La Iglesia militante homenajea a la triunfante
1 de Noviembre - Fiesta de Todos los Santos.
¿Por
qué una fiesta para todos los santos? La Santa Iglesia quiso, por medio
de esta fiesta, honrar también a los santos que no tienen una
conmemoración particular durante el año, sea porque son poco conocidos o
porque apenas se hace mención de sus nombres el día de su triunfo en el
Cielo. Su número, incontable, impide que tengan un culto distinto y
separado. “Ciertamente no era justo dejar sin honra a esos
admirables héroes del cristianismo que sirvieron fielmente a Dios
durante su vida mortal y emplean continuamente sus oraciones en el Cielo
para obtener el perdón de nuestros pecados, y gracias poderosas para
que lleguemos a la felicidad de que ellos ya gozan”. 1
Era, pues, necesaria una fiesta que fuese un homenaje de toda la Iglesia
militante para toda la Iglesia triunfante. Por lo que ya decía San
Beda, el Venerable, en el siglo VIII: “Hoy, dilectísimos, celebramos
en la alegría una sola fiesta, la solemnidad de Todos los Santos, cuya
sociedad hace que el Cielo estremezca de gozo, cuyo patrocinio alegra la
tierra, cuyos triunfos son la corona de la Iglesia”. [1]
Otra razón, proveniente del Ordo Romano, es la de dar oportunidad a
todos los fieles, eclesiásticos o seglares, de reparar mediante un nuevo
fervor las negligencias con que celebraron las fiestas particulares de
esos santos. Se podría aún añadir que, honrando a todos los santos en
una sola conmemoración, pretendemos atraer hacia nosotros la protección y
la intercesión de todos ellos y conseguir así favores especiales que,
por el número de nuestros pecados, no alcanzamos.
Se
puede agregar también que la iglesia militante quiere, al reunir a
todos los santos en una sola fiesta, interesarlos en su defensa y
protección, y como que incentivarlos a juntar su intercesión para que le
obtengan favores extraordinarios. Era lo que se decía en la Oración
Colecta de la misa de ese día: “Dios todopoderoso y eterno, que nos
concedes celebrar en una sola fiesta los méritos de todos tus santos; te
rogamos que, por las súplicas de tantos intercesores, derrames sobre
nosotros la ansiada plenitud de tu misericordia”.[2]
Finalmente, en la institución de esta fiesta dedicada a todos los
santos en un sólo día, la Iglesia propone a los fieles que deseen la
felicidad inestimable y la gloria a que ellos fueron elevados, las
riquezas y las delicias de que gozan en la mansión de los
bienaventurados, como describe admirablemente San Juan en el
Apocalipsis: “Vi a la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba
del cielo por la mano de Dios, engalanada como una novia que se adorna
para recibir a su esposo. Y oí una voz que clamaba desde el trono: «Ésta
es la morada de Dios con los hombres; él habitará en medio de ellos. Y
ellos serán su pueblo, y el mismo en medio de ellos será su Dios; él
enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni lamento, ni
llanto ni pena, pues todo lo anterior ha pasado»” (Ap. 21, 2-4). Y “La ciudad [Jerusalén celestial]
no necesita luz del sol ni de la luna, porque la gloria de Dios la
ilumina y su lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las naciones, y
los reyes de la tierra llevarán a ella sus riquezas. No habrá que cerrar
sus puertas al fin del día, ya que allí no habrá noche. Traerán a ella
las riquezas y el esplendor de las naciones. Nada manchado entrará en
ella, ni los que cometen maldad y mentira, sino solamente los inscritos
en el libro de la vida del Cordero” (Ap. 21, 23-27).
Plinio María Solimeo