de Juan Carlos Monedero, el lunes, 24 de diciembre de 2012 a la(s) 14:00 ·
Quienes viajamos el jueves 20 de diciembre por el Centro,
Microcentro, Tribunales, Palermo, Retiro, etc., padecimos en carne
propia todo tipo de demoras en los medios de transporte, sin contar las
condiciones en que nos vimos obligados a circular. Todos los diarios
registraron el detestado caos vehicular, generalizada gripe que
nos agobia. Ya fuera de la ciudad de Buenos Aires, también la
Panamericana resultó insoportable debido a los saqueos en un
supermercado de Campana (Km. 74). Por otra parte, en tanto el Acceso Sur
está íntimamente ligado al Microcentro, también las autopistas y
caminos que allí conducen se vieron afectados.
Al cansancio natural y previsible de todo un año, se suma esta agresión. Pero, ¿cuál fue la causa? Ella se encuentra en la fecha y los numerosos actos, marchas, manifestaciones e incluso operativos policiales. En estas líneas, sin embargo, nos interesa destacar las acciones que buscaron deliberadamente el caos. Por eso no hablaremos del acto de la CGT-CTA, ni de los hinchas de Ferro y Huracán sino únicamente de Quebracho, que quemó decenas de neumáticos en la Avenida 9 de Julio “recordando” la caída del ex Presidente Fernando De la Rúa y los muertos en la protesta, allá por diciembre del 2001.
Hemos escrito “marchas y manifestaciones” pero es un término suave. Deberíamos hablar, en realidad, de la comisión de delitos: ¿son otra cosa el bloqueo de una avenida principal? Estamos hablando –y es muy importante usar los términos correctos– de delitos. Y de la violación de derechos elementales, como el derecho al libre tránsito. Pero la palabra derecho requiere una breve aclaración.
Estamos tan acostumbrados a los abusivos reclamos por los derechos que, a veces, podemos perder de vista su espacio propio, legítimo. Es un reflejo natural: tantos sinvergüenzas se han amparado en “derechos” para pedir cualquier cosa, que espontáneamente cualquiera desconfiaría. En efecto, ¿quién no puede escandalizarse cuando el paro de 200 personas que claman por sus derechos perjudica a 200.000? ¿Quién no advierte la desproporción entre el mal que se provoca y el bien buscado? Sin embargo, a pesar de todo, existen los derechos. Y, entre ellos, la libre circulación. Y existe, en consonancia con este derecho, el deber de la fuerza pública –la Policía– de proteger y custodiar los derechos de las personas.
Pero hay acá mucho más que el mero bloqueo de una avenida. Concretamente: ¿por qué Quebracho puede cometer sus delitos –una vez más– sin ser reprimida por la Policía? Los uniformados fueron colocados “al margen” de las manifestaciones, debiendo tolerar cómo verdaderos delincuentes abusaban de su libertad frente a sus ojos. ¿Qué mensaje se esconde detrás del humo de los neumáticos quemados?: “Acá mandamos nosotros. Los que decimos qué se puede hacer y qué no, somos nosotros. Hacemos lo que queremos y andá sabiendo que si en determinado momento se nos da la gana de cortarte la calle y demorarte 3 horas, podemos hacerlo y lo vamos a hacer”.
No es sólo bloquear una avenida principal. Es otra cosa: la destrucción está legitimada. El caos es bueno. Los argumentos más deshonestos y las justificaciones de lo indefendible “dan letra” a un núcleo importante de personas organizadas y dispuestas a bloquear avenidas. Conclusión: la Policía, atada de manos. Los delincuentes, convertidos en dueños de las calles.
El 20 de diciembre la ciudad de Buenos Aires no fue testigo de un tránsito caótico sino víctima de un ensayo de gimnasia revolucionaria. No tuvo lugar, principalmente, una saturación vehicular sino la legitimación social de una mentalidad revanchista y llena de resentimiento, que –por supuesto– generó infinitas saturaciones vehiculares. Por eso, no nos confundamos ni dejemos que Doña Rosa limite el alcance de estos indicios. Que las notas periodísticas no nos hagan colocar estos hechos bajo la etiqueta de Sociedad. Nada de éso. Se ha confirmado, por enésima vez, un marco de subversión: todo está al revés. Si por subversión se entiende “dar vuelta todo”, “invertir el fondo de las cosas” –cuyo resultado es considerar bueno a lo malo y malo a lo bueno–, armados de esta definición tendremos una clave para entender los procesos políticos y sociales cotidianos. El fenómeno subversivo está confirmado no tanto por los hechos sino por las explicaciones que los acompañan:
Al cansancio natural y previsible de todo un año, se suma esta agresión. Pero, ¿cuál fue la causa? Ella se encuentra en la fecha y los numerosos actos, marchas, manifestaciones e incluso operativos policiales. En estas líneas, sin embargo, nos interesa destacar las acciones que buscaron deliberadamente el caos. Por eso no hablaremos del acto de la CGT-CTA, ni de los hinchas de Ferro y Huracán sino únicamente de Quebracho, que quemó decenas de neumáticos en la Avenida 9 de Julio “recordando” la caída del ex Presidente Fernando De la Rúa y los muertos en la protesta, allá por diciembre del 2001.
Hemos escrito “marchas y manifestaciones” pero es un término suave. Deberíamos hablar, en realidad, de la comisión de delitos: ¿son otra cosa el bloqueo de una avenida principal? Estamos hablando –y es muy importante usar los términos correctos– de delitos. Y de la violación de derechos elementales, como el derecho al libre tránsito. Pero la palabra derecho requiere una breve aclaración.
Estamos tan acostumbrados a los abusivos reclamos por los derechos que, a veces, podemos perder de vista su espacio propio, legítimo. Es un reflejo natural: tantos sinvergüenzas se han amparado en “derechos” para pedir cualquier cosa, que espontáneamente cualquiera desconfiaría. En efecto, ¿quién no puede escandalizarse cuando el paro de 200 personas que claman por sus derechos perjudica a 200.000? ¿Quién no advierte la desproporción entre el mal que se provoca y el bien buscado? Sin embargo, a pesar de todo, existen los derechos. Y, entre ellos, la libre circulación. Y existe, en consonancia con este derecho, el deber de la fuerza pública –la Policía– de proteger y custodiar los derechos de las personas.
Pero hay acá mucho más que el mero bloqueo de una avenida. Concretamente: ¿por qué Quebracho puede cometer sus delitos –una vez más– sin ser reprimida por la Policía? Los uniformados fueron colocados “al margen” de las manifestaciones, debiendo tolerar cómo verdaderos delincuentes abusaban de su libertad frente a sus ojos. ¿Qué mensaje se esconde detrás del humo de los neumáticos quemados?: “Acá mandamos nosotros. Los que decimos qué se puede hacer y qué no, somos nosotros. Hacemos lo que queremos y andá sabiendo que si en determinado momento se nos da la gana de cortarte la calle y demorarte 3 horas, podemos hacerlo y lo vamos a hacer”.
No es sólo bloquear una avenida principal. Es otra cosa: la destrucción está legitimada. El caos es bueno. Los argumentos más deshonestos y las justificaciones de lo indefendible “dan letra” a un núcleo importante de personas organizadas y dispuestas a bloquear avenidas. Conclusión: la Policía, atada de manos. Los delincuentes, convertidos en dueños de las calles.
El 20 de diciembre la ciudad de Buenos Aires no fue testigo de un tránsito caótico sino víctima de un ensayo de gimnasia revolucionaria. No tuvo lugar, principalmente, una saturación vehicular sino la legitimación social de una mentalidad revanchista y llena de resentimiento, que –por supuesto– generó infinitas saturaciones vehiculares. Por eso, no nos confundamos ni dejemos que Doña Rosa limite el alcance de estos indicios. Que las notas periodísticas no nos hagan colocar estos hechos bajo la etiqueta de Sociedad. Nada de éso. Se ha confirmado, por enésima vez, un marco de subversión: todo está al revés. Si por subversión se entiende “dar vuelta todo”, “invertir el fondo de las cosas” –cuyo resultado es considerar bueno a lo malo y malo a lo bueno–, armados de esta definición tendremos una clave para entender los procesos políticos y sociales cotidianos. El fenómeno subversivo está confirmado no tanto por los hechos sino por las explicaciones que los acompañan:
- Quienes participan en la comisión de delitos, son “manifestantes que reclaman por sus muertos” y reivindican “la calle como escenario principal y casi excluyente de la producción política popular”[1].
- “Reprimir un delito” es un delito. Por ende, la Policía no puede –no debe– reprimir porque “violentarían la legítima libertad de expresión de los que se manifiestan”. De esta manera, sólo puede tolerarse, a regañadientes, que la Policía irrumpa cuando todo esté suficientemente mal, suficientemente podrido. La fuerza pública no puede actuar antes sino sólo después.
Observada la realidad mediante estos engañosos
cristales, tanto el bloqueo de la Av. 9 de Julio como la tolerancia para
con el delito, pierden su nitidez: estamos ciegos. No importa que
cientos de miles de personas hayan perdido su tiempo, llegados a sus
casas más tarde, impedidos de continuar sus tareas. No importa que
muchos hayan perdido su presentismo. No importa que incontables turnos y
acuerdos se hayan demorado. No importa que infinitas personas vean sus
trabajos problematizados. No importa que este tipo de acciones no
produzcan nada bueno ni generen nada valioso. Todo desaparece frente a
la legitimidad del reclamo de Quebracho. Importa una sola cosa.
Lo que importa es que no estamos a favor de la represión. Lo que importa es que somos buenitos y no somos como los militares que reprimían a los que pensaban distinto.
Entendámonos: no es sano vivir así. No es sano estar preso del influjo de una ideología, no una realidad, hasta el punto de sacrificar la realidad –que tenemos delante de los ojos– en el altar de esa ideología que no podemos ver.
¿Hasta cuándo nos vamos a permitir esta esclavitud mental? ¿Seremos genuflexos espirituales toda nuestra vida? ¿O tendremos el valor de romper con ese conjuro que nos aplasta?
Juan Carlos Monedero (h)
Buenos Aires, 23 de diciembre de 2012
Lo que importa es que no estamos a favor de la represión. Lo que importa es que somos buenitos y no somos como los militares que reprimían a los que pensaban distinto.
Porque, en el fondo, ésta es la tiranía que padecemos: estamos tan pero tan agobiados por el peso del fantasma de “la represión”, que nos hemos vuelto incapaces de ejecutar –y de admitir su licitud– los más sencillos y elementales actos de autoridad: fenómeno que ocurre en el orden familiar y educativo pero también en el orden público, con resultados a la vista.
Entendámonos: no es sano vivir así. No es sano estar preso del influjo de una ideología, no una realidad, hasta el punto de sacrificar la realidad –que tenemos delante de los ojos– en el altar de esa ideología que no podemos ver.
¿Hasta cuándo nos vamos a permitir esta esclavitud mental? ¿Seremos genuflexos espirituales toda nuestra vida? ¿O tendremos el valor de romper con ese conjuro que nos aplasta?
Juan Carlos Monedero (h)
Buenos Aires, 23 de diciembre de 2012