Editorial
ENTRE TRES FUEGOS
CABILDO Nº 17 3ERA.
EPOCA-JULIO 2001
ABLADOS y esporádicos al principio, y respuestas naturales e instintivas
al agobio social, los piquetes han terminado por oficializarse,
-reconociéndoselos prácticamente como una institución con derecho propio,
delegados gremiales e interlocutores válidos ante las autoridades en cuyas
jurisdicciones consuman sus protestas. Va de suyo que nadie discute ni
convalida la realidad mortificante y la injustísima situación que los origina,
pero sólo un obtuso o un cómplice del caos podrá legitimar el vandalismo
organizado que suscitan, la gimnasia revolucionaria que practican, y la
evidente capitalización que la violencia marxista ha hecho de ellos. No un
trascendido o un rumor transeúnte, sino un par de altos funcionarios oficiales,
han salido a decir al respecto, en más de una ocasión reciente, que la
guerrilla estaba nuevamente en operaciones.
Dato este último que parece
confirmar ostensiblemente, el tropel de agresores encapuchados, que se moviliza
aquí y acullá, indisimulada e impunemente, en adhesión a estas nuevas formas de
descontento. Causa eficiente de tamaño mal, el Gobierno reacciona del peor modo
posible: aumentando hasta el paroxismo las condiciones de inequidad colectiva,
manteniendo en sus cargos a los ideólogos y ex convictos del partisanismo rojo
que "piqueteó" en los 70, y prefiriendo asistir a la consumación del
delito -y de la delincuencia común que conlleva- antes que dar la orden de una
represión proporcionada y preventiva. He aquí el primer fuego que hoy quema e
incendia a la Argentina.
Pero hay un segundo y no es menos devorador ni dañino. En una nación
como la nuestra -de arraigados sentires caudillistas, vestigios a la vez de un
orden natural que otrora señoreara- ha llegado la ciudadanía en su conjunto a
la certeza absoluta de que el presidente es un inepto redondo, un incapaz
categórico, un personaje alelado que supera a su propia caricatura, un sujeto
paródico y parodiable hasta el espanto, un opa de aquellos que estigmatizaran
los cuentos campesinos, un tonto de capirote, si dejáramos hablar a los
abuelos. Conceptos todos que el imputado no parece estar en condiciones de
desmentir, ni menos de desmerecer; y que agrava toda vez que demuestra que para
hacerle penetrar alguna chanza, se precisa una cerebral intervención
quirúrgica, como diría el malévolo Sidney Smith. Difícil entonces no hacer
sátiras, se defendería JuvenaL Pero he aquí que las mismas han terminado por
erosionar el minúsculo resto de autoridad que fingía, entrándose -ya sin
retorno- en una acefalía aguda, patética, desoladora, que en nada contribuye a pilotear
la tormenta por su inutilidad desatada.
Trátase el tercer fuego de un procaz infierno que arredraría los
pinceles del mismísimo Bosco. Es el infierno del liberalismo desatado,
constituido en esta tiranía de los mercados, en el totalitarismo de la usura,
en la autocracia de los banqueros, en la opresión indignante y mil veces
maldita del Imperialismo Internacional del Dinero, a cuyo servicio acaban de
ponerse todos, una vez más, mediante el llamado "Pacto de la
Independencia", que no lo es sino de nuestra mayor claudicación y
escarnio. Absolutismo de los acreedores sin patria, expoliación de los
financistas sin Dios, latrocinio y abuso de los prestamistas sin moral ni
pudicia. Pero ninguna de sus culpas enormes -por cuyo resarcimiento otrora, se
hubiera batallado el buen combate- llega a igualar las de los sirvientes
nativos, que a modo de empleados dóciles y bien remunerados de la Banca
Mundial, mercan con la sangre del pobre, como bien diría León Bloy, con tal de
cumplir a tiempo los requisitos inflexibles que los amos imponen. El castellano
contiene para nombrarlos una expresión sonora e irreemplazable que alude a
quienes son engendrados por prostitutas. Puede llamárselos así a los gritos por
los despachos de los organismos gubernamentales, y se darán vuelta para
saludar, canallescamente gozosos de sus rentadas traiciones.
El primer fuego se apaga con el agua del Orden Social, que es la
concorde disposición de las partes en aras del Bien Común. Orden que la
justicia vigila, que la equidad corona, que la misericordia pule y la caridad
perfecciona. El segundo fuego se apaga con el agua de la Autoridad; que es
sacrificio y servicio, seriedad y potestad hidalgamente ejercidas; donación de
sí sin reservas para el rescate y elevación del prójimo. El tercer fuego,
reclama el agua balsámica de la Soberanía, del señorío sobre el patrimonio
físico y espiritual de la nación invadida, del coraje de expulsar a los
mercaderes y deshacerse de los crápulas.
Pero todas estas aguas requieren a su vez ser extraídas del agua
salvífica del Jordán, del pozo purificador donde un día, se manifestó la
majestad inefable del Dios Trinitario. La restitución de esta tierra nuestra a
la católica pila baustismal de sus orígenes, cuando regían Caudillos, lidiaban
Guerreros, predicaban Santos y todos a una cincelaban la grandeza de la patria
cristiana. •
Antonio CAPONNETTO(Cántica Nacional