CÓMO SALIR
¿Cómo vamos a salir de esto?
La gente ya quiere salir. A lo mejor quiere Dios que estemos “adentro” un rato largo todavía. Este país aplebeyado. Esta masa locuaz y engrupida…
Martín Aberg Cobo ha publicado un denso y claro estudio universitario sobre reforma electoral y sufragio familiar. Aunque naturalmente el ponderoso trabajo no aborda la actualidad menuda, sin embargo su tema y su oportuna aparición le dan el carácter extrínseco de una respuesta a la pregunta capital del momento: la solución del problema argentino. Esa solución estaría en la línea de una reforma electoral que sustituyese al actual sufragio universal individualista por el sufragio múltiple de los jefes de familia. Pero, ¿volverá a creer en las “votaciones” el pueblo argentino, hagamos lo que hagamos?
Este trabajo ordenado y sapiente revela un auténtico universitario con todas las cualidades de buen jurista, incluso su parte de filosofía; lo que no quiere decir saber de memoria lo que dijo Kant y lo que dijo Aristóteles, sino más bien el hábito permanente de pensar en orden, sistemáticamente, y por ideas generales. Este habitus filosófico hace que el autor macere el material de su disciplina —material que domina perfectamente— lo recueza en su intelecto, lo vuelva traslúcido y coherente y lo sepa transmitir al lector. Cela qu'on comprend bien, on énonce aisement. Toda la reforma del actual sistema electoral argentino se encierra en esta proposición: Votan los argentinos de más de 22 años de edad: el padre de familia legítima votará por sí, por su esposa, por sus hijas solteras de cualquier edad, y por los hijos menores de 22 años.
Lo que cabe decir a favor de esta reforma es en cifra lo siguiente: Destrozando las sociedades naturales en favor de la agrupación financiera, el liberalismo ha arrasado políticamente a nuestra nación, convirtiéndola en un Sahara sin oasis; con sus médanos, sus arroyos secos y sus vendavales de polvareda, donde no faltan tampoco fieras y osamentas. La salida es reconstruir las sociedades naturales. La primera sociedad natural es la familia.
Ése es el orden natural; la célula social es la familia. Uno se pregunta de inmediato si ese mismo es el orden de ejecución política, o sea el orden de oportunidad. Es necesario restaurar al plano político la familia, el gremio, la comuna, la corporación, las instituciones paraestatales (Universidad, Ejército, Iglesia) y por último al mismo Estado. En todo proceso de cambio sustancial —lo que llamaban generación los antiguos— la totalidad domina las partes. El Estado ha sido debilitado a fondo y desplazado en parte por la llamada “democracia”, instrumento de dominación de las fuerzas económicas. Pensar que unos purísimos mercachifles de avisos como La Prensa se arrogaban el poder de voltear gobiernos y, lo que es más, de dispensar la gloria, el buen nombre y la fama, incluso literaria o filosófica; y que al atreverse el Gobierno a imponerles una ligera corrección se ha celebrado en el país como un acto de sobrehumano coraje; eso patentiza la extrema debilidad del Estado burócrata-gendarme; el cual, por otra parte, por una paradoja, es también abusivo y tiránico si a mano viene, lo que no deja de ser corriente en la psicología de los débiles. En las cosas que le toca hacer que son esencialmente tres: Guerra, Justicia y Caminos, el Estado moderno es débil. En las que no le toca hacer —y se mete igual— como enseñanza, religión, fiestas, negocios, arte, cultura, es abusador y duro como un demonio.
Un ejemplo concreto mostrará cuán necesario es que el Estado recobre cuanto antes su esfera propia y adquiera la absoluta autoridad que le falta; la cual es de orden moral y consiste en el consenso popular y en la confianza y entusiasmo del pueblo; no vayan a creer que se trata de hacer brutadas, o hacerse temer con violencia inicua.
Supongamos que por una desgracia subiese al poder un católico —quiero decir un católico “de etiqueta”— y basándose en las enseñanzas de los Papa implantase en el país por decreto el “corporatismo”, encíclica Quadragesimo Anno… ¿Lo ven ustedes aquí? Para figurarse el disloque que causaría a un Estado políticamente débil la organización prematura del cuerpo de las fuerzas económicas basta ver cuánto puede hoy día sobre el Estado y aun contra el Estado —lo que ha podido hasta hoy, queremos decir— la única corporación que está medio organizada entre nosotros, la de los ganaderos.
Todo el panorama del mundo está dominado por el gran hecho de la lucha de clases, y por los dos movimientos modernos que se pretenden soluciones a la injusticia y al caos, el comunismo y el nacionalismo.
El nacionalismo hasta ahora carece de doctrina y se presenta como una serie de reflejos necesarios y nobles, pero que aún no parecen trascender la región del sentimiento y del instinto. Corre el peligro de ilusionarse: de querer sustituir las soluciones específicamente políticas, que no posee, por la apelación a los sentimientos nobles como sacrificio, combatividad juvenil, heroísmo guerrero, aspiraciones al Reino de Dios; que son buenos propulsores pero malos constructores, cuando no se clarifican intelectualmente en sentimientos y en ideas operativas, como pasa siempre con las pasiones. No se gobierna con los impulsos de Don Quijote; y el que gobierna es Sancho.
Esto que es verdad incluso en Europa, entre nosotros es fabulosamente evidente. Detestar a los judíos, limpiar de pillastres la administración, multar a cuatro comerciantes, encarcelar comunistas —y aquí es donde temo campear con la debilidad el abuso– y nacionalizar los servicios públicos, con algunas reformas paternales de carácter relumbroso social, no constituyen un programa político especial, ni mucho menos tocan los profundos problemas de fondo del mundo contemporáneo. Muchas de las soluciones propuestas (como los seguros sociales) son plagiadas del socialismo; y su dirección focal no es el sentido militante de la vida, propio del cristianismo, sino el sentido burgués rebañego, propio del socialismo.
Una prueba concreta del empirismo nacionalista y su penuria de filosofía política es su conducta frente a la Iglesia. Ha tomado hacia ella dos actitudes igualmente pueriles: aprovecharla o molestarla. Primera: He aquí una sociedad antigua y misteriosa, fuertemente organizada. Me conviene ponerla de mi parte para uncirla a mi política. Le haré concesiones y subsidios (actitud italiana); segunda: He aquí una sociedad antigua y misteriosa fuertemente organizada. Me puede estorbar en mi política. La aplastaré políticamente (actitud prusiana). Las dos actitudes ignoran supinamente la natura incluso histórica y empírica del Catolicismo, y lo ponen simplemente a un lado del camino, lo mismo que los liberales. En España más reflexivamente el nacionalismo no ha adoptado actitud alguna; pero tampoco ha resuelto aún el problema eclesiástico, planteado por Unamuno. Eduardo Aunós decía, no sé si en broma, ¡que era insoluble!
La inteligencia argentina tiene hoy una tarea y un deber sacro, que es pensar la patria. Lo están cumpliendo Aberg Cobo y algunos otros. Fuera de eso, todo lo demás es pereza mental, falta de conciencia o esa sutil degeneración intelectual que se llama diletantismo. Una de las cosas repelentes de los grandes diarios es ese dopaje sistemático de la inteligencia popular con estudios enteramente superfarolíticos acerca de “La regla y la excepción en Dickens” o bien “Un nuevo novelista del surrealismo: Summer Spencer”, que propinan a las masas a manera de opio.
Y esa tarea y ese deber de pensar la patria es lo que hace la importancia de un diario como… Basta. No es elegante hablar de uno mismo.
R.P. Leonardo Castellani, S.J.
Nota: Este artículo apareció originalmente en el periódico “Cabildo”, Buenos Aires, Nº 570, 9 de mayo de 1944, e integra también el libro “Las canciones de Militis”, del mismo Padre Castellani, aparecido en 1945.
La gente ya quiere salir. A lo mejor quiere Dios que estemos “adentro” un rato largo todavía. Este país aplebeyado. Esta masa locuaz y engrupida…
Martín Aberg Cobo ha publicado un denso y claro estudio universitario sobre reforma electoral y sufragio familiar. Aunque naturalmente el ponderoso trabajo no aborda la actualidad menuda, sin embargo su tema y su oportuna aparición le dan el carácter extrínseco de una respuesta a la pregunta capital del momento: la solución del problema argentino. Esa solución estaría en la línea de una reforma electoral que sustituyese al actual sufragio universal individualista por el sufragio múltiple de los jefes de familia. Pero, ¿volverá a creer en las “votaciones” el pueblo argentino, hagamos lo que hagamos?
Este trabajo ordenado y sapiente revela un auténtico universitario con todas las cualidades de buen jurista, incluso su parte de filosofía; lo que no quiere decir saber de memoria lo que dijo Kant y lo que dijo Aristóteles, sino más bien el hábito permanente de pensar en orden, sistemáticamente, y por ideas generales. Este habitus filosófico hace que el autor macere el material de su disciplina —material que domina perfectamente— lo recueza en su intelecto, lo vuelva traslúcido y coherente y lo sepa transmitir al lector. Cela qu'on comprend bien, on énonce aisement. Toda la reforma del actual sistema electoral argentino se encierra en esta proposición: Votan los argentinos de más de 22 años de edad: el padre de familia legítima votará por sí, por su esposa, por sus hijas solteras de cualquier edad, y por los hijos menores de 22 años.
Lo que cabe decir a favor de esta reforma es en cifra lo siguiente: Destrozando las sociedades naturales en favor de la agrupación financiera, el liberalismo ha arrasado políticamente a nuestra nación, convirtiéndola en un Sahara sin oasis; con sus médanos, sus arroyos secos y sus vendavales de polvareda, donde no faltan tampoco fieras y osamentas. La salida es reconstruir las sociedades naturales. La primera sociedad natural es la familia.
Ése es el orden natural; la célula social es la familia. Uno se pregunta de inmediato si ese mismo es el orden de ejecución política, o sea el orden de oportunidad. Es necesario restaurar al plano político la familia, el gremio, la comuna, la corporación, las instituciones paraestatales (Universidad, Ejército, Iglesia) y por último al mismo Estado. En todo proceso de cambio sustancial —lo que llamaban generación los antiguos— la totalidad domina las partes. El Estado ha sido debilitado a fondo y desplazado en parte por la llamada “democracia”, instrumento de dominación de las fuerzas económicas. Pensar que unos purísimos mercachifles de avisos como La Prensa se arrogaban el poder de voltear gobiernos y, lo que es más, de dispensar la gloria, el buen nombre y la fama, incluso literaria o filosófica; y que al atreverse el Gobierno a imponerles una ligera corrección se ha celebrado en el país como un acto de sobrehumano coraje; eso patentiza la extrema debilidad del Estado burócrata-gendarme; el cual, por otra parte, por una paradoja, es también abusivo y tiránico si a mano viene, lo que no deja de ser corriente en la psicología de los débiles. En las cosas que le toca hacer que son esencialmente tres: Guerra, Justicia y Caminos, el Estado moderno es débil. En las que no le toca hacer —y se mete igual— como enseñanza, religión, fiestas, negocios, arte, cultura, es abusador y duro como un demonio.
Un ejemplo concreto mostrará cuán necesario es que el Estado recobre cuanto antes su esfera propia y adquiera la absoluta autoridad que le falta; la cual es de orden moral y consiste en el consenso popular y en la confianza y entusiasmo del pueblo; no vayan a creer que se trata de hacer brutadas, o hacerse temer con violencia inicua.
Supongamos que por una desgracia subiese al poder un católico —quiero decir un católico “de etiqueta”— y basándose en las enseñanzas de los Papa implantase en el país por decreto el “corporatismo”, encíclica Quadragesimo Anno… ¿Lo ven ustedes aquí? Para figurarse el disloque que causaría a un Estado políticamente débil la organización prematura del cuerpo de las fuerzas económicas basta ver cuánto puede hoy día sobre el Estado y aun contra el Estado —lo que ha podido hasta hoy, queremos decir— la única corporación que está medio organizada entre nosotros, la de los ganaderos.
Todo el panorama del mundo está dominado por el gran hecho de la lucha de clases, y por los dos movimientos modernos que se pretenden soluciones a la injusticia y al caos, el comunismo y el nacionalismo.
El nacionalismo hasta ahora carece de doctrina y se presenta como una serie de reflejos necesarios y nobles, pero que aún no parecen trascender la región del sentimiento y del instinto. Corre el peligro de ilusionarse: de querer sustituir las soluciones específicamente políticas, que no posee, por la apelación a los sentimientos nobles como sacrificio, combatividad juvenil, heroísmo guerrero, aspiraciones al Reino de Dios; que son buenos propulsores pero malos constructores, cuando no se clarifican intelectualmente en sentimientos y en ideas operativas, como pasa siempre con las pasiones. No se gobierna con los impulsos de Don Quijote; y el que gobierna es Sancho.
Esto que es verdad incluso en Europa, entre nosotros es fabulosamente evidente. Detestar a los judíos, limpiar de pillastres la administración, multar a cuatro comerciantes, encarcelar comunistas —y aquí es donde temo campear con la debilidad el abuso– y nacionalizar los servicios públicos, con algunas reformas paternales de carácter relumbroso social, no constituyen un programa político especial, ni mucho menos tocan los profundos problemas de fondo del mundo contemporáneo. Muchas de las soluciones propuestas (como los seguros sociales) son plagiadas del socialismo; y su dirección focal no es el sentido militante de la vida, propio del cristianismo, sino el sentido burgués rebañego, propio del socialismo.
Una prueba concreta del empirismo nacionalista y su penuria de filosofía política es su conducta frente a la Iglesia. Ha tomado hacia ella dos actitudes igualmente pueriles: aprovecharla o molestarla. Primera: He aquí una sociedad antigua y misteriosa, fuertemente organizada. Me conviene ponerla de mi parte para uncirla a mi política. Le haré concesiones y subsidios (actitud italiana); segunda: He aquí una sociedad antigua y misteriosa fuertemente organizada. Me puede estorbar en mi política. La aplastaré políticamente (actitud prusiana). Las dos actitudes ignoran supinamente la natura incluso histórica y empírica del Catolicismo, y lo ponen simplemente a un lado del camino, lo mismo que los liberales. En España más reflexivamente el nacionalismo no ha adoptado actitud alguna; pero tampoco ha resuelto aún el problema eclesiástico, planteado por Unamuno. Eduardo Aunós decía, no sé si en broma, ¡que era insoluble!
La inteligencia argentina tiene hoy una tarea y un deber sacro, que es pensar la patria. Lo están cumpliendo Aberg Cobo y algunos otros. Fuera de eso, todo lo demás es pereza mental, falta de conciencia o esa sutil degeneración intelectual que se llama diletantismo. Una de las cosas repelentes de los grandes diarios es ese dopaje sistemático de la inteligencia popular con estudios enteramente superfarolíticos acerca de “La regla y la excepción en Dickens” o bien “Un nuevo novelista del surrealismo: Summer Spencer”, que propinan a las masas a manera de opio.
Y esa tarea y ese deber de pensar la patria es lo que hace la importancia de un diario como… Basta. No es elegante hablar de uno mismo.
R.P. Leonardo Castellani, S.J.
Nota: Este artículo apareció originalmente en el periódico “Cabildo”, Buenos Aires, Nº 570, 9 de mayo de 1944, e integra también el libro “Las canciones de Militis”, del mismo Padre Castellani, aparecido en 1945.