Son los legisladores del oficialismo y aquellos que hayan votado
cuando menos una de las vergonzantes leyes recientemente propiciadas por
el Ejecutivo con blanco en el Poder Judicial de la Nación. Y no lo son
porque se me ocurra descerrajarles un nuevo epíteto con el que suelo
distinguirlos. Lo son porque así lo dice la Constitución Nacional en su
artículo 29, que me permito recordarle: “El Congreso no puede
conceder al Ejecutivo nacional, ni las Legislaturas provinciales a los
Gobernadores de Provincias, facultades extraordinarias, ni la suma del
poder público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la
vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de
gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una
nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan o
firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la
patria”.
Repare Ud. en lo sabio de la Constitución, que en un solo artículo,
de breve redacción, ilegaliza e ilegitima, por ejemplo, la maratónica
sesión de más de 17 horas llevada a cabo en la Cámara Baja y de bajezas
del Legislativo.
Lo que me pregunto es si será justamente el más alto Tribunal del
Poder Judicial, y me estoy refiriendo a la Suprema Corte de Justicia de
la Nación, la encargada de juzgar la conducta de estos 129/130
legisladores “infames traidores a la Patria”. Pero, cuál es la pena que
les correspondería en caso de encontrarles el más alto Tribunal, autores
del delito de traición a la Patria, sería la pregunta. Vea, antaño,
quizá se podría interpretar con fusilamiento (ocurre que la Constitución
siempre se opuso a ello). Destierro en su momento. Ocurre que la
reforma introducida en el año 1994 habla solamente para esta caterva de
delincuentes, de inhabilitación a perpetuidad para ocupar cargos
públicos, excluyéndoselos además de los beneficios del indulto y la
conmutación de penas.
Eduardo Juan Salleras escribió: “Se sabe que los argentinos somos muy
livianos para estas cosas y olvidamos, y tal vez también dejamos pasar
por alto, estas actitudes demasiado serias para nuestras risueñas vidas
institucionales. Entonces no hace a una sanción demasiado importante.”
¡Y debe ser por esto que prefiero llamarlos “¡Terribles hijos de
puta!” Para LA ENCARGADA de elevar semejantes proyectos para su
aprobación, actual titular del Ejecutivo de la Nación, ya no encuentro
calificativo descalificador que mejor se adapte a su condición personal y
función que ejerce por mandato mayoritario de oligofrénicos argentinos.
Ricardo Jorge Pareja