Publicado por Revista Cabildo Nº44
REVISTA CABILDO Nº44-
MES DE MARZO DE 2005-
EDITORIAL-
MINISTRO DE LA ENFERMEDAD
SANTIAGO QUERIDO
DE tres modos posibles puede hablar analógicamente de la salud un buen cristiano. En sentido sobrenatural, y se llamará salvación; sabiéndose por consiguiente que la enfermedad que la destruye tiene el nombre de pecado. En sentido espiritual o mental, que podría equipararse a la cordura y al equilibrio, teniendo por enfermedad opuesta el error, la mendacidad o la ignorancia. Y en sentido corporal, sin duda el más frecuente, cuya alteración no consiste principalmente en pescarse alguna dolencia, sino en ignorar que es un don de Dios, en preferirla por encima de las dos formas de salud que la preceden en jerarquía, y sobre todo, en querer mantenerla aún en contra del mismo plan divino. Si no estuvieran prohibidas las alegorías evangélicas, diríamos que escoger irse al cielo con una mano menos antes que al infierno con las dos manos, es la síntesis clara de este recto orden de preferencias salutíferas.
Contra este triple y olvidado sentido de la salud conspira ese graso lúbrico, indocto y socarrón que ocupa paradójicamente el Ministerio de Salud de la Nación. Porque de espaldas a los Mandamientos y a la Verdad, propala un pragmatismo pseudoterapéutico claramente enrolado en la cultura de la muerte. Porque para tal cometido no lo arredra el engaño a la sociedad toda, sea bajo las formas de estadísticas amañadas, de conceptos insolventes o de campañas irreligiosas. Porque la impúdica repartija de fundas que le tiene absorbido el puño y el seso, es promiscuidad e indecencia, amén de falsedad sanitaria; y las campañas de sexo seguro que lo desvelan son inmoralidad y vicio; y el libertinaje hedonista al que conducen sus propuestas de fornicaciones pluriorificiales estatalmente asistidas, equivale a un vejamen para la juventud. Porque tras la ideología ruinosa de la salud reproductiva están los grandes negociados de quienes fabrican el látex o los fármacos contracepcionales. Porque el aborto, en suma, que no se ha cansado de reclamar últimamente, con crapulosa conciencia y escrupulosidad nula, es un crimen liso y llano, sin justificativo ni atenuante alguno. Ginés, el antihigiénico, es también y ahora, Ginés: el genocida.
Pero sería impropio que, siquiera a modo de símbolo, se llevara el ministro las palmas exclusivas de estos desmanes contra la salud física, espiritual y sobrenatural. Pues al fin de cuentas -y la metáfora es tan apropiadísima cuanto plástica- no es sino el condón de un gobierno, que tanto lo solicita como lo respalda, le ordena impiedades y le prohija las propias, y lo sostiene con su poder político, aún habiendo violado, por abortista, aquella legislación positiva vigente que sigue considerando delictiva tamaña posición. En tal sentido, la primera responsabilidad de Kirchner es tan inobviable como previsible, pues en materias altas y hondas, como en las cotidianas y subalternas de su gestión, el Presidente sólo atina a reaccionar con una sucesión de atropellos contra la Fe, la familia y la patria. Así se lo reclama su antigua y renovada condición departisano
montonero.
Y es aquí cuando otros sentidos traslaticios de la palabra salud mejoran nuestro análisis. Porque aplicado el término al ámbito político, bien hablaban los clásicos de la salus o de la infirmitas populi; esto es de la salud y de la enfermedad social; contando Cicerón, por caso, entre las causas de la patología, la prevalencia de los partidos, de los votos, de la discordia politiqueril, de las vulgaridades, de la anomia, y de aquellas almas rapaces, dadas a la captura de los bienes efímeros antes que a la contemplación de las eminencias. Así como, desde la orilla de la Cristiandad, San Agustín equipara la salud política a la verdadera paz, y Santo Tomás nos habla de la raíio sanitatis; esto es, de la justa proporción que dice relación a un Orden Natural. En ninguna de estas acepciones tenemos salud.
La nación se encuentra hoy gravísimamente enferma, y los recientes episodios no hacen sino corroborarlo. Una ley que restituye la inmunidad a los atracadores, para beneficiar entre ellos, al primer magistrado. Un tráfico de drogas en el que el Estado encubre su culpa desmembrando a una de las Armas Nacionales, sin que sus cúpulas resulten insospechadas y sin que los inocentes resistan el ultraje. Unos soldados prisioneros de guerra por quienes ayer fueron terroristas del marxismo. Un pastor vilipendiado por testimoniar a Jesucristo, otros que hablan bien, aunque tardíamente y con elipsis, otros que callan, para que nuestro dolor acrezca. Sepan los ministros de la enfermedad, que también a ellos les llegará el "morirás de muerte" (Gen. 2,17) del que habla la Escritura. Y no habrá funcionario lenguaraz que pueda prohibir, tergiversar o vedar el alcance de esta sentencia bíblica.
Nos dé María Siempre Virgen -salud de los enfermos, como la cantan las letanías- la fuerza necesaria para restituirle a la patria su salvación y su gracia. •
Antonio CAPONNETTO
Pero sería impropio que, siquiera a modo de símbolo, se llevara el ministro las palmas exclusivas de estos desmanes contra la salud física, espiritual y sobrenatural. Pues al fin de cuentas -y la metáfora es tan apropiadísima cuanto plástica- no es sino el condón de un gobierno, que tanto lo solicita como lo respalda, le ordena impiedades y le prohija las propias, y lo sostiene con su poder político, aún habiendo violado, por abortista, aquella legislación positiva vigente que sigue considerando delictiva tamaña posición. En tal sentido, la primera responsabilidad de Kirchner es tan inobviable como previsible, pues en materias altas y hondas, como en las cotidianas y subalternas de su gestión, el Presidente sólo atina a reaccionar con una sucesión de atropellos contra la Fe, la familia y la patria. Así se lo reclama su antigua y renovada condición departisano
montonero.
Y es aquí cuando otros sentidos traslaticios de la palabra salud mejoran nuestro análisis. Porque aplicado el término al ámbito político, bien hablaban los clásicos de la salus o de la infirmitas populi; esto es de la salud y de la enfermedad social; contando Cicerón, por caso, entre las causas de la patología, la prevalencia de los partidos, de los votos, de la discordia politiqueril, de las vulgaridades, de la anomia, y de aquellas almas rapaces, dadas a la captura de los bienes efímeros antes que a la contemplación de las eminencias. Así como, desde la orilla de la Cristiandad, San Agustín equipara la salud política a la verdadera paz, y Santo Tomás nos habla de la raíio sanitatis; esto es, de la justa proporción que dice relación a un Orden Natural. En ninguna de estas acepciones tenemos salud.
La nación se encuentra hoy gravísimamente enferma, y los recientes episodios no hacen sino corroborarlo. Una ley que restituye la inmunidad a los atracadores, para beneficiar entre ellos, al primer magistrado. Un tráfico de drogas en el que el Estado encubre su culpa desmembrando a una de las Armas Nacionales, sin que sus cúpulas resulten insospechadas y sin que los inocentes resistan el ultraje. Unos soldados prisioneros de guerra por quienes ayer fueron terroristas del marxismo. Un pastor vilipendiado por testimoniar a Jesucristo, otros que hablan bien, aunque tardíamente y con elipsis, otros que callan, para que nuestro dolor acrezca. Sepan los ministros de la enfermedad, que también a ellos les llegará el "morirás de muerte" (Gen. 2,17) del que habla la Escritura. Y no habrá funcionario lenguaraz que pueda prohibir, tergiversar o vedar el alcance de esta sentencia bíblica.
Nos dé María Siempre Virgen -salud de los enfermos, como la cantan las letanías- la fuerza necesaria para restituirle a la patria su salvación y su gracia. •
Antonio CAPONNETTO