Históricas
En el mediodía del jueves 14 de febrero de 1946, en la sala de
audiencias del Tribunal de Nüremberg, el coronel Pokrovsky, fiscal por
la Unión Soviética, manifestó: “Querría pasar ahora a las
brutalidades cometidas por los hitlerianos con miembros de los Ejércitos
checoslovaco, polaco y yugoslavo. Vemos en la Acusación que uno de los
actos criminales más importantes de los que son responsables los
principales criminales de guerra fue la ejecución masiva de prisioneros
de guerra polacos, fusilados en el Bosque de Katyn, cerca de Smolensko,
por los invasores fascistas alemanes”. Fue escuchado solemnemente por todos los jueces y fiscales.
El 1° de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia. El 17
de septiembre del mismo año, en virtud de lo acordado en el protocolo
secreto del pacto Ribbentropp-Molotov (una laguna en la memoria aliada),
Rusia hizo lo propio, ocupando su territorio según las partes que se
habían asignado y que tenían al río Vístula como límite. Así se
mantuvieron las cosas hasta que, en el año 1941, ante la movilización de
las fuerzas soviéticas hacia la frontera alemana, Hitler inicia la
denominada “Operación Barbarroja”, dando origen a la Campaña de Este.
La noticia sobre la matanza de Katyn fue dada por los alemanes cuando descubrieron las fosas en tierras que habían estado ocupadas por los rusos. Como afirma Faverjon: “El caso Katyn estalló el 13 de abril de 1943, cuando la radio de Berlín anunció el descubrimiento de un osario en el bosque de Katyn, cerca de Smolensko, que contenía los cadáveres de varios miles de oficiales polacos asesinados por los soviéticos en 1940, según el alto mando alemán” (“Las mentiras de la Segunda Guerra Mundial”).
En su libro “La Violación de Polonia”, quien fuera primer ministro del gobierno polaco en el exilio de Londres, Stanislaw Mikolajczk, manifestó: “La historia que contaron entonces los alemanes era terrorífica, pero, a pesar de que nosotros en Londres éramos por naturaleza escépticos ante todo comunicado alemán, éste nos daba respuesta completa a todas las preguntas que nos habíamos planteado constantemente durante la búsqueda de nuestros hombres”.
En este tema es muy esclarecedor quien fuera Comandante en Jefe del ejército polaco, el General Anders: “Traté de evaluar la cifra efectiva de ciudadanos polacos deportados en 1939-1940. Era muy difícil. Me dirigí a las autoridades soviéticas. Finalmente, me encaminaron al general Fiedotov, de la NKVD, encargado del asunto, y tuve con él varias conversaciones sobre este particular. Me comunicó en estricta confianza que el número de polacos deportados a Rusia ascendía a 475.000 pero resultó que en esta cifra no estaban incluidos todos los capturados al atravesar las fronteras, los soldados apresados en 1939, los arrestados a pretextos de sus actividades políticas, o ucranianos, bielorrusos y judíos, pues todos los polacos pertenecientes a minorías nacionales eran considerados ciudadanos soviéticos. Al cabo de largos meses de pesquisas e indagaciones acerca de la gente nuestra que iba llegando de millares de cárceles y campos diseminados por toda Rusia, pudimos fijar el número en 1.500.000 a 1.600.000. Las estadísticas obtenidas más tarde en Polonia confirman estas cifras. Por desgracia tuvimos que reconocer al mismo tiempo que la mayoría de aquellos infortunados ya no existían. Dios sólo sabe cuántos de ellos perecieron asesinados, y cuántos sucumbieron en condiciones atroces de vida en presidios y campos de trabajos forzados” (“Sin capítulo final”).
Los alemanes citaron a los polacos para que participaran en el estudio de las fosas. El entonces primer ministro del Gobierno polaco en Londres, General Sikorski, fue el centro de las mayores presiones para que se abstuviera de propiciar la investigación. Su patriótica perseverancia la pagaría con la vida. Efectivamente, Sikorski ratificó su solicitud para que interveniniera la Cruz Roja Internacional. “El almirante William Standley, antiguo embajador norteamericano en Moscú, confesó que el presidente Roosevelt le escribió el 25 de abril de 1943, una carta a Stalin en la que le decía: «Confío que Churchill logrará convencer a Sikorski para que en el futuro tenga más sentido común». Sikorski y su hija fallecían poco después, víctimas de un accidente de aviación. Durante un vuelo desde El Cairo a Londres, se estrelló el avión el 5 de julio de 1943, cerca de Gibraltar. Las causas no pudieron ser aclaradas nunca. «No cabe la menor duda de que fue un acto de sabotaje» declaró más tarde el antiguo secretario de estado americano Summer Welles” (“El Proceso de Nüremberg”). ¡Qué final tan reiterado y hasta predecible, el de testigos o personajes díscolos a las sugerencias de los Aliados!
La Comisión Investigadora se constituyó con la Cruz Roja y científicos de Suiza y de países ocupados o aliados a los alemanes, tales como Italia, Francia, Bélgica, Checoeslovaquia, Dinamarca, Austria, Finlandia, Noruega y Hungría. Afirma Stanislaw Mikolajczk: “Esta Comisión, apadrinada por los alemanes, llegó a la conclusión al final de sus investigaciones, de que los oficiales habían sido asesinados durante marzo y abril de 1940, época en la cual el territorio en cuestión estaba en manos de los rusos. Además de la Comisión, una delegación de la Cruz Roja polaca de Cracovia inspeccionó las fosas. Estas fueron asimismo mostradas a grupos de prisioneros de guerra polacos, ingleses y americanos. La historia verdadera del asesinato de los oficiales aún no ha sido relatada. La verdad irrefutable es que los oficiales fueron asesinados a sangre fría por los rusos, y únicamente por los rusos”.
Heydecker y Leeb señalan: “El teniente coronel americano John H. van Fliet junior, hizo igualmente una declaración muy importante. En el año 1943 estaba prisionero de guerra de los alemanes y formó parte de un grupo de un grupo de prisioneros de guerra occidentales que fueron invitados por las autoridades alemanas, a visitar el bosque de Katyn. Van Fliet dijo: «Odiaba a los alemanes, pero hube de reconocer que en aquel caso decían la verdad». Esta declaración que prestó van Fliet inmediatamente después de su regreso a Estados Unidos, fue mantenida en secreto por el Servicio Secreto americano por miedo a que la Unión Soviética no quisiera participa en la guerra contra el Japón” (“El proceso de Nüremberg”).
Sostiene Faverjon que: “El aspecto de las fosas y de los alrededores, el estado de los cadáveres y de su ropa —todos los oficiales llevaban uniforme de invierno—, permitieron llegar a la conclusión de que el crimen se había cometido a fines del invierno de 1940. Pero, sobre todo, la comisión pudo fechar con precisión el crimen de Katyn después de haber examinado cierta cantidad de documentos —cartas, libretas, diarios— que llevaban los oficiales. Ninguno era posterior al invierno de 1940”.
Mucho más recientemente, con los aportes de los archivos ya revelados del Kremlin, Stéphane Courtois y otros, llevan a cabo una narración de lo ocurrido que en poco difiere de la historia contada por los contemporáneos de los hechos y que hemos transcripto precedentemente. Vale la pena recordarlo: “La primera preocupación soviética eran los militares: de 240.000 a 250.000 prisioneros, de los que unos 10.000 eran oficiales. Desde el día siguiente a su agresión, la U.R.S.S. tomó las primeras decisiones: el 19 de septiembre, Lavrenti Beria creó en el seno de la NKVD (orden número 0308) la Dirección de Prisioneros de Guerra (Glavnoie Upravlienie po dielsm Woenno-Plennyj, GUW P) y una red de campos de concentración específicos. A primeros de octubre comenzó, poco a poco, la liberación de los soldados rasos, aunque 25.000 de ellos fueron enviados a construir carreteras y 12.000 puestos a disposición del comisariado de Industria pesada como trabajadores forzados. Un número aún desconocido se dispersó en pequeños grupos en los campos del inmenso Gulag. Al mismo tiempo se decidió crear dos «campos para oficiales» en Starobielsk y Kozielsk, y un campo especial para policías, vigilantes de prisión y guardias fronterizos en Ostaszkow. Beria puso pronto en marcha un grupo de operaciones especiales encargado de abrir diligencias judiciales en los mismos campos. Al final de febrero de 1940 habían sido internados 6.192 policías (y asimilados) y 8.376 oficiales”.
Cuando volvieron a ocupar Smolensko, nada les impedía a los rusos reescribir la historia, como lo hicieron en tantas oportunidades. Qué mejor momento para modificar la realidad, hacer desparecer testigos reales e inventar otros muy sensibles a las necesidades propagandísticas del Kremlin. Así lo vieron y así lo hicieron. Así formaron la “Comisión Burdenko”.
Faverjon recuerda que entre el 5 de octubre de 1943 y el 10 de enero de 1944, los rusos, a través de su policía secreta política, la NKVD falsificaron todos los hechos. Los testigos fueron aislados y empezaron a desaparecer. Se escamotearon cartas, se modificaron fechas, se plantaron documentos.
“Se necesitó casi un año para que la versión rusa de Katyn finalmente estuviera lista, y su elaboración contó con nuevas presiones a los testigos, e inclusive, la desaparición de algunos cuya docilidad no pareció suficiente a los señores del Kremlin”.
Hubo, en realidad, otra investigación sobre la matanza, de la que muy pocos hablan, quizás por su fin abrupto y predecible: “La segunda investigación la realizaron los polacos cuando terminó la guerra. El fiscal de Cracovia, doctor Roman Martini, descubrió incluso, los nombres de los agentes del NKVD que habían intervenido en aquella acción. El jefe de este grupo de exterminio había sido un hombre llamado Burjanow. Pero Martini no pudo seguir sus averiguaciones. El 12 de marzo de 1945 fue asesinado, en su vivienda de Cracovia, por dos miembros de la Asociación de la Amistad polaco-rusa” (“El Proceso de Nüremberg”).
Martini y sus averiguaciones fueron prolijamente archivadas y olvidadas por las autoridades polacas que respondían a Stalin.
Así fue Nüremberg. Una gran parodia de proceso. Claro, como sostiene Veale, no se cometieron los errores o groserías que se multiplicaban en los “procesos” de la Unión Soviética bajo el mando de Stalin. Fueron un poco más sutiles, pero claramente discernibles para los hombres comunes que lo presenciaron y mucho más para los hombres de leyes.
“En Nüremberg no se cometieron tan grandes errores. De hecho, parece que se reconoce unánimemente que si un extranjero, pongamos por ejemplo de la Patagonia, que no entendiese más que su propia lengua, hubiese visitado el Tribunal durante las sesiones, podría haber imaginado que se estaban desarrollando unos procesos normales, siempre, desde luego, que no hubiese permanecido allí demasiado tiempo” (“El crimen de Nüremberg”).
Los Aliados occidentales sabían bien que los alemanes no eran los responsables de la matanza de Katyn, sin embargo, dieron toda la cobertura posible a Rusia. Se prestaron a protagonizar la parodia judicial que cargaba las culpas sobre los vencidos. Sostiene Mikolajczk: “Los documentos sobre Katyn —dije— fueron llevados por los alemanes en retirada de Cracow a Wroclaw, de Wroclaw a Alemania, y finalmente a Checoeslovaquia, donde, según parece, fueron recogidos por las fuerzas americanas”.
En definitiva, no era sino aplicar la absolución dada por Winston Churchill el 22 de junio de 1941, al tiempo de aliarse a los soviéticos. Con respecto a Rusia “El pasado con sus crímenes, sus locuras y sus tragedias se ha esfumado”. Carlos García
La noticia sobre la matanza de Katyn fue dada por los alemanes cuando descubrieron las fosas en tierras que habían estado ocupadas por los rusos. Como afirma Faverjon: “El caso Katyn estalló el 13 de abril de 1943, cuando la radio de Berlín anunció el descubrimiento de un osario en el bosque de Katyn, cerca de Smolensko, que contenía los cadáveres de varios miles de oficiales polacos asesinados por los soviéticos en 1940, según el alto mando alemán” (“Las mentiras de la Segunda Guerra Mundial”).
En su libro “La Violación de Polonia”, quien fuera primer ministro del gobierno polaco en el exilio de Londres, Stanislaw Mikolajczk, manifestó: “La historia que contaron entonces los alemanes era terrorífica, pero, a pesar de que nosotros en Londres éramos por naturaleza escépticos ante todo comunicado alemán, éste nos daba respuesta completa a todas las preguntas que nos habíamos planteado constantemente durante la búsqueda de nuestros hombres”.
En este tema es muy esclarecedor quien fuera Comandante en Jefe del ejército polaco, el General Anders: “Traté de evaluar la cifra efectiva de ciudadanos polacos deportados en 1939-1940. Era muy difícil. Me dirigí a las autoridades soviéticas. Finalmente, me encaminaron al general Fiedotov, de la NKVD, encargado del asunto, y tuve con él varias conversaciones sobre este particular. Me comunicó en estricta confianza que el número de polacos deportados a Rusia ascendía a 475.000 pero resultó que en esta cifra no estaban incluidos todos los capturados al atravesar las fronteras, los soldados apresados en 1939, los arrestados a pretextos de sus actividades políticas, o ucranianos, bielorrusos y judíos, pues todos los polacos pertenecientes a minorías nacionales eran considerados ciudadanos soviéticos. Al cabo de largos meses de pesquisas e indagaciones acerca de la gente nuestra que iba llegando de millares de cárceles y campos diseminados por toda Rusia, pudimos fijar el número en 1.500.000 a 1.600.000. Las estadísticas obtenidas más tarde en Polonia confirman estas cifras. Por desgracia tuvimos que reconocer al mismo tiempo que la mayoría de aquellos infortunados ya no existían. Dios sólo sabe cuántos de ellos perecieron asesinados, y cuántos sucumbieron en condiciones atroces de vida en presidios y campos de trabajos forzados” (“Sin capítulo final”).
Los alemanes citaron a los polacos para que participaran en el estudio de las fosas. El entonces primer ministro del Gobierno polaco en Londres, General Sikorski, fue el centro de las mayores presiones para que se abstuviera de propiciar la investigación. Su patriótica perseverancia la pagaría con la vida. Efectivamente, Sikorski ratificó su solicitud para que interveniniera la Cruz Roja Internacional. “El almirante William Standley, antiguo embajador norteamericano en Moscú, confesó que el presidente Roosevelt le escribió el 25 de abril de 1943, una carta a Stalin en la que le decía: «Confío que Churchill logrará convencer a Sikorski para que en el futuro tenga más sentido común». Sikorski y su hija fallecían poco después, víctimas de un accidente de aviación. Durante un vuelo desde El Cairo a Londres, se estrelló el avión el 5 de julio de 1943, cerca de Gibraltar. Las causas no pudieron ser aclaradas nunca. «No cabe la menor duda de que fue un acto de sabotaje» declaró más tarde el antiguo secretario de estado americano Summer Welles” (“El Proceso de Nüremberg”). ¡Qué final tan reiterado y hasta predecible, el de testigos o personajes díscolos a las sugerencias de los Aliados!
La Comisión Investigadora se constituyó con la Cruz Roja y científicos de Suiza y de países ocupados o aliados a los alemanes, tales como Italia, Francia, Bélgica, Checoeslovaquia, Dinamarca, Austria, Finlandia, Noruega y Hungría. Afirma Stanislaw Mikolajczk: “Esta Comisión, apadrinada por los alemanes, llegó a la conclusión al final de sus investigaciones, de que los oficiales habían sido asesinados durante marzo y abril de 1940, época en la cual el territorio en cuestión estaba en manos de los rusos. Además de la Comisión, una delegación de la Cruz Roja polaca de Cracovia inspeccionó las fosas. Estas fueron asimismo mostradas a grupos de prisioneros de guerra polacos, ingleses y americanos. La historia verdadera del asesinato de los oficiales aún no ha sido relatada. La verdad irrefutable es que los oficiales fueron asesinados a sangre fría por los rusos, y únicamente por los rusos”.
Heydecker y Leeb señalan: “El teniente coronel americano John H. van Fliet junior, hizo igualmente una declaración muy importante. En el año 1943 estaba prisionero de guerra de los alemanes y formó parte de un grupo de un grupo de prisioneros de guerra occidentales que fueron invitados por las autoridades alemanas, a visitar el bosque de Katyn. Van Fliet dijo: «Odiaba a los alemanes, pero hube de reconocer que en aquel caso decían la verdad». Esta declaración que prestó van Fliet inmediatamente después de su regreso a Estados Unidos, fue mantenida en secreto por el Servicio Secreto americano por miedo a que la Unión Soviética no quisiera participa en la guerra contra el Japón” (“El proceso de Nüremberg”).
Sostiene Faverjon que: “El aspecto de las fosas y de los alrededores, el estado de los cadáveres y de su ropa —todos los oficiales llevaban uniforme de invierno—, permitieron llegar a la conclusión de que el crimen se había cometido a fines del invierno de 1940. Pero, sobre todo, la comisión pudo fechar con precisión el crimen de Katyn después de haber examinado cierta cantidad de documentos —cartas, libretas, diarios— que llevaban los oficiales. Ninguno era posterior al invierno de 1940”.
Mucho más recientemente, con los aportes de los archivos ya revelados del Kremlin, Stéphane Courtois y otros, llevan a cabo una narración de lo ocurrido que en poco difiere de la historia contada por los contemporáneos de los hechos y que hemos transcripto precedentemente. Vale la pena recordarlo: “La primera preocupación soviética eran los militares: de 240.000 a 250.000 prisioneros, de los que unos 10.000 eran oficiales. Desde el día siguiente a su agresión, la U.R.S.S. tomó las primeras decisiones: el 19 de septiembre, Lavrenti Beria creó en el seno de la NKVD (orden número 0308) la Dirección de Prisioneros de Guerra (Glavnoie Upravlienie po dielsm Woenno-Plennyj, GUW P) y una red de campos de concentración específicos. A primeros de octubre comenzó, poco a poco, la liberación de los soldados rasos, aunque 25.000 de ellos fueron enviados a construir carreteras y 12.000 puestos a disposición del comisariado de Industria pesada como trabajadores forzados. Un número aún desconocido se dispersó en pequeños grupos en los campos del inmenso Gulag. Al mismo tiempo se decidió crear dos «campos para oficiales» en Starobielsk y Kozielsk, y un campo especial para policías, vigilantes de prisión y guardias fronterizos en Ostaszkow. Beria puso pronto en marcha un grupo de operaciones especiales encargado de abrir diligencias judiciales en los mismos campos. Al final de febrero de 1940 habían sido internados 6.192 policías (y asimilados) y 8.376 oficiales”.
Cuando volvieron a ocupar Smolensko, nada les impedía a los rusos reescribir la historia, como lo hicieron en tantas oportunidades. Qué mejor momento para modificar la realidad, hacer desparecer testigos reales e inventar otros muy sensibles a las necesidades propagandísticas del Kremlin. Así lo vieron y así lo hicieron. Así formaron la “Comisión Burdenko”.
Faverjon recuerda que entre el 5 de octubre de 1943 y el 10 de enero de 1944, los rusos, a través de su policía secreta política, la NKVD falsificaron todos los hechos. Los testigos fueron aislados y empezaron a desaparecer. Se escamotearon cartas, se modificaron fechas, se plantaron documentos.
“Se necesitó casi un año para que la versión rusa de Katyn finalmente estuviera lista, y su elaboración contó con nuevas presiones a los testigos, e inclusive, la desaparición de algunos cuya docilidad no pareció suficiente a los señores del Kremlin”.
Hubo, en realidad, otra investigación sobre la matanza, de la que muy pocos hablan, quizás por su fin abrupto y predecible: “La segunda investigación la realizaron los polacos cuando terminó la guerra. El fiscal de Cracovia, doctor Roman Martini, descubrió incluso, los nombres de los agentes del NKVD que habían intervenido en aquella acción. El jefe de este grupo de exterminio había sido un hombre llamado Burjanow. Pero Martini no pudo seguir sus averiguaciones. El 12 de marzo de 1945 fue asesinado, en su vivienda de Cracovia, por dos miembros de la Asociación de la Amistad polaco-rusa” (“El Proceso de Nüremberg”).
Martini y sus averiguaciones fueron prolijamente archivadas y olvidadas por las autoridades polacas que respondían a Stalin.
Así fue Nüremberg. Una gran parodia de proceso. Claro, como sostiene Veale, no se cometieron los errores o groserías que se multiplicaban en los “procesos” de la Unión Soviética bajo el mando de Stalin. Fueron un poco más sutiles, pero claramente discernibles para los hombres comunes que lo presenciaron y mucho más para los hombres de leyes.
“En Nüremberg no se cometieron tan grandes errores. De hecho, parece que se reconoce unánimemente que si un extranjero, pongamos por ejemplo de la Patagonia, que no entendiese más que su propia lengua, hubiese visitado el Tribunal durante las sesiones, podría haber imaginado que se estaban desarrollando unos procesos normales, siempre, desde luego, que no hubiese permanecido allí demasiado tiempo” (“El crimen de Nüremberg”).
Los Aliados occidentales sabían bien que los alemanes no eran los responsables de la matanza de Katyn, sin embargo, dieron toda la cobertura posible a Rusia. Se prestaron a protagonizar la parodia judicial que cargaba las culpas sobre los vencidos. Sostiene Mikolajczk: “Los documentos sobre Katyn —dije— fueron llevados por los alemanes en retirada de Cracow a Wroclaw, de Wroclaw a Alemania, y finalmente a Checoeslovaquia, donde, según parece, fueron recogidos por las fuerzas americanas”.
En definitiva, no era sino aplicar la absolución dada por Winston Churchill el 22 de junio de 1941, al tiempo de aliarse a los soviéticos. Con respecto a Rusia “El pasado con sus crímenes, sus locuras y sus tragedias se ha esfumado”. Carlos García