Las razones-pretextos de Occidente
Irán, la destrucción necesaria
Ante la
visita histórica del presidente Barack Obama a Israel, es conveniente
ver con una mirada lúcida las fuerzas que impulsan, no sólo a Israel
sino también a todo el sistema occidental, a implementar una guerra
contra Irán. La Red Voltaire propone a sus lectores los primeros
capítulos de un ensayo del analista francés Jean-Michel Vernochet
publicado en francés por la editorial Xenia, en diciembre de 2012, bajo
el título Irán, la destrucción necesaria.
Red Voltaire
| París (Francia)
Lugar de Irán dentro del
«sistema-mundo» y geoestrategia
de los imperialistas anglo-estadounidenses
¡Hay que destruir Irán! ¡Claro que sí! No sólo para
impedir su eventual acceso al arma atómica (algo no muy probable), no
sólo porque la independencia de Irán puede poner en entredicho la
preeminencia regional de Israel, atalaya occidental en el Oriente Medio
y, como dicen algunos, Estado número 51 de los Estados Unidos de
América, a la vez que miembro 28 de la Unión Europea. Es que hay que
mantener a toda costa la posición dominante de Israel en la región, que
depende de su monopolio regional del arma atómica –en lo que constituye
une posesión de armas prohibidas, tan inconfesada como bien confirmada
mediante rumores bien orquestados.
Si por casualidad Irán lograse entrar en el club nuclear, Israel
entraría ahí mismo en una lógica de disuasión recíproca, idea de por sí
insoportable para el Estado judío. Además, un Irán dotado de armas
nucleares sería un pésimo ejemplo regional, creando así un precedente
potencialmente contagioso entre los vecinos turco, saudita y egipcio. El
temor a la «proliferación» no es más que un argumento. En
realidad se trata de un riesgo tangible a escala regional y más allá. En
resumidas cuentas, Teherán opacaría así a Tel-Aviv, mini-superpotencia
sin rival desde la caída de Bagdad, el 12 de abril de 2003.
Destruir Irán, es decir desmantelar sus estructuras políticas y
sociales de manera duradera y sumir a ese país en un caos de larga
duración, como ya se hizo con la guerra civil iraquí de baja intensidad,
será el resultado de un sistema complejo de engranajes que ponen en
juego numerosos factores, dirigidos todos hacia un objetivo único, al
extremo que el conjunto termina pareciéndose mucho a una especie de
fatalidad inevitable.
De hecho, muchos celebran con razón las riquezas minerales de Irán,
sus prodigiosas reservas petroleras más las de gas (las terceras a nivel
mundial). Ahora bien, el apetito desenfrenado de un puñado de
transnacionales del petróleo no puede ser la causa única que incitaría a
golpear a Irán, hasta ocasionar su destrucción total.
¡Hay que destruir Irán! ¡Hay que sumirlo nuevamente en «la edad de piedra»!,
como se acostumbra decir en Israel! ¡Lo mismo que ya ha sucedido a unos
cuantos enemigos de Estados Unidos y del sistema que promueve
Washington! Fue esa la suerte de Irak, de Afganistán y, hace ya 67 años,
de la Alemania derrotada.
Ya en 1944, como más tarde aconsejaría MIchael Ledeen en 2001 para
Irak, el secretario de Hacienda del presidente Roosevelt, el muy
reconocido Henry Morgenthau, quería ver a los alemanes sumidos en una
especie de Edad Media preindustrial. Ledeen, apóstol del Nuevo Siglo
estadounidense, preconizó la doctrina del «caos constructivo»,
aplicable al caso de Irak, con lo cual demostraba un notable sentido de
la continuidad histórica. Y los hechos hablan por sí solos: en 12 años
de conflicto interior de baja intensidad en Irak, los enfrentamiento y
actos de terrorismo intercomunitarios nunca cesaron, hasta que en el
verano de 2012 se produjo un terrible brote de violencia terrorista que
casi ha hecho desaparecer la esperanza de una reconstrucción creíble de
la nación iraquí asolada. O sea que la primera parte del proyecto
neoconservador –la creación del caos– es un rotundo éxito.
En Afganistán, las cosas son a la vez más simples y más claras. En octubre de 2001, al iniciarse la «Operación Libertad Duradera»,
ya no quedaba nada por destruir pues el país estaba hecho un campo de
ruinas al cabo de dos décadas de enfrentamientos indirectos entre el
Este y Oeste, bandos en los que se alistaban comunidades étnicas y
pueblos indígenas antagónicos. Entre 1979 y 1999, muchos yihadistas
afganos y militantes de al-Qaeda en lucha contra los soviéticos fueron
reclutados, entrenados y armados por los servicios especiales
estadounidenses y fueron enviados a pelear en Afganistán por los
servicios secretos paquistaníes (ISI, siglas correspondientes a Inter-Services Intelligence).
Algunos de esos elementos fueron después reciclados y enviados a otros
frentes de las guerras imperiales, tales como Bosnia, Kosovo, Irak,
Libia y ahora Siria. Véase al respecto la monografía de Jurgen El
Sasser, publicada en 2006, Cómo llegó la yihad a Europa, con
prólogo de Jean-Pierre Chevenement, ex ministro socialista francés
(ministro de Defensa de 1988 a 1991, ministro del Interior de 1997 a
2000), quien debido a su radical desacuerdo con la política de de
incondicional sometimiento de la alianza atlántica a Estados Unidos en
el Medio Oriente dimitió de su función el 29 de enero 1991, a raíz de la
Operación Tormenta del desierto, supuestamente destinada a liberar Kuwait.
Después de la destrucción de Irak y la instauración de un caos
duradero en todo el país, Teherán se dio a la tarea de contrarrestar las
maniobras del Departamento de Estado tendientes a aislar a Irán en el
escenario regional, especialmente en las petromonarquías sunnitas del
Golfo Pérsico, lo cual hizo con consumada habilidad a través de sus
diplomáticos. Irán logró aparecer durante algún tiempo como un sucesor
potencial del Irak baasista capaz de imponer su liderazgo a la región.
Hoy en día, este edificio diplomático se ha desplomado frente a las
petromonarquías, manejadas por los dos Estados wahabitas aliados de
Estados Unidos (y de hecho manejadas también por Israel, el aliado más
cercano de Washington) Qatar y Arabia Saudita, que están preparando casi
abiertamente el enfrentamiento con el Irán chiita y su destrucción como
potencia emergente.
Irán, por cierto, puede servir como base de retaguardia, con apoyo en
varias formas posibles, a las comunidades chiitas de la Península
Arábiga, empezando por la de Bahrein, donde son mayoritarios los
chiitas, que padecen continuas humillaciones y represión por parte de la
minoría sunnita en el poder, y esto con la ayuda activa de las fuerzas
armadas del vecino saudita. Además, aunque son étnicamente árabes, los
iraquíes de confesión chiita se mostrarían seguramente más solidarios de
sus hermanos iraníes que de los wahabitas que sólo los consideran como
herejes a los que hay que someter. Estamos pues presenciando una guerra
no declarada, pero que ya tiene por campo de batalla, después de Irak, a
países como Siria y Líbano, además de Bahréin, que estaba, en junio
2012, a punto de verse anexado por Riad.
Otro eje de reflexión sería Turquía, enemiga tradicional de Persia, y
que pareció por un tiempo haberse acercado a su vecino chiita, como lo
sugería el acuerdo tripartita firmado con Teherán y Brasilia en julio
2010, un convenio relativo al enriquecimiento fuera de las fronteras
iraníes de materias físiles útiles para el programa nuclear iraní, lo
cual disgustaba muchísimo al Departamento de Estado desbordado por la
aparición de inesperados actores multipolares. Pero muy pronto todo
volvió al cauce «unipolar».
De la misma forma, Ankara demostró cierto humor no alineado frente al
Estado judío (socio de Turquía en múltiples aspectos), cuando la crisis
de la «Flotilla de la libertad», la flotilla humanitaria
brutalmente asaltada por la marina israelí el 31 de mayo 2010, cuando se
dirigía a Gaza. Pero la bronca no pasó de ahí. Porque hay un dato
inamovible: Turquía sigue siendo el pilar oriental de la OTAN, una
potencia decisiva en los flancos este y sur de Europa. Esto se vio
también en Túnez, donde Ankara respaldó el ascenso al poder del
Movimiento por el Renacimiento, o sea el partido islámico Ennahda, todo
lo cual se hizo con el tácito beneplácito de Estados Unidos ya que
Ankara es precisamente la correa de transmisión de Washington en todo el
Mediterráneo. Las peleas puramente circunstanciales con Israel son
oportunamente escenificadas para alimentar las ambiciones neo-otomanas, o
las fantasías de restauración del califato de antaño, que sería
garante, como «Sublime Puerta», de la unidad de la Umma, la comunidad de creyentes del Islam.
- “In God We Trust”, divisa oficial de los Estados Unidos de América.
La teocracia iraní es la que debe ser destruida, pero no por ser tal.
En definitiva, Estados Unidos es también una especie de teocracia
parlamentaria, cuyo lema «In God we trust» figura en su fetiche,
el dios dólar. E Israel es también una teocracia disfrazada ya que la
Tora, o sea la Biblia en su versión hebraica, le sirve de Constitución y
representa una de las fuentes del código civil israelí. Israel es
además un país donde los sacerdotes son los únicos habilitados para
pronunciar un divorcio.
A su vez, el Irán revolucionario practica la democracia al celebrar
elecciones parlamentarias de forma regular. Pero Irán es el país que se
halla en medio de la rivalidad entre las grandes potencias que desean
apoderarse de los yacimientos de energía fósiles o por lo menos
controlarlos. Se dice además que Irán podría tener las segundas reservas
mundiales de gas, el combustible que debe asegurar la transición entre
la era del petróleo y las energías del futuro (tales como la pila de
combustible o el procesamiento del torio, para el cual India se está
preparando). El gas licuado es fácil de transportar y puede sustituir
el déficit de hidrocarburos, antes de asegurar la continuidad del
abastecimiento cuando se alcance el «pico de producción», es
decir cuando la oferta de productos petroleros resulte inferior a la
demanda, demanda que está entrando en un auge vertiginoso por el
crecimiento vertical de los llamados países emergentes. Lo que no
sabemos es si ya hemos llegado a ese punto de giro…
No mencionaremos aquí los argumentos emocionales, que tienen que ver
con la democracia, los derechos humanos y la condición de la mujer y que
no son más que recursos retóricos útiles para envolver en una niebla
verbal y sentimental ciertas realidades geoestratégicas mucho más
prosaicas. Se trata de un discurso mediático que caricaturiza el paisaje
sociológico musulmán en general e iraní en particular, en realidad
mucho más matizado. Desde Europa, a menudo se considera a los musulmanes
como retrógrados, cuando en realidad distan mucho de ser tan
esquemáticos como son los prejuicios occidentales.
Por ejemplo, en Irán, las mujeres jóvenes son tan modernas y
autónomas como sus hermanas turcas, en las grandes metrópolis. Y los
miembros de la OTAN, cuyos drones asesinos golpean a ciegas y muchas
veces caen sobre objetivos civiles, se indignan cuando algunos
traficantes de droga, el veneno que acaba con innumerables jóvenes
europeos y rusos (entre 30 000 y 100 000 muertes al año) son ejecutados
después de un juicio por un tribunal regular. Recordemos, sin embargo,
que la pena de muerte sigue vigente en 33 de los 50 Estados
estadounidenses. Además, la OTAN tiene fama de dedicarse directamente al
tráfico de estupefacientes, y a la vista de los rusos, entre Afganistán
y Europa y a través del territorio de la Federación Rusa y de los
Balcanes, especialmente a través de Kosovo, donde se encuentra
precisamente Camp Bondsteel, la mayor base militar estadounidense fuera
de Estados Unidos. El 5 de abril 2012, por boca de Alexander Gruchko,
viceministro ruso de Relaciones Exteriores, Rusia prohibió oficialmente a
la OTAN el traslado de heroína a través de su territorio, al
considerarse blanco de una guerra de agresión por parte de los
narcotraficantes.
Todas las razones que hemos expuesto (la codicia que despiertan los
recursos iraníes y el ascenso de la República Islámica como potencia
regional) justifican el derrocamiento del régimen iraní. Y si esta
política fracasa, se acudirá a la destrucción metódica de las
infraestructuras militares, industriales y administrativas de Irán.
Pero la razón fundamental se sitúa a otro nivel, en la mecánica del
gran juego que opone Estados Unidos a Rusia y China en el Cáucaso, en
los altiplanos iraníes y en las llanuras del Hindukush, por el control
del Rimland, es decir por el control («endiguement/containment»)
del espacio continental euroasiático por las potencias talasocráticas y
mercantiles angloamericanas. Esa mecánica se inscribe, más allá de la
oposición entre potencias marítimas versus potencias continentales, en
un sistema-mundo, una economía planetaria que abarca o subsume la
tectónica de las placas geopolíticas… bloque del Atlántico norte
(Estados Unidos + Europa) contra bloque euroasiático, (Rusia y China).