OPINIÓN
Es terrible la situación que se vive en la Franja de Gaza y en Siria. El
grave conflicto armado, lejos de cesar
sigue en aumento y las consecuencias para su población han sido devastadoras. La
muerte diaria de personas civiles y niños inocentes, el desplazamientos de
miles y miles de personas bajo condiciones inhóspitas, traerá aparejado el insoluble
problema de los refugiados, con problemas de salud y de tantas situaciones
extremas que han hecho de Gaza – tierra Santa –, y Siria una zona que subsiste en medio de la tragedia. Desafortunadamente, y
a pesar de la actividad desarrollada por las Naciones Unidad y los países que
piden el cese de la violencia y de miles de personas desinteresadas que no son
indiferentes ante tales hechos, Gaza y Siria pareciera no contar con la
atención necesaria de los países más importantes, que en Occidente se debaten
entre la búsqueda de energías alternativas y la cirugía estética como
respuestas a los males ocasionados por una guerra en el siglo XXI.
El tiempo de Navidad nos brinda un espacio para la reflexión, para
detenernos a pensar en lo que podríamos mejorar y para ofrecer una mano, sin
condiciones, a quien necesite de nuestra ayuda.
Indiscutiblemente,
Gaza y Siria nos necesitan y nos necesita con urgencia. Quizá no está en
nuestras manos embarcarnos y cruzar el océano para trabajar con las fuerzas de
apoyo de las Naciones Unidas, Médicos sin Fronteras, Cruz Roja Internacional o
cualquier organización de este tipo que disponga de personal especializado para
brindar apoyo. Pero hay algo que sí podemos hacer desde nuestro lugar, además
de rezar, y esto es presionar y exigir a los gobiernos locales de cada país y a
los organismos internacionales que dirijan su mirada a las atrocidades
cometidas a diario y por la muerte.
Si bien
es cierto que Latinoamérica ya cuenta con problemas de enormes magnitudes,
también lo es que ninguno es cercano a lo que Gaza y Siria viven. Con toda
seguridad, en algún momento usted ha recibido un correo electrónico donde le
envían la foto de un niño, o más bien el esqueleto de una criatura apenas
cubierta por algo de piel, sentado sobre una tierra desierta comiendo insectos
para saciar el hambre. A lo mejor le ha ocasionado horror ver hileras infinitas
de seres famélicos esperando recibir una porción de comida de un camión
destartalado en medio de un campo en guerra y un escalofrío ha recorrido su
cuerpo. Inmediatamente invoca el nombre de Dios y cierra el correo para seguir
con su rutina. Pues bien, esas fotografías son tan reales como la cotidianidad
que vivimos cada uno y es tan verdad como que en pocos días ya celebramos la
Navidad rodeados de amigos y de comida mientras en otra parte del mundo un ser
humano daría lo que fuera por recoger las migajas que caen de nuestra mesa.
No es
nuestra intención nublar la dicha de la Nochebuena que cada uno de nuestros
hogares tuvo. Es apenas nuestro
propósito proponer a todos rezar esta Navidad, más que ninguna otra, por todos
aquellos que están siendo víctimas del
bombardeó constante, la muerte, la desolación y el olvido. Es un llamado a la
meditación para preguntarnos si, después de quejarnos por tantas cosas que a
diario no nos marchan bien, somos suficientemente felices con lo que somos y
tenemos. Es una invitación para agradecer y valorar todo eso que nos ha sido dado.
Y, especialmente, es una convocatoria para unirnos y pedirle al Niño Dios que
abrace a los niños a los contendientes y a sus líderes y acabe la guerra.
DR. JORGE B. LOBO ARAGÓN