En torno a la derecha y la izquierda (respuesta a Gargarella)
Por Agustín Laje
Roberto Gargarella es un académico argentino de izquierda por demás
interesante. Su producción intelectual es extensa, y entre sus libros
más destacados se encuentran obras del calibre de Las teorías de la
justicia después de Rawls que, independientemente de si somos adherentes
o detractores ideológicos de la línea que defiende el autor, no podemos
dejar de reconocer el valor y el rigor de sus escritos. Todo aquel que
lo haya leído con suficiente honestidad, sin dudas profesaría respeto
intelectual para con Gargarella.
No puede decirse lo mismo, empero, de su última columna política para el
diario La Nación, publicada el pasado lunes 19 de agosto (aquí puede
leerse:
http://www.lanacion.com.ar/1611944-de-la-izquierda-posible-a-la-derecha-real).
Lo que allí pretende el autor –palabras más, palabras menos– es
efectuar lo que ya constituye un tradicional estratagema en la
izquierda: el acto de purificación histórica que extirpa la etiqueta “de
izquierda” de los productos históricos –fallidos, monstruosos– de la
misma izquierda. Pues bien, ahora resulta que el kirchnerismo no sería
verdaderamente de izquierda. Mutatis mutandis, Stalin no fue
“verdaderamente de izquierda” cuando la izquierda –valga el
trabalenguas– no pudo evadir el hecho del genocidio soviético.
Existe un debate sobre la conveniencia y vigencia de la dicotomía
izquierda/derecha en la discusión política actual. Gargarella es
consciente del sentido que aún guarda la antinomia en cuestión, algo que
comparto plenamente, pero por razones que prefiero hacer explícitas: la
simplificación inherente a dos categorías bipolares no se borrará del
imaginario colectivo por la sencilla razón de que resulta funcional a la
escasez de información y formación política que caracteriza a nuestras
sociedades. El hombre no estudioso de lo político (vale decir, la
inmensa mayoría) precisa de este “atajo” conceptual a los efectos de
ordenar sus posturas y preferencias políticas. Luego, la dicotomía
izquierda/derecha es ineludible por fuerza mayor y, en todo caso, lo que
debe actualizarse es su contenido concreto, esto es, aquello que la
categoría está significando.
¿Pero cómo encasillar ideológicamente al kirchnerismo sin explorar antes
las categorías ideológicas a utilizar? Gargarella, como buen académico
que es, no esquiva este requisito elemental. Y es por ello que inicia su
artículo ofreciéndonos una curiosa definición de tipo operativa:
“Una medida es ‘de izquierda’ cuando contribuye a la democracia
económica (aumentar la participación de los obreros en las ganancias de
las empresas); cuando sirve a la democracia política (más participación y
control del pueblo en los asuntos públicos); o cuando ayuda al
fortalecimiento de derechos humanos básicos (terminar con la tortura en
las cárceles). Diré entonces que una medida es ‘de derecha’ cuando ella
se orienta hacia fines contrarios a los citados (favorece a una minoría
económicamente poderosa; ayuda a concentrar el poder político; violenta
derechos humanos básicos)”.
El sentido de una definición operativa estriba en la capacidad que ella
tiene de ser aplicada a casos concretos que se dan en la realidad. El
problema de Gargarella es que su definición operativa se mezcla con lo
que se denomina “definición persuasiva”. Así pues, la dicotomía
izquierda/derecha para Gargarella es casi una dicotomía moral entre lo
bueno y lo malo, algo que no ocurriría si hubiera propuesto una
definición de tipo teorética (opción mucho más apropiada para llenar de
significado las categorías políticas).
Sin perjuicio de tales consideraciones, lo cierto es que la definición
operativa de Gargarella no sirve siquiera para efectuar un análisis
consistente de la realidad. En efecto, si siguiéramos a pie juntillas su
propuesta conceptual, debiéramos arribar a conclusiones que
colisionarían con el más elemental sentido común. Por ejemplo,
debiéramos afirmar que Fidel Castro y el régimen marxista que impera en
Cuba es derechista, en virtud de las violaciones a los derechos humanos
que allí acontecen y la ausencia de democracia desde hace más de medio
siglo en la isla (en rigor de verdad, ningún experimento comunista
cuadraría con la categoría “izquierda” de Gargarella). Asimismo,
debiéramos calificar también como “derechista” al gobierno del difunto
Hugo Chávez, atento a la concentración de poder que caracterizó al
referente del llamado “socialismo del siglo XXI”. O podríamos, por qué
no, etiquetar al mismísimo Marx como
“derechista”, si reparamos en que éste le hablaba al proletariado de la
inevitabilidad de su dictadura, feroz y cruel como cualquier otra, en
la senda que lleva a la “sociedad sin clase” y, por lo tanto, sin
Estado. (¿Las dictaduras del proletariado que terminaron con la vida de
100 millones de hombres durante el siglo XX habrán sido también
derechistas y hasta ahora no lo pudimos entender? ¿O será que a la
izquierda le conviene desembarazarse de tantos muertos?).
Vale destacar, para comenzar, que las categorías “izquierda” y “derecha”
no tienen un significado intrínseco. Por el contrario, su significado
es fluctuante y se va acomodando a las nuevas condiciones políticas,
sociales y económicas imperantes. No existe, en puridad, una “doctrina
de derecha” o una “doctrina de izquierda” como algo fijo, inflexible,
atemporal y unívoco. Esto atentaría contra la propia función de las
categorías, a saber, simplificar la realidad política en favor del
hombre no estudioso del fenómeno político y sus distintas teorizaciones.
En efecto, “izquierda” y “derecha” son contenedores cuyo contenido
fluctúa con dependencia recíproca, en virtud de una relación antagónica
(cuando la una se mueve, la otra necesariamente debe moverse en sentido
contrario para respetar y mantener la lógica antitética que las define).
Izquierda y derecha no significan otra cosa que opuestos
irreconciliables; dos
polos que, como tales, se encuentran en las antípodas el uno respecto
del otro. Indican una distancia inacabable entre sí. Y vale aclarar, en
este sentido, que cuando la gente dice que “los extremos se tocan”, eso
es porque no son verdaderamente extremos opuestos, sino coincidentes en
lo fundamental. Si se tocan, entonces no hay antagonismo en lo esencial.
Los orígenes históricos de estas denominaciones se retrotraen a los
tiempos posteriores de la Revolución Francesa (concretamente el 27 de
agosto de 1789) en los cuales, en la Asamblea Constituyente, las
distintas tendencias políticas se distribuían en el recinto
uniformemente. Así pues, la distancia física entre quienes se ubicaban a
la izquierda respecto de quienes lo hacían a la derecha, simbolizaba al
mismo tiempo una distancia inmaterial, de orden ideológico. “Derecha” e
“izquierda”, después de todo, no significan otra cosa que una distancia
contenida en una metáfora.
Friedrich von Hayek estudió en su obra Camino de servidumbre las
fundamentales coincidencias de los regímenes totalitarios del siglo
pasado (comunismo, fascismo y nazismo). En razón de estos puntos de
contacto, podría argumentarse que “los extremos opuestos se tocan” como
dijimos antes, pero ocurrió que el autor encontró en los fenómenos
totalitarios descriptos una raíz común en lo sustantivo que no los
hacían verdaderamente opuestos: el apego a la planificación y dirección
de la sociedad con arreglo a fines concretos por parte de un grupo
enquistado en el poder. Así pues, Hayek afirmó que el “colectivismo” era
un género que tenía varias especies, entre ellas, el comunismo, el
nacional-socialismo y el fascismo (de hecho, grandes teóricos
socialistas como Fichte tuvieron gran influencia en la posterior
doctrina nazi; Maurras definió al fascismo como un “socialismo liberado
de la democracia” y Valoris, fundador del fascismo
francés, decía que “nacionalismo más socialismo igual fascismo”). Y el
Premio Nobel de economía afirmó, también, que lo que se encontraba
irremediablemente opuesto al “colectivismo” era el “individualismo” (al
que se oponían, con idéntica aversión, tanto nazis como comunistas),
concepción teórica que caracteriza a sistemas sociales abiertos y más
bien espontáneos, dinamizados impersonalmente por las fuerzas del
mercado.
Pocos años más tarde, la filósofa Ayn Rand también establecerá esta
dicotomía colectivismo/individualismo, pero llevará sus presupuestos
hasta el campo de la metafísica. La primera divergencia entre un
colectivista y un individualista (que bien podríamos trasladar a la
dicotomía izquierda/derecha que nos ocupa) está en nuestra
caracterización del hombre y de la sociedad. La manera en que concibamos
la realidad condicionará la manera en que entendamos la ética y la
política, dimensiones por excelencia constitutivas de la ideología en
términos amplios. En este sentido, la visión organicista de la sociedad
–como una entidad reificada, moralmente superior al individuo– se
encuentra en los fundamentos primeros de lo que erradamente se consideró
la “extrema derecha” (nacional-socialismo) y la “extrema izquierda”
(comunismo) que, en puridad, tuvieron sustantivas coincidencias (sugiero
leer al respecto El libro negro del comunismo).
Si “izquierda” y “derecha” funcionan como contenedores de distintas
especies de doctrinas o concepciones políticas que guardan un común
denominador en lo sustancial, entonces no basta con estructurar su
contenido en forma operativa como propone Gargarella articulando los
ejes “derechos humanos”, “redistribución hacia el obrero” y
“participacionismo” (ya hemos demostrado su inconveniencia más arriba).
Por el contrario, hay que encontrar los fundamentos primeros que dan
sentido a la tipología y que cohesionan de algún modo a las distintas
especies convivientes en el seno de una misma categoría.
Para resolver el problema planteado, mi idea es que sobre la dicotomía
individualismo/colectivismo en el terreno ontológico se encuentran las
bases de lo que luego en el terreno político (quizás simplificando la
cuestión) entendemos por “derecha” e “izquierda”. La disputa más visible
en este último campo, pero que depende en última instancia de aquél, es
la de libertad/igualdad. Al margen de que muchos podrían argumentar que
la defensa por la libertad individual “no es ni de izquierda ni de
derecha”, lo cierto es que si afirmamos que la lucha por la igualdad
económica (como producto de la coerción estatal) es algo propio “de
izquierda”, entonces las demandas de libertad individual debemos
considerarlas, por la misma lógica antagónica de las categorías
bipolares, como “de derecha” (con esto intento hacer un ejercicio
intelectual, abstrayéndome de la “mala fama” del término “derecha”,
devenida de una cuidadosa
distorsión conceptual a manos de la izquierda, similar a la que ahora
pretende continuar Gargarella). Y lo cierto es que la misma disputa
libertad/igualdad está inscripta en una disputa anterior, que es la de
individualismo/colectivismo, como ya se dijo.
La dicotomía libertad individual/igualdad coercitiva es, hoy en día,
creo yo, el fundamento primario en el terreno político de una serie de
dicotomías que se irán ubicando a la derecha o a la izquierda,
respectivamente. Así pues, los defensores de la libertad individual
demandarán un Estado mínimo mientras que los igualitaristas peticionarán
por un Estado paternalista; aquéllos argumentarán que la democracia
sólo puede funcionar limitando al poder político, mientras que éstos
propondrán una suerte de “democracia radical” donde vox populi vox dei;
aquéllos defenderán los principios de una sociedad abierta, mientras que
éstos preferirán los principios de una sociedad digitada o planificada…
y así sucesivamente.
Como vemos, determinar el contenido actual de las categorías “izquierda”
y “derecha” supone un ejercicio intelectual mucho más complejo que el
de pensar arbitrariamente en tres medidas concretas de acción
gubernamental, puesto que éstas son, en todo caso, un reflejo de
consideraciones más profundas que deben ser halladas. Lo que procura
Gargarella con esta cuestionable metodología es, por un lado, reducir la
disputa de las ideas políticas a una disputa más bien de tipo moral
(“buenos” contra “malos”) y, por el otro, arrancar del kirchnerismo su
ubicación en la izquierda del peronismo para que no le ocurra a la
izquierda lo que le ocurrió a la derecha con el menemismo.
Pero quienes nos encontramos en las antípodas del izquierdismo
kirchnerista (como especie), no debemos permitir que la izquierda (como
género) salga ilesa tras la estrepitosa caída de Cristina Kirchner y su
séquito. Se acabaron las excusas. El fracaso kirchnerista es el fracaso
de la izquierda.