Testigo de cargo
PENSAMIENTO CRÍTICO
Sorpresas nos da la vida. Uno
definiría a “Clarín” como un diario
de izquierda de la variante social-demócrata.
Y sin embargo, toma uno entre sus
manos el ejemplar del domingo 21 de
octubre pasado, lo abre en la página 63 y se cae… digamos, de espalda. Porque luce allí un aviso que
transcribiremos literalmente. Es a toda página y comienza con una foto de los
siguientes ocho personajes: Marx, Nietszche, Trotsky, Eco (Humberto),
Luxemburgo (Rosa), Hobsbawm, Guevara (el Che) y Lenín. Luego viene el texto: “Clarín y Ñ presentan PENSAMIENTO
CRÍTICO. Una colección en dieciséis
entregas para confrontar las enseñanzas de los intelectuales frente a las
verdades reveladas, los dogmas vacíos y los espejismos de la realidad. Oferta
lanzamiento. Sábado 27 de Octubre. Libro
N° 1 de regalo con la edición especial de Ñ”. Y sigue la portada del libro
de regalo, que es nada menos que “El
Manifiesto Comunista” de Marx y Engels.
¡Atiza! Diría un castellano viejo. Esta sí que no me
la esperaba. Echemos cuentas. De los
ocho epígonos del pensamiento crítico que nos ofrecen, seis está íntimamente
ligados a la experiencia del “socialismo
real” del siglo XX, uno como inspirador (Marx), cuatro como actores (Lenín,
Trotsky, Rosa Luxemburgo y el Che) y uno como historiador de esa tendencia
(Hobsbawm).
Ahora bien, un diario izquierdista
de la variante social-demócrata no pondría jamás como modelos del pensamiento
crítico a ninguno de los seis indicados, empezando por Marx. Desde el Congreso
de Bad Godesberg (1969) Marx se fue borrando como inspirador de los partidos
socialistas. Pero a la vejez viruela. En el año del Señor 2012 nos venimos a
enterar de que “Clarín” es comunista,
cosa que hasta el momento había ocultado cuidadosamente. Porque, entendámonos:
ponerse del lado de los “intelectuales” en una batalla contra “las verdades
reveladas” y poner como modelo de esos intelectuales a Lenín y el Che Guevara es tomar una inequívoca
posición a favor del comunismo y no en un artículo firmado sino en un aviso
institucional.
Claro que a esta altura de los
tiempos venir a confrontar “el
pensamiento crítico” de Marx y de
Lenín con “verdades reveladas y dogmas
vacíos” suena a chiste. Para empezar nomás uno pediría que la colección que
nos prometen comenzara (o culminara) explicando cómo este formidable pedazo de
pensamiento terminó en tan colosal fracaso, en un régimen que tras setenta años
de dominio totalitario se derrumbó solo, por su
inoperancia y falsedad. Tampoco vendría mal que alguien confrontara las muertes
debidas a “las verdades reveladas y los dogmas vacíos” (con Inquisición
incluida) y los causados por el experimento fracasado del socialismo real.
Por último no vendría mal que “Clarín” hiciera públicas sus
diferencias con La Cámpora, D’Elía,
Pérsico y la Universidad (?) de las Madres, ya que parece que en bibliografía
tiran parejo. ¿Por qué le indignan los manejos de Cristina y al mismo tiempo hace el elogio de los
inspiradores del más feroz y asesino régimen totalitario que jamás existiera?
Al fin y al cabo, seamos justos, nuestra Presidenta, Chávez, Correa y Evo
apenas si han comenzado a transitar el camino que tarde o temprano culmina en
el Gulag.
CRÍTICA DE LA
CRÍTICA
Es gracioso. Hoy en día una “actitud
crítica” no sólo es permitida sino que es exigida, extendiendo a todas las
formas del conocimiento lo que es normal en la ciencia.
Esto, en las universidades, sirve
para burlarse del catolicismo y sus “dogmas
vacíos”. Pero los profesorcillos mal pagados y peor entrenados se ponen al
borde de un ataque de nervios cuando algún alumno valiente se atreve a
enfrentarlos con una crítica del pensamiento crítico.
Hace pocos días, cuando falleció
Eric Hobsbwam, el historiador marxista tomado como modelo por “Clarín”, “El País” de Madrid (vocero
socialdemócrata) le dedicó un suelto muy poco amigable, que tituló “Gran historiador, pésimo profeta”. Nada
menos. Pero uno se pregunta ¿por qué lamentar que Hobsbawm fuera un “pésimo profeta”? ¿Desde cuándo los
historiadores están obligados a profetizar?
Respuesta evidente: desde Marx, que
creía que de la Historia podían deducirse las leyes del futuro, tan rigurosas
como las de las “ciencias duras”, todo el marxismo está basado en la suposición
de que conociendo y entendiendo el pasado, tendremos la llave del futuro. Y
como toda la historia se define por la lucha de clases, lo que venía era el
enfrentamiento de las dos últimas clases que la Historia ha engendrado: la
burguesía y el proletariado.
Esto es pensamiento crítico. Lástima
que no pasó nada parecido, lástima que el conflicto de clases es sólo uno de
los que enfrentan a los hombres, lástima que las clases mismas estén mal definidas
en el marxismo. Lástima que este pensamiento crítico de un intelectual crítico
no soporta una crítica a fondo.
Y así todo. En las vísperas de la
revolución de Octubre, Lenín escribía en “El
Estado y la Revolución” que las tareas de gobierno se simplificarían de tal
manera que una cocinera podría desempeñarlas. Bueno, los argentinos hemos
probado con una bailarina de club nocturno y una “exitosa abogada”.
Los resultados fueron malos en los
dos casos, pero me sospecho que una cocinera no haría mucho mejor papel. En cualquier caso, imaginar —contra toda
evidencia y todo sentido común— que la tarea de gobernar se simplificaría en el
siglo XX, eso es un bello ejemplo de pensamiento crítico.
Marx también pronosticó que la
sociedad socialista culminaría cuando la humanidad superara el reino de la
necesidad —sujeción a la tecnología— y entrara en el de la libertad. Estas
palabras se han interpretado de muchas maneras pero los socialistas concretos
que gobernaron en nombre de Marx y se proponían llevar a la humanidad a tan
alto estadio, comenzaron por desbrozar el terreno y mataron: Stalín, unos
veinte millones de rusos, Mao unos treinta millones de chinos y Pol Pot, el
jefe de los khmer rojos de Camboya se
limpió al 40% de la población de su país en unos pocos años. Maravillas del
pensamiento crítico y sus aplicaciones.
Para no olvidarnos del único representante
argentino del pensamiento crítico de “Clarín”:
el Che Guevara, cuya carrera está
jalonada de éxitos. Fue Ministro de Industrias y Presidente del Banco de Cuba. Fracasó.
Fue candidato a libertador del Congo y luego de Bolivia. Fracasó. Con su
compinche Fidel Castro se las arregló para convertir al noble pueblo cubano en
mendigo de la Unión Soviética primero y de Venezuela después. Eso sí, todo ello
dentro de la más severa ortodoxia del pensamiento crítico. Sin olvidar que los
entusiastas del pensamiento crítico
imponen por doquier el aborto libre y gratuito y la teoría de los géneros en el
mismo momento en que la ciencia —sí, nada menos que la Ciencia— descubre que en
el óvulo fecundado está todo —todo— lo que luego se desarrolla en el nasciturus. Y que las diferencias entre
hombre y mujer tienen una ancha base
fisiológica.
Como se ve, el pensamiento crítico
que “Clarín” quiere imponernos
permite explicarlo todo, arreglarlo todo, comprenderlo todo y profetizar con
certeza de equivocarse.
LA CUESTIÓN
RELIGIOSA
¿Qué hay detrás de este combate contra los “dogmas vacíos” que emprende “Clarín”
tan anacrónicamente? Desde sus comienzos los sistemas modernos de pensamiento
fueron pensados no sólo como una alternativa a lo religioso sino como algo que
lisa y llanamente reemplazaría a la religión.
Se trataba, entonces, de poner en
pie una nueva religión que reemplazara a un cristianismo caduco. Hay, claro,
una resistencia a llamar “religión” a algo que niega, refuta o ignora a Dios,
pero yo creo que es útil darle ese nombre porque ayuda a comprenderlo. El culto
a la diosa razón, la masonería, etc. no merecen el nombre de una cosa que se
define como “religación con el Creador”.
Pero si nos limitamos a observar el
papel que las religiones cumplen en una sociedad, entonces se justifica dar ese
nombre a todos los ensayos modernos que en seguida enunciaremos. Porque de una
religión se espera, antes que nada, una explicación sobre el sentido de la
existencia y de eso tratan los sistemas modernos.
Ya a fines del siglo XVII aparece la
primera de estas formas: la masonería, que con sus ritos iniciáticos propone a
la burguesía creciente una alternativa al culto cristiano.
Pero su defecto estaba en el
elitismo que la definía. El ritual masónico abarcaba a pequeños grupos, nunca a
las masas que asomaban ya en el horizonte.
El segundo intento se realizó
durante la Revolución Francesa, cuando se radicalizó, en pleno Terror. Se montó
un ridículo culto a la diosa razón, al Gran Arquitecto del Universo y a la
libertad.
La profanación de los altares de Notre-Dame con estas zarandajas muestra
a las claras el carácter que sus inventores querían darle, la certeza que
tenían de fundar una religión de recambio. Es sabido que los vagorosos cultos
jacobinos murieron con la revolución, tras apenas unos meses de vigencia.
Más explícita y orgánica fue la
tercera iniciativa: la religión de la humanidad que inventara Augusto Comte a
mediados del siglo XIX. Aquí la función de reemplazo del catolicismo es
explícita. Como el mundo entraba en una era de conocimiento científico era
necesario que también la religión se sometiera a ese modelo de pensamiento y
dejara de lado lo mágico y metafísico en que había abrevado hasta entonces. Es
sabido que tal “religión” desapareció con su fundador sin dejar otra huella que
uno de sus lemas en la bandera de Brasil.
Desde muy distintas perspectivas se
ha hecho notar lo que el marxismo —cuarto intento moderno— tiene de religioso,
con su escatología imitando la del cristianismo: un acontecimiento (la
Revolución) que como la Redención parte la historia en dos. Raymond Aron (un
pensador liberal con algunos enfoques valiosos) se sirvió de la definición de
Marx de la religión para, a su vez, definir al marxismo como el “opio de los intelectuales”, acertada
síntesis.
El último sistema moderno de
pensamiento con ribetes religiosos es el freudismo. Durante todo el siglo XX han surgido
numerosos estudios que cuestionan las pretensiones científicas del psicoanálisis.
Parece, en cambio, cada vez más evidente que se trata de un sistema pansexual
de interpretación de la vida humana que, como los anteriores, intenta cubrir el
terreno que deja libre la fe de Occidente.
LA SEXTA RELIGIÓN
Desaparecidas, casi sin huellas, la
religión de la diosa razón y la de la humanidad, incapaz de superar su
elitismo, la masonería, en franca crisis tanto el marxismo como el freudismo,
el panorama ideológico de Occidente es sencillamente desolador.
No es extraño que el único sistema
de pensamiento aparecido en los últimos cincuenta años se haya dado el
paradojal nombre de “posmodernismo” y se haya definido como una toma de
conciencia de “el fin de los grandes
discursos”.
En 1983 Laurent Joffrin, uno de los
más influyentes pensadores del socialismo francés, reflexionaba con amargura: “las grandes explicaciones están muertas. Pasará
largo tiempo antes que un pensador suficientemente poderoso ponga en orden el
caos de los sistemas rotos”.
Joffrin, progresista al fin, daba por
cierto que aparecería ese pensador-redentor que restauraría la filosofía de las
luces en todo su esplendor. Un nuevo Marx. Pero hay ninguna certeza de que tal
“segunda venida” vaya a suceder.
Mientras tanto, con las astillas de
los sistemas rotos, el hombre (occidental) se ha armado una versión provisoria
que hace las veces de sexta religión moderna para uso de seres desorientados en
búsqueda de certezas que les permitan decirles no a los curas.
La primera parte de esa nueva fe
viene a sonar más o menos así: La Nada estaba muy tranquila hasta que por sí
sola decidió que algo había que hacer y se puso en marcha. Lo que pasó después
es todo fruto del azar. Porque este último se convierte en el gran recurso, el
que explica todo y salva cualquier obstáculo.
Lo cual sólo puede sostenerse
mediante una colosal ignorancia y la suposición de que el azar no está sometido
a leyes. Si lo está, son las leyes de probabilidad.
En uno de sus últimos libros (“Por qué creo”) Vittorio Messori
recuerda que el premio Nobel John Eccles decía que renunciando al Creador, el
mundo queda así: “un almacén de un
kilómetro de largo lleno de piezas aeronáuticas; un ciclón que durante cien
millones de años de años hace girar y encontrarse entre sí a todas aquellas
piezas y cuando, por fin, el viento se aplaca, dentro del inmenso depósito hay
cuatrimotores a los que no les falta ni un tornillo, esplendorosos, con sus
hélices girando”.
Poco importa. Cuando hace falta una
fe y se rechaza la del Dios verdadero, se puede creer en cualquier cosa.
Literalmente.
Por eso todo el resto de una sexta
religión que comienza con tan buenos auspicios es por el estilo. Pedazos mal
digeridos del marxismo y el freudismo, afirmaciones claramente contradictorias
entre sí, todo es bueno para cubrir las desnudeces de este culto.
Subsiste, claro, una dificultad ya
advertida desde hace tiempo. La ciencia de nada sirve cuando de moral se trata,
ya que los conceptos de bien y mal son ajenos a su competencia. De nada sirven
los bravos progresistas —como Savater— que quieren edificar por su cuenta y riesgo
una moral de situación. Las palabras están disponibles para tales hazañas. Lo
que no está disponible, en cambio, es el fundamento objetivo y evidente de una
nueva moral capaz de superar la cristiana.
Alguien dijo que el resultado actual
de esta moral híbrida suena así: “descendemos
del mono, amémonos los unos a los otros”.
En una palabra, todo cronista más o
menos serio de nuestra era advierte la orfandad en que nos deja la quiebra de los
grandes discursos. Pero pocos advierten que esa quiebra deja lugar a los
pequeños discursos, la manifestación de los seres pequeños que repiten lo de
siempre porque son incapaces de crear nada nuevo.
En ese panorama se inscribe la
iniciativa de “Clarín”. Apelan al
discurso crítico, viejo fetiche progre y para ilustrarlo apelan a Marx, Lenín,
Trotsky, las momias de un museo de los fracasos.
UN CASO
No quiero terminar sin referirme a
una pequeña —¿o no tan pequeña?— cuestión que ilustra muy bien las antinomias
que enumera “Clarín”. Todo el mundo
conoce el caso de Galileo Galilei, ferozmente perseguido por la Iglesia
católica. Esta es la versión que circula en los círculos anticlericales.
El que desea conocer la verdad puede
leerla en “Los sonámbulos”, libro
escrito por Arthur Koestler, judío agnóstico del que no cabe sospechar
parcialidad.
Galileo estuvo veintitrés días
detenido pero no en una celda sino en un lugar confortable. Volvió a su trabajo
y pudo seguir investigando sin ninguna limitación más que no dar por probada la
teoría de Copérnico.
(Lo cual, de paso, era cierto, pues
recién los experimentos de Foucault, un siglo después, aportaron la prueba
científica).
Volvamos ahora a nuestro tiempo. Estamos
en el año 1935, en la Unión Soviética. Un oscuro agrobiólogo, T. D. Lyssenko,
conquista el favor de Stalín, que lo nombra Presidente de la poderosa Academia
Lenín de Ciencias Agrícolas. Durante más de veinte años Lyssenko orienta los
estudios y la práctica de la agricultura soviética y contribuye a un desastre
del que todavía hoy no se ha recuperado.
Lyssenko negaba la genética moderna
en nombre de la ortodoxia marxista. Para imponer su punto de vista “eclipsó a los genetistas que se le oponían
haciendo encarcelar a varios. En 1940 fue arrestado el célebre botánico Nicolás
Ivanovich Vavilov. Murió en prisión en 1943. Otros sabios de renombre en el
dominio de la agronomía y de la biología fueron arrestados y fusilados”
(Tomado de “L’utopie au pouvoir” de
M. Heller y A. Nekrich).
Estos dos pequeños ejemplos ayudarán
al lector a comprender como se solventa un conflicto entre religión (o
ideología) y ciencia en una sociedad gobernada por “verdades reveladas y dogmas vacíos” y otra regida por
intelectuales del discurso crítico.
Aníbal D’Ángelo Rodríguez