domingo, 14 de febrero de 2016

CABILDO Nº 15/3º EPOCA-JULIO 2001 EDITORIAL Entre Tres Fuegos


Editorial

ENTRE TRES FUEGOS

CABILDO Nº 17 3ERA. EPOCA-JULIO 2001


ABLADOS y esporádicos al principio, y respuestas naturales e instintivas al agobio social, los piquetes han terminado por oficializarse, -reconociéndoselos prácticamente como una institución con derecho propio, delegados gremiales e interlocutores válidos ante las autoridades en cuyas jurisdicciones consuman sus protestas. Va de suyo que nadie discute ni convalida la realidad mortificante y la injustísima situación que los origina, pero sólo un obtuso o un cómplice del caos podrá legitimar el vandalismo organizado que suscitan, la gimnasia revolucionaria que practican, y la evidente capitalización que la violencia marxista ha hecho de ellos. No un trascendido o un rumor transeúnte, sino un par de altos funcionarios oficiales, han salido a decir al respecto, en más de una ocasión reciente, que la guerrilla estaba nuevamente en operaciones.


 Dato este último que parece confirmar ostensiblemente, el tropel de agresores encapuchados, que se moviliza aquí y acullá, indisimulada e impunemente, en adhesión a estas nuevas formas de descontento. Causa eficiente de tamaño mal, el Gobierno reacciona del peor modo posible: aumentando hasta el paroxismo las condiciones de inequidad colectiva, manteniendo en sus cargos a los ideólogos y ex convictos del partisanismo rojo que "piqueteó" en los 70, y prefiriendo asistir a la consumación del delito -y de la delincuencia común que conlleva- antes que dar la orden de una represión proporcionada y preventiva. He aquí el primer fuego que hoy quema e incendia a la Argentina.

Pero hay un segundo y no es menos devorador ni dañino. En una nación como la nuestra -de arraigados sentires caudillistas, vestigios a la vez de un orden natural que otrora señoreara- ha llegado la ciudadanía en su conjunto a la certeza absoluta de que el presidente es un inepto redondo, un incapaz categórico, un personaje alelado que supera a su propia caricatura, un sujeto paródico y parodiable hasta el espanto, un opa de aquellos que estigmatizaran los cuentos campesinos, un tonto de capirote, si dejáramos hablar a los abuelos. Conceptos todos que el imputado no parece estar en condiciones de desmentir, ni menos de desmerecer; y que agrava toda vez que demuestra que para hacerle penetrar alguna chanza, se precisa una cerebral intervención quirúrgica, como diría el malévolo Sidney Smith. Difícil entonces no hacer sátiras, se defendería JuvenaL Pero he aquí que las mismas han terminado por erosionar el minúsculo resto de autoridad que fingía, entrándose -ya sin retorno- en una acefalía aguda, patética, desoladora, que en nada contribuye a pilotear la tormenta por su inutilidad desatada.

Trátase el tercer fuego de un procaz infierno que arredraría los pinceles del mismísimo Bosco. Es el infierno del liberalismo desatado, constituido en esta tiranía de los mercados, en el totalitarismo de la usura, en la autocracia de los banqueros, en la opresión indignante y mil veces maldita del Imperialismo Internacional del Dinero, a cuyo servicio acaban de ponerse todos, una vez más, mediante el llamado "Pacto de la Independencia", que no lo es sino de nuestra mayor claudicación y escarnio. Absolutismo de los acreedores sin patria, expoliación de los financistas sin Dios, latrocinio y abuso de los prestamistas sin moral ni pudicia. Pero ninguna de sus culpas enormes -por cuyo resarcimiento otrora, se hubiera batallado el buen combate- llega a igualar las de los sirvientes nativos, que a modo de empleados dóciles y bien remunerados de la Banca Mundial, mercan con la sangre del pobre, como bien diría León Bloy, con tal de cumplir a tiempo los requisitos inflexibles que los amos imponen. El castellano contiene para nombrarlos una expresión sonora e irreemplazable que alude a quienes son engendrados por prostitutas. Puede llamárselos así a los gritos por los despachos de los organismos gubernamentales, y se darán vuelta para saludar, canallescamente gozosos de sus rentadas traiciones.

El primer fuego se apaga con el agua del Orden Social, que es la concorde disposición de las partes en aras del Bien Común. Orden que la justicia vigila, que la equidad corona, que la misericordia pule y la caridad perfecciona. El segundo fuego se apaga con el agua de la Autoridad; que es sacrificio y servicio, seriedad y potestad hidalgamente ejercidas; donación de sí sin reservas para el rescate y elevación del prójimo. El tercer fuego, reclama el agua balsámica de la Soberanía, del señorío sobre el patrimonio físico y espiritual de la nación invadida, del coraje de expulsar a los mercaderes y deshacerse de los crápulas.

Pero todas estas aguas requieren a su vez ser extraídas del agua salvífica del Jordán, del pozo purificador donde un día, se manifestó la majestad inefable del Dios Trinitario. La restitución de esta tierra nuestra a la católica pila baustismal de sus orígenes, cuando regían Caudillos, lidiaban Guerreros, predicaban Santos y todos a una cincelaban la grandeza de la patria cristiana. •

Antonio CAPONNETTO(Cántica Nacional