmente, comienza un
período de producción declinante año tras año, originado por el hecho
de que ya no pueden agregarse a la producción nuevos yacimientos al
mismo ritmo al cual van saliendo de circulación y agotándose muchos de
ellos, ya secos. Hoy el planeta ha ingresado en la última parte de la
curva ascendente del ciclo de producción del petróleo. Al “techo mundial
de producción” aún no se ha llegado. Cuánto falta para alcanzarlo es un
dato clave para la economía del mundo entero. El “techo de producción”
sí ha sido alcanzado, por ejemplo, en países como en Estados Unidos.
Hemos mencionado que el “techo de producción norteamericano” se tocó en
el año 1970, y debe recordarse muy especialmente que en 1973 se produjo
una de las dos crisis energéticas mundiales más graves de que se tengan
noticias, cuando la historia oficial indica que Arabia Saudita produjo
un embargo petrolero a los países occidentales que ayudaron a Israel a
ganarla guerra de ese año. En aquellos años ’70 eran frecuentes las
colas en las estaciones de servicio, el racionamiento de combustibles y
la inflación descontrolada en muchos países a consecuencia de las subas
de precios de los hidrocarburos evidenciadas en todo el mundo como
consecuencia de la desaceleración inevitable que se produjo en la
producción de crudo norteamericana, factor que en realidad jugó un papel
preponderante en la triplicación de los precios del crudo a inicios de
los años ’70.
A
partir del momento en que se toque el “techo de producción” mundial, se
va a evidenciar una serie consecutiva de bruscas escaseces de petróleo.
El mundo habrá alcanzado su máximo ritmo de producción mundial, a
partir de cuyo momento, año tras año, habrá cada vez menos petróleo
disponible para alimentar a cada vez más habitantes de la Tierra y a
economías que pugnarán por seguir creciendo a un ritmo superior al 2%
anual, mínimo umbral considerado aceptable, lo que sería inalcanzable
para todos los países en forma conjunta en un mundo en el que cada día
habría menos petróleo. De esta manera, el planeta se encuentra frente a
una disyuntiva que debe solucionarse por alguna de estas tres vías, o
una combinación de las mismas, de aquí a cierto tiempo:
a)
una importante reducción en la tasa decrecimiento demográfica a escala
global y presumiblemente una declinación de la cantidad de habitantes en
la Tierra;
b)
una muy profunda recesión a escala global que produzca una reducción
apreciable en el nivel de vida de la población global como promedio;
c)
el abandono gradual pero acelerado de la tecnología del petróleo. En
términos económicos, esa serie de crisis internacionales se verificaría
mediante subas bruscas e imprevistas en la cotización del petróleo y/o
con la aparición de nuevas guerras, que sólo alguien muy ingenuo puede
creer que casualmente se sitúen cerca de donde existen grandes
yacimientos de hidrocarburos, o en las zonas de su paso. Para dar una
idea de la magnitud del problema frente al cual estamos, es necesario
mencionar que hoy en día más de 85% de toda la energía mundial proviene
de hidrocarburos fósiles. Sólo 7% tiene su origen en la energía
hidroeléctrica, y en porcentajes menores aún las demás fuentes. Esto
implica que no va a ser posible reemplazar los hidrocarburos fósiles con
fuentes energéticas hoy existentes, sino que se deberá generar una
tecnología alternativa.
Otro
espejismo que suele aparecer comúnmente es el relativo a la posibilidad
de utilizar carbón como recurso energético reemplazando al petróleo y
al gas natural. El carbón es bastante más abundante que ambos. Estados
Unidos posee carbón para 300 años en su actual nivel de consumo. En el
mundo, cifras comparables pueden obtenerse para muchos países. Sin
embargo, si el consumo de carbón se acelerara para reemplazar al gas y
al petróleo, la cantidad de reservas se reduciría dramáticamente. Rifkin
calcula que con tan sólo un crecimiento anual de 4% en el consumo anual
de carbón, las reservas norteamericanas sólo alcanzarían para 65 años.
Además, el carbón posee muchos inconvenientes: no es fácil extraer de él
combustibles líquidos, y es muy costoso. Por lo tanto, no es un
sustituto apto del petróleo y del gas natural. Adicionalmente, hay que
tener en cuenta que el carbón es un hidrocarburo “sucio”, muy
contaminante, difícil de cargar y transportar.
Pues
bien entonces, lo importante, lo central, es determinar cuál será el
año en el que se produzca el “techo mundial de producción”. A partir de
ese momento, despertaremos del largo sueño que hemos venido viviendo y
nos daremos cuenta de que la energía es un bien mucho más escaso que el
espejismo de abundancia que hoy nos parece, además de que comenzarán a
cobrar otro significado las guerras del siglo XXI. Una buena cantidad de
los porqués a brutales episodios hoy incomprensibles para muchos
adquirirá su verdadera perspectiva si no comienza a acelerarse el cambio
tecnológico, cosa que va precisamente en dirección opuesta a los
intereses del oligopolio petrolero mundial. Si se encuentra un recurso
energético renovable y barato para reemplazar al petróleo, los enormes
pulpos petroleros enfrentarían una extinción muy acelerada.
El
“techo mundial de producción” es, entonces, el dato crucial que es
necesario tener en el análisis porque marca el límite entre una
producción en alza y una que comienza a ser declinante. La cantidad de
años de reservas, que hemos dicho que son 35, parte del supuesto de que
se puede producir petróleo en forma constante, y ya hemos explicado que
no es así. La determinación de ese año es un cálculo que sólo los
geólogos pueden efectuar basándose en sus estudios sobre los pozos en
todo el planeta. Los geólogos están divididos entre “optimistas” y
“pesimistas”. En el caso de lo evidenciado ya en Estados Unidos en 1970,
la batalla la ganaron los “pesimistas”. Peor aún, triunfó el más
pesimista, dado que el consenso hablaba de una imposibilidad de que la
producción tocara su techo en 1970, cosa que ocurrió y generó una gran
crisis sólo tres años más tarde. En el caso del mundo, los “optimistas”
esperan que el “techo mundial de producción” sea alcanzado entre el 2014
y el 2018. En ningún caso esperan que se alcance después del año 2020.
Los “pesimistas” esperan que el “techo mundial de producción” se alcance
hacia el año 2010 y algunos de ellos esperan que ello ocurra en el
2004.
Una
buena parte de la aparente aceleración que ha tenido la historia en el
comienzo de este milenio, con la aparición de sucesos inéditos
anteriormente, se debe precisamente a los datos anteriores. Ocurre que
en los años ’90 comenzó a hacerse evidente que parte de las reservas
oficiales de petróleo que quedaban en los estados de la ex URSS y los
países árabes en general estaban sobredimensionadas en las estadísticas,
probablemente ex profeso, dado que los pozos petrolíferos servían como
garantía para préstamos bancarios, lo que en algunos casos motivó una
intención de “inflar” artificialmente el contenido de los yacimientos.
Es como si hubiéramos subido la ladera de una montaña empinada, en forma
esforzada, sólo para caer en la cuenta, una vez en la cima, de que la
ladera que habrá que transitar de aquí en más, hacia abajo, es mucho más
empinada, y por lo tanto riesgosa, de lo que se pensó.
Mirando para otro lado:
A partir de estos cálculos surgen varios interrogantes. El primero de
ellos es por qué el gobierno norteamericano no aconseja a su poblador
ahorrar el máximo posible de petróleo. Cuando en el año 1973 se produjo
la crisis petrolera, en buena medida gestada por las empresas
multinacionales estadounidenses y británicas, de la que luego se acusó
sólo a los países árabes, el gobierno de Nixon aconsejaba en los medios
de comunicación el ahorro de combustibles. Se trataba sólo de una crisis
temporaria hasta que técnicamente fluyera mayor cantidad de petróleo
del Golfo Pérsico, para reemplazar el que comenzaba a escasear en
Estados Unidos y, aunque la solución era sólo una cuestión de tiempo, el
gobierno cumplía con el deber de guiar a la población en lo que parecía
ser una necesidad perentoria: ahorrar energía.
Hoy,
en cambio, tras la invasión al segundo país con más reservas de
petróleo del mundo: Irak, y con el planeta ya muy cerca de su límite de
capacidad productiva de petróleo, ninguna voz del gobierno
norteamericano se alza para aconsejar el ahorro de energía. Mucho más
llamativo resulta esto si se tiene en cuenta que el actual gobierno
estadounidense ha sido prácticamente copado por la industria petrolera.
El presidente George W. Bush dirigió o formó varias empresas: Arbusto
Energy, Bush Energy, Spectrum 7, Harken. Su padre fue cofundador de la
polémica empresa Zapata Oil, luego dividida en Zapata Oil y Zapata
Offshore(3). La máxima asesora en materia de seguridad del gobierno de
Bush, Condoleezza Rice, jefa del National Security Council (NSC),
también proviene de la industria petrolera, más específicamente de
Chevron.
(3)
Zapata Offshore, empresa presuntamente relacionada en forma directa con
la operación frustrada de invasión a Cuba de inicios de los ’60,
conocida como Bahía de los Cochinos, y cuyo nombre de código interno de
la CÍA no por casualidad habría sido “Operación Viva Zapata”.
El
caso del actual vicepresidente y ex ministro de Defensa del padre de
Bush, Dick Cheney, es todavía más llamativo. Durante los ’90 dirigió la
empresa Halliburton, principal proveedora mundial de insumos al sector
petrolero. Hizo jugosos negocios vendiendo abundante material por miles
de millones de dólares a Saddam Hussein para que éste se preparara en su
afán de triplicar la oferta de crudo iraquí. El problema que luego se
suscitó es que Saddam Hussein decidió excluir a las empresas
norteamericanas y británicas del proceso de concesión de los pozos
iraquíes, basando su estrategia en contratar sobre todo petroleras
estatales de Europa continental. Si Saddam hubiese logrado ese objetivo,
dado que el petróleo se está agotando en Estados Unidos y en Inglaterra
en forma simultánea, la declinación en el volumen de negocios de las
petroleras anglosajonas las hubiera condenado a un brutal achique.
Habría un mayor dominio del mercado por parte de las empresas estatales
de petróleo.
De
todas formas, no puede pensarse que el establishment petrolero
norteamericano haya sido tomado por sorpresa por la estrategia de Saddam
Hussein, dado que la invasión a Irak comenzó a planearse a más tardar
en 1997, a través de un reducido núcleo de intelectuales y hombres de
acción del Pentágono, entre los cuales se encuentran Paul Wolfowitz,
Richard Perle y otros, junto a Francis Fukuyama. El thinktank se llama
“Project for the New American Century”. Ese núcleo de gente, que
evidentemente no se reunió por casualidad y que representa el ala más
fanática del pensamiento conservador norteamericano, es en realidad una
especie de desprendimiento del omnipresente pero siempre misterioso y
secretivo Council on Foreign Relations (CFR), para algunos el verdadero
gobierno en las sombras en Estados Unidos. Esto hace pensar que el
establishment petrolero norteamericano le vendía material petrolero a
Saddam con objeto de que se fuera construyendo infraestructura a fin de
aumentar la producción, al mismo tiempo que planificaba su futuro
derrocamiento. Cabe recordar que mientras esto ocurría, los medios de
comunicación difundían la noticia de que el jefe de inspectores de
armas, en aquel entonces en Irak, Scott Ritter, declaraba que el régimen
de Hussein no sólo no tenía armas de destrucción masiva sino que no
estaba siquiera en condiciones de generarlas.
No
sólo las guerras en el Golfo Pérsico han sido inducidas por motivos
energéticos. La historia política y económica del mundo de los últimos
cincuenta años gira en torno a este tema. La bonanza económica y el alto
crecimiento de los años ’60 se explican por el bajísimo precio del
barril de los países árabes (entre 1,5 y 3 dólares por unidad de crudo).
Los agudos procesos están flacionarios (recesión con inflación) de los
años ’70 se debieron al comienzo de la declinación en la producción
norteamericana de combustibles, a la escasez de energía —para muchos,
como Antony Sutton, creada bastante artificialmente en 1973— y al afán
de las grandes empresas petroleras de incrementar sus ganancias, cosa
que ocurrió mediante las dos crisis petroleras de los años 1973 y 1979.
En este último año, el barril llegó a valer casi 80 dólares a valores
actualizados. Los años de “vacas gordas” para las petroleras y “vacas
flacas” para la gente fueron generando un problema: los países árabes se
fueron enriqueciendo de una manera que algunos en Occidente comenzaban a
considerar peligrosa. Los petrodólares empezaban a inundar los mercados
financieros. Arabia Saudita se daba el lujo de ser el segundo mayor
accionista del Fondo Monetario Internacional, y el Islam amenazaba con
transformarse en un polo propio de poder cuyo epicentro bien podría
haberse situado en Bagdad, por una confluencia de factores. No debe
extrañar, entonces, que durante los años ’80, en la era Reagan Bush, el
precio del barril declinara a niveles anteriores a la segunda crisis
petrolera. Esto produjo durante buena parte de los años ’80 y ’90 otro
periodo de aceptable crecimiento mundial, bajas tasas de inflación y
facilitó el progreso de la globalización, al mismo tiempo que quitó al
Islam —y sobre todo también a la ex URSS, cuyo principal producto de
exportación era el petróleo —4) la posibilidad de constituirse en un
polo propio de poder. Claro que el problema es que esto se logró
consumiendo petróleo a un ritmo mayor de aquel con que se realizaban
nuevos descubrimientos. Todas las crisis energéticas de las cuales el
mundo fue testigo se resolvieron de una única manera: aumentando la
producción de combustibles fósiles. Esto es lo que ya no será posible
desde algún momento de los próximos diez años, cuando se alcance el
“techo mundial de producción”.
El
gobierno estadounidense no puede desconocer, entonces, la crítica
situación del mercado energético, que lo ha llevado incluso a invadir
países en forma acelerada. Si sus intenciones son altruistas, no se
entiende por qué no existe ya una campaña para el ahorro de combustible
hasta encontrar un sustituto del petróleo, sí es que éste no existe ya.
¿Un Mundo Feliz?:
La energía es, entonces, el principal limitante a la globalización que,
por otra parte, el propio establishment norteamericano propugna como
remedio para todos los males sociales y económicos del planeta. Los
problemas van a ser muy serios: China, que viene creciendo notablemente,
incorporando mensualmente millones y millones de trabajadores a su
oferta laboral merced a las exportaciones que viene realizando a
Occidente, muy probablemente encontrará que no le resultará posible
mejorar la calidad de vida de sus habitantes con el ahorro que significa
el trabajo acumulado de centenas de millones de chinos, quienes durante
años produjeron y vendieron al exterior privándose de consumir.
(4)
EE.UU. logró a principios de los años ’80, merced a un acuerdo secreto
con Arabia Saudita, que dicho país exportar a mayores cantidades de
petróleo que las necesarias para el consumo. El objetivo era derrumbar
el precio del barril, no sólo para facilitar una reactivación en EE.UU.,
sino también para dificultar el acceso a las divisas por parte de la
URSS, a la cual Reagan Bush querían derrotar definitivamente en la era
de la Guerra Fría (cosa que consiguieron sólo unos años más tarde). A
cambio de ese exceso de petróleo en el mercado, EE.UU. proveía de armas a
Arabia Saudita, preocupada en aquella época por que Irán pudiera
derrotar a Irak en la guerra, y amenazar la seguridad saudí.
La
masa de ahorro acumulado en el Banco Central chino, que supera los US$
350 mil millones, y que sigue creciendo, no podrá destinarse a mejorar
la calidad de vida de los habitantes de esa nación porque la restricción
energética que se nos viene en forma acelerada comenzará a operar como
un serio limitante a la tasa de crecimiento global en poco tiempo más.
Una elevación importante del nivel de vida de la población china es sólo
una quimera si se continúa con la tecnología del petróleo. Se calcula
que, si el gobierno chino decidiera brindara sus habitantes un nivel de
vida similar al del americano promedio, el consumo de petróleo mundial
aumentaría 50% de un año a otro, con lo que la crisis sería… ayer.
Japón, que en recesión ya lleva unos quince años, y con un aumento del
desempleo que los cálculos estatales han subestimado, no podría
recuperarse demasiado en un horizonte visible y mucho menos de forma
sostenida, dado que las presentes condiciones del mercado energético
mundial así lo impondrían. Por lo tanto, Japón seguiría en el mediano
plazo generando nuevos desempleados, En cuanto a Europa, lejos de pensar
en la posibilidad de reducir tasas de desempleo, en algunos casos
superiores a 10%, debería conformarse, en el mejor de los casos, con
mantener estos niveles y crecer lo que se pueda, sí es que se puede.
Frente a este panorama, esa actitud invasiva hacia los países que tienen
petróleo, y a la vez despreocupada de reducir los niveles de consumo
excesivo, por parte del gobierno que encabeza Bush, puede abrir todo
tipo de dudas y presunciones acerca de qué intenciones hay detrás de su
accionar y de su discurso, que no van por el mismo carril.
Es
necesario pensar que la serie de crisis que han vívido muchos países en
vías de desarrollo en los años ’90 —México, sudeste asiático) Corea del
Sur, Brasil, Turquía y la Argentina— es, en realidad, funcional a la
situación energética mundial y al interés del establishment petrolero
anglonorteamericano, debido a que las brutales reducciones evidenciadas
en el nivel de vida de estos países tras sus respectivas crisis no
generan otra cosa que un menor consumo de energía per cápita y, por lo tanto, facilitan que sea posible continuar con la era de los hidrocarburos fósiles.
Es
de esperar entonces que de aquí en adelante, mientras no haya cambios
sustanciales en el manejo del poder en Estados Unidos, no haya ningún
apuro por parte del gobierno norteamericano para rescatar países en
bancarrota. Más aún, es posible que la élite banquera petrolera intente,
a fin de continuar con la tecnología energética que le permite
concentrar el poder, resolver el problema induciendo una baja en el
consumo de energía per cápita. Ello se lograría, en el caso de países
del tercer Mundo, con cada crisis económica o financiera que sobreviene
en alguno de sus miembros más importantes. incluso esta baja en el
consumo per cápita de energía sería aún mas pronunciada si incluso
vastas áreas del Primer Mundo las padecieran (ejemplo, la prolongada
crisis económica japonesa), a fin de acomodar la demanda de petróleo al
declinante período productivo del mismo que en breve sobrevendría en el
planeta.
Si
se lo mira desde esta perspectiva, los supuestos “errores” de
apreciación del Fondo Monetario Internacional, que contribuyeron a que
se gesten y perduren muchas de las crisis de los últimos años, en
realidad no fueron tales, sino que han sido funcionales a esta necesidad
de reducir el consumo de energía per cápita, que bajo determinadas
condiciones puede convertirse directamente en una necesidad de ir
comenzando a reducir la cantidad de “cápitas”.
Parte del Capitulo II de Hitler Gano La Guerra de Walter Graziano
FUENTE DEL
TEXTO: SE RESERVA por seguridad de esa web. Ya son no pocas que
“desaparecen” una vez publicado alguno de sus contenidos.