OPINIÓN:
Las palabras no son buenas ni malas. Sólo significan cosas y, esas
cosas, sí, a veces son buenas, a veces malas y muchas veces ni una cosa
ni la otra sino según cómo se la vea. Ciego es una palabra que puede
estar cargada de ternura, como aquel “ciego incomparable, de un verso de
Carriego, que fuma, fuma y fuma, sentado en el umbral”. También se le
dice ciego al que no quiere ver, o al
que ve bien y de puro abriboca no se fija. A un papanatas se le dice
che, no seas tan ciego, fíjate lo que estás haciendo. Eso lleva a que
algunos estimen como denigrante a la palabra ciego, que simplemente
nombra, y prefieran no vidente, que describe.
Un amigo mío tiene tres abuelos criollos de viejo origen español, y un abuelo árabe. El lleva el apellido de éste, del árabe. Así que, por el apellido, se le dice turco. Y él lo acepta. Turco es un apelativo familiar, íntimo, confianzudo, que quita la formalidad de acudir a nombre y apellido. A un almacenero que traveseé la balanza podemos decirle turco, así no lo fuere, con el ánimo de agraviarlo; y los menemistas en sus manifestaciones públicas corean “el Turco no se va”, con aprecio. Parece más cariñoso decir el turco que decir el doctor, como se le dice a muchos que son profesionales y no han obtenido el doctorado. Yo he tenido amigos a los que les he dicho turco sin necesidad de que el término acarreara un especial aprecio, y tampoco ningún desprecio. Eran turcos, y eso es, simplemente, un dato de la realidad.
Un viejo adagio castellano dice que hay que cuidarse de ñatos, rubios y zurdos, pues se los suponía falsos. Fíjate, pues: ser ñatos y rubios sólo indica una cierta ascendencia, y ser zurdo ni siquiera eso. Pero ñatos, rubios y zurdos son individuos que difieren de los demás, cometen la falta de ser distintos, y lo distinto se nota. Aquí podemos decirle negro a uno, porque el negro se nota, se distingue; en un ambiente africano no vamos a decirle negro a nadie porque siendo la negrura un factor común el nombre no distingue, y los nombres sirven, precisamente, para eso, para distinguir, para discriminar, para separarlo a uno de los demás.
DR. JORGE B. LOBO ARAGON
jorgeloboaragon@hotmail.com
jorgeloboaragon@gmail.com.
Un amigo mío tiene tres abuelos criollos de viejo origen español, y un abuelo árabe. El lleva el apellido de éste, del árabe. Así que, por el apellido, se le dice turco. Y él lo acepta. Turco es un apelativo familiar, íntimo, confianzudo, que quita la formalidad de acudir a nombre y apellido. A un almacenero que traveseé la balanza podemos decirle turco, así no lo fuere, con el ánimo de agraviarlo; y los menemistas en sus manifestaciones públicas corean “el Turco no se va”, con aprecio. Parece más cariñoso decir el turco que decir el doctor, como se le dice a muchos que son profesionales y no han obtenido el doctorado. Yo he tenido amigos a los que les he dicho turco sin necesidad de que el término acarreara un especial aprecio, y tampoco ningún desprecio. Eran turcos, y eso es, simplemente, un dato de la realidad.
Un viejo adagio castellano dice que hay que cuidarse de ñatos, rubios y zurdos, pues se los suponía falsos. Fíjate, pues: ser ñatos y rubios sólo indica una cierta ascendencia, y ser zurdo ni siquiera eso. Pero ñatos, rubios y zurdos son individuos que difieren de los demás, cometen la falta de ser distintos, y lo distinto se nota. Aquí podemos decirle negro a uno, porque el negro se nota, se distingue; en un ambiente africano no vamos a decirle negro a nadie porque siendo la negrura un factor común el nombre no distingue, y los nombres sirven, precisamente, para eso, para distinguir, para discriminar, para separarlo a uno de los demás.
DR. JORGE B. LOBO ARAGON
jorgeloboaragon@hotmail.com
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