Angelelli. Historia de un presunto martirio (II). A propósito de tres notas de Vatican Insider
1. Hemos mencionado en nuestra anterior entrega la serie de artículos que el portal Vatican Insider
dedica a reivindicar la figura del Obispo Angelelli en sus ediciones
del 30 y 31 de octubre y del 2 de noviembre pasados. De la lectura de
estas notas se desprende que sus autores, Andrea Tornielli y Andrés
Beltramo Álvarez (que han presentado su serie de escritos como “una
investigación documental”) ignoran hechos fundamentales de la reciente
historia argentina o si los conocen los tergiversan. Lejos de ser, como
pretenden los autores, una investigación documental de lo que se trata
es, en primer lugar, de una reiteración de notorias inexactitudes y, en
segundo término, de documentos carentes de toda relevancia o a los que
se atribuyen un valor que no poseen.
El
artículo que lleva la firma de Tornielli no es sino, como acabamos de decir,
una reiteración de lugares comunes cuyo único fundamento es la retórica habitual
de los mentores y propulsores de esta beatificación. Sostener, por ejemplo, que
Angelelli “acabó en el blanco de los militares por su cercanía a los campesinos
y por su anuncio evangélico siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II y de
la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín” es sólo uno de los
típicos clichés de la progresía izquierdista. Ya hemos referido cuál fue el
verdadero contexto histórico en que se desarrollaron los hechos en los que
estuvo involucrado Angelelli.
Tornielli
se refiere, además, a la muerte de los dos sacerdotes que serán beatificados
con Angelelli, el padre Carlos de Dios Murias, un franciscano argentino, y el
sacerdote francés Gabriel Longueville. Cita al respecto una carta del Custodio
Provincial de los Conventuales, el Padre Giorgio Morosinato, dirigida al
Ministro General de la Orden, el Padre Vitale Bommarco, el 27 de julio de 1976,
pocos días antes de la muerte de Angelelli, en las que el religioso sostiene
que “no tenemos dudas de que el doble delito fue perpetrado directamente o
mediante mercenarios por la extrema derecha”, y añade: “el pueblo repite
unánimemente que todo es obra de dos altos oficiales de la base de Chamical”.
Finalmente, el mismo Padre Morosinato concluye que la muerte de ambos
sacerdotes era una venganza “particularmente contra el Padre Carlos, que
siempre, en público y en privado, defendía al obispo y, sin medias tintas,
predicaba el Evangelio según la actualización proclamada por el Vaticano II y
por Medellín”. Esta carta, según Tornielli, habría sido hallada en la
Nunciatura de Buenos Aires y, luego, incorporada a la causa de beatificación.
Pero
estas afirmaciones contenidas en la carta, teñidas de incuestionable
ideologismo progresista (no sabíamos que el evangelio de Cristo hubiese sido
“actualizado” en Medellín) carecen de todo fundamento probatorio. A decir
verdad, nunca se pudo probar a ciencia cierta quienes fueron los responsables,
intelectuales y materiales, del asesinato de estos sacerdotes, un crimen abominable
sin duda pero que no puede atribuirse sin pruebas a miembros de la Fuerza Área
con sede en la Base de Chamical. Morosinato sólo se apoya en dichos: “el pueblo
repite unánimemente”. Pero ya sabemos qué es el “pueblo” en la jerga
tercermundista. Por lo demás ninguna de sus afirmaciones se apoya en pruebas:
son sólo opiniones, dichos, versiones que nunca pudieron ser probadas.
Los
asesinatos, empero, existieron y no hay dudas al respecto. Es cierto. Pero ¿se
puede afirmar que fueron por odio a la fe? Esta es la cuestión central. Tanto
Murias y Longueville como Pedernera estaban seriamente comprometidos con la
prédica revolucionaria y liberacionista y estrechamente ligados al peronismo
revolucionario. Murias pertenecía a la misma línea del cura Puigjané, personaje
de quien nos ocuparemos en otra nota. Baste adelantar, por ahora, que este
fraile capuchino participó, años después, en 1989, en el asalto al Cuartel de
La Tablada (en el que murieron decenas de soldados y policías) delito por el
que fue condenado a veinte años de prisión, aunque en 1998 se le benefició con
prisión domiciliaria y finalmente fue indultado por el Presidente Duhalde en
2003. Volviendo a Murias son bien conocidos sus vínculos con Cristianos para la Liberación, un grupo
ligado a Montoneros. Según el
periodista Horacio Verbitsky, fue precisamente Montoneros el que creó el mencionado grupo que integraban
sacerdotes y laicos y que tuvo una existencia relativamente breve. De hecho
sólo llegó a publicar dos documentos, redactados por Norberto Habegger
(secretario de organización de la rama política de Montoneros)[1],
en los que se instaba a “participar en la lucha de los explotados” y
cuestionaba -con citas de los Padres y algunos Papas- la propiedad privada.
Siempre de acuerdo con la misma fuente, Carlos de Dios Murias figuraba entre
los integrantes junto a otros sacerdotes de reconocida militancia
revolucionaria como Salvador Barbeito y Emilio Barletti (ambos integrantes de
la célula montonera que funcionaba en la iglesia de San Patricio, de los Padres
Palotinos, en Buenos Aires), Pablo Gazzarri y Carlos Bustos, entre otros[2].
El
Padre Gabriel Longueville, por su parte, fue un sacerdote francés que, tras una
breve estancia en México, llego a la Argentina en 1970. Estuvo primero en la
Provincia de Corrientes y luego, en marzo de 1971, llegó a La Rioja. Monseñor
Angelelli lo designó párroco en El Chamical donde trabajó junto al Padre
Murias. Longueville estaba identificado con la Teología de la Liberación. En
una carta dirigida al Obispo Angelelli, en junio de 1973, le expresa con toda
claridad su compromiso “al pisar suelo riojano” que no era otro que “acompañar
a nuestro pueblo a la liberación total”.
Finalmente,
Pedernera estaba fuertemente comprometido con los sectores revolucionarios de
la izquierda peronista, cercanos a Montoneros.
Oriundo de la Provincia de San Luís, en 1968 fue nombrado en la coordinación
del Movimiento Rural de la Acción Católica Argentina para la Región Cuyo y en
1973 se traslada a La Rioja donde colabora con Angelelli. Por cierto, los
movimientos rurales de la Acción Católica se originan en Francia con el
propósito de cubrir la acción pastoral en las poblaciones de las zonas rurales.
Pero no es menos cierto que en Argentina, en los años sesenta y setenta, buena
parte de dichos movimientos estuvieron ligados a las tendencias más
radicalizadas del peronismo revolucionario y aún de Montoneros. Así ocurrió, entre otras, en las provincias de Misiones
y de Santiago del Estero: en la primera, el llamado Movimiento Agrario Misionero y en la segunda el denominado MOCASE[3].
La Rioja no fue en este sentido una excepción.
Vamos
a esto: los asesinatos de los dos sacerdotes y del dirigente rural son crímenes
abominables que ocurrieron en el marco de una guerra que con justicia se la ha
llamado la guerra sucia. Los bandos enfrentados cometieron hechos horribles.
Pero difícilmente pueda sostenerse que uno de esos bandos (los militares)
actuaba movido por odio a la fe en tanto el otro (el de las organizaciones
guerrilleras y sus apoyos de superficie) promovía la fe católica. Tampoco
estamos afirmando, no nos consta, que los tres estuviesen involucrados en
acciones directamente armadas ni terroristas; pero estuvieron, sí, cerca de las
organizaciones guerrilleras a las que brindaron una incuestionable apoyatura
ideológica y propagandística. Por tanto, la conclusión del superior
franciscano, que Tornielli cita, que “ni el padre Carlos ni el padre Gabriel
Longueville pertenecían a la izquierda, ni usaban armas. Además, el padre
Carlos había participado con el papá en varias campañas electorales a favor del
partido radical (partido del centro). Es más, se puede decir que eran
anti-comunistas”, resulta por lo menos de un sarcasmo inadmisible. Que no
llevaban armas, lo hemos dado por supuesto ante la falta de evidencias
concretas; pero que no eran de izquierdas y más bien eran anticomunistas son
afirmaciones que no se sostienen. Al margen, digamos que el partido radical no
era necesariamente de centro: cualquiera que conozca medianamente la realidad
argentina de aquello años sabe que el viejo Partido Radical fue infiltrado en
vastos sectores por la izquierda más radicalizada y que muchos de sus miembros
integraron las filas de la guerrilla trozkista representada por el
autodenominado Ejército Revolucionario del Pueblo.
2.
Mención aparte merecen las dos notas de Beltramo Álvarez.
A diferencia de Tornielli que pretende presentar una suerte de contexto
histórico general, estas dos notas apuntan más bien a dos cuestiones
específicas: una explicación de la conocida foto en la que Angelelli aparece
celebrando misa con el emblema de Montoneros detrás y la noticia de un
documento inédito relativo a una supuesta declaración de Monseñor Witte a favor
de la tesis del atentado.
Respecto
de la famosa foto, Beltramo anuncia que “Vatican
Insider
reconstruyó la historia jamás contada detrás de esa estampa” y que “los hechos
relacionados con aquella fotografía cuentan una historia totalmente distinta”.
¿Cuál es esa historia nunca contada y distinta? Que esa foto corresponde a la
inauguración de una sala de primeros auxilios, el día 7 de noviembre de 1973,
en un barrio pobre de La Rioja. Al iniciar aquella misa, sigue relatando
Beltramo, “Angelelli no había reparado de la presencia del cartel a sus
espaldas, colocado allí por algunos muchachos como expresión de su entusiasmo
juvenil”. Al parecer uno de esos entusiastas jóvenes (hoy hombre maduro) se
comunicó con el actual obispo auxiliar de Santiago del Estero, Enrique
Martínez, “para hacerle saber que el obispo, al darse cuenta de la presencia de
la bandera, terminada la celebración, los llamó a un costado para
recriminarles y reprenderles, ‘con caridad pero con firmeza’, sobre aquel
gesto. Y añadió que, en diversas ocasiones, el propio Angelelli manifestó su
preocupación por los dolores de cabeza que, ya advertía, ese episodio le podría
acarrear”.
¿Quién
puede seriamente dar crédito a esta excusa pueril que insulta la inteligencia
de cualquier persona de coeficiente mental medio? ¿Puede pensarse que Angelelli
no advirtiera el inmenso cartel que ocupaba toda la pared? ¿No lo vio al entrar
y en ese caso ordenar que se lo retirara? Pero donde el relato hace agua es
cuando el autor de la nota sostiene que hacia finales de 1973 “Montoneros no era
una organización proscripta y en muchas de las provincias argentinas era
considerada como la cenicienta de la liturgia peronista” y que sólo a partir
del 1 de mayo de 1974 cuando Perón los echó de la plaza los montoneros se
dieron a la clandestinidad. Pero ¿quién que conozca siquiera de lejos la
historia argentina puede ignorar que en esa fecha, noviembre de 1973,
Montoneros llevaba sobre sus espaldas numerosos crímenes y atentados
terroristas? ¿Quién puede desconocer que el 1 de junio de 1970 un comando
montonero asesinó, previo secuestro, al General Aramburu? ¿O que esos mismos
asesinos en septiembre de 1973, apenas unos dos meses antes de la cuestionada foto,
ultimaron al líder sindical José Ignacio Rucci? Podríamos llenar varas páginas
con la simple enumeración de los crímenes montoneros anteriores a la fecha de
la foto. Más aún: Montoneros nunca
fue otra cosa desde su aparición en mayo de 1970 que una organización armada
terrorista. Quien ignore esto no tiene la menor competencia para evaluar hechos
incontrovertibles, salvo que mienta adrede.
El
tercero, y último, artículo de la serie pretende dar a conocer un documento,
hasta ahora inédito, que demostraría que Monseñor Bernardo Witte, sucesor de
Angelelli en la sede riojana, habría avalado en ese documento la tesis del
atentado contradiciendo de este modo la versión del accidente. El documento en
cuestión es una carta redactada en hoja oficial del
Obispado de La Rioja que lleva por título “Aporte voluntario a la investigación
del homicidio de monseñor Enrique Angel Angelelli”, fechada el 7 de septiembre
de 1988 y dirigida al Presidente de la Cámara Federal en lo Penal de la Ciudad
de Córdoba. Beltramo acompaña un facsímil de esta carta. Lo primero que llama la atención es que
Monseñor Witte, quien siempre sostuvo públicamente que la muerte de Angelelli
fue accidental, pudiera de pronto avalar la tesis contraria. Al respecto
conviene cotejar algunas fechas. El 29 de julio de 1988, es decir menos de dos meses
antes de la carta exhibida por Beltramo, en declaraciones al diario La
Prensa y en referencia al dictamen elaborado en 1986 por el Juez de La
Rioja, Monseñor Witte sostuvo:
Nos
sorprendimos de que la misteriosa muerte de Monseñor Angelelli, haya sido
caratulada de asesinato sin que se tengan las pruebas suficientes. En la causa
se incluyó a militares sin suficientes pruebas, y luego éstos recibieron los
beneficios de las leyes de punto final y obediencia debida, sin que pudieran
defenderse.
Hay más.
El 27 de septiembre de 1988, apenas veinte días después de la carta, Monseñor
Witte aparece suscribiendo unas declaraciones del único testigo ocular del
hecho quien afirma que se trató de un accidente (respecto de este testigo
hablaremos más adelante pues las cosas no sucedieron exactamente como las
cuenta Beltramo). ¿Cómo se explica que en el curso de apenas dos meses Monseñor
Witte hubiera sostenido la tesis del accidente, después la del atentado y, otra
vez, suscribiera unas declaraciones que hablan de un accidente? O Monseñor
Witte se contradecía a cada paso (cosa poco probable) o bien se trata de otra
cosa. Máxime si se tiene en cuenta que, como dijimos, Monseñor Witte sostuvo
hasta el final de sus días que, tras sus propias investigaciones, Angelelli no
murió asesinado sino víctima de un fatal accidente.
Ahora
bien, si se examina con atención la carta esgrimida por Beltramo (cuya firma
parece auténtica) lo que Monseñor Witte hace es solamente transmitir informes
recibidos, entre ellos la nueva versión del sacerdote Pinto (que viajaba con
Angelelli en el mismo vehículo el día del accidente) sin hacerlos propios. No
es de poca relevancia recordar que Pinto en su primera declaración del 5 de
agosto de 1976, al día siguiente de la muerte, dijo que recordaba sin mayores
precisiones haber pasado por la localidad de Punta de los Llanos, seis kilómetros
antes del lugar del accidente, y que no se recuperó hasta el momento en que se
halló internado en el hospital donde fue atendido, por lo que no recordaba nada
respecto de la forma ni de los motivos en que se produjo el vuelco de la
camioneta que guiaba Angelelli. En ningún momento aludió al supuesto hecho de
haber sido interceptado por otro vehículo de color claro. Esta historia del
atentado la relató sólo muchos años después cuando, tras haberse negado en
reiteradas ocasiones a prestar declaración testimonial -no obstante haber sido
citado por el juez de Instrucción de La Rioja- apareció con la novedosa versión
del atentado. ¿Admirable recuperación de la memoria doce años después de los
hechos o un burdo ardid judicial para eludir la responsabilidad que le cabría
en el accidente si, como todas las pericias lo confirman, no era Angelelli
quien conducía la camioneta sino el propio padre Pinto? Pinto, en efecto,
hubiera sido acusado de homicidio culposo si la justicia hubiera establecido
que era él quien conducía el vehículo. Esto bastaría para explicar su súbita
recuperación de la memoria.
El
documento que Beltramo exhibe como un gran descubrimiento carece, por tanto, de
toda relevancia cuando no es otra cosa que uno de los varios pasos dados por
Monseñor Witte en pro del esclarecimiento de la muerte de su antecesor, pasos
que lo llevaron a concluir que la muerte de Angelelli no fue otra cosa que un
lamentable accidente de ruta al volcar la camioneta que, casi con absoluta
seguridad, guiaba el curioso testigo de curiosa memoria.
(Continuará)
Maria Lilia Genta
Maria Lilia Genta
[1] Respecto
de este personaje puede consultarse Ernesto
Salas y Flora Castro, Norberto Hebegger. Cristiano, descamisado y
montonero, Buenos Aires, 2011. También, Luís
Miguel Donatello, Catolicismo y
Montoneros: religión, política y desencanto, Buenos Aires, 2010.
[2] Cf.
Horacio Verbisky, La mano izquierda de Dios, Tomo IV La última dictadura (1976-1983), Buenos
Aires, 2010.
[3] Pueden
consultarse al respecto los trabajos de Laura
Graciela Rodríguez, Los
radicalizados del sector rural. Los dirigentes del Movimiento Agrario Misionero
y Montoneros (1971-1976), en Mundo
Agrario, volumen 10, número 19, segundo semestre de 2009 y María Agustina Desalvo, El MOCASE: orígenes del Movimiento Campesino
de Santiago del Estero, en Astrolabio, n. 72, 2014.