Un nuevo llamado a juicio para vos, esta vez por una causa que ya ha
prescripto, en tanto el terrible riojano hijo de puta sigue abulonado a
su banca de senador. Buá; en realidá, y si uno repara en muchos
de los legisladores que se pavonean por cualquiera de las dos Cámaras
del Congreso de la Nación, concluirá conmigo, en que, si bien le van en
zaga, no por ello se les debería eximir del rótulo más agraviante que se
pueda dispensar a alguien en cualquier país del mundo, excepción hecha
de nuestra Argentina. ¡Por supuesto que de ahí el que me tome semejante
permiso, que seguramente no habrá de incomodar a ningún terrible hijo de
puta. ¿Comprende?
Y hablando de agravios, estoy en condiciones de asegurarle que
existen dos personajes que se disputan “La Supremacía Bourne”, en el
afán de consagrarse definitivamente. Me estoy refiriendo a Miguel Ángel
Pichetto, mezcla rara de Humphrey Bogart con escarlatina y Condorito, y
Agustín Rossi, (a) “la chiva” para los amigos, y demasiados alias para
aquellos que no son sus amigos, o sea, prácticamente todos. Sin embargo,
entre ellos, observo una sustancial diferencia. A ver: el primero, más
allá de repugnancia, me genera una suerte de ternura. El recinto de la
cámara alta le cae, cuando menos, como una sala de partos a través de
vías naturales. Humphrey sufre, padece, agoniza en las sesiones. “La
Chiva”, en cambio, dueño al igual que el anterior de un penoso curriculum vitae,
disfruta de las que se llevan a cabo en la cámara baja, y no creo que
el motivo sea el que queda mucho más cerca de la puerta de calle, por la
que deben salir custodiados por expertos, siempre en vehículos
importados alta gama, marcas BMW o Mercedes Benz, no obstante la
amplísima variedad y cantidad de automóviles que fabrica, a decir de La
Señora, nuestra industria nacional. Sigo. A mí se me ocurre que a Rossi
“le hirve” la gresán de otra manera, “le hirve”. Humphrey es
sanguíneo como él solo. Rossi, en cambio, sanguinario como él solo.
¿Cacha la diferencia? De todas maneras, ninguno de los dos sirve para un
sorete, más allá de lo funcionales que le puedan resultar a La Señora,
quien, dicho sea de paso, junto a su segundo Amado Boudou, a esta
carrera de agravios la gana por varios cuerpos y de galope largo, habida
cuenta de los laureles que supo, sabe y sabrá conseguir. Y perdone que
se me haya escapado la vena burrera, perdone. De hecho, no me hago
responsable de cualquier consideración que pretenda ensayar el lector
estableciendo una malsana comparación entre La Señora, y una yegua.
Ricardo Jorge Pareja