Por Jorge Todesca
Para El Economista y El Espejo de la Argentina
Después de diez años de crecimiento, nuestro país está estancado en
una tasa de desempleo del 6,9% y una subocupación del 9%. Además, en los
dos últimos años el crecimiento del empleo se ha concentrado
esencialmente en el sector público. Esas cifras son muy inferiores a los
picos de desempleo y subempleo de mayo de 2002 (21,5 % y 18,6%,
respectivamente), pero aún están distantes de ser satisfactorias.
En especial, porque la calidad de una gran parte de nuestros empleos
es extremadamente baja y porque quienes están desempleados, aún cuando
reciban algún tipo de subsidio, están condenados a la pobreza.
Cuando los fríos índices se trasladan al número de personas el
impacto se agranda. Tenemos 800.000 desempleados y 1.061.000
subocupados, de los cuales el 40% está buscando un trabajo de tiempo
completo.
Este enorme núcleo duro del desempleo y el subempleo no puede ser
atendido con subsidios sociales, indispensables en una situación de
emergencia, pero impensables en un proceso de desarrollo a largo plazo.
Cualquiera sea el tamaño de los subsidios o la acumulación de ellos que
pueda hacer un determinado grupo familiar, la desvinculación prolongada
de la práctica laboral va conformando bolsones de marginalidad. En ellos
se anida una juventud sin proyectos, fácilmente tentada por la droga y
la delincuencia.
Aun entre quienes tienen trabajo, abunda el empleo mal remunerado y
la situación de informalidad es elevada. Veamos un ejemplo, vinculado a
la tragedia que experimentó recientemente la ciudad de la Plata. Según
los datos del Indec, en el cuarto trimestre de 2012 la situación en el
Gran La Plata era que el 50% de la población recibía el 25% del ingreso
que se generaba. En la escala de ingresos, esta población percibía un
máximo de $ 3.000 mensuales. El otro 50% de la población recibe el 75%
de los ingresos.
Estos años de buen crecimiento han mejorado la distribución del
ingreso, pero en una proporción muy menor a la esperable. La Argentina
era un país sin problemas de empleo hasta principios de la década de
1990. Recién en la medición de mayo de 1994 se alcanzó una tasa de
desempleo de dos dígitos (10,7%). El aumento del desempleo y el
consiguiente crecimiento de la marginalidad fueron producto tanto de las
políticas liberales de la década de 1990 como de un cambio de
condiciones a nivel internacional, la famosa globalización, que en su
momento la dictadura militar afrontó con exceso de ideología y poca
visión de futuro.
La tesis oficial era, y lamentablemente sigue siendo, que en la
medida en que la economía crezca el problema del empleo y el ingreso se
resuelven solos. En el mundo, debido a la crisis, esta visión está
cambiando. Actualmente la economía argentina se encuentra casi estancada
y la tasa de desempleo puede volver a aumentar. Sería importante que
esa situación no sorprendiera al gobierno tanto como la inundación.
Es el momento oportuno para desarrollar políticas activas para
estimular el empleo, que operen en sentido contrario al ciclo económico
que se avecina.